Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca

Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca

La Escuela de Salamanca en el Siglo de Oro

Suena la hora de España en la historia con ecos universales durante siglo y medio. A la recién reconquistada unidad política e histórica, sigue el acontecimiento extraordinario del descubrimiento del Nuevo Mundo, y a éste la preeminencia de la monarquía española y su expansión por los cuatro puntos cardinales. Las artes literarias y plásticas conocerán también ahora su mayor esplendor.

Pero hay algo más. La universidad española, con Salamanca a la cabeza, viene a desempeñar en el siglo XVI y buena parte del XVII un lugar semejante al que ejerció París en la segunda mitad del XIII. Será madre fecunda de universidades en América. Y antes será coronación del Renacimiento y cuna de las mejores cabezas de occidente al inspirarse en lo más valioso de la cultura cristiana medieval, mostrando así que la grandeza de la Modernidad no está en la revolución secularizadora.

Aunque las horas bajas de la historia española hayan relegado al olvido este acontecimiento singular, teólogos, juristas y humanistas, tras las huellas del Maestro Vitoria, afrontaron con la luminosidad y la grandeza de la libertad cristiana la novedad de los problemas morales, jurídicos y políticos que acompañaron al descubrimiento y colonización del Nuevo Mundo. Francisco de Vitoria y sus discípulos definirán para siempre los fundamentos del derecho internacional y realizarán la primera reflexión sistemática sobre los derechos fundamentales de la persona humana, una reflexión, hay que decirlo, aún no superada. El Siglo de Oro español brilló con un fulgor no igualado. Sectariamente silenciado por las mafias de la Historia, en él hubo algo más que Celestinas, Lazarillos y Alatristes.

Una universidad para su tiempo

El humilde fraile dominico al que se ha dado en llamar “el Sócrates español” fue un gran sabio pero ante todo un despertador de inteligencias que inauguró el movimiento filosófico-político más importante del siglo XVI europeo, vinculado a los importantes problemas antropológicos, morales, teológicos y jurídicos que sacudían a la Europa de la Modernidad: el descubrimiento de los pueblos americanos y la presencia de los occidentales en el continente recién descubierto, la formación de los grandes Estados autónomos en Europa, la progresiva debilitación de la idea del Imperio, las teorías políticas y antropológicas luteranas, el enfrentamiento de los pueblos en busca de un nuevo equilibrio, los derechos y libertades fundamentales de las personas y los pueblos, el valor de las cosas y la propiedad, las condiciones de legitimidad para la guerra, los límites del poder estatal y papal...

“Fue una contingencia que el descubrimiento lo realizara precisamente España; pero por ser una nación católica, esos problemas se plantearon desde un punto de vista moral, teológico y cristiano”, escribe el historiador del pensamiento G. Fraile. Testigos de excepción, los maestros de Salamanca, formadores de los primeros misioneros que evangelizarán América, de los teólogos que encenderán la luz de Trento, tenían clara conciencia de asistir al nacimiento de un nuevo orden mundial, y de que de su honestidad y esfuerzo intelectual dependía la identidad cristiana y el reconocimiento de la dignidad de los hombres y de los pueblos.

En los tratados de historia del pensamiento aparecen nombres como los de Maquiavelo, Bodino, Grocio, Hobbes, Locke, Rousseau, Spinoza, Kant, Hegel... Pero no debieran faltar los grandes ausentes: Francisco de Vitoria, el maestro de Salamanca; Domingo de Soto, Melchor Cano, el navarro Azpilicueta, Vázquez de Menchaca, Baltasar de Ayala, Juan de la Peña, Diego de Covarrubias, Bartolomé de Medina, Domingo Báñez, Mancio de Corpus Christi, Luis de Molina, Francisco de Toledo, José de Acosta, Juan de Mariana y el gran Francisco Suárez, punto culminante de la lista extraordinaria de los juristas y teólogos españoles que formaron parte de la Escuela de Salamanca y que brillaron después en otras universidades. Son éstos y no aquéllos los iniciadores de la doctrina del derecho natural, del derecho de gentes y de la teoría democrática verdadera del Estado. Son éstos y no aquéllos los que cimentaron con acierto la dignidad de la persona humana, sus derechos fundamentales y obligaciones consiguientes, la necesaria solidaridad entre las naciones y el sometimiento del poder y de la fuerza de los Estados a los principios del derecho y de la dignidad del hombre. No se puede olvidar que también formaron parte de este parnaso de la catolicidad humanistas como el Brocense o Fray Luis de León.

