Casa de muñecas
Henrik Ibsen
ACTO TERCERO - ESCENA I
KROGSTAD (Bajando la voz):
Cuando la perdí a usted, creí que me faltaba el suelo. Míreme: soy como un náufrago asido a una tabla.
CRISTINA:
Quizás esté próxima la salvación.
KROGSTAD:
La tenía ya, y usted ha venido a quitármela.
CRISTINA:
Yo he sido ajena a la cuestión, Krogstad. Hasta hoy no he sabido
que la persona a quien iba a substituir en el Banco era usted.
KROGSTAD:
Lo creo, puesto que me lo dice; pero ahora que lo sabe,
¿no renunciará al cargo?
CRISTINA:
No, porque a usted no le serviría de nada.
KROGSTAD:
¡Ah! ¡Bah! Yo, en el lugar de usted, lo haría de todos modos.
CRISTINA:
He aprendido a obrar juiciosamente. Me lo han enseñado la vida
y la dura necesidad.
KROGSTAD:
Pues a mí la vida me ha enseñado a no dar crédito a las palabras.
CRISTINA:
En eso le ha dado a usted una sabia lección, pero ¿cree usted en
los hechos?
KROGSTAD:
Tengo buenas razones para hablar así.
CRISTINA:
Yo también soy un náufrago asido a una tabla; no tengo a nadie a quien consagrarme, a nadie que necesite de mí.
KROGSTAD:
Usted lo ha querido.
CRISTINA:
No podía elegir.
KROGSTAD:
¿A dónde quiere usted ir a parar?
CRISTINA:
¿Qué le parece a usted si esos dos náufragos se tendieran la mano?
KROGSTAD:
¿Qué dice usted?
CRISTINA:
¿No vale más juntarse en la misma tabla?
KROGSTAD:
¡Cristina!