San Junípero Serra

Y la evangelización de California en el S. XVIII

Dr. Javier García-Valiño Abós

San Junípero Serra
Monumento a san Junípero Serra en la plaza de San Francisco de Asís en La Habana (Cuba)

Es muy honda, notable y hermosa la huella de España en los Estados Unidos de América, y de un modo particular en California. La hispanidad en ese Estado de la Unión tiene profundas raíces y ha pervivido hasta hoy. Esas raíces nos hablan de fray Junípero Serra (1713-1784), un franciscano y misionero español que recorrió toda la California, evangelizando y fundando misiones en las que los indígenas eran acogidos y tratados con humanidad, recibían el tesoro de la fe cristiana y podían aprender diversos oficios, ampliando su horizonte humano, espiritual, económico y cultural.

Esas misiones fueron el germen de las principales ciudades y pueblos de California, en las que pervive la memoria de aquel hombre audaz e intrépido que, predicando a los indígenas, esparciendo la semilla del Evangelio en extensos territorios de agreste naturaleza y, recorriendo miles de kilómetros a pie y en caballerías, difundió también lo mejor de la cultura hispana en América del Norte.

“Siempre adelante, nunca retroceder”

San Junípero Serra Ferrer nació en Petra (isla de Mallorca, España) el 24-XI-1713 y falleció en la misión franciscana de Carmel, en Monterrey (Estado de California, USA), el 28-VIII-1784, a los 71 años de edad.

Fray Junípero fue beatificado por Juan Pablo II en Los Ángeles, el 25-IX-1988; y canonizado por Francisco en Washington, en la Basílica de la Inmaculada Concepción, el 23-IX-2015.

Era hijo de Antonio Serra y Margarita Ferrer, una familia cristiana y campesina que lo envió al convento de San Francisco en Petra para cursar los estudios primarios, y luego al convento franciscano de Palma, donde ingresó como novicio en 1730 (a los 17 años). Fue entonces cuando cambió su nombre por el de Junípero, en recuerdo de uno de los discípulos más humildes del santo de Asís.

Fraile franciscano, filósofo y teólogo, sus primeros años de formación fueron en los conventos franciscanos de Petra y Palma de Mallorca. Instruido y guiado por maestros de su orden, el joven fraile adquirió una sólida formación humanística, filosófica y teológica. Dedicó una gran parte de su vida al estudio, la enseñanza y la predicación en la isla de Mallorca. Discípulo y comentador del maestro franciscano Juan Duns Escoto (1266-1308), ocupó la cátedra de Teología escotista en la Universidad Luliana de Palma de Mallorca.

Junípero vivió su vocación franciscana de un modo original y creativo, integrando dos aspectos o dimensiones que pueden parecer difíciles de conciliar: por un lado, su vocación intelectual y docente; por otro, su vocación apostólica y misionera.

Quería ser misionero y sentía la llamada de América, aunque lo que más deseaba era predicar a los indios americanos y convertirlos a la fe cristiana, y no paró hasta que sus superiores le dieron permiso para ir al Nuevo Mundo. Contaba con 35 años de edad cuando pudo ver cumplidos sus deseos de viajar a tierras americanas e iniciar lo que sería la gran empresa de su vida: evangelizar y colonizar la Alta California, el actual Estado de California incluido en los Estados Unidos. Por esas fechas, y tras mucho insistir, el fraile franciscano había obtenido el permiso de sus superiores y –sin dudarlo– salió de Mallorca en el primer barco que encontró. En Palma se despidió de sus hermanos de orden, el 13-IV-1749, y de sus padres lo hizo por carta para evitarles el dolor de la separación definitiva.

A partir de ese momento, su lema fue: “Siempre adelante, nunca retroceder”. «Junípero fue siempre adelante, porque el Señor espera; siempre adelante, porque el hermano espera; siempre adelante, por todo lo que aún le quedaba por vivir; fue siempre adelante», destacó el Papa Francisco durante la ceremonia de canonización. Sin duda, durante aquellos largos viajes misioneros por toda la California, Junípero recordaba y se inspiraba en las palabras de san Agustín de Hipona: «Si dijeses “basta”, estás perdido. Ve siempre a más, camina siempre, progresa siempre. No permanezcas en el mismo sitio, no retrocedas, no te desvíes» (Sermón 169, 15).

