Saber mirar
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De vuelta de la Modernidad para ser en verdad modernos

ERNESTINA DE CHAMPOURCIN

LAS PAREDES, LAS TAPIAS

CIUDAD DESIERTA

Aquí no hay nada, nadie.
Entre tanto gentío
Nadie va, nadie viene.
Solo se toca el aire,
Silencio en el bullicio,
Vacío en la palabra,
Oquedad en movimiento,
Presencia sin personas.

Qué enredo de países,
De adverbios, de niveles,
Qué maraña de puertas,
De nombres, de caminos.
¿Aquí, allí, adónde?
Hay letras encendidad
Que duelen como llagas.

Es forzoso salir:
Buscar alguna parte,
¿Buscar qué? Un orificio
Entre la masa amorfa,
Un huequecillo tenue
Con temblor de caricia,
Una esquina con flores.

La mujer y los niños
Miran hacia delante
Y sonríen por algo
Que no se les alcanza.
Decirles “aquí estoy”
Decir “venid conmigo”
Pero¿adónde llevarlos
Si no nos lleva nadie?

LAS PAREDES OYEN

No es verdad. Todo es mudo
En su cruel blancura.
No escuchan ni conservan
una sola palabra
en su espesor inerme.
Desacen los sonidos
Y trituran los ecos
Que rebotan lanzados
Por su presencia impávida-

¿Quién sabe oir, sentir,
Discernir lo que apenas
Se dice y se murmura?

Hombres, paredes, diques
¡Al desnudo el pensar,
El amar, el querer!
¡Que lo que nadie escucha
Se toque con la mano!

LO QUE SEPARA

¿Quién levanta paredes,
Ladrillos y biombos,
Tremendos espesores
Que dividen y enclaustran?

Las paredes nos cierran
Senderos y caminos.
Cemento y calFantasmas
En todas las salidas.
No hay huecos transitables
De una persona a otra.

Paredes, muros altos,
Total desesperanza.

UNAS SÍLABAS

Desprecian la palabra.
¿Y se puede vivir
Sin que los labios dejen
Pasar aquello mismo
Que el corazón ignora?

Unas sílabas breves
Pueden traer el día,
Ese júbilo virgen
Del odre renovado,
De la tela reciente
Con el primer apresto
que nadie ha deslucido.

Palabra, voz secreta,
Eso que para muchos
No dice nunca nada;
Tan solo para alguien,
Verbo de boca a boca
O bien de oído a oído.

LUZ EN LA MEMORIA

¿Volveremos a hablar
Como hablábamos antes?
Alguien interrumpió
el pausado coloquio;
Ya a nadie le interesa
Que dos seres vivientes
Se comuniquen juntos.
Y sin embargo el mundo
Nació así.No entre masas
De mujeres y hombres
Confundidos y extraños.
Dios creó la pareja.
Desde esa amanecida
Vamos de dos en dos
Buscándolo en la sombra.

¿Volveremos a hablar
También calladamente?
¿Quién apagó la gracia
Secreta del murmullo?
Ya no sabemos ser
Por no saber hablarnos
Ni aprovechar el don
Perdido del silencio.
Hablar no hablar: decirse
Sin decir lo indecible.
¡Recíproco tañer
De campanas gemelas!
El mundo es hoy igual
Que un corazón dormido,
Una inmensa llanura
Cubierta de rebaños.

¿Volveremos a oír
Esas voces distintas
Repitiendo lo suyo,
Y también las respuestas
Goteando una a una
Su verdad armoniosa?

VER OTRA VEZ.

Ver otra vez.
Mirar hacia lo eterno
Lo que ya habíamos visto
A través de la niebla.
El viejo en las esquinas
Los niños en el parque,
La mujer en el puente
Contemplando el vacío.

Ver y mirar. Perderse
En feliz extravío
De nacientes galaxias.
Mirar profundidades
Cuajadas en lo eterno.

LA PARED TRANSPARENTE

Palabra Escrita
¿Son paredes las páginas
mientras no las escribes?
Vas viviendo una extraña
confusión de blancuras:
blancor espeso y duro
de la pared sin grietas,
blancura del papel
tan dócil a los signos.
Ya es hora de decir,
hora de que los sones
atraviesen las puertas
y las gentes aprendan
a escuchar las campanas.
Página, papel, pared, blancura.
Tacto blando e impasible,
y entre esas dudas blancas
se resuelve el problema
del mensaje perdido.

