Encrucijadas de la carne y del espíritu
Texto 1º: Resonancias teresianas
Con el gracejo que caracteriza a nuestra Santa, pone Teresa al descubierto la gran tentación que nos acecha hoy desde los rincones más inesperados. No tenemos alma. Solo somos materia. Lo que llamamos espíritu tiene su ubicación en alguno de los lóbulos del poderoso circuito neuronal de nuestro cerebro. Ni Dios, ni conciencia, ni cielo. Todo está aquí. Todo termina aquí.
Nuestros científicos materialistas ignoran la configuración metafísica del ser humano. Santa Teresa con el vigor de su pluma nos lo advierte: “no nos imaginemos huecas”. Pues vacíos quedaríamos si nuestro espíritu, en vez de ser creación de Dios, nos quedásemos en emanaciones del prodigioso cerebro humano, o sea muerte, o sea nada. Encerrados en nuestra desesperanza. ¡Amor!, ¿qué amor?; cielo, ¿qué cielo”; ¿libertad? La que nos brinde nuestro determinismo; ¿Dignidad? La de un gato despanzurrado. La brújula del engreído hombre moderno ha perdido el norte. Magritte ya nos lo advirtió desde los años cuarenta del siglo pasado. O sea, máscara, apariencia, nada. Lo pintó en 1960
Yo me quedo con la Samaritana y con el agua que salta hasta la vida eterna. Sé que soy un ser fronterizo, hecho de materia y espíritu con tan prodigiosa sutura que el alma se manifiesta por medio de nuestra realidad carnal. Todo lo nuestro pasa por el cerebro y pone en marcha a nuestro cuerpo. ¿Pero todo nace en nuestro cerebro? ¿Es cauce o fuente, transmisor o generador? La conciencia de nuestro yo sobrevuela nuestra masa corporal. Nuestra identidad contempla como en espejo su figura cambiante y efímera. Estoy en ti pero no soy sólo tú. Esta es la contienda. Cruzados, esta es la cruzada en situación bélica de asedio. En juego está el ser lobo o ser hombre. ¿Nos quedamos a la espera con los brazos cruzados? Yo no. Voy a abrir un portillo secreto para que penetren las aladas huestes de la monja de Ávila. Escuchad en silencio recogido su vibrante arenga:
“ Ya sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está que adonde está el rey, allí dicen está la corte. En fin, que adonde está Dios, es el cielo. Sin duda lo podéis creer que adonde está Su Majestad está toda la gloria. Pues mirad que dice San Agustín que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí mismo. ¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad y ver que no ha menester para hablar con su Padre Eterno ir al cielo, ni para regalarse con El, ni ha menester hablar a voces? Por paso que hable, está tan cerca que nos oirá. Ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con gran humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre, contarle sus trabajos, pedirle remedio para ellos, entendiendo que no es digna de ser su hija.” (C.P.28, 2). No hay otra salida.