La literatura

APRENDER A MIRAR PARA APRENDER A VIVIR

II. LA LENGUA LITERARIA

La lengua literaria es, en primer lugar, el material utilizado por el escritor para crear la obra de arte. Lo que es el color para el pintor, o el sonido para el músico, es la palabra para el poeta. Materia que ha de ser moldeada hasta producir el efecto estético buscado.

La belleza de la obra literaria no debemos encontrarla en el mundo de las ideas tan solo, sino en la expresión formal que para estas ideas inventa el escritor.

La belleza de la obra literaria no debemos encontrarla en el mundo de las ideas tan solo, sino en la expresión formal que para estas ideas inventa el escritor. Cuando Góngora amonesta a los amantes con estas palabras: “No os engañen las rosas que a la Aurora / diréis que aljofaradas y olorosas / se loe cayeron del purpúreo seno”, no se encuentra el mensaje poético en la idea desalentadora del desengaño total, sino en haber conseguido comunicárnoslo por medio del estremecimiento que provoca la imagen de esas rosas (¡las rosas!, el colmo de la belleza) con la doblez humana de la capacidad de engañar (¡hasta las rosas nos engañan!).

La lengua literaria, modalidad de lengua

El poeta (o el escritor) no se inventa para su propio uso un idioma distinto. El lenguaje utilizado lo extrae del material que le ofrece la len­gua general, de las mismas posibilidades del sistema. En ello se encuen­tra una de sus dificultades mayores. La misma palabra que empleamos para las funciones más utilitarias de la vida ha de ser la del poeta. Noso­tros lo hacemos como signo de la cosa o idea; el poeta para lograr con ella una evocación sensorial o desencadenar un movimiento afectivo.

Cuando nosotros hablamos de hortelanos, señalamos una profe­sión bien definida. Cuando Miguel Hernández dice «Yo quiero ser llo­rando el hortelano», hortelano sólo le sirve para sugerirnos la delicadeza, ternura, entrega con que quiere cuidar la tumba de su amigo, no como el sepulturero, demasiado funcional, sino como lo hace el hortelano con sus plantas.

La labor del poeta consiste en aprovechar los valores expresivos que poseen las palabras de lenguaje común de una manera sistemati­zada, hasta el punto de que por la reiteración de los mismos procedi­mientos o técnicas podemos hablar de que constituye una modalidad de lengua o una lengua especial de tipo sociocultural, propia de una comunidad dentro de la comunidad.

Cuando García Lorca crea el sorprendente verso: «Y el óxido sembró cristal y níquel», nadie puede negar que, aunque es rara la idea, la expresión pertenece al idioma castellano; es castellano. Sin embargo, solo en parte reconocemos que se somete al sistema o lengua. Para reconocer su aceptabilidad necesitamos situarla como realización dentro de una norma, la literaria, e incluso con rasgos que pertenecen al idiolecto de Lorca.

Si examinamos el verso de Lorca, observaremos que pertenecen a la lengua o sistema castellano: el sistema fonético fonológico empleado; la estructura sintáctica de la oración (enunciativa, simple, bimembre, transitiva, activa); la morfología de cada una de las palabras y las relaciones establecidas entre ellas (concordancia nominal y verbal etc.); y la forma léxica de cada palabra (óxido, níquel, cristal, sembrar).

Sin embargo, la idea que resulta del conjunto no pertenece a la realización común del idioma, sino a una lengua especial, que sólo en su contexto especial adquiere su aceptabilidad. La lengua literaria y su contexto nos recuerdan que el conjunto es una imagen visionaria; que sembrar es una metáfora; que níquel y cristal relacionado con óxido constituyen una contradicción científica al servicio de una paradoja expresiva. Todo ello para sugerirnos una sensación de abandono total, de desolación absoluta, al que hasta se herrumbró lo imposible: el níquel y el cristal.

En este conjunto encontramos algo que sólo pertenece a la lengua de Lorca: la combinación concreta de estas determinadas palabras es exclusiva del poeta, pertenece al idiolecto de Lorca. La capacidad metafórica, o visionaria, pertenecen a la norma. La creación de una metáfora o imagen tan original, al poeta.

La lengua literaria es una variedad muy peculiar del idioma, es una modalidad de lengua.

