El arte y la belleza

Introducción.
La efusividad de la experiencia estética lleva a que el ser humano, impactado y en cierto modo cautivado por el resplandor irradiante de lo real, se convierta en instrumento de la belleza misma y contribuya a recrearla mediante la expresión de sus sentimientos. Se ha dicho que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12, 34); pero esa sobreabundancia que alimenta la creatividad humana también se sirve de otros medios: líneas y colores, sonidos, palabras escritas o interpretadas, la edificación y disposición de ambientes y espacios acogedores… Y así es como surgen el poema, la escultura, la canción, el cuadro, el drama, el espacio humano creado por un edificio.
En su origen, la palabra “arte” significaba la actividad racional del hombre en toda su extensión. Poco a poco se fue asimilando a la actividad práctica y a la técnica, y de ahí viene, por ejemplo, la palabra “artificial” -lo producido por el ser humano- en contraposición con lo natural. Será tras el Renacimiento cuando se empiece a hablar de las “Bellas Artes” y éstas vengan a apropiarse del significado más específico que ha perdurado hasta hoy, el del arte como actividad humana que aporta belleza al mundo.
Pero más allá de las denominaciones, lo cierto es que, desde su origen en la historia y la prehistoria humanas, lo que hoy llamamos arte -en sus diversas manifestaciones- ha sido una actividad cuyo propósito no es el remedio de las necesidades urgentes de la vida -la utilidad- sino la obtención de un deleite mediante la expresión y transmisión de belleza.
El aspecto más esencial de la actividad artística es seguramente la transmisión de sentimientos. Dicha transmisión espolea y provoca, conmueve, sacando de la indiferencia. La sensibilidad del artista experimenta en primer lugar una emoción o inspiración, de su vivencia brota un afán creativo, y con su saber hacer y su originalidad, sirviéndose de ciertos recursos materiales, produce una obra “tocada” por la belleza que se ofrece a otros seres humanos.
A su vez, el artista se recrea a sí mismo de alguna manera -se cultiva y enriquece en cierto modo- al crear y expresar sus vivencias a través de la obra. Como Cervantes hace decir a Don Quijote: “cada uno es hijo de sus obras”; y esto bien puede aplicarse al artista y su creación.