Saber mirar
Comentarios (0)

Casa de muñecas

Henrik Ibsen

TEXTO 11
CONOCERSE A SÍ MISMA


NORA:
Necesito estar sola para estudiarme a mí misma y a cuanto me rodea; así es que no puedo permanecer a tu lado.
HELMER:
¡Nora! ¡Nora!
NORA:
Quiero marcharme en seguida. No me faltará albergue para esta noche en casa de Cristina.
HELMER:
¡Has perdido el juicio! No tienes derecho a marcharte. Te lo prohibo.
NORA:
Tú no puedes prohibirme nada de aquí en adelante. Me llevo todo lo mío. De ti no quiero recibir nada ahora ni nunca.
HELMER:
Pero ¿qué locura es ésta?
NORA:
Mañana salgo para mi país... Allí podré vivir mejor.
HELMER:
¡Qué ciega estás, pobre criatura sin experiencia!
NORA:
Ya procuraré adquirir experiencia, Torvaldo.
HELMER:
¡Abandonar tu hogar, tu esposo, tus hijos!... ¿No piensas en lo que se dirá?
NORA:
No puedo pensar en esas pequeñeces. Sólo sé que para mí es indispensable.
HELMER:
¡Ah! ¡Es irritante! ¿De modo que traicionarás los deberes más sagrados?
NORA:
¿A qué llamas tú mis deberes más sagrados?
HELMER:
¿Necesitas que te lo diga? ¿No son tus deberes para con tu marido y tus hijos?
NORA:
Tengo otros no menos sagrados.
HELMER
No los tienes. ¿Qué deberes son ésos?
NORA:
Mis deberes para conmigo misma.
HELMER:
Antes que nada, eres esposa y madre.
NORA:
No creo ya en eso. Ante todo soy un ser humano con los mismos títulos que tú..., o, por lo menos, debo tratar de serlo. Sé que la mayoría de los hombres te darán la razón, Torvaldo, y que esas ideas están impresas en los libros; pero ahora no puedo pensar en lo que dicen los hombres y en lo que se imprime en los libros. Necesito formarme mi idea respecto de esto y procurar darme cuenta de todo.
HELMER:
¡Qué! ¿No comprendes cuál es tu puesto en el hogar? ¿No tienes un guía infalible en estas cuestiones? ¿No tienes la religión?
NORA:
¡Ay! Torvaldo. No sé exactamente qué es la religión.
HELMER:
¿Que no sabes qué es?
NORA:
Sólo sé lo que me dijo el pastor Hansen al prepararme para la confirmación. La religión es esto, aquello y lo de más allá. Cuando esté sola y libre, examinaré esa cuestión como una de tantas, y veré si el pastor decía la verdad, o, por lo menos, si lo que me dijo era verdad respecto de mí.
HELMER:
¡Oh! ¡Es inaudito en una mujer tan joven! Pero si no puede
guiarte la religión, déjame al menos sondear tu conciencia. Porque
¿supongo que tendrás al menos sentido moral? ¿O es que tampoco
tienes eso? Responde.
NORA:
¿Qué quieres, Torvaldo? Me es difícil contestarte. Lo ignoro. No veo claro nada de eso. No sé más que una cosa y es que mis ideas son completamente distintas de las tuyas; que las leyes no son las que yo creía, y, en cuanto a que esas leyes sean justas, no me cabe en la cabeza. ¡No tener derecho una mujer a evitar una preocupación a su padre anciano y moribundo, ni a salvar la vida a su esposo! ¡Eso no es posible!
HELMER: Hablas como una chiquilla. No comprendes nada de
la sociedad de que formas parte.
NORA:
No, no comprendo nada; pero quiero comprenderlo y averiguar de parte de quién está la razón: si de la sociedad o de mí.
HELMER: Tú estás enferma, Nora; tienes fiebre, y hasta
casi creo que no estás en tu juicio.
NORA: Por lo contrario, esta noche estoy más despejada y segura de mí que nunca.
HELMER:
¿Y con esa seguridad y esa lucidez abandonas a tu marido y a tus hijos?
HELMER:
Eso no tiene más que una explicación.
NORA:
¿Qué explicación?
HELMER: ¡Ya no me amas!
