El "Brindis del Retiro"
Marcelino Menéndez y Pelayo

En 1881 se conmemoró el bicentenario de la muerte del poeta y dramaturgo pedro Calderón de la Barca. Calderón se había caracterizado por ser una de las figuras ejemplares del Siglo de Oro español. Sus obras, fundamentalmente sus aportaciones en los textos dramáticos, que se representaron en los teatros de todo el mundo durante siglos, dejaban impresa la huella de la voluntad divina, la promesa de Dios, la responsabilidad moral, el conflicto entre realidad e ilusión, la precariedad de la existencia, el hecho de que el bien siempre vencerá́ al mal,
El día del homenaje a pedro Calderón de la Barca era el 30 de mayo de 1881. En el restaurante Fonda “La perla” se organizaba un banquete homenaje al autor de «La Vida es sueño», patrocinado por la Universidad Central, que reunió a 150 catedráticos españoles y extranjeros que se habían dado cita en Madrid para participar en distintos actos conmemorativos del Bicentenario de Calderón.
Al finalizar el banquete (comida mala y champaña falsificado, en palabras del propio Menéndez y Pelayo) comenzaron los brindis: se brindó por Schiller (el autor de la oda a la alegría que incorporó Beethoven en el 4° movimiento de su Novena sinfonía), por Goethe, por la ciencia española, por la unión de España y Portugal, por la instrucción pública y por la república francesa, por Jules Ferry, furibundo republicano, primer ministro de Francia, que instauró la enseñanza laicista. Se brindó, en fin, por la modernidad, y se olvidó́ la cuestión esencial: ensalzar los valores calderonianos, lo que representaban, su época y sus circunstancias.
EL BRINDIS
Las intervenciones levantaron murmullos y comentarios por parte de algunos comensales. Alguno se atrevió a pedir al joven catedrático Menéndez y Pelayo que interviniera. No tenía pensado hacerlo, ni se había preparado discurso alguno. Pero cuando oyó lo que allí se estaba diciendo, se levantó e improvisó un brindis que ha pasado a la posteridad por la fuerza de su contenido, la vehemencia con el que fue pronunciado y la repercusión que sus palabras tuvieron.
Es lo que se conoce como el BRINDIS DEL RETIRO, todo un testamento ideológico del intelectual español y su época. La prensa recogió, una por una sus palabras:
«Yo no pensaba hablar; pero las alusiones que me han dirigido los señores que han hablado antes, me obligan a tomar la palabra. Brindo por lo que nadie ha brindado hasta ahora: por las grandes ideas que fueron alma e inspiración de los poemas calderonianos. En primer lugar, por la fe católica, apostólica romana, que en siete siglos de lucha nos hizo reconquistar el patrio suelo, y que en los albores del Renacimiento abrió a los castellanos las vírgenes selvas de América, y a los portugueses los fabulosos santuarios de la India. Por la fe católica, que es el substratum, la esencia y lo más grande, y lo más hermoso de nuestra teología, de nuestra filosofía, de nuestra literatura y de nuestro arte.
Brindo, en segundo lugar, por la antigua y tradicional monarquía española, cristiana en la esencia y democrática en la forma, que, durante todo el siglo XVI, vivió de un modo cenobítico y austero; y brindo por la casa de Austria, que con ser de origen extranjero y tener intereses y tendencias contrarios a los nuestros, se convirtió en portaestandarte de la Iglesia, en gonfaloniera de la Santa Sede, durante toda aquella centuria.
Brindo por la nación española, amazona de la raza latina, de la cual fue escudo y valladar firmísimo contra la barbarie germánica y el espíritu de disgregación y de herejía, que separó de nosotros a las razas septentrionales.
Brindo por el municipio español, hijo glorioso del municipio romano y expresión de la verdadera y legítima y sacrosanta libertad española, que Calderón sublimó hasta las alturas del arte en El Alcalde de Zalamea, y que Alejandro Herculano ha inmortalizado en la historia.
En suma, brindo por todas las ideas, por todos los sentimientos que Calderón ha traído al arte; sentimientos e ideas que son los nuestros, que aceptamos por propios, con los cuales nos enorgullecemos y vanagloriamos; nosotros los que sentimos y pensamos como él, los únicos que con razón, y justicia, y derecho, podemos enaltecer su memoria, la memoria del Poeta español y católico por excelencia; del poeta de todas las intolerancias e intransigencias católicas; del poeta teólogo; del poeta inquisitorial, a quien nosotros aplaudimos, y festejamos, y bendecimos, y a quien de ninguna suerte pueden contar por suyo los partidos más o menos liberales que en nombre de la unidad centralista a la francesa, han ahogado y destruido la antigua libertad municipal y foral de la Península, asesinada primero por la casa de Borbón y luego por los Gobiernos revolucionarios de este siglo.
Y digo y declaro firmemente que no me adhiero al centenario en lo que tiene de fiesta semipagana, informada por principios que aborrezco y que poco habían de agradar a tan cristiano poeta como Calderón, si levantase la cabeza.
Y ya que me he levantado, y que no es ocasión de traer a esta reunión fraternal nuestros rencores y divergencias de fuera, brindo por los catedráticos lusitanos que han venido a honrar con su presencia esta fiesta, y a quienes miro, y debemos mirar todos, como hermanos, por lo mismo que hablan una lengua española, y que pertenecen a la raza española, y no digo ibérica, porque estos vocablos de iberismo y de unidad ibérica tienen no sé qué mal sabor progresista (murmullos). Sí: española, lo repito, que españoles llamó siempre a los portugueses Camoens, afirmó que españoles somos, y que de españoles nos debemos preciar todos los que habitamos la Península Ibérica.
Y brindo, en suma, por todos los catedráticos aquí presentes, representantes de las diversas naciones latinas que, como arroyos, han venido a mezclarse en el gran Océano de nuestra gente romana.»