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Sólo se ve bien con el corazón

Leyendo El Principito de
A. SAINT-EXUPÈRY

Andrés Jiménez Abad


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Sólo se ve bien con el corazón

El Principito, de Antoine de Sant-Exupèry (1900-1944), es el libro más editado de cuantos se han escrito en el siglo XX y el libro francés más leído y traducido de todos los tiempos.Publicado en 1943 por primera vez,es la narración, en 27 breves capítulos, de un proceso espiritual. Adoptando la forma de un cuento, el narrador refiere en primera persona su encuentro en pleno desierto del Sahara con un misterioso niño, tras haber sufrido una avería durante una trave­sía aérea en solitario. Pero a cada paso, aquí y allá, brotan reflexiones personales acerca de la vida y su sentido.

No pretendo realizar aquí una exégesis literal del texto ni un análisis exhaustivo, sino una modesta recreación personal que pretende ser fiel a su espíritu, elaborada desde mis propias coordenadas vitales y con los comentarios de muchos de mis alumnos y de mis amigos a lo largo de casi cuarenta años. (Como muchos, leí por primera vez El Principito demasiado pronto, quizás; a los once años. Y, la verdad, no llegué a entenderlo demasiado. Me quedé, eso sí, con su amable imagen salpicada de simpáticos dibujos. Muchos años después, tras oír una referencia ocasional en una conferencia del profesor A. López-Quintás, volví a leerlo con otras claves, nacidas de mi experiencia personal... y descubrí la belleza interior que palpitaba en todas sus palabras. Desde entonces no he dejado de compartirla año tras año con mis alumnos de Bachillerato y con muchos de mis mejores amigos.) Siempre busqué al leer con ellos El principito una confrontación abierta y luminosa con nuestra propia vida.

Las obras de arte, en especial las que llamamos obras maestras, no dicen cosas. Sugieren, abren una visión o una emoción profundas y suscitan un eco en quien las contempla, un eco personal, nuevo. Como quien contempla por primera vez el mar... y el mar amanece para sus ojos. El espectador y el intérprete -en este caso el lector- recrean en su mundo interior lo que en él resuena de la obra. Por eso muchas veces la obra supera al autor, sin dejar de debérselo todo.

La lectura de esta obrita es en efecto un excelente marco para la reflexión acerca del sentido de la vida, del verdadero valor de las cosas, de las personas, de la amistad, del tiempo que se vive y del trabajo. Invita al descubrimiento de la oculta trascenden­cia de cada cosa, de la actividad humana, de cada rincón del mundo. Oculta, sí, porque "lo esencial es invisible a los ojos". Y es también una profunda pero comprensiva crítica al pragmatismo que tan a menu­do hace estéril la vida de muchos hombres y mujeres. Esas “personas mayores…”

Pero vayamos a las páginas de libro.

Asistimos a la narración de un proceso vital en el que destacan dos actitudes contrapuestas acerca de la realidad, representadas aquí por la mirada de “las personas mayores” por un lado, y la mirada propia de “los niños” por otro.

A una mirada superficial o pragmática chocará sin duda la dedicatoria:

A LÉON WERTH

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada. Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:

A LÉON WERTH, cuando era niño.


Va dirigida a Léon Werth (Léon Werth (1878-1955) fue un novelista, ensayista y periodista francés. En 1931 conoció a Saint-Exupéry y pronto se convirtió en su mejor amigo. Sería uno de los primeros biógrafos del autor de El Principito, quien también le dedicó su Carta a un rehén, que se publicó el mismo año 1943.), una persona que padece hambre y frío, pero cuya mayor necesidad -contra lo que cabría esperar a simple vista- no es de alimento y abrigo. Esta persona «tiene verdadera necesidad de consuelo», de un agua que es buena para el corazón... La vida no consiste en sobrevivir solamente, sino en saberse atendido, comprendido, aceptado, valorado.

Hay un genial toque de ironía en ese "esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños"; a un lector apresurado le arrancaría a lo mejor un leve esbozo de sonrisa, por lo chocante. Pero si nos paramos a pensar un instante, caeremos en la cuenta de que aquí se hace una observación algo severa hacia las "personas mayores", que supondrán que pocas cosas pueden aprender de los niños.


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