El viaje y la labor en México

Como un presagio de la áspera vida que le aguardaba, llena de dificultades y peligros, el viaje de Junípero hasta el puerto mexicano de Veracruz, acompañado de un grupo de frailes franciscanos y dominicos, casi le costó la vida. Hizo la travesía de Palma a Málaga en un paquebote inglés cuyo patrón, un furibundo anglicano, estuvo a punto de asesinarlo. En 1749, a la edad de 35 años, zarpó desde Cádiz hacia Nueva España como misionero franciscano, en una larga travesía marítima que lo llevó primero a San Juan de Puerto Rico y finalmente a Veracruz, en México.

De Veracruz a Ciudad de México hay unas cien leguas de camino, que fray Junípero recorrió andando. Una marcha que le dejó un pie llagado y dolorido para el resto de su vida, aunque esa secuela no le impediría terminar recorriendo más de 20.000 kilómetros por el inmenso territorio del virreinato de Nueva España, cuya frontera norte se extendía hasta los confines actuales de los Estados de Nevada y Montana.

En suelo mexicano se unió al colegio de misioneros franciscanos de San Fernando y en 1767 fue nombrado prior de las misiones franciscanas de la Baja California.

Dos años después llegará a lo que hoy es territorio estadounidense, para continuar con su labor evangelizadora. Posteriormente, esas misiones de la Baja California serán entregadas a los frailes dominicos, y todo el esfuerzo franciscano se volcará en la Alta California, que entonces era un territorio casi desconocido, poblado por unos cien mil aborígenes, agrupados en comunidades muy pobres que apenas disponían de recursos para subsistir y no conocían la escritura.

San Junípero Serra
Llegada y primera misión de fray Junípero en Monterrey, donde falleció el 28 de agosto de 1784

Misión evangelizadora en la Alta California

Hagamos un breve relato de la expedición misionera. Junípero y otros trece misioneros partieron del puerto de San Blas hasta Loreto, capital de la Baja California, en un intento de activar la presencia hispana hacia el norte. Fue por entonces cuando José de Gálvez, el delegado y visitador real enviado por Carlos III para reorganizar la frontera norte de Nueva España, y fray Junípero se reunieron en noviembre de 1768 en el poblado de Santa Ana. Un encuentro en el que se trazaron las líneas maestras de lo que sería la exploración y conquista de la Alta California. Gálvez propuso a Serra formar parte de lo que se conocería como la “Santa Expedición” al frente de un grupo de franciscanos. La expedición sería hacia San Diego, en la costa del Pacífico, con una compañía de soldados al mando del capitán Gaspar de Portolá.

Los soldados y misioneros españoles de la Santa Expedición, que se inició en 1769, llevaban semillas, ganado, herramientas, materiales de construcción. La empresa incluía un contingente terrestre y otro naval, y tenía un objetivo estratégico: ocupar la Alta California antes de que lo hicieran los rusos que, ya instalados en Alaska, avanzaban hacia el sur a lo largo de la costa del Pacífico. Tres barcos participaron en la expedición, aunque uno de ellos naufragó y murieron todos sus tripulantes. Los otros dos llegaron a San Diego, punto de encuentro previsto para reunirse con los expedicionarios que avanzaban por tierra. Este grupo había salido de Loreto dividido en dos compañías: una al mando del capitán Fernando de Rivera y Moncada; la otra, dirigida por el capitán Gaspar de Portolá.

Fray Junípero hizo este recorrido de más de 1.100 kilómetros, muy dolorido por la herida sin curar de su pie, y aprovechó el trayecto para fundar la misión de Velicatá, la más septentrional de la Baja California.

Desde San Diego, reunida toda la expedición, continuó hacia el norte en hacia la bahía de Monterrey, que el navegante español Sebastián Vizcaíno avistó por primera vez en 1603. La corona española tomó formalmente posesión de ella el 3 de junio de 1770.

Fray Junípero Serra, impaciente por seguir avanzando, pidió permiso al capitán Pedro Fagés –sucesor de Portolá– para continuar el viaje hacia el norte. Pronto surgieron discrepancias entre Fagés y Serra. El oficial español no le permitía continuar hacia el norte. Para poder resolver el litigio y obtener el permiso necesario, Junípero pidió consejo, llevó el asunto a la oración y comprendió que lo mejor –y quizá la única vía– era tratarlo personalmente con el recién nombrado Virrey de la Nueva España: don Antonio María Bucarelli y Ursúa, lo cual le exigía emprender un viaje durísimo y extenuante hasta la capital del Virreinato: unos 2.200 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Este discernimiento se plasmó en una “determinada determinación” (según expresión de santa Teresa de Ávila): con “clara visión e infusible voluntad” (según expresión de Ortega y Gasset), Junípero se puso en camino, sin prisa pero sin pausa. Palou cuenta que fr. Junípero llegó a la capital mexicana el 6 de febrero de 1773 «muy cansado, desfigurado y flaco».

