Un Siglo de Oro
José Ramón Ayllón
Félix Lope de Vega
Palabras de amor son también las de arrepentimiento, las que piden perdón a la persona amada. Es difícil concebir dos caracteres más opuestos que San Juan de la Cruz y Félix Lope de Vega, dentro del poderoso denominador común de su catolicidad sin fisuras y su indudable españolidad.
Lope, altísimo poeta y dramaturgo incomparable, nació en 1562 en Madrid, villa que había sido elegida por Felipe II como la capital del Imperio un año antes. Estudió con los teatinos y con los jesuitas, antes de pasar por las aulas universitarias de Salamanca y Alcalá de Henares. Como soldado, participó en dos campañas navales en las Azores e Inglaterra, y estuvo a bordo de una de las naves de la Armada invencible. Pero su vocación no eran las armas, sino las letras, a las que se consagró en cuerpo y alma durante toda su larga vida.
Junto a la cantidad y calidad de su producción, llama la atención su intensa y desordenada vida sentimental. Casado dos veces, dos veces viudo, sumó a sus mujeres cuatro amantes más o menos estables, con las que tuvo una docena de hijos. Durante años, en Toledo, mantendrá dos casas, dos familias, y para eso deberá trabajar a destajo.
En 1614, Lope de Vega será ordenado sacerdote y publicará Rimas sacras: un centenar de sonetos inspirados por la contrición, el arrepentimiento, la esperanza y la confianza en Dios.
Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño,
Tú que hiciste cayado de ese leño,
en que tiendes los brazos poderosos,vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.Espera, pues, y escucha mis cuidados,
pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados?
Aunque el sacerdocio no puso fin a las escaramuzas de Lope, el mujeriego incorregible luchará por levantarse una y otra vez. Morirá después de recibir la Sagrada Comunión, pidiendo a Cristo perdón con más lágrimas que razones. Algunos críticos que dudan de su sinceridad le acusan de cierta pose. Como no lo sabemos, preferimos el beneficio de la duda y pensar bien, dejando que el lector responda a esta pregunta: ¿Hubiera podido Lope escribir estos versos sin un amor a Dios tan grande como su oficio literario?
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno oscuras?¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!»¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!