La función del lenguaje y la lengua literaria

Dentro de las llamadas funciones secundarias del lenguaje, distinguíamos la función poética. Decíamos entonces que consistía en emplear el lenguaje como objeto de contemplación estética: el mensaje en cuanto mensaje mismo.

De los ejemplos anteriormente citados, se infiere fácilmente lo que debemos entender. En ninguno de los versos anteriores el poeta busca la comunicación directa y útil. Si así fuese, el lenguaje ofrecería posibilidades menos complicadas. La rareza de los elementos combinados, o las impropiedades que, con respecto al lenguaje común, encierran, detienen nuestra atención en el enunciado mismo, y no sólo en la idea sugerida, en el cómo se nos dice tanto como en el qué, o mejor aún, en la manera como ese qué encuentra su expresión. Esas rosas engañosas, ese tierno hortelano, ese óxido en el níquel y el cristal desolando el ambiente, hacen poética o estética la idea que contienen.

La función expresiva o emotiva, sistematizada y ordenada exclusivamente para lograr ese fin, constituye la función poética del lenguaje.

Aunque sean cualidades deseables en toda expresión verbal, dice Lapesa, el lenguaje literario necesita especialmente poseer: claridad, propiedad, vigor expresivo, decoro, corrección, armonía, abundancia y pureza.

La lengua literaria, lengua ideal

Rafael Lapesa, en su Introducción a los estudios literarios, tras pre­sentar las oscilaciones de la lengua literaria respecto a la lengua familiar, acercamiento o alejamiento, reconoce que la lengua literaria debe   identificarse con el lenguaje ideal (la culta). Amplía y enriquece el vocabulario, contribuye a la fijación del idioma, y sirve de freno a las tendencias que precipitan la evolución lingüística.

En esta línea, aunque sean cualidades deseables en toda expresión verbal, dice Lapesa, el lenguaje literario necesita especialmente poseer: claridad, propiedad, vigor expresivo, decoro, corrección, armonía, abundancia y pureza.

  • Claridad: consiste en exponer la idea de manera que se eviten interpretaciones erróneas y solo dé a entender lo que el autor quiere decir. Contra la claridad peca la ambigüedad o anfibología, vicio de las expresiones que ofrecen duplicidad de sentido. Por ejemplo, la frase «quienes pretendían gobernar solo deseaban su bienestar» es anfibología, porque no sabemos si se trata del bienestar del pueblo o del particular de los que aspiraban a gobernarla. La ambigüedad intencionada se denomina equívoco, figura frecuente en los textos literarios ingeniosos.
  • Propiedad: empleo de las palabras que significan justamente lo que se pretende comunicar. Como diría un castizo, «llamar al pan, pan, y al vino, vino». No sirve la aproximación vaga, sino el término exacto.
  • Vigor expresivo: utilización del lenguaje para expresar con fuerza representativa lo que el escritor se propone. El mensaje se presenta más que a nuestro entendimiento, a nuestra imaginación: «la envidia está flaca porque muerde y no come». Lo abstracto (envidia) se representa mediante lo concreto y material (flaco, morder, comer).
  • Decoro: elimina todo aquello que suena a chabacano, grosero o contrario al pudor. Las palabras tabúes de la delicadeza, por ejemplo, se rigen por este principio. Lapesa cita el ejemplo de pobre y perro que al no ser gratas al gusto señorial del siglo XII eran sustituidas por menguado y can, respectivamente.
  • Corrección: cualidad que exige que se respeten las normas lingüísticas vigentes. Todos los vulgarismos morfológicos, fonéticos, sintácticos o léxicos son infracciones a la corrección.
  • Armonía: cualidad que resulta de emplear las palabras atendiendo, no solo a lo que dicen, sino a su sonoridad, aprovechando los elementos musicales que nos ofrece el lenguaje. Su vicio opuesto es la cacofonía, que llega a combinar las palabras hasta producir un efecto desagradable al oído.
  • Abundancia: riqueza en el empleo de las estructuras sintácticas o léxicas. Son sus contrarios la monotonía de estructuras y la pobreza de vocabulario.
  • Pureza: empleo de las voces y construcciones propias del idioma, sin injerencia de elementos extranjeros innecesarios. No todo término extranjero falta a la pureza del idioma. Debemos hablar de barbarismos siempre que se utilice un término extranjero por frivolidad, descuido o ignorancia.
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