Saber mirar
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Encrucijadas de la carne y del espíritu

Poética y metafísica

VALVERDE, José María Obras Completas 1. Editorial Trotta. Valladolid 1998. Páginas 64-65

Texto 4º LA VOZ DE JOSÉ MARÍA VALVERDE

José María Valverde

“Querría decir algo muy elemental y genérico; algo sobre el oficio de poeta. Por ejemplo que la poesía debe echar luz por encima de las cosas, pero no explicarlas, no resolverlas. Que la poesía debe dar voz a los anhelos perennes del corazón del hombre, pero que no es quien para aclarar sus vías de resolución; que es todo y es nada; que nos pone delante el ser sin hacérnoslo poseer en lo más mínimo. Y, por fin, que a la hora de escribirla y de leerla, la poesía se compone de poemas de curiosos objetos, como piedras, y los poemas de palabras, esas duras exterioridades, a las que nuestro orgulloso Yo logra tan difícilmente interesar y ablandar, dejándoles su huella impresa. “

ORACIÓN POR NOSOTROS LOS POETAS

Señor, ¿qué nos darás en premio a los poetas?
Mira, nada tenemos, ni aun nuestra propia vida;
somos los mensajeros de algo que no entendemos.
Nuestro cuerpo lo quema una llama celeste;
si miramos, es sólo para verterlo en voz.
No podemos coger ni la flor de un vallado
para que sea nuestra y nada más que nuestra,
ni tendernos tranquilos en medio de las cosas,
sin pensar, a gozarlas en su presencia sólo.
Nunca sabremos cómo son de verdad las tardes,
libre de nuestra angustia su desnuda belleza;
jamás conoceremos lo que es una mujer
en sus profundos bosques donde hay que entrar callado.
Tú no nos das el mundo para que lo gocemos,
Tú nos lo entregas para que lo hagamos palabra.
Y después que la tierra tiene voz por nosotros
nos quedamos sin ella, con sólo el alma grande...
Ya ves que por nosotros es sonora la vida,
igual que por las piedras lo es el cristal del río.
Tú no has hecho tu obra para hundirla en silencio,
en el silencio huyente de la gente afanosa;
para vivirla sólo, sin pararse a mirarla...
Por eso nos has puesto a un lado del camino
con el único oficio de gritar asombrados.
En nosotros descansa la prisa de los hombres.
Porque, si no existiéramos, ¿para qué tantas cosas
inútiles y bellas como Dios ha creado,
tantos ocasos rojos, y tanto árbol sin fruta,
y tanta flor, y tanto pájaro vagabundo?
Solamente nosotros sentimos tu regalo
y te lo agradecemos en éxtasis de gritos.
Tú sonríes, Señor, sintiéndote pagado
con nuestro aplastamiento de asombro y maravilla.
Esto que nos exalta sólo puede ser tuyo.
Sólo quien nos ha hecho puede así destruirnos
en brazos de una llama tan cruel y magnífica.
...Tú que cuidas los pájaros que dicen tu mensaje,
guarda en la muerte nuestros cansados corazones;
dales paz, esa paz que en vida les negaste,
bórrales el doliente pensamiento sin tregua.
Tú nos darás en Ti el Todo que buscamos;
nos darás a nosotros mismos, pues te tendremos
para nosotros solos, y no para cantarte.

