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De vuelta de la Modernidad para ser en verdad modernos

RUBÉN DARÍO
PAX I



Lo vo gridando pace, pace, pace,

Así clamaba el Italiano,
Así voy gritando yo ahora:
“ alma en el alma, mano en la mano ”
A los países de la aurora…
En sangre y en llanto está la tierra antigua.
La muerte, cautelosa, o abrasante, o ambigua,
Pasa sobre las huellas
Del Cristo de pies sonrosados
Que regó lágrimas y estrellas.
La humanidad, inquieta,
Ve la muerte de un Papa y el nacer de un cometa:
Como en el año mil.
Y ve una nueva torre de Babel
Desmoronarse en hoguera cruel,
Al estampido del cañón y del fusil.
“ Matribus detestata ”. Madre negra
A quien el ronco rugido legara
De los leones; Palas,
Odiosa a las dulces mejillas,
Puesto que das las flechas y las balas,
Abominada seas
Por los corrientes siglos y fugaces edades,
Porque, a pesar de todo, tus fuertes potestades
Sucumbirán al trueno de oro de las ideas.

Amontonad las bibliotecas,
Poblad las pinacotecas,
Con los prodigios del pincel
Y del buril y del cincel.
Haced la evocación de Homero, Vinci, Dante,
Para que vean el
Espectáculo cruel
Desde el principio hasta el fin:
La quijada del rumiante
En la mano de Caín
Sobre la frente de Abel.

Pero el misterio vendrá,
Vencedor y envuelto en fuego,
Más formidable que lo que dirá
La épica india y el drama griego.
Y nuestro siglo eléctrico y ensimismado,
Entre fulgurantes destellos,
Verá surgir a aquel que fue anunciado
Por Juan el de suaves cabellos.

Todo lo que está anunciado
Ciegas a Dios, que a Dios invocan en preñado
Tiempo de odios y angustias y de ambiciones.
Y lo que Malaquías el vidente
Vió en la Edad Media, “ enorme y delicada ”

Según dice Verlaine - verá la gente,
hoy en sangre deshecha y desastrada.
Se grita: ¡ Guerra Santa !
Acercando el puñal a la garganta
O sacando la espada de la vaina:
Y en el nombre de Dios,
Casas de Dios de Reims y de Lovaina,
Las derrumba el obús 42…
No, Reyes…Que la guerra es infernal, es cierto:
Cierto que duerme un lobo
En el alma fatal del Adanida;
Más también Jesucristo no está muerto,
Y contra el homicidio, el odio, el robo,
Él es la Luz, el Camino y la Vida.

No estamos ante un ejercicio literario ni ante el resultado de una elaboración artística. No es la belleza formal la que preocupa a Rubén. Su palabra es denuncia, es dolor, angustia estremecida ante el pavoroso espectáculo que le ofrece Europa, la vieja Europa en guerra, y en poco tiempo, el mundo entero. Estamos en 1914. Rubén se encuentra en París y asiste horrorizado a un bombardeo de las tropas alemanas que destruye el mundo de ensueño en que él había vivido. “La guerra del 14 precipitó el fin de la civilización capitalista, liberal, burguesa y eurocéntrica, excesivamente orgullosa de sí misma, demasiado confiada en el avance de sus saberes, su ciencia y su progreso material y moral” [NIALL BINNS “PAX” de Rubén Darío: Testamento poético y acto de clausura Anales de Literatura Española, nº 28, 2016, p`.53-69]

Escribe entre 1914 y 1915 el poema “PAX”, tan largo que lo voy a presentar en tres secciones, espero que sin perder la unidad. Es un testimonio impagable, quizás el último que escribió. En sus poesías completas es el que aparece en último lugar. La guerra le pareció el derrumbamiento de su mundo, el final de una época que había sido considerada el no va más de la civilización burguesa, liberal e ilustrada. Desde su nueva perspectiva presente se le convierte en la torre de Babel:


Y ve una nueva torre de Babel
Desmoronarse en hoguera cruel,
Al estampido del cañón y del fusil.