Antonio María Bucarelli y Ursúa, Virrey y Capitán general de la Nueva España
Antonio María Bucarelli y Ursúa, Virrey y Capitán general de la Nueva España (1771-1779)

Fray Junípero se entendió bien con Bucarelli, que le apoyó en todo y accedió a que la tutela y educación de los indios bautizados fuera competencia exclusiva de los misioneros. Durante varios meses, ambos proyectaron un plan para la exploración y colonización de la Alta California y la fundación de misiones, mientras llegaban noticias alarmantes de la aproximación de los rusos. Entonces el intrépido franciscano emprendió una travesía hacia el norte desde San Blas, con el navegante Juan Pérez, que tenía instrucciones de seguir explorando la costa californiana tras dejar a fray Junípero en Monterrey.

La primera de las misiones implantadas por Serra fue la de San Diego de Alcalá en 1769. A ésta siguieron otras veinte misiones a lo largo del “Camino real” que bordea el océano Pacífico en la Alta California. Nueve de ellas fueron fundadas personalmente por el mismo fray Junípero: San Carlos Borromeo de Carmelo (Carmel by the Sea, 1770), San Antonio y San Gabriel (1771), San Luis obispo (1772), San Francisco y San Juan Capistrano (1776), Santa Clara (1777), San Buenaventura (1782) y Santa Bárbara, que no pudo ver terminada. En ese período se fundaron también tres pueblos con talleres y almacenes, varios ranchos y cuatro “presidios” (cuarteles de frontera) en San Diego, Santa Bárbara, Monterrey y San Francisco. Con el tiempo, aquellas misiones y pueblos se convertirían en populosas ciudades como San Diego, Los Ángeles, San Francisco y Sacramento, que hoy mantienen viva la memoria de sus orígenes hispanos.

Así pues, con sus colaboradores y discípulos, fray Junípero prosiguió su avance hacia el norte siguiendo las pautas establecidas por la colonización hispana en otras regiones de América. La jornada en la misión estaba marcada por el repique de las campanas. Elegido un lugar, los frailes levantaban una capilla y algunas cabañas para alojarse. En las proximidades, solía construirse un pequeño fuerte custodiado por un pequeño grupo de soldados: una mínima guarnición militar, que servía de protección contra posibles ataques.

Los frailes eran conscientes de que lo primero que debían hacer era ganarse la confianza de los nativos; y, una vez lograda, les invitaban a establecerse en las cercanías de la misión y les instruían en la doctrina cristiana. Pero la actividad de los misioneros no se limitaba a la transmisión de la fe. Al mismo tiempo que la catequesis, los indígenas aprendían nociones de agricultura y ganadería, y se les proporcionaba semillas y animales, además de instruirles en oficios básicos como carpintería, herrería y albañilería. Las mujeres aprendían labores de cocina, costura y manufactura de tejidos. A cambio, los frailes establecían una clara ordenación de los tiempos de ocio y de trabajo, que obligaba a los nativos a vivir en comunidad bajo normas bien definidas.

Junípero siempre consideró que, en los territorios de misión, el poder civil y político debía estar subordinado a la finalidad evangelizadora, y eso le hizo chocar repetidas veces con los gobernadores de la Corona, como Pedro Fagés y Felipe de Neve.

La “hermana muerte” visitó a fray Junípero el día 28-VIII-1784, en plena actividad misionera (“con las botas puestas”), tras haber caminado hasta Monterrey después de visitar las misiones de Santa Clara y Santa Bárbara. Abandonó este mundo reconfortado con los auxilios espirituales de su amigo fray Francisco Palou. Al funeral acudió una muchedumbre de indios. Su vida de entrega, servicio y sacrificio no había sido en vano, sino fecunda: había merecido la pena. A los dos años de su muerte había veintiún poblados-misiones establecidos en California, que acogían a unos 6.000 nativos, la mayoría bautizados.

Los restos del audaz y fraile mallorquín, que tanto contribuyó a la difusión del Evangelio y de la hispanidad en un vastísimo territorio –entonces remoto e inhóspito–, están depositados en la basílica de la misión de San Carlos Borromeo del Carmelo. La sepultura recibió la visita y el homenaje personal del papa Juan Pablo II durante el viaje que él realizó a los Estados Unidos en septiembre de 1987, un año antes de la beatificación de Junípero. Su estatua se encuentra desde 1931 en el Capitolio de Washington, entre los personajes que más han contribuido a la forja de la nación norteamericana.