Testigos de excepción, los maestros de Salamanca, formadores de los primeros misioneros que evangelizarán América, de los teólogos que encenderán la luz de Trento, tenían clara conciencia de asistir al nacimiento de un nuevo orden mundial, y de que de su honestidad y esfuerzo intelectual dependía la identidad cristiana y el reconocimiento de la dignidad de los hombres y de los pueblos.

¿Conoce el lector alguna máxima potencia mundial que, en el momento más espléndido de su expansión, se replantee de forma tajante su posible legitimidad, y que se encomiende al juicio independiente de moralistas, juristas y teólogos, dispuesta a renunciar a ella si así lo dictaminan? Hay una respuesta: Carlos V convoca la Junta de Valladolid, en 1551, para examinar si existen títulos justos para la conquista de América. Serán los teólogos de Salamanca formados junto a Francisco de Vitoria los que examinarán la cuestión de forma luminosa y valiente. Y, a decir verdad, ni el Emperador ni el mismo Pontífice recibirán siempre halagos sobre el ejercicio de su poder temporal, presuntamente universal.

Como observa un docto historiador, refiriéndose a las intervenciones del maestro dominico en 1539, “con una libertad y una independencia intelectual admirables, bajo Carlos V, el soberano más poderoso del mundo, y ante un Papa que favorecía los intereses de su nación, Vitoria habla de la potestad del Emperador como si no fuese español, y de la del Papa como si no fuese cristiano, elevándose a la región de las ideas puras, en el que prevalecen los derechos de la verdad.” (G. Fraile) Ello no impedirá que el rey Carlos nombre a Vitoria teólogo imperial para el Concilio de Trento, al que, enfermo de muerte, no podrá acudir, siendo sustituido por su discípulo Domingo de Soto, quien será más tarde nombrado confesor del monarca.

El fundador y maestro: Francisco de Vitoria

Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca
En la universidad, el padre Vitoria desarrolla de forma sobresaliente su labor docente durante veinte años, hasta su muerte, con tan gran entrega que no tiene tiempo de publicar ni una sola de sus lecciones, tarea que quedará a cargo de sus discípulos, una extraordinaria corte de selectos. Consta que su exposición era admirablemente clara, elegante y luminosa.

Sólo la modestia del padre Vitoria explica que no nos haya llegado ni un cuadro ni una semblanza de su persona y origen. Posiblemente nació en Burgos, algunos creen que en 1483 y otros en 1492. Profesó en la orden de Santo Domingo, en plena aplicación de la reforma impulsada por Cisneros y la reina Isabel, y se formó en París, donde se licenció y doctoró con los mayores honores, haciéndose gran conocedor del pensamiento de Santo Tomás de Aquino.

Es profesor en el Colegio de San Gregorio de Valladolid de 1523 a 1526, año en el que obtiene por oposición la más importante cátedra de la Universidad de Salamanca. Vivirá en el Convento de San Esteban, que forjará durante generaciones grandes sabios, intrépidos y eficaces misioneros y obispos excelentes, de la mano del reformador Juan Hurtado de Mendoza, impulsor de una intensa vida intelectual y religiosa. Su monumental templo y su claustro son construidos precisamente en los años de estancia de Vitoria.

En la universidad, el padre Vitoria desarrolla de forma sobresaliente su labor docente durante veinte años, hasta su muerte, con tan gran entrega que no tiene tiempo de publicar ni una sola de sus lecciones, tarea que quedará a cargo de sus discípulos, una extraordinaria corte de selectos. Consta que su exposición era admirablemente clara, elegante y luminosa. Aunque será llamado a dictaminar sobre las obras de Erasmo y tendrá que ausentarse por algún tiempo de las aulas, toda su labor es consagrada a los claustros universitarios. En muy poco tiempo se convierte en el renovador de la teología en España. Su enseñanza se orientará hacia las cuestiones morales y jurídicas con un clarificador sentido práctico.