SALMO DE LA MANO DE DIOS

¡Oh Señor!, Tú sostienes con tu mano
todos nuestros momentos, sin cansancio ni olvido:
cada instante nos sacas de la nada,
nos haces nuevamente,
concitando las mil casualidades
que hacen que un cuerpo vivo pueda seguirlo siendo.
...Y todo, ¿para qué? Para poder seguir
gastando vida y vida inútilmente,
para dar pasos vanos,
para volvernos contra la mano que nos alza,
para, lo que es peor, olvidarte, y sentados
en tu mano creer que nos lo somos todo.
Mas Tú no te fatigas
y a tus hijos mimados sigues soplando el fuego
sin dormir ni olvidarte del más bajo,
como todos de Ti...
Y eso no solamente es a nosotros,
en quienes te contemplas y quizá un día te amen.
Tú sostienes las miles de flores no miradas,
los ríos, aves y árboles; las olas y los vientos.
¡Oh cómo te desvelas atizando la lumbre
de un insecto que pudo lo mismo no haber sido!
Acudes de uno en otro:
de la piedra ignorada en el fondo del agua
al gusano que roe su madera,
como si eso pudiera serle contado un día.
Pienso el viento en el mar,
clamando en soledad siglos y siglos
—para dejarlo todo lo mismo que al principio—
desde el día que hablaste hasta el que calles.
¡Oh!, ¿cómo no te olvidas siquiera un solo instante,
pues que nadie te mira y nada ha de quedar?
Si yo toco una piedra,
Tú me la has sostenido durante miles de años,
velando cada día para que hoy estuviese.
¡Y tantas, tantas cosas,
tantos ríos corriendo sin descanso,
¡sin pararse a tomar aliento nunca,
¡tantos bosques y pájaros sin cesar floreciendo
por si algún día un hombre los mirase al pasar!
Sí; las cosas renacen de nuevo en cada instante
y ese bullir divino nos las hace ver vivas.
Vivas: o sea, alzadas
en vilo por la mano del Señor,
con temblor de su sangre.
Vivas: o sea, al borde de la muerte,
que se intuye debajo de esa mano,
si se apartara un día.
(En el fondo de vuestro corazón,
¿no teméis de las cosas
que puedan sepultarse de repente en la nada?)
Y la mano de Dios también está en la muerte.
Sabedlo bien: la muerte no es el olvido súbito
de la mano de Dios, por negligencia
que nos deja caer en los abismos
al quedar separados de su fuente de ser.
Eso no está en su amor.
Ved la muerte; mirad cómo Dios nos la endulza
y nos lleva hacia ella de la mano,
cómo nos la prepara antes, igual que un lecho...
Ni aun esos que tropiezan con una muerte fuera
estaban ese instante dejados de su mano...

SALMO DE LA TIERRA Y EL HOMBRE

Donde muera la nieve sin la huella del hombre,
Donde el viento no sepa lo que es un cuerpo en pie,
Donde llueva la luna sin ojos que la beban,
Donde canten los pájaros sin que los oiga nadie,

Donde el suelo esté virgen de la pisada humana
Y el aire aun no se sepa hecho para la voz,
¿presentirán las cosas que existimos nosotros
Por un íntimo hueco de angustia y de orfandaz

Solamente en nosotros pueden justificarse
Solamente en nosotros pueden saber qué son ;
Un hombre que cruzase de paso, por en medio,
Se lo diría todo, las dejaría en paz.

En nosotros descansa la impotencia del mundo;
Llenamos de sentido lo prisionero en sí,
Liberamos la muda cerrazón de las piedras,
Que, a través de nosotros, pueden tender a Dios.

Sin nosotros, el mundo está disperso y vano.
Sus torpes voces locas nos buscan al azar.
Los ocasos se queman en inútil derroche
Ante un campo sin nadie que sustituya al sol.

Latigazos del viento, voz obsesa del agua,
Exclamación del trueno por los vientos galopan
Sin sentido, dementes buscando unos oídos,
Balando como ovejas en busca del pastor.

¿Para qué los sonidos si el hombre no los oye?
Surcan constantemente los llanos solitarios
Sin palabras ni cantos, verdes escalofríos
De soledad, de angustia y de inutilidad.

¡Oh círculo cerrado del mundo sin nosotros!
Solo el hombre lo rompe, disparado hacia arriba,
Y arrastra en su entusiasmo la tierra revelada
Con el bendito engaño de que puede también.

¡Oh, sí, sí, el mundo es nuestro! ¡Dios nos lo ha dado todo!
Guardad dentro del alma esta áurea moneda
Del mundo; Dios estuvo afanado, absorbido
Seis días de los suyos en darnos pedestal-

En estaturas de hombre medía las montañas.
Según nuestras espaldas dio a la tierra sus formas.
Según nosotros hizo el lomo del caballo,
La carne de la fruta, la distancia del sol.

Aún el mundo pretende a veces ignorarnos.
Los bosques formidables se embozan en misterio;
Los montes nos aplastan los ojos, pero no:
Todo, todo nos sueña, nos espera, nos busca.

