La familia, espacio sagrado de personalización
Móstoles (Madrid), 08-05-2010
Referentes de unificación
C).- El proceso de plena personalización va todavía más lejos. Siempre se lleva a cabo dependiendo de la relación que el sujeto va estableciendo con cuanto le rodea. Dependiendo de la forma en que “metaboliza” todas las realidades que le circundan y lo constituyen, incluyendo su propia existencia –especialmente su propia existencia-, su personalidad tendrá unos u otros perfiles. Pero para ello precisa de unos referentes de interpretación estables en torno a los cuales integrar significativamente la percepción de su realidad y, en consecuencia, poder tomar posición creativa ante la misma.
Uno de los problemas que presenta precisamente la denominada cultura posmoderna es su instalación en la disociación o en la atomización. No hay una realidad, sino que hay infinitas realidades. Cada una de ellas parece explicar su sentido por sí misma, lo que es tanto como decir que carecen de sentido, puesto que el sentido de algo siempre está fuera de sí mismo. El rechazo de toda trascendencia o finalidad fuera de la realidad misma conduce inexorablemente a su trivialización, a su temporalización, a la subjetividad y al relativismo. Lógicamente, a falta de algún referente estable de unificación, vale todo, Pero vale de momento, en una situación determinada y según el dictado de la subjetividad. Como en dicha subjetividad no cabe convicción alguna estable, el único dictado posible será el del deseo y el de la conveniencia.
Se presenta así el mundo de la realidad, en el cual se incluye la existencia personal, como un “puzzle” de infinitas piezas revueltas sin modelo. No hay manera de construir con las mismas el dibujo auténtico de la propia vida, sencillamente porque se ha negado la existencia y la posibilidad de dicho dibujo. Esto le convierte al hombre en un ser arrojado al mundo, el cual, a su vez, está dominado por el azar y por el absurdo. Hablar entonces del ser, realizarse, personalizarse, etc., es un sarcasmo. Lo único auténtico y coherente será exprimir hasta la última gota de placer el minuto presente. El problema surgirá cuando sobrevengan los minutos y las horas sin posibilidad de placer…, o cuando ya no queden placeres por exprimir. Es entonces cuando surge el hastío. No hay lugar sino para los euforizantes. Si el hombre no es más que este amasijo de insignificancias ¿qué valor tiene? Y si no tiene valor, ¿puede ser sagrado para alguien?
La personalización se va alcanzando en torno a una unidad de vida. Y esa unidad de vida solamente es posible cuando hay una cosmovisión suficientemente cohesionada. ¿Cuál puede ser el elemento aglutinador?
Sin duda son los valores. Cuanto más elevada es la valoración que el hombre hace de sí mismo y de la realidad, más unificada será la aludida cosmovisión, por cuanto, en la medida en que se distancia –trasciende- hacia arriba, tiene más posibilidades de percibir las unidades dispersas integradas como una totalidad.
He aquí por qué la familia cumple en prácticamente todas las culturas y en todos los tiempos la función de transmitir a las nuevas generaciones las cosmovisiones más significativas. Forma parte de la función ‘epigenética. Sería cruel, un auténtico maltrato moral, poner sobre la vida a un nuevo ser y decirle: “Te he dado una existencia, pero ésta no tiene ningún sentido. Te he dado algo que no tiene ningún valor. Te hemos condenado a una ‘pasión inútil’. Te hemos condenado a la frustración y a la neurosis”.
Esta función corresponde, sin lugar a dudas, de forma preferente a la familia. Es la única instancia social que, esencial y naturalmente, desea la felicidad de sus miembros por encima de cualquier otro deseo. Y como quiera que la felicidad está directa y estrechamente vinculada a los bienes y valores de sentido, será preciso, una vez más, no profanar este ámbito con imposiciones educativas desde ninguna instancia de poder; con ninguna imposición pseudo-ética, sea cual sea la vía, en nombre del bienestar; con ninguna sutileza manipulativa ni en nombre del bien común, ni en nombre del progreso, ni en nombre del consumo.
No se puede consentir la reducción al vacío del individuo por reducción al vacío de la familia, ya que el tal vacío siempre terminará llenado por quienes pretende cambiar la felicidad del individuo por el interés individual.