Las pretensiones humanas, la audacia de construir un mundo feliz sin Dios se ha venido abajo. Quien en sus años juveniles había apostado por el triunfo de la ciencia y de la razón contra dogmas y religiones ve con estupor:


En sangre y en llanto está la tierra antigua.
La muerte, cautelosa, o abrasante, o ambigua,
Pasa sobre las huellas
Del Cristo de pies sonrosados
Que regó lágrimas y estrellas.

Su dolor le empuja a gritar como el poeta Petrarca “Pace, pace, pace”, pero saliéndole el grito de lo más hondo del alma y con el rubricar de sus manos clamantes. La muerte de San Pio X el año 14 y la aparición del cometa Halley, pone a la humanidad en suspicacias de fin del mundo como creyó la Europa cristiana ante el final del primer milenio. Todo se ha salido de madre. Rubén condena la guerra, tan detestada por las madres, como lamentaba el poeta latino Horacio. La personifica en la diosa Palas, que aunque no participa en las batallas suministra flechas y balas. Abominada sea. La guerra es infernal. Y aunque sigue manteniendo la esperanza que ha de ser vencida por el trueno de oro de las ideas, la fuerza para recuperar la esperanza la encuentra en Cristo:


Más también Jesucristo no está muerto,
Y contra el homicidio, el odio, el robo,
Él es la Luz, el Camino y la Vida.

Resulta llamativo que se acuerde de las profecías de San Malaquías y cuyos desastres anuncia que se han de volver a ver en el presente, pero sobre todo del Apocalipsis de San Juan “Todo lo que está anunciado Ciegas a Dios, que a Dios invocan en preñado Tiempo de odios y angustias y de ambiciones” Todo se está cumpliendo”. Dos rasgos de la nueva civilización me llaman la atención: las naciones ya no pueden ver a Dios y si lo invocan no es el Dios del amor, sino que está preñado en odio, angustias y ambiciones. 2º Seducido por el bienestar: “Y nuestro siglo eléctrico y ensimismado, Entre fulgurantes destellos,” La humanidad se olvida de la verdad del pecado original: “Cierto que duerme un lobo En el alma fatal del Adanida; y no educa, en consecuencia. Por eso se aprende poco de la Historia. Es sobrecogedor: toda la historia de la cultura y del arte lo testimonia.


La quijada del rumiante
En la mano de Caín
Sobre la frente de Abel.

Lo terrible es que su voz cayó en el desierto


RUBÉN DARÍO
PAX II



Hohenzollern: está sobre tu frente
Un águila de oro.
Yo recuerdo el poema del Vidente
De Francia, el vivo cántico sonoro
En donde la Justicia al bronce intima…
Dios está sobre todo; y en la cima
De las montañas de la gloria humana,
De pronto un ángel formidable anima
La testa loca del divino trueno,
Y de las urnas de las sombras mana
Lluvia de llama y lluvia de veneno;
Y Abbadón, Appollion, Exterminana –que es el mismo-
Surge de entre las páginas del Libro del Abismo.
Emperadores, Reyes, Presidentes: La hora
Llegará de la Aurora.
Pasarán las visiones de Durero,
Pasarán de Callot los lansquenetes
Los horrores de Goya el visionario;
En la memoria amarga de la tierra,
Pasará de la guerra el tigre fiero.
Se olvidarán obuses y mosquetes,
Y ante la sacra sangre del Calvario
Se acabarán las sangres de la guerra.

Púrguese por el fuego
Y por el terremoto
Y por la tempestad
Este planeta ciego,
Por los astros ignoto
Como su pasajera humanidad.
Y puesto que es preciso,
Vengan a purgar este
Planeta de maldad,
Con la guerra, la peste
Y el hambre, mensajeras de Verdad.
De la verdad que hace secar las fuentes,
Y en la gehenna rechinar los dientes.