La tierra es carne nuestra. Se ha amoldado a los pies.
Nuestra huella está en todo. Hay cenizas de voces.
En el rumor del agua, y el viento ya ha aprendido
A hablar con nosotros, a querer decir algo.

Los árboles probaron nuestra sangre en su savia.
Nuestra carne ha encendido la sequedad del suelo.
¡Ay, mundo, como un perro, sin nosotros no vives,
Pues te hemos enseñado a soñar y a querer!

ELEGÍA DEL CUERPO

Oh pobre cuerpo mío
que llevo por el mundo como un perro
sumiso, flaco y triste;
cuerpo que me sorprende de improviso,
al volver de lo abstracto,
con su perfecto aplomo de cosa ya existente,
inevitable en todas sus llanuras y montes,
y que es cambiante y vago –¡oh cuerpo de mi infancia!-
como una flor exótica que aun en la mano crece.
Cuerpo a veces glorioso como un caballo alado,
Cuando tiene tensión de corzo en primavera;
Pero otras veces, cuerpo grotescamente a rastras,
Como una lata atada a la cola de un can.

Tú te vas apagando poco a poco
Hasta hacerte en los pies casi herramienta.
Oh máquina admirable
Que trabajas, sin sueño, para que en paz yo piense;
Como una madre que hace todo el trajín de casa
Para que la hija pueda estarse en el balcón.
No he de ser para ti ese caminante
Que al llegar a su hogar
Tira la rama que cortó en el bosque
Para apoyarse en ella.
Tú entrarás de mi mano a la región perfecta;
Tú, pobre cuerpo impuro,
A mitad del camino entre el ser y el no ser.

-Pero tiemblas; ¿qué tienes?, ¿qué te pasa?
Ah, ya lo sé, mi cuerpo;
No lo quieres decir, pero entiendo tu angustia.
Temes la eternidad,
La pureza exactísima e inmutable,
Para ti corrosiva; para ti
Tan dulcemente feo, hecho para unos días,
Cómodo en tu costumbre de ser siempre imperfecto.
Piensas la eternidad como un hielo sin mancha,
luminoso e inmóvil, pero frío;
tú, que logras estar caliente un poco
a fuerza de moverte y cambiar sin descanso.
Temes ser como un pobre que entrase en una fiesta.
Tú, amasado con tiempo, manojo de costumbres,
Y en que cada defecto está atado a mi nombre,
Temes el agua quieta de lo eterno,
Su belleza suprema en que todo se iguala;
Temes ahogarte en esta atmósfera purísima,
Temes morir en brazos de lo perfecto y único
Ser momia de cristal claro y helado.

Pero no, pobre cuerpo; no tiembles al andar,
Aunque sin decir nada, como un corcel sumiso.
Te salvarás de salto y serás luminoso.
No tengas miedo, no. Sí, también yo he temido
Que esa luz me consuma por completo
Y caiga destrozado, con los pulmones rotos,
En los llanos de Dios;
Y a veces he pensado, trémulo de infinito,
Que era mejor quedarse
Aquí, en la medianía del mundo, traspasados
Por la fecha larguísima del tiempo….
Pero no, pobre cuerpo.
Dios nos dará al entrar en sus dominios
El casco y la coraza de su soplo.
Seremos diferentes, claros, bellos,
Y seguiremos siendo nosotros, sin embargo…
Ea, vamos, mi cuerpo, no tengas más temor;
Mi pobre perro triste….

SALMO DE LAS ROSAS

Oh rosas, fieles rosas de mi jardín en mayo;
ya venís, como siempre, a reposar mi angustia
con vuestro testimonio de que Dios no me olvida.

Hubo un tiempo en que yo creí perdido todo.
Pero vuestra constancia no se enteró siquiera
y seguisteis viniendo a acariciar mi frente
y a decirme que el mundo seguía estando intacto.
Surgís difícilmente lentas, de dentro a fuera,
como torres de nubes que, imitando dragones,
se alzan en el ocaso, saliendo de sí mismas;
o como un sentimiento, tan nuestro y tan profundo,
que al subirlo a la boca va espeso del esfuerzo,
arrastrando en su parto los más hondos aromas.
¿Qué decís, qué decís, bocas de Dios infantes?
¡Cuánto trabajo os cuesta pronunciar la palabra
oliente y no entendida! Os morís, fatigadas,
cuando acaba, al decirla, vuestro oficio en la tierra.