Era obligación de los catedráticos –de la que no pocos procuraban excusarse- exponer cada año en forma de conferencia ante la facultad o incluso ante todo el gremio de la universidad, una lección extraordinaria sobre un tema de su especialidad singularmente difícil o sobre alguna cuestión de actualidad, a petición de los alumnos. En el siglo XIII estas sesiones se denominaban Quaestiones quodlibetales, y el maestro indiscutible en París fue Tomás de Aquino. En el tiempo que nos ocupa se llamaban “Relecciones” y lo cierto es que no ofrecían mucho interés. Sólo se conservan cuatro anteriores a Vitoria. Pero el teólogo dominico, fiel a su obligación de profesor, las convertirá en las más famosas de todo el historial universitario salmantino, en esperados acontecimientos académicos y en enseñanzas que le darán fama en todas partes. Impartió quince en total, de las que dos se han perdido. Otras cinco no pudieron ser impartidas por su frágil salud. Sus discípulos copiaron las exposiciones con verdadero ahínco e interés, y por ellos se han difundido. No verán la imprenta en vida de su autor. Son uno de los monumentos más impresionantes de la sabiduría moral de todos los tiempos.

Las relecciones teológico-jurídicas

Las relecciones, esas magnas conferencias anuales ante la universidad en pleno, serán el mejor altavoz de Francisco de Vitoria. Consciente de la expectación que despiertan, escogerá o aceptará temas de la mayor vigencia, por espinosos que resulten. Así, en 1531 desarrolla su relección Sobre el matrimonio, con ocasión de las disputas suscitadas por el repudio de Enrique VIII de Inglaterra a Catalina de Aragón. Pero sus grandes relecciones teológico-jurídicas, de contenido y doctrina rigurosamente homogéneos, han hecho de Francisco de Vitoria el fundador del derecho internacional: Sobre el poder civil (1528), dos Sobre el poder de la Iglesia (1532 y 1533), Sobre el poder el papa y del concilio (1534), Sobre la templanza (1538), Sobre las Indias (I) y Sobre el derecho de la guerra (Sobre las Indias, II) (1539)

Las relecciones en las que expresa su postura ante el conocimiento de diversos excesos cometidos en las tierras conquistadas en América, afirman que los indios no son seres inferiores, sino que poseen los mismos derechos que cualquier ser humano y son dueños de sus tierras y bienes. Este es el inicio del llamado Derecho de Gentes, germen y base del derecho internacional.

La cuestión de las Indias y la licitud de la conquista española

No mucho después del descubrimiento de América, la Corona española manda que se observen las llamadas Leyes de Burgos de 1512, que surgen por la preocupación de la Corona por el constante maltrato a los indígenas, de acuerdo a los informes de los padres dominicos.

Las ordenanzas se habían esforzado en establecer una minuciosa regulación del régimen de trabajo, jornal, alimentación, vivienda, higiene y cuidado de los indios en un sentido altamente protector y humanitario. Trataron de conciliar el derecho a conquistar América con la prevención de los abusos mediante, entre otras cosas, la creación de la encomienda. Esta figura jurídica tenía tres objetivos: de un lado, respetar la condición de súbdito libre del rey de España (esto es, no esclavo) del indio; de otra, evangelizar al indio, tarea que correspondía al colono a cargo de la encomienda; y finalmente explotar los territorios conquistados mediante el trabajo del indio, al que estaba obligado. Se prohibió terminantemente a los encomenderos la aplicación de todo castigo a los indios, el cual se reserva a los visitadores establecidos en cada pueblo y encargados del minucioso cumplimiento de las leyes. Las mujeres embarazadas de más de cuatro meses eran eximidas del trabajo. Se ordenó la catequesis de los indios, se condenó la bigamia y se les obligó a construir sus cabañas junto a las casas de los españoles. Se respetó, en cierto modo, la autoridad de los caciques, a los que se eximió de los trabajos ordinarios y se les dio varios indios como servidores.

Aunque el propósito era bueno, el resultado no lo fue. Simplemente legalizó una situación ya existente en la que el indio estaba obligado al trabajo forzado. Durante el reinado de Carlos V el debate se reavivó. El incumplimiento de las leyes en una multitud de casos, originó numerosas reclamaciones y protestas. Así, el obispo dominico Bartolomé de las Casas levantó un debate en torno al mal trato a los indígenas con las encomiendas. El propósito de Las Casas era abolirlas puesto que consideraba que se estaba degradando a los indios forzándoles a abandonar su medio natural, al tiempo que la introducción del dinero rompía sus estructuras sociales y comunales.

