El arte y la belleza

El mármol se ha convertido en beso...
La obra de arte.
La obra de arte, más que repetir lo que ha experimentado el artista, sugiere algo de lo que éste sintió, pero dejando abierta a los intérpretes o receptores la posibilidad de vivir, en diálogo con lo expresado por el artista, una experiencia genuina propia, diferente a la de aquél.
El arte “recrea” la realidad. A veces, como decía Aristóteles, “imita” la naturaleza y su dinamismo efusivo; otras la reviste creativamente de luz, de encanto, de gracia, aunque no sin esfuerzo. El autor se asombra y mira con ojos creadores las cosas, los acontecimientos, y los humaniza; o bien resalta su esplendor semioculto brindándolos al corazón humano. Y entonces el ruido se hace música, el color vida, la piedra y el hierro edificio, el mármol beso, la palabra luz… De ello se podría aducir una infinidad de ejemplos.
PEDRO SALINAS
El poema.
Y ahora, aquí está frente a mí.
Tantas luchas que ha costado,
tantos afanes en vela,
tantos bordes de fracaso
junto a este esplendor sereno
ya son nada, se olvidaron.
Él queda, y en él, el mundo,
la rosa, la piedra, el pájaro,
aquéllos, los del principio,
de este final asombrados.
¡Tan claros que se veían,
y aún se podía aclararlos!
Están mejor; una luz
que el sol no sabe, unos rayos
los iluminan, sin noche,
para siempre revelados.
Las claridades de ahora
lucen más que las de mayo.
Si allí estaban, ahora aquí;
a más transparencia alzados.
¡Qué naturales parecen,
qué sencillo el gran milagro!
En esta luz del poema,
todo,
desde el más nocturno beso
al cenital esplendor,
todo está mucho más claro.
El poeta Pedro Salinas expone cómo “el mundo, la rosa, la piedra, el pájaro”, el beso o el mismo sol, adquieren una luz nueva, una milagrosa claridad en el “esplendor sereno” del poema, labrado y concebido en el arduo esfuerzo del proceso creativo.
La obra, una vez producida, posee además una existencia propia, independiente de la vida del artista -y a veces incluso de sus mismas intenciones- que brota de su lógica interna, de sus hallazgos, de las sugerencias que brinda al espectador. Puede incluso decirse que la obra supera a su creador en algún sentido, que en ella pueden captarse cosas que tal vez no pensó el autor expresamente. Por ello deberá ser valorada según su perfección específica -el logro efectivo de la comunicación o de la aparición en el espectador de unos sentimientos- y no tanto según la intención del autor, en muchos casos difícilmente reconocible. Permanece abierta a las múltiples resonancias que puede inspirar al espectador. Se cuenta que al compositor Robert Schumann le preguntaron en cierta ocasión qué significaba la pieza que había tocado; se giró de nuevo hacia el piano y, sin abrir la boca, volvió a tocarla. Eso era lo que significaba y sigue significando esa pieza…. Y “el que tenga oídos para oír, que oiga.”
La obra, si es genuina, lleva el sello y la impronta de su autor, pero no es su autor. Así, sabemos de geniales artistas que impregnan de belleza o rectitud sus creaciones artísticas, o que resuelven airosamente en la ficción situaciones complicadas, pero que en la vida real naufragaron estrepitosamente. ¿Acaso, por ejemplo, era Molière en su vida personal un gran conocedor del corazón humano, dado que creó a la admirable Celimena? De ser así, seguramente no se hubiera casado con la coqueta Armande Béjart, que tan desgraciado le hizo.
La experiencia interior del autor, personal, singularísima, se traduce a través del proceso creativo en una obra de potencial universalidad, al resonar con acentos peculiares, singulares también, en las diferentes subjetividades de quienes la contemplan y la hacen experiencia propia. En la película El cartero y Pablo Neruda (M. Radford, 1994), el protagonista, un sencillo cartero de pueblo que ha utilizado poemas del escritor para ofrecerlos a su joven amada, responde a la protesta del poeta: “La poesía no es de quien la escribe, es de quien la necesita.”
Una frase que contribuye a contrarrestar la arrogancia intelectualoide. "La poesía no es de quien la
La expresión y transmisión de sentimientos que el artista lleva a cabo mediante sus obras se realiza a través de recursos muy heterogéneos: palabras en la literatura, sonidos en la música, superficies coloreadas en la pintura… Cada uno de esos medios actúa en nuestra sensibilidad y presenta potencialidades expresivas diferentes. La peculiaridad de los mismos ha llevado a la clasificación y diferenciación de las “Bellas Artes”. No obstante, a pesar de la diversidad de sus medios de expresión, existe una unidad fundamental, una analogía entre las artes, que nos permite hablar “del arte” en general y concebirlo como una forma universal de expresión y comunicación.