Vuestra belleza es eso: morir, pasar al vuelo.
Vuestro aroma es la muerte. Y por eso enloquece.
Mas ¡qué importa morir cuando se ha sido, y tanto!
Yo os doy la eternidad que os quitaba el ser bellas.
Os tengo en mi recuerdo lo mismo que un libro,
evocándome mayos, muchachas y ciudades,
al hallaros de pronto, cuando paso las hojas.
Voy contando mis años por relevos de rosas.
De rosas repetidas, de eternidad de rosas
que me animan, diciéndome que el Señor sigue en pie.

ORACIÓN POR LAS ROSAS

¡Oh Señor!, Tú que acoges en Ti las rosas muertas,
guárdalas una a una para cuando yo vaya.
Las rosas, en su fuga, nos rozan con sus alas,
nos contagian de angustia mortal y de crepúsculo.
¡Oh cómo os vais llevando mi vida en vuestros brazos,
rumbo hacia Dios, hacia ese gran mar del universo!
Todas llevan un poco de mi vida al marcharse.
Si Tú no me las guardas no podré estar entero,
Señor, para gozarte...
Guárdalas. Lo merecen. Yo he de necesitarlas.
Han empapado mi alma igual que, desde un búcaro,
la penumbra de un cuarto.
Yo no quiero pedirte que no mueran las rosas.
La muerte es lo que anima su belleza infinita.
¡Mas no quiero morir en ellas poco a poco,
dejando que se lleven mi efluvio hacia la nada;
que se entierre con ellas mi sangre en primavera!
Y las rosas que han muerto sin que las haya visto
¿dejarás, ¡oh Señor!, que hayan vivido en vano?
Si por una tan sólo, todo se justifica...
Guárdamelas también, que en Ti lo encuentre todo.
¿No lo merecen ellas por sí mismas, acaso?
Han sido y han pasado, lo mismo que los hombres,
brotando a nuestro modo como unos chorros ciegos,
y han cumplido, sumisas, su efímero destino.
¡Ábreles otra vida en donde te perfumen,
en donde nunca pasen, lo mismo que los hombres!

RESUCITADO EN LA TIERRA

–Mucho tiempo he tenido un cuerpo triste,
e! traje de trabajo humano: ahora
voy estrenando e! traje de! domingo
que todos llevarán, resucitados.
El mío es e! primero: me lo pruebo
despacio, solitario, acostumbrándome
ante e! espejo inmenso de los montes
y e! mar y el cielo, atónitos, callados.
Los árboles, los pájaros, las piedras
se estremecen al verme: ¿ya es la hora
de encenderse también, dejar la queja,
su hundido afán, su llanto de materia,
y ser gloria final en mi reinado
para que e! mundo muera luego en paz?
Ya estaba encariñado con el otro
cuerpo: viejo, arrugado, con que e! alma
creció en acuerdo dulce de avenirse
a las miserias mutuas, apegándose
a cada rozadura de la vida
como en unos zapatos convividos.
Pero ahora le premio en nuevo ser.
Ésta es la misma barba que ha brotado
como la zarza en la vereda, intacta,
turbia de sol, de polvo y de sequía;
hoy es e! cerco de mi gloria, donde
se esfuma lentamente mi fulgor.
Aquí siguen mis pies, casi de leño
a fuerza de caminos, ya invadidos
de piedra, en callo duro, minerales
que entran por mi sustancia y me hacen árbol;
ahora la tierra en ellos se humedece
de cielo y luz, y aprende así a esperar.
Aquí tengo mi cuerpo, sordo y blanco,
como un pan escondido en la alacena,
mi ciudad minuciosa de canales
y plazas, y aire y jugos, siempre en vela:
laborioso, descansa y goza ahora,
buen obrero en su fiesta, y queda sólo
entregado a su hermosa perfección,
hecho un himno de huesos bien trabados,
y carne que parece de alma, a fuerza
de saberse hacer justa, en cada sitio,
como debe de ser: ya se ha hecho música,
un canto de colores y de espacio
que ante mi Padre siempre quedará.
Los ojos que me vieran, cegarían:
tendré que disfrazarme, y apagando
mi luz, saldré del bosque de mi gloria:
iré a comer con mis hermanos tristes
y así verán que no soy un fantasma,
un espíritu viudo entre las brisas.
Allí les dejaré mi testamento:
mi palabra en sus manos, que la esparzan,
el abrazo final, sin hablar casi:
no les deslumbre y mate mi secreto,
mis alas y mi risa de inmortal

