Encrucijadas de la carne y del espíritu
“Un lugar limpio y bien iluminado”, de Ernest Hemingway
Me vais a permitir que os traiga el fragmento final de un cuento de Ernest Hemingway. Vale la pena, sí, la pena, leerlo íntegro. En él encontraréis una síntesis perfecta de su visión de la vida y de su actitud ante la muerte. Nos permite entender el desenlace trágico que acabó voluntariamente con su vida en 1961.
Os pido disculpas si os extraña que en la revista La Verdad aparezca una parodia burlesca del padrenuestro y del avemaría. Quizás fuera mejor ignorar estas cosas. Lo he traído porque textos como este me confirman en la fe y me impulsan a dar gracias a un Dios, que frente a una nada abismal descorazonadora, sale a nuestro encuentro con los brazos abiertos como Padre amoroso, el de la parábola del hijo pródigo.
El cuento en apariencia es muy simple. Con fidelidad de grabadora, el autor reproduce la conversación de un camarero mayor con otro más joven; y la de este con un cliente viejo, de unos ochenta años, que todas las noches viene a beber coñac hasta emborracharse. Contemplamos lo que ven con realismo cinematográfico y escuchamos sus reflexiones. Sin embargo, en seguida caemos en la cuenta de que se nos está diciendo mucho más que lo escrito formalmente. Todo, -escenario, diálogos, ambientes-, se convierte en símbolo. Cada elemento resume y nos da a entender alguna de las diversas actitudes de la gente ante la existencia.
El título del cuento podría parecernos una cualidad del bar. Efectivamente destacaba por su limpieza y luminosidad. Terminada la lectura te das cuenta de que representa el estilo de vida de quienes exigen al atravesar este camino luz y limpieza en todo y poco más. En el párrafo final el camarero mayor dice: “Algunos vivieron en eso y nunca lo sintieron”. Pero él sabe más. Para él lo lamentable es que “todo es nada”.
Pasa un soldado acompañado de una muchacha. Parece que los busca la policía. “Debieran huir” “-Los guardias civiles lo recogerán -dijo uno de los camareros. -¿Y qué importa si consigue lo que busca?” Respondió el camarero mayor. Puede parecer una pincelada costumbrista extraída de la cotidianidad. Pero la última frase en el contexto del cuento vuelve a descubrirnos un nuevo sentido. Lo de menos para el viejo camarero es la amenaza dramática y hasta es posible que trágica. Lo importante es saber lo que buscamos, siempre en clave existencial, y conseguirlo.
El camarero joven representa otra actitud ante la vida. Él tiene una mujer, un trabajo, es joven y, sobre todo, tiene confianza. Cada minuto que pierde por culpa del viejo bebedor le hace perder la paciencia. Le confiesa al compañero y luego al viejo: “Debería haberse suicidado la semana pasada”. Una hora lejos de su casa es demasiado tiempo. El afán de cada día le mantiene en pie. El colega veterano sabe lo que le espera cuando pase el tiempo y llegue como él al final del recorrido. La actitud del camarero joven es válida. Lo malo es que carece, como tantos de nuestros contemporáneos, de una base sólida, de fundamento.
El personaje más prometedor es la sobrina del viejo borracho. Casi no nos deja ni saborear su fugaz presencia. Vista y no vista. Pero el camarero nos cuenta que impidió el suicidio de su tío al cortar la soga y alega como razón aclaratoria que lo hizo: “-Por temor de que se condenara su alma”. No queda claro si la de la sobrina o la del tío. En cualquier caso es la única referencia a una actitud en la que está presente la transcendencia y carga de valoración desinteresada los cuidados que presta la sobrina al tío.
El cuento tiene como coprotagonistas a los dos personajes mayores. El camarero es un filósofo que ha perdido sentido y esperanza. Su parodia del padrenuestro es tan demoledora como trágica. Encaja en el más puro existencialismo ateo: no espera nada, no cree en nada, no teme nada.
El viejo bebedor de coñac encarna en el obrar lo que el filósofo nocturno define en la teoría. Posee todo. Tiene muchísimo dinero, salud, un mínimo de dignidad. Le cuida atentamente la sobrina; pero carece de esperanza. No ha encontrado el sentido que da luz a la rutina vulgar de nuestra existencia.
En la encíclica Spe salvi, Benedicto XVI nos advirtió: “A pesar de los dioses, estaban « sin Dios » y, por consiguiente, se hallaban en un mundo oscuro, ante un futuro sombrío. «In nihil ab nihilo quam cito recidimus» (en la nada, de la nada, qué pronto recaemos), dice un epitafio de aquella época, palabras en las que aparece sin medias tintas lo mismo a lo que Pablo se refería. En el mismo sentido les dice a los Tesalonicenses: « No os aflijáis como los hombres sin esperanza »” Tal cual. El cuento concluye así:
“…Continuó la conversación consigo mismo mientras apagaba las luces. Es la luz por supuesto pero es necesario que el lugar esté limpio y sea agradable. No quieres música. Definitivamente no quieres música. Tampoco puedes estar frente a una barra con dignidad aunque eso sea todo lo que proveemos a estas horas. ¿Qué temía? No era temor, no era miedo. Era una nada que conocía demasiado bien. Era una completa nada y un hombre también era nada. Era sólo eso y todo lo que se necesitaba era luz y una cierta limpieza y orden. Algunos vivieron en eso y nunca lo sintieron pero él sabía que todo eso era nada y pues nada y nada y pues nada. Nada nuestra que estás en nada, nada sea tu nombre nada tu reino nada tu voluntad así en nada como en nada. Danos este nada nuestro pan de cada nada y nada nuestros nada como también nosotros nada a nuestros nada y no nos nada en la nada mas líbranos de nada; pues nada. Ave nada llena de nada, nada está contigo. Sonrió y estaba frente a una barra con una cafetera a presión brillante…”