NORA:
Así es; en efecto, ésa es la razón de todo.
HELMER:
¡Nora!... ¿Y me lo dices?
NORA:
Lo siento, Torvaldo, porque has sido siempre muy bueno
conmigo... Pero ¿qué he de hacerle? No te amo ya.
HELMER (Esforzándose por permanecer sereno):
De eso, por supuesto, ¿también estás completamente convencida?
NORA:
Absolutamente. Y por eso no quiero estar más aquí.
HELMER:
¿Y puedes explicarme cómo he perdido tu amor?
NORA:
Muy sencillo. Ha sido esta misma noche, al ver que no se realizaba
el prodigio esperado. Entonces he comprendido que no eras el
hombre que yo creía.
HELMER:
Explícate. No entiendo....
NORA:
Durante ocho años he esperado con paciencia, porque sabía de sobra, Dios mío, que los prodigios no son cosas que ocurren diariamente. Llegó al fin el momento de angustia, y me dije con certidumbre: ahora va a realizarse el prodigio. Mientras la carta de Krogstad estuvo en el buzón, no creí ni por un momento que pudieras doblegarte a las exigencias de ese hombre, sino qué, por lo contrario, le dirías: «Dígaselo a todo el mundo». Y cuando eso hubiera ocurrido...
HELMER:
¡Ah, sí!... ¿Cuando yo hubiera entregado a mi esposa a la vergüenza y al menosprecio ...?
NORA:
Cuando eso hubiera ocurrido, yo estaba completamente segura de que responderías a todo diciendo: «Yo soy culpable».
HELMER:
¡Nora!
NORA:
Vas a decir que yo no hubiera aceptado semejante sacrificio. Es cierto. Pero ¿de qué hubiese servido mi afirmación al lado de la tuya?... ¡Pues bien!, ése era el prodigio que esperaba con terror, y, para evitarlo, iba a morir.
HELMER:
Nora, con placer hubiese trabajado por ti día y noche, y hubiese soportado toda clase de privaciones y de penalidades; pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado.
NORA:
Lo han hecho millares de mujeres.
HELMER:
¡Eh! Piensas como una niña, y hablas del mismo modo.
NORA:
Es posible, pero tú no piensas ni hablas como el hombre a quien yo puedo seguir. Ya tranquilizado, no en cuanto al peligro que me amenazaba, sino al que corrías tú..., todo lo olvidaste, y vuelvo a ser tu avecilla cantora, la muñequita que estabas dispuesto a llevar en brazos como antes, y con más precauciones que nunca al descubrir que soy más frágil. (Levantándose). Escucha, Torvaldo: en aquel momento me pareció que había vivido ocho años en esta casa con un extraño, y que había tenido tres hijos con él...
¡Ah! ¡No quiero pensarlo siquiera! Tengo tentación de desgarrarme a mí misma en mil pedazos.
HELMER (Sordamente):
Lo comprendo; el hecho es indudable. Se ha abierto entre nosotros un abismo. Pero di si no puede repararse, Nora.
NORA:
Como yo soy ahora, no puedo ser tu esposa.
HELMER:
Yo puedo transformarme.
NORA:
Quizá..., si te quitan tu muñeca.
HELMER:
¡Separarse..., separarse de ti! No, no, Nora, no puedo resignarme a la separación.
NORA (Dirigiéndose hacia la puerta de la derecha):
Razón de más para concluir. (Se va y vuelve con el abrigo, el sombrero y
una pequeña maleta de viaje, que deja sobre una silla cerca de la mesa).
HELMER:
Nora, todavía no, todavía no. Espera a mañana.
NORA (Poniéndose el abrigo):
No puedo pasar la noche bajo el techo de un extraño.
HELMER:
¿Pero no podemos seguir viviendo juntos como hermanos?
NORA (Poniéndose el sombrero):
Semejante tipo de vida no duraría mucho. (Poniéndose el chal sobre los hombros). Adiós, Torvaldo. No quiero ver a los niños. Sé que están en mejores manos que las mías. En mi situación actual.... no puedo ser una madre para ellos.
