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San Juan de la Cruz

Plenitud de místico y de máximo poeta

2. VALORACIÓN GENERAL: VALORACIÓN TARDÍA DE UN POETA EXIMIO.

San Juan de la Cruz es unánimemente reconocido como máximo exponente en la poesía española y uno de los más grandes de la literatura universal. Sin embargo pasó inadvertido por los lectores en general hasta la segunda mitad del siglo XIX, excepto para el Carmelo descalzo y la minoría de seglares vinculada al Carmelo, que lo utilizaban como medio para su personal crecimiento espiritual. Fue Menéndez y Pelayo quien exaltó su obra nada menos que en su discurso de ingreso como miembro de la Real Academia de la Lengua en 1881. Así enmarcó a sus 26 años a nuestro sublime poeta. Su valoración sigue siendo punto de partida para posteriores estudios.

DISCURSO DE MENÉNDEZ Y PELAYO EN 1881
(Ingreso como miembro de la Real Academia Española de la Lengua)

“Pero aún hay una poesía más angelical, celestial y divina, que ya no parece de este mundo, ni es posible medirla con criterios literarios, y eso que es más ardiente de pasión que ninguna poesía profana, y tan elegante y exquisita en la forma, y tan plástica y figurativa como los más sabrosos frutos del Renacimiento.

Juzgar tales arrobamientos, no ya con el criterio retórico y mezquino de los rebuscadores de ápices, sino con la admiración respetuosa con que analizamos una oda de Píndaro o de Horacio, parece irreverencia y profanación. Y, sin embargo, el autor era tan artista, aun mirado con los ojos de la carne, y tan sublime y perfecto en su arte, que tolera y resiste este análisis, y nos convida a exponer y desarrollar su sistema literario, vestidura riquísima de su extático pensamiento.

La materia de sus canciones es toda de la más ardorosa devoción y de la más profunda teología mística. En ellas se canta la dichosa ventura que tuvo el alma en pasar por la oscura noche de la fe, en desnudez y purificación suya, a la unión del Amado; la perfecta unión de amor con Dios, cual se puede en esta vida, y las propiedades admirables de que el alma se reviste cuando llega a esta unión, y los varios y tiernos afectos que engendra la interior comunicación con Dios. Y todo esto se desarrolla, no en forma dialéctica, ni aun en la pura forma lírica de arranques y efusiones, sino en metáfora del amor terreno, y con velos y alegorías tomados de aquel divino epitalamio en que Salomón prefiguró los místicos desposorios de Cristo y su Iglesia. Poesía misteriosa y solemne, y, sin embargo, lozana y pródiga y llena de color y de vida; ascética, pero calentada por el sol meridional; poesía que envuelve las abstracciones y los conceptos puros en lluvia de perlas y de flores, y que, en vez de abismarse en el centro del alma, pide imágenes a todo lo sensible, para reproducir, aunque en sombras y lejos, la inefable hermosura del Amado…

Y todo esto es la corteza y la sobrehaz, porque penetrando en el fondo se halla la más alta y generosa filosofía que los hombres imaginaron (como de Santa Teresa escribió fray Luis), y tal que no es lícito dudar que el Espíritu Santo regía y gobernaba la pluma del escritor. ¿Quién le había de decir a Garcilaso que la ligera y gallarda estrofa inventada por él en Nápoles, cuando quiso domar por ajeno encargo la esquivez de doña Violante Sanseverino, había de servir de fermosa cobertura a tan altos pensamientos y suprasensibles ardores? Y, en efecto, el hermoso comentario que en prosa escribió San Juan de la Cruz a sus propias canciones nos conduce desde la desnudez y desasimiento de las cosas terrenas, y aun de las imágenes y apariencias sensibles, a la noche oscura de la mortificación de los apetitos que entibian y enflaquecen el alma, hasta que, libre y sosegada, llega a gustarlo todo, sin querer tener gusto en nada, y a saberlo y poseerlo todo, y aun a serlo todo, sin querer saber ni poseer ni ser cosa alguna. Y no se aquieta en este primer grado de purificación, sino que entra en la vía iluminativa, en que la noche de la fe es su guía, y como las potencias de su alma son fauces de monstruos abiertas y vacías, que no se llenan menos que con lo infinito, pasa más adelante, y llega a la unión con Dios, en el fondo de la sustancia del alma, en su centro más profundo, donde siente el alma la respiración de Dios; y se hace tal unión cuando Dios da al alma esta merced soberana que todas las cosas de Dios y el alma son una en transformación participante, y el alma más parece Dios que alma, y aun es Dios por participación, aunque conserva su ser natural, unida y transformada, «como la vidriera le tiene distinto del rayo, estando de él clarificada». Pero no le creamos iluminado ni ontologista, o partidario de la intuición directa, porque él sabrá decirnos, tan maravillosamente como lo dice todo, que en esta vida «sólo comunica Dios ciertos visos entreoscuros de su divina hermosura, que hacen codiciar y desfallecer al alma con el deseo de lo restante». Ni le llamemos despreciador y enemigo de la razón humana, aunque aconseje desnudarse del propio entender, pues él escribió que «más vale un pensamiento del hombre que todo el mundo», y estaba muy lejos de creer permanente, sino transitorio, y de paso, aquel éxtasis de alta contemplación del cual misteriosamente cantaba:

Podemos decir que su valoración definitiva estuvo reservada al siglo XX, me refiero siempre a su condición de poeta y no a la de tratadista místico teológico, que siempre gozó de reconocimiento máximo aunque con detractores. De su poesía hizo fortuna la expresión de Don Marcelino que reconocía al leer sus poemas que entraba en ámbitos sagrados por los que se percibía que Dios mismo había estado allí. Dámaso Alonso uno de sus máximos estudiosos, declaraba y aún subtitulaba sus libros con la aclaración “desde esta ladera” En esta estela en que habían destacado críticos tan reconocidos como Emilio Orozco, Víctor García de la Concha o el inolvidable en tantos sentidos Lázaro Carreter y tantos otros que han contribuido a ir desvelando el misterio de esas poesía-canciones prodigiosas. Tan sólo no he podido soportar a quienes han pretendido aplicar a estas obras la técnica de psicoanálisis. Siempre me han parecido que tienen la habilidad de convertir un jardín de azucenas en un lodazal hediondo. Nada más opuesto al limpio corazón de San Juan de la Cruz.


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