Un Siglo de Oro

 José Ramón Ayllón

José Ramón Ayllón

Miguel de Cervantes

“Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande, ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha (…). Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra.

Un Siglo de Oro
En 1583 empieza Cervantes a escribir. Tiene 36 años y ha vivido mucho: en la paz y en la guerra, en la cárcel y en países extranjeros. Ha visto de cerca la muerte y el Renacimiento italiano. Si en su memoria rebosan recuerdos, en su imaginación bullen los sueños. Eso es la literatura: una atractiva mezcla de lo vivido y lo soñado.

Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria.”

Si don Quijote sobresale entre los grandes personajes de ficción, la vida de su autor no fue menos novelesca. A Julián Marías debemos la extraordinaria semblanza El español Cervantes y la España cervantina. De esas páginas admirables tomo estos apuntes biográficos.

El joven Cervantes, que ha nacido en 1547, se va con 17 años a Sevilla y con 22 a Italia, donde se empapa de aventura, belleza y libertad. Sin conocer esas coordenadas apenas se puede entender lo que más adelante escribió y quiso decir. En Italia se abreva y se sacia por vez primera la sed de realidad que consumió a Cervantes toda su vida. Allí se pondrá de manifiesto otro de los rasgos esenciales de su vida: el valor. En Lepanto, la más alta ocasión que vieron los siglos, el futuro escritor recibe dos balas de arcabuz, en el pecho y en la mano izquierda:

El pecho mío de profunda herida
sentía llagado, y la siniestra mano
estaba por mil partes ya rompida.
Pero el contento fue tan soberano
que a mi alma llegó, viendo vencido
el crudo pueblo infiel por el cristiano,
que no echaba de ver si estaba herido,
aunque era tan mortal mi sentimiento
que a veces me quitó todo sentido.

A los 28 años se embarca para España herido y manco, pero lleno de honor y de ilusiones. No podía imaginar que, antes de pisar la costa de su país, le esperaban cinco años de cautiverio, “el mayor mal que puede venir a los hombres”. Argel era el centro de la piratería mediterránea, una ciudad de moros expulsados de España por los Reyes Católicos, de renegados de todos los países ribereños, de marineros y traficantes, de miles de cautivos, pero también de frailes redentores de los cautivos... Cervantes sueña con la libertad, “uno de los dones más preciosos que a los hombres dieron los cielos”. Cuatro veces intenta escaparse por tierra o por mar, pero la mala suerte o la traición estorban siempre su proyecto. Un día, ya embarcado en la galera que lo ha de llevar como esclavo a Constantinopla, llega el fraile Juan Gil y lo rescata con 500 escudos.

En 1583 empieza Cervantes a escribir. Tiene 36 años y ha vivido mucho: en la paz y en la guerra, en la cárcel y en países extranjeros. Ha visto de cerca la muerte y el Renacimiento italiano. Si en su memoria rebosan recuerdos, en su imaginación bullen los sueños. Eso es la literatura: una atractiva mezcla de lo vivido y lo soñado. Un año más tarde contrae matrimonio con Catalina Palacios. En 1587 Felipe II decide equipar la Armada que los ingleses llamarán Invencible. Nombrado Comisario de Abastos para Andalucía, Cervantes recorre sus caminos y se aloja en ventas y mesones, entre hombres y mujeres de toda condición. Muy pronto le ha toma gusto a esa vida andariega, que le permite curiosear las cosas desde dentro, sin salirse del cuadro. Él mismo lo ha explicado maravillosamente al describir en La ilustre fregona a un pícaro que “se fue por este mundo adelante, tan contento de la vida libre, que en la mitad de las incomodidades y miserias que trae consigo, no echaba de menos la abundancia de la casa de su padre”.

Mientras iba y venía por Andalucía, Santa Teresa saltaba de un convento a otro, haciendo fundaciones y redactando libros místicos; Francisco Suárez publicaba en Salamanca el primer tratado de Metafísica que se ha compuesto desde Aristóteles; Mateo Alemán daba vida literaria al pícaro Guzmán de Alfarache; y la comedias de Lope llenaban España de historias y versos, amores y pasiones. Muere el siglo XVI y pasa la hora más alta del poderío de España. Flota en el ambiente un comienzo de decadencia y pesadumbre. Y en ese momento, con medio siglo sobre sus espaldas, Cervantes se siente escritor por primera vez en su vida.

En 1605 está en Valladolid cuando aparece El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, el libro que había ido escribiendo año tras año, madurándolo en cada interrupción, retomándolo de nuevo a otro nivel de experiencia, de dolor, de ironía, de ilusiones y desengaños. Sus páginas reflejan las cosas que Miguel hizo y le pasaron, una vida abigarrada y densa, como nadie había narrado hasta entonces.

En 1615 se publica la segunda parte y queda rematada esa novela incomparable, tal vez el más largo y sabroso diálogo del mundo, trenzado con las razones y sinrazones que intercambian un pobre loco y un humilde amigo que le estima y le sirve. Sin su fiel Sancho Panza, don Quijote hubiera sido un personaje ridículo, un majadero a quien se engaña y apedrea. Gracias a su escudero –al saberse escuchado y estimado-, Alonso Quijano nos muestra la riqueza insospechada de su alma y alcanza ante nuestros ojos una enorme estatura humana.

*  *  *

No hay yo sin tú. No hay persona sin relación, sin diálogo. No hay don Quijote sin Sancho. Al caballero andante le hubiera resultado insoportable vagar en solitario por los caminos de España, y a los lectores su soledad nos habría aburrido sin remedio. La introducción del diálogo confiere vivacidad a la historia y suple con decisiva ventaja cualquier otro procedimiento descriptivo. Pero, sobre todo, enriquece mutuamente a los protagonistas y otorga personalidad a sus personas. Además, en el diálogo se amasa todo ese complejo de refranes, sentencias, agudezas, chistes y cuentecillos que es el Quijote. De esa materia, genialmente fundida y trabajada por Cervantes, nace Sancho Panza, criatura literaria más real que las de carne y hueso.

- En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si aquel excremento y añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero: puerco y extraordinario abuso.

Por el diálogo surge ese profundo afecto entre dos personas tan dispares. Sancho Panza tendrá sobrados motivos para abandonar a su trastornado amo, pero el afecto que ha fraguado entre los dos se lo impide y le hace decir que su señor…

No tiene nada de bellaco; antes tiene un alma como un cántaro: no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna; un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día, y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle, por más disparates que haga.

La compenetración entre escudero y caballero produce una mutua y variada influencia, que abarca desde la visión de la vida a la forma de hablar. El diálogo constante da lugar a la quijotización de Sancho y la sanchificación de don Quijote, tal vez el mayor encanto y el más hondo acierto del libro. Al final de la novela, los papeles se han invertido: Sancho cree en los ideales de la caballería andante, mientras don Quijote va soltando lastre de locura hasta morir cuerdo.

Por estar cargada de significado, la palabra es capaz de conmover a fondo a quien la escucha. De esa capacidad del lenguaje se benefician la educación, la psicología y la psiquiatría. Cervantes, que poseía un profundo conocimiento de la naturaleza humana, emplea la pedagogía y la terapia del lenguaje con don Quijote. Pone a su lado un escudero lleno de afecto y sentido común, que sabe escuchar a su señor y tomarle en serio, mientras le va corrigiendo con sencillez y picardía. Psicólogo, psiquiatra y maestro analfabeto y por accidente, Sancho Panza desempeña su múltiple papel con tanto acierto que logra la curación de don Quijote. Y ésa es, tal vez, la gran verdad que nos descubre la novela.

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