Las Leyes Nuevas de Indias (1542)

Carlos V convocó a una junta de juristas a fin de resolver la controversia. Muy respetado por su valía intelectual, las ideas del padre Vitoria fueron escuchadas en las Cortes, y en 1542 se promulgaron las Leyes Nuevas de Indias, que ponían a los indios bajo la protección de la Corona. 

Las Leyes Nuevas recordaron solemnemente la prohibición de esclavizar a los indios y abolieron las encomiendas, que dejaron de ser hereditarias y debían desaparecer a la muerte de los encomenderos actuales. Las principales resoluciones en beneficio de los indígenas fueron:

  • Cuidar la conservación y gobierno y buen trato de los indios.
  • Que no hubiera causa para hacer esclavos, ni por guerra, ni por rebeldía, ni por rescate, ni de otra manera alguna. Que los esclavos existentes fueran puestos en libertad, si no se mostraba el pleno derecho jurídico a mantenerlos en ese estado.
  • Que se acabara la costumbre de hacer que los indios sirvieran de cargadores, sin su propia voluntad, y que recibieran la debida retribución.
  • Que no fueran llevados a regiones remotas con el pretexto de la pesca de perlas.
  • Que los oficiales reales, del virrey para abajo, no tuvieran derecho a la encomienda de indios, lo mismo que las órdenes religiosas, hospitales, obras comunales o cofradías.
  • Que el repartimiento dado a los primeros conquistadores cesara totalmente a la muerte de ellos y los indios fueran puestos bajo la real Corona, sin que nadie pudiera heredar su tenencia y dominio.

Sin embargo, la promulgación de las Leyes Nuevas causó una sublevación de los colonos del Perú. En la corte española cundió la alarma y Carlos V fue convencido de que eliminar la encomienda significaría arruinar económicamente la colonización. Finalmente, en octubre de 1545, se suprime el capítulo donde se prohibía la encomienda hereditaria.

La Junta de Valladolid (1551)

Consecuencia de ello fue la convocatoria la célebre Junta de Valladolid (1551-1552) donde se enfrentaron las posiciones de Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda. Se utilizaron contra Ginés de Sepúlveda -que sostenía el derecho de guerra, la licitud del castigo armado a los idólatras, y que había quienes nacían “esclavos y siervos por naturaleza”- los argumentos de Vitoria sobre cuáles eran justos títulos para la conquista de América y cuáles injustos. Estos fueron los que finalmente prevalecieron en la Junta.

A partir de la publicación de las Nuevas Leyes de Indias, inspiradas en las relecciones de Vitoria, cesaron las guerras de conquista, a las que sustituyeron las armas de la persuasión y de la predicación evangélica. No es exagerado afirmar que la empresa colonial española en Filipinas estuvo ya plenamente informada por los principios de justicia y dignidad humana dictados por el padre Vitoria, y recogidos expresa y eficazmente por la Real Audiencia de Méjico y por las Ordenanzas de 1573 promulgadas por Felipe II.

La doctrina de Vitoria: el valor de la persona

La dignidad de la persona tiene un puesto central. El hombre es una persona racional, libre, moral, responsable de sus acciones, con un alma inmortal llamada a la finalidad trascendente del encuentro con Dios, donde hallará su perfección plena. De ese valor y realidad que es el ser humano se deriva el amplio cortejo de sus derechos y deberes, como individuo y como ciudadano. Nadie es esclavo por naturaleza.

Centrándonos en algunas de las aportaciones del maestro salmantino, destaca su concepción del hombre como persona. La dignidad de la persona tiene un puesto central. El hombre es una persona racional, libre, moral, responsable de sus acciones, con un alma inmortal llamada a la finalidad trascendente del encuentro con Dios, donde hallará su perfección plena. De ese valor y realidad que es el ser humano se deriva el amplio cortejo de sus derechos y deberes, como individuo y como ciudadano. Nadie es esclavo por naturaleza. Puesto que los indios son hombres lo mismo que los españoles, se les han de atribuir sin más discusión todos los derechos individuales, sociales y políticos inherentes al hecho de ser persona: libertad, propiedad, constituir Estados libres bajo sus legítimos señores, de los que no es lícito desposeerles sin haber mediado injuria grave que pudiera justificar la intervención armada.

