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Sólo se ve bien con el corazón

Leyendo El Principito de
A. SAINT-EXUPÈRY

Andrés Jiménez Abad

SALIR DE UNO MISMO

El narrador había centrado toda su vida y su voluntad en un trabajo notable, el de aviador que, sin embargo, terminó por dejarle tirado, en una situación de precariedad vital. Su trabajo era su refugio y su último asidero en una vida gris, basada en el utilitarismo y en lo políticamente correcto. Sin embargo acaba por fallarle; y lo que venía siendo el “motor” de su vida se avería gravemente; se queda tirado y solo, como si estuviera en medio del desierto del Sahara, desesperado y en situación de urgencia extrema, sin recursos para subsistir (eso pensaba él): “Estaba a mil millas de todo lugar habitado y me quedaba agua apenas para ocho días…”

A su parecer, de esa supervivencia a toda costa dependía el sentido de su vida. La aparición del principito le irá haciendo ver poco a poco otra cosa muy diferente: que su sed, sobre todo, no era la del agua para beber… era una sed más profunda, la sed de su corazón, la irrupción en su vida de alguien singular, la necesidad de sentido.

Pero aún estamos en el principio de toda esta peripecia. Nuestro piloto, perplejo ante el misterio de la aparición del niño que se dirige a él en medio de esta situación crítica, de soledad y desmoralización, se ve obligado a satisfacer una demanda insólita: “-Por favor, dibújame un cordero”. De esta manera, el aviador -aunque el hecho le parecía absurdo al principio y no entendía nada- ha tenido que salir de sí mismo y de su apremiante situación, para satisfacer la exigente demanda de otra persona, dibujando corderos a su modo que no complacen al muchachito, hasta que termina dibujándole una caja con tres agujeros y le dice: “-El cordero que quieres está dentro”. A lo que el principito responde: “-¡Es exactamente como lo quería!”.

A veces, lo esencial no radica en las cosas, sino en el sentido de las cosas, ese sentido que no aparece a simple vista y que trasciende lo inmediato. No se trata de la materialidad del regalo, de lo que se ve a simple vista, sino del valor de la amistad o del amor que representa. El secreto de la amistad y del amor humano estriba seguramente en esto, en alcanzar la hondura del corazón del otro, desde el fondo de uno mismo. No tanto por lo que damos, sino porque nos ponemos a nosotros mismos en lo que damos. La amistad consiste en querer el bien del otro, en ofrecerle lo mejor que uno tiene. Decía Simone Weil que las mismas palabras -“te quiero”- pueden ser triviales o extraordinarias dependiendo de la profundidad de la que proceden y a la que se dirigen.

El cordero que ofrece el aviador al principito no es el que le hubiera gustado al autor, sino el que –portador de un sentido más profundo- el receptor precisa. Este cordero, símbolo de amistad, que le ha regalado el aviador será para el muchacho todo un tesoro. Muchas veces ni siquiera somos conscientes del valor de lo que damos a los demás, y son ellos los que nos hacen caer en la cuenta, justamente por su aprecio y por el valor que le atribuyen.


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