HELMER:
Pero ¿algún día, Nora..., un día?
NORA:
Nada puedo decirte, porque ignoro lo que será de mí.
HELMER:
Pero sea como sea, eres mi esposa
NORA: Cuando una mujer abandona el domicilio conyugal, como yo lo abandono, las leyes, según dicen, eximen al marido de toda obligación con respecto a ella. De cualquier modo te eximo, porque no es justo que tú quedes encadenado, no estándolo yo. Absoluta libertad por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Devuélveme el mío.
HELMER:
¿También eso?
NORA:
Sí.
HELMER:
Toma.
NORA:
Gracias. Ahora todo ha concluido. Ahí dejo las llaves. En lo que respecta a la casa, la doncella está enterada de todo... mejor que yo. Mañana, después de mi marcha, vendrá Cristina a guardar en un baúl cuanto traje al venir aquí, pues deseo que se me envíe.
HELMER:
¡Todo ha concluido! ¿No pensarás en mí jamás, Nora?
NORA:
Seguramente que pensaré con frecuencia en ti y en los niños y en la casa.
HELMER:
¿Puedo escribirte, Nora?
NORA:
¡No, jamás! Te lo prohíbo.
HELMER:
¡Oh! Pero puedo enviarte...
NORA:
Nada, nada.
HELMER:
Ayudarte, si lo necesitas.
NORA:
¡No! No puedo aceptar nada de un extraño.
HELMER:
Nora..., ¿ya no seré más que un extraño para ti?
NORA (Tomando la maleta de viaje):
¡Ah! Torvaldo. Se necesitaría que se realizara el mayor de los milagros.
HELMER:
Di cuál.
NORA:
Necesitaríamos transformarnos los dos hasta el extremo de... ¡Ay! Torvaldo. No creo ya en milagros.
HELMER:
Pues yo sí quiero creer. Di: ¿deberíamos transformarnos los dos hasta el extremo de ...?
NORA:
Hasta el extremo de que nuestra unión fuera un verdadero matrimonio. ¡Adiós! (Se oye cerrar la puerta de la casa).
HELMER (Dejándose caer en una silla cerca de la puerta y ocultándose el rostro con las manos):
¡Nora, Nora! (Levanta la cabeza y mira en derredor suyo). ¡Se ha ido! ¡No verla más!... (Con vislumbre de esperanza.). ¡El mayor de los milagros! (Se va).
CRISTINA:
Necesito trabajar para poder soportar la existencia. Toda mi vida, hasta donde alcanzan mis recuerdos, la he pasado trabajando. Era mi mayor y mi única alegría. Ahora me encuentro sola en el mundo, y advierto un vacío horrible. No pensar más que en sí misma quita todo atractivo al trabajo. Vamos, Krogstad, dígame usted por quién y por qué voy a trabajar.
KROGSTAD:
No le creo; eso no es más que orgullo de mujer que se exalta y desea sacrificarse.
CRISTINA:
¿Me ha visto usted alguna vez exaltada?
KROGSTAD:
¿Sería usted capaz de hacer lo que dice? ¿Conoce todo mi pasado?
CRISTINA:
Sí.
KROSTAD:
¿Conoce usted mi reputación, lo que se dice de mí?
CRISTINA:
Sí, lo he comprendido bien hace poco. Usted supone que yo habría podido salvarlo.
KROGSTAD:
Estoy seguro de ello.
CRISTINA:
¿No se puede reparar todo?
KROGSTAD:
¡Cristina! ¿Ha pensado usted bien lo que dice? Sí, lo veo en su cara. ¿De modo que tendría el valor ...?
CRISTINA:
Yo necesito alguien a quien servir de madre, y los hijos de usted necesitan madre. Nosotros también nos sentimos inclinados el uno hacia el otro. Tengo fe en lo que hay en el fondo de usted,
Krogstad... Con usted nada me asustará.
KROGSTAD (Estrechándole las manos):
¡Gracias, Cristina gracias!... Ahora es preciso que me levante a los ojos del mundo, y sabré hacerlo. ¡Ah! Pero me olvidaba... (La música ejecuta la tarantela).
CRISTINA (Escuchando):
¡Silencio! ¡La tarantela! ¡Váyase usted, váyase en seguida!