Si la Paz no es posible, que como en Isaías
Las ciudades revienten;
Que sean de tinieblas las noches y los días;
Que las almas que sienten
Soplos de Dios, duerman sueño profundo
Mientras que se desangra y se deshace el mundo…
Y que cuando del apocalíptico enigma
Surja el caballo blanco, con resplandor y estigma,
Los únicos que se hundan en la santa verdad
Sean los puros hombres de buena voluntad,
Que entre las zarzas ásperas de este vivir han visto
Las huellas de los pasos de Nuestro Padre Cristo.

¡ Ah, cuán feliz el demonio perverso ¡
Odio imperante en todo el universo,
Odio en el mar y debajo del mar;
Odio en la tierra firme y en el viento,
Y sangre y sangre que pueda llegar
A salpicar el mismo firmamento.

Se animaron de fuego y de electricidad
Los Behemothes y Leviatanes.
En la bíblica inmensidad
No vieron más los Isaías y los Juanes.

Cual Baltasar o Darío, Guillermo
Mira con ojo enfermo
De visiones de siglos
Un gran tropel de espantables vestiglos.
Y el casco que lo cubre,
La capa que le viste,
Bajo el blancor de la nieve insalubre,
Y el bigote erizado,
Y el aspecto cesáreo y el aire de soldado,
Y toda esa potencia, tienen algo de triste.
Y al llegar las ternuras de Noel,
Santa Claus, el que viene a la cuna del niño,
Tuvo que recoger su túnica de armiño
Por no mancharse en tanta sangre y tanta hiel.

Rubén no pone su pluma al servicio de la armonía, sensorialidad, o la belleza que siempre buscó en “el verso azul y la canción profana en cuya noche un ruiseñor había que era alondra de luz por la mañana”. Estamos en una poesía, por llamarla de alguna manera expresionista, como la pintura de Munch, en que la expresión pretende hacer visible el horror que esta agobiando su alma al comprobar, en su caso, cómo se ha desmoronado, por la violencia de la guerra y el odio, ese su jardín de ensueño. Lejos por lo tanto de lo que buscaba por esos años el impresionismo de Sorolla, por ejemplo.


“y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinita.”

Es un poeta pero aquí quien habla es un hombre, al que le mueve la verdad no la retórica. Actitud que inicia Rubén y que va a fructificar a lo largo del siglo XX. Voz profética de denuncia o de llamada a la toma de conciencia.

En este fragmento es tan sorprendente el asombro de su experiencia vital, personal e histórica, que Rubén no encuentra otro medio para expresarlo que echar mano de lo que en su vivir parecía haber olvidado, el cumplimiento de las profecías que anunciaban el triunfo de Cristo, único que puede traer la verdadera paz a todas las naciones de la tierra.
Cuando leo este fragmento me viene a la memoria aquella piedrecita que, desprendida del monte, abate al gigante que tenía los pies de barro, según se cuenta en el Libro de Daniel (pasaje 2:26-45), Todos los poderosos de la tierra se han aliado, sin pretenderlo, para destruir la ciudad ideal, rebelde a Dios, como la bíblica Babel. Para lograrlo se han confabulado las fuerzas del infierno representadas por tres nombres que señalan el mismo poder: Abadón. Apolión o Exterminana. El odio, la destrucción y la muerte se enseñorean de la tierra y en consecuencia la guerra, la peste y el hambre como jinetes del apocalipsis asolarán el mundo. Y aparecerán monstruos como Los Behemothes y Leviatanes. Y si en navidad recorre la tierra Santa Claus “Tuvo que recoger su túnica de armiño Por no mancharse en tanta sangre y tanta hiel.”