Los derechos frente al poder y la fuerza

Vitoria es uno de los principales teóricos del concepto de guerra justa. En Sobre el derecho de guerra, analiza los límites del uso de la fuerza para dirimir las disputas entre pueblos. Es lícito hacer la guerra, pero la única causa justa para comenzarla es responder proporcionadamente a una injuria grave y sostenida contra el derecho del pueblo ofendido. Por tanto no es lícita la guerra simplemente por diferencias de religión, por el provecho del príncipe o para aumentar el territorio. Es célebre su crítica a los títulos ilegítimos aducidos para fundamentar los derechos de España sobre el Nuevo Mundo, y la exposición razonada de los títulos legítimos de acuerdo con el orden moral y el derecho natural y de gentes.

Estableció, en Sobre el poder civil, las bases teóricas del derecho internacional moderno, del cual es considerado el fundador, antes que Hugo Grocio. Fue uno de los primeros en proponer la idea de una comunidad de todos los pueblos fundada en el derecho natural, y no basar las relaciones internacionales simplemente en el uso de la fuerza. Mientras que Nicolás Maquiavelo consideraba al Estado como un ser moralmente autónomo (y que, por tanto, no podía ser juzgado según normas externas), en Vitoria encontramos que su actuación en el mundo tiene límites morales.

Siguiendo a Santo Tomás, el maestro salmantino argumenta que “el hombre no está sometido a la comunidad política según todo su ser y según todas sus cosas, mientras que todo lo que el hombre es, lo que puede y lo que tiene sí está ordenado a Dios”. Por eso nunca aceptará el sacrificio de la persona a la omnipotencia estatal. El hombre tiene deberes respecto de Dios, respecto de sus semejantes y también respecto de sí mismo: conservar su ser recibido, su vida y su integridad corporal, y tender a su perfección y último fin conforme a la norma de moralidad objetiva, que es el mismo Dios.

Maestro de generaciones

Su última relección data de 1543. Vitoria sólo podrá impartir algunas lecciones de forma aislada y en medio de esfuerzos sobrehumanos. La enfermedad, al parecer ciertas afecciones reumáticas muy dolorosas y demoledores ataques de gota, apareció con fiera intermitencia a lo largo de sus años de profesor. En 1544 sus alumnos se ofrecen a transportarle a hombros en unas andas -los días en que “de todo punto impedido, tullido y manco y sin poder menearse y cercado de gravísimos dolores”, podía no obstante impartir algunas lecciones-. La pintoresca procesión discurría desde el convento de San Estaban, atravesando el arroyo de Santo Domingo y salvando la empinada cuesta hasta el Estudio General, donde el maestro es recibido entre muestras de admiración, congoja y reverencia.

Los dos últimos años, hasta el día de su muerte, el 12 de agosto de 1546, serán de gran prueba para el maestro, prácticamente paralítico. Nombrado por el Emperador teólogo en el Concilio de Trento, en 1545, Vitoria, muy enfermo ya, contesta que está “más para caminar para el otro mundo que para ninguna parte de éste”, que no puede caminar desde hace un año y que, presa de agudísimos dolores ha de permanecer inmóvil, llevando ya “seis meses como crucificado en una cama.” Los testimonios son unánimes sobre lo heroico y virtuoso de su padecimiento hasta el final.

Vitoria será el maestro de generaciones de teólogos moralistas y de juristas que desarrollarán su enseñanza en las principales universidades de mundo, tanto en Europa como en América, y de obispos y de misioneros dedicados a la administración, la predicación y la evangelización.

Su labor docente durante veinte años convirtió la cátedra matutina de Teología, la principal de la universidad, en la más famosa cátedra de enseñanza teológica de España y, por entonces, de Europa. El Concilio de Trento, poblado por numerosos discípulos suyos, debe mucho a este modesto profesor dominico que no pudo asistir a sus sesiones.

Uno de los máximos genios del Renacimiento español, el padre Francisco de Vitoria merece con justicia ser incluido entre las más influyentes figuras de la universidad de todos los tiempos y de la modernidad europea.

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