* * * *

Cristina y Nora en “Casa de muñecas”

Es habitual que en la obra de Ibsen “Casa de muñecas” los críticos centren su mirada en Nora, protagonista que por el trato y consideración de su marido y de su propio padre, al reducirla a un elemento decorativo o lúdico, a un objeto en este caso de lujo, a una muñeca, ha perdido conciencia de su propia valía, misión y dignidad personal. Sería un buen ejemplo de cómo reducir a alguien a mera satisfacción de necesidades materiales a cambio de compensar nuestras exigencias afectivas, sin tener en cuenta ni proyecto ni misión ni vocación personal. Disparate cuando no un crimen.

Tarde o temprano estallará el conflicto y más cuando Nora, “la ardillita” “la muñequita”, ha sido capaz de realizar un gesto extraordinario y secreto por salvar la vida de su marido. Contra toda norma social de entonces (1879), ella mujer, ha pedido un préstamo, falsificando la firma de su padre que acaba de morir. Toda la obra refleja una sociedad inauténtica e hipócrita. La religión es simple sociología. El qué dirán y las apariencias son más importantes que el obrar en conciencia.

Ella ha sacrificado gustos y caprichos y con fuertes privaciones está a punto de devolver la deuda. Pero Krogstad, el hombre que le facilitó la suma, trata de extorsionarla para que su marido le dé un buen puesto en el banco. Se desencadena el drama. Ante sus ojos aparece un marido egoísta y mezquino que no comprende su sacrificio. Decepcionada Nora, decide irse de la casa para encontrarse consigo misma. La decisión de Nora fue ocasión de disputas incluso violentas. Fácil resulta comprender que la obra se convirtiera en bandera de reivindicaciones feministas.

Yo he preferido detenerme y llamar la atención sobre un personaje secundario de mayor hondura y definición sicológica, Cristina. La antigua compañera del internado e íntima amiga desde aquellos años juveniles reaparece justo en el momento en que se desarrolla el drama.

Cristina es la antítesis de Nora. Nada ha conseguido sin sacrificio. Ha llegado a anteponer un matrimonio de interés a su amor juvenil por sacar adelante a sus padres y hermanos pequeños. Pero sabe que ni el trabajo ni el éxito económico o social son suficientes para dejar una vida colmada de sentido. Todo tiene que tener una finalidad. Ella ha aprendido que darse a los demás es la manera más cierta de encontrarnos a nosotros mismos.

Nora para encontrarse deja a los suyos, incluidos sus tres hijos. Cristina se entrega a los hijos ajenos para que tengan una madre. Cristina ha aprendido de la dureza del vivir a encontrar su mejor yo. Nora, vapuleada en su afectividad, corre el riesgo de alejarse de su identidad profunda para convertirse no en la persona que debía ser, sino en una Nora de signo contrario. Vale la pena pensar en estas palabras: “Ahora me encuentro sola en el mundo, y advierto un vacío horrible. No pensar más que en sí misma quita todo atractivo al trabajo”. Y yo añadiría: “y a la misma vida”. S.A.H.


En el Equipo Pedagógico Ágora trabajamos de manera altruista, pero necesitamos de tu ayuda para llevar adelante este proyecto


¿Por qué hacernos un donativo?

Esta web utiliza cookies. Para más información vea nuestra Política de Privacidad y Cookies. Si continúa navegando consideramos que acepta su uso.
Política de cookies