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Sólo se ve bien con el corazón

Leyendo El Principito de
A. SAINT-EXUPÈRY

Andrés Jiménez Abad

DOS MENTALIDADES, DOS MIRADAS

El argumento parte de una reflexión retrospectiva del narrador sobre su propia infancia, en la que la mirada asombrada y en apariencia ingenua del niño contrasta con la mentalidad utilitarista y pragmática de las personas mayores entre las que finalmente ha terminado por incluirse.

Alejado, no sólo en el tiempo, de su infancia, su existencia convencional y aburguesada le deja vacío: “Viví así, solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente". Cifra el sentido de su vida en el ejercicio profesional de la aviación, pero también su avión termina por fallar, dejándole tirado y solo en medio del desierto, «a más de mil millas de toda región habitada".

Perdido y con escasos recursos para sobrevivir, se produce el acontecimiento: la aparición de un niño, procedente al parecer de otro "mundo", un mundo pequeño e insignificante. El misterio profundo que le envuelve irá dejando paso paulatinamente, no sin altibajos, a una creciente sintonía interior entre ambos personajes.

Nos hallamos ante una alegoría en la que aparecen múltiples símbolos, paradojas e ironías. La más importante seguramente es la contraposición permanente entre los niños y las llamadas “personas mayores”. Pero, ¿qué significa aquí realmente ser una "persona mayor" y ser un "niño"?...

Veremos que se trata, como decíamos más arriba, de dos actitudes ante la realidad, de dos miradas o actitudes ante la vida. La mirada de las personas mayores, de la “gente seria”, representa la mentalidad utilitarista y pragmática que es propia de nuestro mundo contemporáneo. Fascinada por las apariencias, los números, el relumbrón y la eficacia, pero a la vez superficial, desesperada y cerrada a la trascendencia. Pero como es la actitud más general, se muestra como la más realista y “razonable".

En contraposición, la mirada de los niños simboliza una mirada abierta al ser de las cosas y a su razón de ser. Más allá de las apariencias, de la prisa o el afán de resultados y de éxitos, se centra en el valor de las cosas sencillas y cotidianas, en la amistar y en el amor desinteresados, en el trabajo bien hecho y realizado con espíritu de servicio... Es una mirada, una actitud, que nos lleva a descubrir que la felicidad, la plenitud a la que aspira todo ser humano, se alcanza por medio de la autodonación libre y amorosa.

Así como la mirada de las personas mayores es calificada como “razonable”, a la mirada de los niños se la identifica con la capacidad de "comprensión", con la hondura que va más allá de las apariencias, de lo que se ve a simple vista, y profundiza en lo esencial.

Los niños, no nos engañemos, no son quienes tienen una edad cronológica temprana, sino quienes, con independencia de sus años, mantienen una mirada inocente: limpia, honesta y sencilla. Hay, por desgracia, entre nuestros jóvenes, demasiados “adultos prematuros”.

«Todas las personas mayores han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan.) Corrijo, pues, mi dedicatoria: A Léon Werth, cuando era niño.»


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