Las ciudades me ofrecen
calles, sus jardines,
Sus largas avenidas
Pletóricas de ruedas:
Pero faltan miradas,
Corazones abiertos
Y brazos que se tiendan
Para estrechar al otro.
Todo se ha congelado
En momentos adustos
En una incontrolada
Carrera sin sentido,
Como si no supiéramos
Que hay una sola muerte
Y es inútil huir
Del fin inevitable.

Faltan todas las cosas
Que más se necesita:
La pausa en compañía,
El hablar sin temor
A la réplica abrupta
Del que nunca nos oye.
Hay que saber amar
También con el oído.
No hay en los que escuchan
Afán de comprendernos.
Las palabras se extinguen
Al cruzar el espacio
Que separa a dos seres.
Luz en la Memoria - Poema noveno

¿Volveremos a hablar
Como hablábamos antes?
Alguien interrumpió
El pausado coloquio;
Ya a nadie le interesa
Que dos seres vivientes
Se comuniquen juntos.

Y sin embargo el mundo
Nació así. No entre masas
De mujeres y hombres
Confundidos y extraños.
Dios creó la pareja.
Desde esa amanecida
Vamos de dos en dos
Buscándolo en la sombra.

¿Volveremos a hablar
También calladamente?
Desde esa amanecida
Vamos de dos en dos
Buscándolo en la sombra
Hablar no hablar: decirse
Sin decir lo indecible.
¡Recíproco tañer
De campanas gemelas!

El mundo es hoy igual
Que un corazón dormido,
Una inmensa llanura
Cubierta de rebaños.
¿Volveremos a oír
Esas voces distintas
Repitiendo lo suyo
Y también las respuestas
Goteando una a una.
¿Quién apagó la gracia
Secreta del murmullo?

Ya no sabemos ser
Por no saber hablarnos
Ni aprovechar el don
Perdido del silencio.
Hablar no hablar: decirse
Sin decir lo indecible.
¡Recíproco tañer
De campanas gemelas!
El mundo es hoy igual
Que un corazón dormido,

Una inmensa llanura
Cubierta de rebaños.
¿Volveremos a oír
Esas voces distintas
Repitiendo lo suyo
Y también las respuestas
Goteando una a una
Su verdad armoniosa?


LA PARED TRANSPARENTE

La tercera sección lleva el significativo título que da nombre a la obra entera. Es el adjetivo el que nos anuncia a la Ernestina de la esperanza y de la transcendencia. En todos los poemas de esta tercera parte aparece nítida que su firmeza interior está arraigada en la Fe y por tanto en la Esperanza y en la Caridad.

Desde el primer poema entra en escena un aire luminoso y refrescante, consolador por su visión optimista hasta de la muerte, hasta este muro ineludible que termina por hacerse transparente. Toda esta sección es una joya de poesía y de alta humanidad. Once poemas dignos de figurar en la mejor antología religiosa.

El primer poema salta al ruedo con un brío y una audacia encomiable: “Yo sí que lo sé y lo sienten mis huesos y mi médula pobre reseca de esperanzas y mis pies anhelantes por correr al fin libres.” ¿Pero qué sabe Ernestina con tanta convicción? No alardea de certezas irrebatibles desde el raciocinio contundente. Su certeza se apoya en que “El amor es saber, aunque nada se sienta”, aunque lo que nos quede del vivir sea un “bello cacto espinoso, sin color ni perfume”, aunque se nos vayan desmoronando “lentamente, una a una las cosas que nos dieron la razón de la vida”. Si todo es desvanecerse y todo acabamiento, ¿de dónde saca Ernestina la fuerza de su entusiasmo? ¿De dónde? De la paradójica evidencia de que en medio de todo surge un SÍ “impenetrable, inasible, sin sombras, porque es verdadero”. Es el anonadamiento de la noche oscura- de nuevo San Juan de la Cruz- “sin otra luz y guía que la que en el corazón ardía” la certeza – quien yo bien me sabía- de que “eso” no es dudoso, “porque es verdadero”.

Y así uno tras otro, porque hasta en el ciprés no plantado –poema segundo-, la mera idea del ciprés “basta para decirlo todo”, aunque nunca llegue a arraigar en el suelo ni nunca su punta vaya a dormir en el cielo. Ella probó un día el agua que salta hasta la vida eterna, sabe de La Voz, la única Voz que traspasa la sangre y florece los huesos –poema tercero- y sabe que ha de vivir auscultando las noches porque el agua que existe “volverá” para colmar mis ojos sedientos “Fuencaliente y fuentefría”.

