Introducción a la Schubertiada

A cualquier melómano del siglo XXI le puede sonar el nombre de Schubert por algunas de sus obras más universalmente conocidas, como el Ave María o la Serenata. Si uno se deja atrapar por la belleza de sus melodías y se aventura a profundizar y escuchar algunas otras obras de este compositor, se habrá encontrado con sus nueve Sinfonías, sus Tríos y Cuartetos, o su famoso Quinteto de la Trucha.
Lo cierto es que este vienés contemporáneo de Beethoven fue extraordinariamente prolífico, pero la difusión de sus obras fue tardía y filtrada. Sus treinta y un años escasos de vida le bastaron para revolucionar el género del lied (canción alemana) y, de forma más sutil, el de la sinfonía. Escribió más de quinientos lieder y nueve sinfonías, a lo que hay que sumar cientos de danzas para piano, más de veinte sonatas, impromptus y momentos musicales para piano, numerosas obras de música de cámara, para piano a cuatro manos, dúos, tríos, cuartetos, quintetos; así como varias óperas y un gran repertorio de música sacra; y un sinfín de piezas que consolidan su lugar como uno de los compositores más versátiles y profundos de su tiempo.
Una obra vastísima, sí, pero que no tendría mayor valor sin la belleza y hondura que impregnan una inmensa mayoría de estas piezas. Ante semejante legado nos podemos preguntar cuáles fueron las principales fuentes de belleza que nutrieron su sensibilidad para plasmarlas en tan sublimes melodías.
Podemos destacar dos grandes claves que atravesaron su vida y su obra artística: La aceptación del sufrimiento transformado en belleza, y las relaciones humanas (familia y amigos). Estos elementos están plenamente reflejados en su obra, por lo que su legado musical no sólo nos ofrece gozo y diversión durante el tiempo de escucha, sino que nos puede dar claves de sentido para afrontar nuestra propia vida de manera profunda y trascendente.
Por un lado, el sufrimiento: Se ha destacado el tema de la muerte como un tema especialmente recurrente en el compositor. Esto no es algo tan excepcional si se tiene en cuenta el contexto en que se encontraba el compositor, pues en la primera generación romántica la fascinación por la muerte es omnipresente en el arte y, especialmente, en la literatura. El ejemplo más claro se encuentra en Goethe, autor recurrente para algunos lieder como El rey de los Elfos o Margarita de la Rueca.
Sin embargo, la perspectiva de Schubert no es enteramente trágica. El compositor se formó en un entorno católico desde la familia y la educación en los escolapios, lo que pudo favorecer una perspectiva de esperanza. Escribe en una carta a sus padres:
Envío mis mejores saludos a Fernando y a su mujer (…); se habrá sentido enfermo setenta y siete veces, y nueve veces habrá creído morir, como si la muerte fuera la cosa peor que nos puede suceder a los hombres. Si pudiera admirar tan solo una vez estas divinas montañas y estos lagos cuyo espectáculo amenaza con aplastarnos o con engullirnos, no tendría tanto apego a la despreciable vida humana; y consideraría una gran fortuna el poder confiar en la fuerza misma de la tierra para alcanzar una vida mejor. (Citado como se citó en Massin, 1977, p. 335)
Este fragmento es un pequeño ejemplo de cómo, a través de la admiración de la belleza de la creación, es capaz de salir de sí mismo, trascender el dolor y transformarlo en belleza musical. La vivencia de estas crisis humanas que transforman y condicionan su vida también se reflejan en su música.
El conocimiento acerca de quién era la persona-artista puede ayudar a entender su obra y viceversa: Schubert, a través de su música, nos hace partícipes de sus sufrimientos y de la manera en que se enfrentó a ellos. Él mismo escribe en su diario en 1818: “Jamás engañaré ni iré con sutilezas con los sentimientos de mi corazón; lo que hay en mí, lo doy tal cual y punto” (como se citó en Massin, 1977a).
Por otro lado, se ha difundido la imagen de un Schubert rodeado de amigos divertidos y despreocupados con tendencia a los excesos en la bebida. Sin embargo, Massin (1991) afirma que, aunque es verdad que estuvo rodeado de amigos y que en muchas ocasiones compartieron tragos alegremente, la amistad suponía algo muy serio para Schubert. El término que utilizan para referirse a él sus amigos es gründlich; concienzudo, profundo. La amistad adquiere para él un sentido cuando existe una comunión entre el arte y un medio común de conocimiento. Él mismo escribe en una carta a su amigo Schober en septiembre de 1824:
Ese tiempo en el que nos sentábamos juntos en un ambiente acogedor, y cada uno revelaba al otro sus hijos artísticos con timidez maternal, esperando el veredicto que el amor y la verdad pronunciarían, no sin algunas preocupaciones; ese tiempo en el que uno inspiraba al otro, y así un esfuerzo unido en lo más profundo de Hungría, en el que desgraciadamente me dejé atraer hasta la segunda vez, sin tener siquiera una persona con la que pudiera hablar una humilde palabra. (Traducción de versión original en Deutsch, 1956, p. 95).
Estas veladas de las que habla Schubert empezaron como reuniones de amigos que combinaban música, literatura y conversación en un ambiente de intimidad y respeto mutuo, fueron madurando y también ampliando el círculo. La obra de Schubert generaba fascinación a quienes iban a estas veladas para escuchar a ese hombrecillo de aspecto desgarbado y carácter más bien tímido. Sus amigos empezaron a llamarlas “Schubertiadas” y con ese nombre han pasado a la historia de la música.
Siguiendo en esta línea, la experta en el compositor Byrne Bodley (2023), profundiza en el significado de la amistad tal y como se percibía dentro del contexto romántico alemán. Estaba relacionado con una visión idealizada y espiritual de la amistad masculina que tiene su origen en los griegos, basada en el proceso de aprender a apreciar las grandes obras de arte y lograr la grandeza como artistas. La virtud y la verdad eran los principios de la amistad. Esto, en un ambiente católico, se potencia gracias a la apertura a la trascendencia.
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En este contexto de un Foruniver dedicado a los diferentes caminos de belleza, el encuentro final en clave de amistad, tomando como referencia las Schubertiadas, se puede prestar como un colofón que sintetiza de manera poética la vivencia de los días anteriores.
Que esta Schubertiada nos permita —como a él— mirar con otros ojos nuestro propio sufrimiento, valorar los vínculos que nos sostienen, y seguir creyendo que la belleza es uno de los caminos más seguros hacia lo más alto de lo humano.
