Saber mirar
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San Juan de la Cruz

Plenitud de místico y de máximo poeta

INTRODUCCIÓN

Como los antiguos caballeros que al entrar en combate en los torneos elegían una divisa o lema, elijo yo como síntesis de lo que me gustaría deciros estos versecillos del mismo San Juan de la Cruz:

Entréme donde no supe
Y quedéme no sabiendo,
Toda ciencia trascendiendo.

1. TODA LA AVENTURADA VIDA DE SAN JUAN DE LA CRUZ SE PUDE RESUMIR EN SU POEMA DE TIPO TRADICIONAL:

EL AZOR DE MÁS ALTO VUELO

Tras de un amoroso lance
y no de esperanza falto
volé tan alto tan alto
que le di a la caza alcance.

Para que yo alcance diese
a aqueste lance divino
tanto volar me convino
que de vista me perdiese
y con todo en este trance
en el vuelo quedé falto
mas el amor fue tan alto
que le di a la caza alcance.

Cuanto más alto subía
deslumbróseme la vista
y la más fuerte conquista
en escuro se hacía;
mas, por ser de amor el lance
di un ciego y oscuro salto
y fui tan alto tan alto
que le di a la caza alcance.

Cuanto más alto llegaba
de este lance tan subido
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba
dije: No habrá quien alcance.
Abatíme tanto tanto
que fui tan alto tan alto
que le di a la caza alcance.

Por una extraña manera
mil vuelos pasé de un vuelo
porque esperanza de cielo
tanto alcanza cuanto espera.
Esperé solo este lance
y en esperar no fui falto
pues fui tan alto tan alto,
que le di a la caza alcance.

En una lectura desde una Teología de la historia de nuestra Historia Moderna y contemporánea encontraríamos en estos versos la réplica a lo que ha sucedido como desenlace de la rebeldía del hombre que quiso ser la medida de sí mismo y que como suelo resumir ha provocado que de nuevo el hombre haya sido echado del paraíso que quiso construirse sin Dios. “Aquí yace Altazor, azor fulminado por la altura” Es un verso del poeta chileno Vicente Huidrobro en el que se cantaba al hombre que es capaz de atreverse a todo y que termina en un fracaso radical.

Cuando leo “azor fulminado por la altura” me viene al recuerdo el mito de Ícaro, aquel joven audaz y temerario que, desoyendo los consejos de Dédalo, su padre, se atrevió a elevarse hasta las proximidades del sol. Menospreció que tenía sujetas las alas con cera. El calor las derritió y cayó violenta y trágicamente al mar. Dédalo representa la capacidad del ser humano de hacer progresar la ciencia y la técnica y de esta manera dominar la tierra para mejorar la vida de la humanidad. No olvidemos que en el mito griego, Dédalo inventó las alas para huir de un laberinto que no tenía más escapatoria que la del cielo. También es verdad que el laberinto lo construyó Dédalo puesto al servicio su saber del tirano de turno. Es el riesgo. La prudencia del padre contrasta con la imprudencia del hijo, otro azor fulminado por la altura.

En la cultura moderna la altura es de naturaleza intelectual. El hombre se eleva para ocupar el lugar de Dios. Y como se nos cuenta en el Génesis, comer la fruta del árbol de la ciencia del bien y del mal, trae consigo la muerte. San Juan de la Cruz a la “caza” de Dios. Único vuelo en que el azor no queda fulminado. En este lance, el azor sale airoso. Su vuelo fue tan alto, que le dio a la caza alcance.

En la forma sencilla del octosílabo y dentro de la escuela poética de Los Cancioneros, San Juan glosa un estribillo o copla adaptado de los poemas, no exentos de picardía, de la caza de amores. La alcurnia de la moza, dará el valor a la pieza cobrada. ¿Le importa a San Juan estos orígenes mundanos? Él lo que quiere es hablar de su experiencia mística, si la copla le sirve, con mínimos retoques lo humano quedará convertido en divino.

Cuatro estrofas glosan el lance misterioso. No se trata de una aventura intelectual. Se trata de un lance amoroso. El camino para llegar a Dios es el amor, henchidos de la esperanza que da la fe. Dios no es un silogismo que quiere ser entendido. Es un Ser personal que nos ama y desea ser correspondido. El encuentro no puede producirse a ras del suelo, a la altura de nuestras miserias terrenales. Alto ha de ser el vuelo y dispuesta el alma a perder todo apoyo terrenal, por ejemplo la vista. Quedarnos a oscuras en la noche del alma. No ver nada, saber que no está en nuestras manos alcanzar tamañas alturas. Pero lo imposible al entendimiento, lo vence el amor.

La estrofa segunda se construye sobre una paradoja explicada. Dios es luz deslumbradora. Nadie puede ver a Dios directamente, como enseña Moisés. En esta vida, el encuentro con Dios tiene lugar en la oscuridad de la fe. El lance es de amor, pero el vuelo ha de ser “un ciego y oscuro salto”.

Las estrofas tercera y cuarta ahondan todavía más en contradicciones aparentes. En esta cacería para elevarse más hay que abatirse más. No hay otro vuelo que el de la humildad. Cuanto más bajo, abatido y rendido se encuentre nuestro azor más alto será su vuelo. “La caza” de Dios exige la vía del anonadamiento del yo, vía antitética de nuestra egolatría. El egocentrismo de Altazor cae fulminado por su desmesurada pretensión, vanidad y soberbia.

La apoteosis llega en la última. El secreto está en la esperanza. Alcanzar el cielo es la medida de nuestra esperanza personal. Cada uno “tanto alcanza cuanto espera”. En el camino del amor “mil vuelos pasé de un vuelo” y abandonado en sólo la esperanza fui “tan alto tan alto, que le di a la caza alcance”.

Ni Ícaro ni Altazor. El “hacia dentro” teresiano. No hay vuelo más alto en las cetrerías del alma.


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