Todos los poemas tienen una hondura de fontanar refrescante. Porque en medio del silencio “huele a eternidad”, aunque la mañana se haya hecho noche, hay una “dura peña sin nombre que me aúpa y sostiene”. “Ver otra vez. Mirar hacia lo eterno, lo que ya habíamos visto a través de una niebla” ¿Pero cuándo? Cuando miramos la vida misma: “El viejo en las esquinas, los niños en el parque, la mujer en el puente contemplando el vacío”. “Mirar profundidades cuajadas en lo eterno”. Esta es la cuestión, esta es la actitud. “Invencible al reclamo de todo lo que pasa por encima de todo ¡qué ladera de amor avanza a lo absoluto!”

El penúltimo poema evoca la conocida rima de Bécquer “Volverán las oscuras golondrinas”, pero, para Ernestina, “el surtidor de alegrías en un valle sombrío, deshabitado, húmedo” son las palabras; pero no todas “sino aquellas susceptibles de amor, de gracia, de milagro” Las palabras verdaderas son “golondrinas en vuelo” que han llegado a nosotros “conmigo, con vosotros y dicen lo que esconden” “un mundo nuevo que ya puebla la tierra”

Selecciono el último poema de esta sección cuyo primer verso nada menos que afirma que “Todo es transparencia”. Se ampara en una cita de San Agustín : “Tarde te conocí, hermosura antigua…”. Es el colofón que cierra con entusiasmo el poemario. Sí con entusiasmo en la acepción etimológica originaria que no es otra que “en zeussiasmarse” exultar de plenitud interior por estar lleno de la divinidad. Este poema sí que es cántico y no inútil, cántico espiritual pero también con resonancias del Cántico de Jorge Guillén: Dije todo completo, las doce en el reloj. Todo es transparencia. ¿Pero qué transparenta ese todo? Todo está transparentando a Dios. Dios está refulgiendo en todo, en la creación y en la historia de los hombres. Cuando esta es la evidencia, nadie puede poner reparos a la visión oscura. ¿Qué importan las aparentes contradicciones o las nebulosas que intentan zozobrar nuestras certezas? Todo es transparencia: los siglos resplandecen, la inmensidad es la medida del mundo y del universo. Todo es perfecto y puro y por ser reflejo de Dios ni puede ser menos ni puede ser otra cosa. Cántico, cántico, cántico, ante tanta grandeza.

Ante esta transparencia ¿podremos tozudamente cerrarnos, tropezar o vacilar en la senda emprendida? En el camino hacia Dios la senda estrecha se ha ido abriendo y no hacia el futuro -Ojo que el que sigue a Dios no se desentiende del mundo- sino a un hoy refulgente, presagio de eternidad “verdad nueva y colmada”. ¡Oh paradojas! Cada instante es llegada y sin embargo inicio del camino. Es así y quien lo probó lo sabe.

Confesión personal. Aquí está San Agustín. Aquí está la historia de Ernestina: “Tarde lo supe, sí y viniste temprano” He aquí la experiencia mística que cambió el curso de la vida. ¿Pero qué importa el cuándo, si has encontrado el cómo? La hermosura de Dios es un círculo que nos acorrala, que se abre y se cierra en nuestro entorno. Lo que importa es el encuentro con esta hermosura tan antigua y siempre nueva. Lo que importa es amar, por saber que “Él Es lo que ya Es por ahora y por siempre”. Sí, sí, sí: Transparencia total. Es justo y necesario siempre y en todo lugar cantar con cántico exultante su presencia. Gloria a Dios por siempre jamás.

Todo es transparencia
No hay nadie que se oponga
A la visión oscura.
Resplandor de los siglos,
Todo es inmensidad,
Lo perfecto y lo puro,
Que no puede ser menos
Ni ninguna otra cosa.

Aquí no hay cerrazón
Ni tropiezos: la senda
Se ha ido abriendo
A lo que no es futuro,
Sino hoy refulgente,
Verdad nueva y colmada,
Trayecto que ha llegado
Y sin embargo empieza.

Tarde lo supe, sí,
Y viniste temprano,
Pero el círculo abre
Y cierra su hermosura
Y Es lo que ya Es
Por ahora y por siempre.


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