El “Camino real” de California

La mayoría de estas misiones son, en la actualidad, “Patrimonio cultural de la humanidad”, según declaración de la Unesco, y forman parte de una red viaria –un itinerario histórico-cultural– que recorre extensos territorios de Estados Unidos y México: el “Camino real” (The King's Highway) de la Alta California. Este itinerario fue la columna vertebral de la evangelización y la colonización española en ese territorio. Abierto por razones políticas, militares y religiosas, el Camino marcaba la ruta de penetración en un territorio que prolongaba los límites de la frontera norte del Virreinato de Nueva España, cuya capital era la Ciudad de México. Desde finales del siglo XIX y principios del XX, también fue una de las principales vías de comunicación del Estado norteamericano de California.

Compuesto por veintiuna misiones franciscanas distribuidas a lo largo de la costa del océano Pacífico –como hitos de un proyecto e itinerario de penetración civil y militar–, el Camino tiene una longitud de casi mil kilómetros. Entre las misiones existía una interdependencia de ayudas, coordinadas por el poder civil, y estaban separadas entre sí por unos 48 kilómetros, que era la distancia estimada de una jornada a caballo. A la sombra del Camino creció también el llamado “Caminito real”, formado por cinco “asistencias” –prolongación de misiones ya establecidas–, cuatro presidios militares y diez pueblos, emplazados a unas cuatro leguas de las misiones para no perjudicar a los indios.

Las misiones de California eran “instituciones de frontera” y desempeñaron un importante papel en la colonización hispana del oeste norteamericano. Solían incluir una iglesia con claustro anexo, celdas de frailes, fuente o pozo, cocina, almacenes, talleres, cabañas para los indios y cementerio. Con el tiempo, los franciscanos desarrollaron el cultivo de la vid y la elaboración de vino de manera sencilla. Cuando las uvas estaban maduras, las introducían en tinajas y las pisaban hasta sacarles el jugo, que luego se introducía y fermentaba en barriles traídos de España.

El viajero francés La Pérouse, que visitó California a finales del siglo XVIII, escribió: «La piedad española ha sostenido hasta el presente y con un alto coste estas misiones y estos presidios con la única finalidad de convertir y civilizar a los indios de estas regiones. Un sistema más digno de elogio que el de otros pueblos rapiñadores (...) que comenten impunemente las más crueles atrocidades)».

Así pues, Fray Junípero fue el principal impulsor de la evangelización de los indígenas de California: el fundador del sistema de misiones católicas en esa extensa región de América del Norte. En ellas, los indígenas escucharon la Buena Nueva y además encontraron la oportunidad de aprender oficios y técnicas que les permitieron salir de la pobreza y mejorar su vida.

Respondiendo a las protestas oportunistas de algunos líderes indígenas de California que, influidos por la “leyenda negra” (contra España) y la corriente indigenista, no reconocían la labor de fray Junípero en favor de los indígenas en aquella época, el Papa afirmó en su homilía de canonización: «Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos habían abusado de ella. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos».

Considerado uno de los “padres de la patria” americana en los Estados Unidos, es el único personaje español que figura, desde 1931, en el National Statuary Hall del Capitolio de Washington como uno de los hombres ilustres (dos por cada Estado) que, por su decisiva contribución a la nación, están inmortalizados con un monumento.

Un español universal

Hemos evocado la vida fecunda y lograda de un español universal; de un misionero audaz e intrépido que sembró la fe con pasión y difundió la hispanidad en América del Norte. Hoy podemos contemplarlo como un “signo de contradicción” y un estímulo para la “nueva evangelización”. Al evocar su figura y ponderar su labor en favor de los indígenas, podemos recordar los versos de Isaías:

«¡Qué hermosos son, sobre los montes,
los pies del mensajero que anuncia la paz,
que trae la buena nueva,
que pregona la victoria!» (Isaías, 52, 7).

Su vida y los frutos de su labor confirman la verdad de aquel verso de Virgilio: «Audentes fortuna iuvat»: la fortuna ayuda a los audaces (Virgilio, Eneida, X, v. 284). Ciertamente, «nada grande se ha hecho en el mundo sin pasión [“apasionamiento”: Leidenschaft]» (Hegel).

San Junípero Serra
Estatua de fray Junípero Serra en el 'National Santuary Hall'
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