Los Hohenzollern, príncipes que regían el Sacro Imperio o Guillermo II el último emperador que abdicó en 1918, son parangonados a Darío el opulento y sobre todo al bíblico Baltasar al que se le anunció la destrucción de su reino en el del banquete sacrílego por beber en los vasos sagrados. Las palabras escritas en la pared - Mane, Tecel, Fares, anuncian su destrucción, muerte y la conquista por los persas.

¿Quién podrá traer la paz? Nada permite presagiarla. Sin embargo los grandes artistas que describieron los desastres de la guerra, como Durero, Callot o Goya, pasarán: “Y ante la sacra sangre del Calvario Se acabarán las sangres de la guerra.” Porque a esta tierra que ignoran los planetas y que es habitada por una humanidad pasajera sólo Cristo puede traerle la paz, como anuncia el Apocalipsis, pero sólo la poseerán: “cuando del apocalíptico enigma Surja el caballo blanco, con resplandor y estigma, Los únicos que se hundan en la santa verdad Sean los puros hombres de buena voluntad, Que entre las zarzas ásperas de este vivir han visto Las huellas de los pasos de Nuestro Padre Cristo.”.

Cristo sin duda ha de venir. Pero Europa, ni por esas, tras el horror se puso a bailar Charlestón.


RUBÉN DARÍO
PAX III



Era en 1870.
Francia ardía en su guerra cruenta.
Hugo en versos soberbios lo cuenta.

Y París, la divina, en su pena,
A las fiestas usuales ajena,
Sólo sombra ve en su Nochebuena.

Y era el sitio y el hambre, y la furia,
Y el espanto, y el odio y la injuria.
Todo muerte, o incendio, o lujuria.

En un lado del Sena está lista
La tremenda alemana conquista:
Y en el otro, la Francia imprevista.

Dan las doce – la mágica hora,
Que presagia una mística aurora-
Las campanas de Nuestra Señora.

Y en la orilla izquierda del Sena,
En la sombra nocturna resuena
Un Noel de ritual Nochebuena.

Un silencio. Y después, noble, austero,
Contestó aquel ejército fiero
Con un grave coral de Lutero.

Y en la noche profunda de guerra,
Jesucristo, que el odio destierra,
Por el canto echó el mal de la tierra.

¿No habrá alguno de raza más joven
Que, rompiendo a la guerra su yugo,
Pueda unir el poder de Beethoven
Con el canto que dió Victor Hugo?

¡Vivat Gallia Regina ¡ ¡ Vivat Germania Mater ¡
Esta salutación, que al gran lírico plugo
¿ hace arder esa selva y rugir ese cráter,
Y al ángel de la Paz lo convierte en verdugo?

Si la princesa austríaca destroza su abanico,
Guillermo en sus palacios entroniza a Watteau,
Y sabe que la flauta del Grande Federico
Aún ignoraba el triste réquiem de Waterloo.

Más hay que juzgar siempre, que si es dura la lucha
Del tigre, de león, del águila en su vuelo;
Si los hombres guerrean, es porque nadie escucha
Los clarines de paz que suenan en el cielo.

Krupp hace el crudo espanto que a Thanatos alegra
Pero el de Asís fue pasmo que el Bajísimo enoja;
Húsares de la muerte deben llevar cruz negra,
Mientras las dulces gentes de amor llevan cruz roja.

¡Oh, pueblos nuestros ¡ ¡Oh pueblos nuestros! Juntaos
En la esperanza y en el trabajo y la paz.
No busquéis las tinieblas, no persigáis el caos,
Y no reguéis con sangre nuestra tierra feraz.

Ya lucharon bastante los antiguos abuelos
Por Patria y Libertad, y un glorioso clarín
Clama a través del tiempo, debajo de los cielos,
Washington y Bolivar, Hidalgo y San Martín.

Ved las trincheras fúnebres las tierras sanguinosas;
Y la piedad y el duelo sollozando los dos.
No; no dejéis al odio que dispare su flecha,
Llevad a los altares de la paz miel y rosas.
Paz a la inmensa América. Paz en nombre de Dios.