LA MAÑANA

En la mañana, en su fino y mojado
aire, subes y vuelves a la casa,
con el latir de gente, y los trabajos;
te corona el rumor del mercadillo,
y el carpintero habrá sacado el pote
pegajoso a la puerta, y dará golpes,
y el triciclo de carga va llevando
la buena nueva, porque tú me llegas
con tu cesto, cargada de milagros;
te acompaña la leche, como un niño
que anda mal, que se tiende y que se mancha,
el queso, denso espacio de pureza
concretada y punzante, y el fulgor
antiguo del aceite, la verdura
aún viva, sorprendida mientras duerme,
las patatas mineras y pesadas
de querencia de suelo, los tomates
con fresco escalofrío; los pedazos
crueles de la carne, y un aroma
noble de pan por todo, y su contacto
rugoso de herramienta. Ya se inunda
mi faro pensativo de riquezas,
de materias preciosas; considero
la textura del vino y de la fruta,
estudio mi lección de olores: noto
que todo se hace yo porque lo traes
a entrar en mí, y estamos en la mesa
elevados, las cosas y nosotros,
en el nombre del mundo, como pobre
desayuno de Dios, a que nos coma.

PALABRAS PARA EL HIJO

VINIENDO ESTÁS, HIJO, ya tienes imperiosamente abierto tu hueco entre los días,
y me paro a pensar cómo tendré que decirte para pasarte lo que he vivido,
si todavía tus padres apenas sabemos hablar, saltamos por encima de las palabras,
y de la mano andamos, cruzando por largos silencios, como claros de bosque.

TAL VEZ TODO ES INÚTIL y la sangre camina bajo la voz, y nada se puede,
pero yo pienso y pienso en las cosas que todavía mal he aprendido,
y que tendré que enseñarte, porque ya no podré olvidar ni guardar silencio,
ni volver la espalda a lo que fue, para llegar más libre a la esperanza.

DESDE AHORA CUANTO MIRO me exigirá nombre con que poder contarlo;
ya no podré ser ojo mudo, pasmo sin pregunta, guardador de secretos,
y tendré que dejarme llevar por tu mano hasta la misma raya de la ignorancia,
dibujar exactamente a dónde llega el borde del agua de la materia oscura.

PROCURARÉ EMPEZAR POR DECIRTE el respeto que se debe a todas las cosas,
la seriedad de la tierra áspera y su peso húmedo, desmigado entre los dedos,
la admirable cerrazón de la piedra, secretamente conjurada consigo misma,
a veces en un guijarro caminante, como endulzado por el peso de la memoria.

Y LA MADERA DÓCIL, viniendo desde el olor y el viento a acurrucarse al calor de la mano,
que acaricia la sabiduría de las formas elementales de la silla y la mesa,
y el tesoro del metal, sus arbitrios industriosos, su cansancio oxidado, su esplendor
cuando con brillos fatídicos conquista su extraña vida de máquina palpitante.
También conviene amar y respetar todas las realidades de la vida humana, del trabajo humano, especialmente la de los más humildes. Y admirar el don de la palabra y la canción. Y el milagro del arte (describe, como ejemplo, un cuadro abstracto de Miró). También le informará de las últimas guerras, tan recientes (la segunda mundial hacía menos de una década). Nada le dirá, por el momento, de su madre, del amor de pareja. Lo conocerá por su propia experiencia..

QUERRÉ ACOSTUMBRARTE AL MURMULLO DE LA MULTITUD, a su ir y venir de hormigas con palitos,
para que te resignes y comprendas las profundidades de la rutina cívica,
la majestad de la vida misma en la sonámbula repetición del empleado,
el latir de lo más dulce en la humilde comparecencia de los insignificantes en sus sitios.

