Un Siglo de Oro

 José Ramón Ayllón

José Ramón Ayllón

San Juan de la Cruz

Todos los poemas de San Juan de la Cruz tienen el mismo objeto: la relación del poeta con Dios. Esa singular referencia, plasmada de forma magistral en un puñado de versos, le convierte en el mejor poeta en lengua castellana. Tal posición es de extraordinario mérito, pues el número uno ha debido medirse con Góngora y Quevedo, con Calderón y Lope, con Antonio Machado y Garcilaso, con García Lorca y Pedro Salinas.

Un Siglo de Oro

La vida de fray Juan parece una novela de Dickens. Un 3 de diciembre de 1577, cuando tiene 35 años y colabora con Teresa de Ávila en la reforma de la orden Carmelita, desaparece misteriosamente. Santa Teresa, alarmada, escribe nada menos que al rey Felipe II, rogándole que encuentre al fraile. Fray Juan ha sido raptado por los carmelitas que se oponen a la reforma. Le han metido en el hueco de un muro que tiene el largo y el ancho de una tumba, con un ventanuco alto. Allí, durante nueve meses, con medio vaso de agua y tres rebanadas de pan seco al día, entre rigores y palizas, con la tinta y el papel que le ha pasado un carcelero benévolo, fray Juan irá gestando el más hermoso poema escrito en lengua castellana: un Cántico espiritual para expresar el amor entre el alma (la esposa) y su Creador (el Esposo). 40 liras y 200 versos, que empiezan de esta forma:

(Esposa)

¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.

Pastores, los que fuerdes
allá, por las majadas, al otero,
si por ventura vierdes
aquél que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.

Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

(Pregunta a las criaturas)

¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado,
decid si por vosotros ha pasado!

(Respuesta de las Criaturas)

Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.

(Esposa)

¡Ay, quién podrá sanarme!
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy ya más mensajero,
que no saben decirme lo que quiero.

Y todos cuantos vagan,
de ti me van mil gracias refiriendo.
Y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.

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