Y pues aquí está el foco de una cultura nueva,
Que sus principios lleve desde el Norte hasta el Sur,
Hagamos la Unión viva que el nuevo triunfo lleva,
The Star Splanged Banner, con el blanco y azur…

Con esta tercera parte se cierra el poema PAX de Rubén Darío. Por su forma es diferente de las dos anteriores. Desaparece el verso libre y en su lugar aparecen, primero, nueve tercetos monorrimos, terminados en el preceptivo serventesio, de versos decasílabos. En segundo lugar 33 versos alejandrinos agrupados en serventesios, menos el penúltimo que agrupa cinco versos y deja sin rima el tercero.

Temáticamente sigue implorando la paz. En los tercetos recuerda un acontecimiento que en 1870 tuvo lugar en la guerra franco-prusiana. Es un indicio de esperanza. Según lo recuerda Víctor Hugo. Francia está en guerra cruenta.

“Y era el sitio y el hambre, y la furia,
Y el espanto, y el odio y la injuria.
Todo muerte, o incendio, o lujuria.
Nada presagia la paz. Todo está preparado para la destrucción:
“En un lado del Sena está lista
La tremenda alemana conquista:
Y en el otro, la Francia imprevista.”

¿Podrá la mágica noche cambiar el curso de los acontecimientos?

“Y París, la divina, en su pena,
A las fiestas usuales ajena,
Sólo sombra ve en su Nochebuena”

Pero es la noche de Navidad. A las doce en punto suenan las campanas de Notre Dame y se oye en la orilla izquierda cantar un villancico. Silencio reverente. Mas a continuación, desde la orilla derecha, se oye cantar en el ejército alemán una coral luterana. El poeta emocionado explica el prodigio. Cristo sí hace posible la paz:

“Y en la noche profunda de guerra,
Jesucristo, que el odio destierra,
Por el canto echó el mal de la tierra.”

El poeta vuelve a la realidad presente y se pregunta si no habrá algún pueblo nuevo, distinto de la vieja Europa, que sea capaz de aunar a Beethoven y a Victor Hugo y desde la música y la poesía, traer la paz.

En la serie final de serventesios, de nuevo la guerra muestra sus estragos y devastaciones. Sospecha que la salutación de Víctor Hugo “¡ Vivat Gallia Regina ¡ ¡Vivat Germania Mater¡,” de un voto por la paz se ha convertido en antorcha incendiaría que hasta al ángel lo ha transformado en verdugo. Como un guiño de otros tiempos, imagina la corte prusiana de Guillermo introduciendo a Watto, el pintor francés de principios del XVIII de las fiestas palaciegas galantes y recuerda al gran Federico, entusiasta de la Ilustración en la corte alemana y defensor de las artes como estilo refinado de vida, aunque con cierta sorna recuerda que en aquellos tiempos no podía sospecharse ni a Napoleón ni su derrota en Watterloo. También la corte prusiana fue ilustrada y galante, pero no menos ambiciosa. Presenta en contraposición al industrial Krupp, creador de un mortífero cañón y al pacífico Francisco de Asís y como leitmotive: “Si los hombres guerrean, es porque nadie escucha Los clarines de paz que suenan en el cielo”.

El poema concluye con una deprecación, una súplica o ruego dirigido a los pueblos de América entera, del norte y del sur, para que logren una unidad que haga posible la paz. Cree ingenuamente que las naciones americanas son distintas, no contaminadas y si cita el himno estadounidense supongo que será porque en él se nombra expresamente el reconocimiento de Dios. La Ilustración también llegó a América y la guillotina, como contó Alejo Carpentier. Opiniones políticas, aparte, sus versos finales se abren a la esperanza:

Juntaos
En la esperanza y en el trabajo y la paz.
No busquéis las tinieblas, no persigáis el caos,
Y no reguéis con sangre nuestra tierra feraz.


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