PERO TAMBIÉN TE ENSEÑARÉ LA PALABRA que, puesta junto a otra, arde con llama hasta el cielo,
y la canción que se adueña de nuestros huesos y gira y gira sola hasta iluminarnos,
y el poderío de una mancha roja cuidadosamente extendida sobre un cuadrado de lona,
hasta rozar genitalmente un azul que anochece por su parte, detrás del amarillo.

Y MUCHAS COSAS DEL HOMBRE, que hubiera callado para olvidar, guerras como otra luz de años enteros,
y los disparos de medianoche y el muerto de cada mañana en el descampado de las latas de mi barrio,
y el cañoneo lejano, viniendo, y el odio de casa en casa y las palabras en cuchicheo,
y las esperanzas y las desilusiones y las esperanzas, haciendo historia al repetirse.

DE TU MADRE JAMÁS HABLAREMOS; tardarás mucho tiempo en comprender
qué otras estrellas fueron las mías en la ventana nocturna de sus ojos,
cómo la encontré viniendo de pinares de sueños, de olas y canciones de niña,
cómo la convencí, y lo dejó todo, y cruzó un río desconocido, y estabas tú.

Los últimos versos nos introducen delicadamente en el tema religioso. Le hablará emocionadamente de Dios cuando el pequeño le formule preguntas sobre los misterios de la vida. Colocará sus tiernecitas manos sobre el mundo, y le referirá la historia de la Encarnación del Hijo de Dios. Respetuosamente, no le dirá mucho más, "porque no sé si mi palabra puede algo más que enseñárte a rezar y retirarse..."

Y CUANDO PREGUNTANDO LLEGUES AL PORQUÉ DE TODO, empezaré a contarte del último amor,
enseñándote a poner la mano sobre el mundo para que sientas su música de trompo,
la leyenda verdadera del Dios que tanto quiso a los hombres que nació con ellos;
porque no sé si mi palabra puede algo más que enseñarte a rezar y retirarse.

PATERNIDAD

Con niños por en medio, ya no hay modo
de que sienta temor de Dios, que tiemble
de aquel Yahvé del fuego y de la cólera
que llenó mi niñez de escalofríos.
Con este amor abyecto que me arrastra
por verles sonreír, con mi tormento
si algo les duele, el vértigo pensando
qué será de ellos luego, solos, torpes,
y sabiendo muy bien qué disparates
hizo Dios por nosotros, no hay manera
de temerle. Ya sé su punto débil:
es Padre, es Hijo en medio de hermanitos.
¿Cómo no he de abusar de mi confianza?
Pero a ellos no les hablo de eso: un día
empezarán a verlo con sus hijos.

II DESORIENTADOS - POR ALGO SE COMIENZA
En el principio

De pronto arranca la memoria,
sin fondos de origen perdido:
muy niño viéndome una tarde
en el espejo de un armario
con doble luz enajenada
por el iris de sus biseles,
decidí que aquello lo había
de recordar, y lo aferré,
y desde ahí empieza mi mundo,
con un piso destartalado,
las vagas personas mayores
y los miedos en el pasillo.
Años y años pasaron luego
y al mirar atrás, allá estaba
la escena en que, hombrecito audaz,
desembarqué en mí, conquistándome.
Hasta que un día, bruscamente,
vi que esa estampa inaugural
no se fundó porque una tarde
se hizo mágica en un espejo,
sino por un toque, más leve,
pero que era todo mi ser:
el haberme puesto a mí mismo
en el espejo del lenguaje,
doblando sobre sí el hablar,
diciéndome que lo diría,
para siempre vuelto palabra,
mía y ya extraña, aquel momento.
Pero cuando lo comprendí
era mayor, hombre de libros,
y acaso fue porque en alguno
leí la gran perogrullada:
que no hay más mente que el lenguaje,
y pensamos sólo al hablar,
y no queda más mundo vivo
tras las tierras de la palabra.
Hasta entonces, niño y muchacho,
creí que hablar era un juguete,
algo añadido, una herramienta,
un ropaje sobre las cosas,
un caballo con que correr
por el mundo, terrible y rico,
o un estorbo en que se aludía
a lo lejos, a ideas vagas:
ahora, de pronto, lo era todo,
igual que el ser de carne y hueso,
nuestra ración de realidad,
el mismo ser hombre, poco o mucho.


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