Al margen de leyendas fantasiosas creadas por la propia masonería, su historia no es demasiado antigua. La Gran Logia de Inglaterra nació el 24 de junio de 1717 en una taberna londinense llamada La Oca y el Grillo. Confluyeron en ella cuatro agrupaciones formadas por clérigos protestantes de varias confesiones, opuestos a los Estuardo (proclives al catolicismo) y partidarios de la nueva dinastía de los Hannover.
Nació como una sociedad secreta, pero a su vez fuertemente jerarquizada en grados de iniciación, sometidos a la autoridad de un gran maestro, perteneciente o cercano a la familia real inglesa.
Al extenderse por el Continente y para convertir a franceses, italianos o alemanes en valedores de una potencia extrajera, les ofrecieron algo más: conexiones políticas a nivel internacional; posibilidades de promoción social, profesional o académica, prestigio, poder y, en especial, un conocimiento superior, propio de quienes entraban a formar parte de sus reuniones o logias.
James Anderson fue encargado de redactar las Constituciones que llevan su nombre en 1723. En ellas se invoca el legado de la Masonería medieval u operativa, vinculada a los gremios de albañiles y constructores (maçons) y se inicia un prolijo elenco de símbolos, ritos y mitologías tomadas del paganismo en parte, que servirían de base a “cualquier religión de prestigio”.
Surge así una “religión nueva y antigua”, a la vez de carácter universal y filosófico, una gnosis que los iniciados van conociendo gradualmente a lo largo de su ascenso en la pirámide de poder.
Su Dios es el Gran Arquitecto del Universo, el Ser Supremo impersonal y no providente de los deístas, lejano e inalcanzable para los “profanos”. El sincretismo religioso dará lugar al relativismo religioso, moral y jurídico.
Pronto se irán multiplicando las hermandades por todo el mundo, empezando por Europa, donde toman fuerza los ideales ilustrados que desembocarán en la Revolución Francesa, pasando después a América, donde promoverán la independencia de los territorios coloniales y de los pertenecientes a la Corona española. La historia reciente será testigo de su poder e influencia.
ALBERTO BÁRCENA.
Extractado de Iglesia y Masonería.
Las dos ciudades.
Nació como una sociedad secreta, pero a su vez fuertemente jerarquizada en grados de iniciación, sometidos a la autoridad de un gran maestro, perteneciente o cercano a la familia real inglesa.
Al extenderse por el Continente y para convertir a franceses, italianos o alemanes en valedores de una potencia extrajera, les ofrecieron algo más: conexiones políticas a nivel internacional; posibilidades de promoción social, profesional o académica, prestigio, poder y, en especial, un conocimiento superior, propio de quienes entraban a formar parte de sus reuniones o logias.
James Anderson fue encargado de redactar las Constituciones que llevan su nombre en 1723. En ellas se invoca el legado de la Masonería medieval u operativa, vinculada a los gremios de albañiles y constructores (maçons) y se inicia un prolijo elenco de símbolos, ritos y mitologías tomadas del paganismo en parte, que servirían de base a “cualquier religión de prestigio”.
Surge así una “religión nueva y antigua”, a la vez de carácter universal y filosófico, una gnosis que los iniciados van conociendo gradualmente a lo largo de su ascenso en la pirámide de poder.
Su Dios es el Gran Arquitecto del Universo, el Ser Supremo impersonal y no providente de los deístas, lejano e inalcanzable para los “profanos”. El sincretismo religioso dará lugar al relativismo religioso, moral y jurídico.
Pronto se irán multiplicando las hermandades por todo el mundo, empezando por Europa, donde toman fuerza los ideales ilustrados que desembocarán en la Revolución Francesa, pasando después a América, donde promoverán la independencia de los territorios coloniales y de los pertenecientes a la Corona española. La historia reciente será testigo de su poder e influencia.
ALBERTO BÁRCENA.
Extractado de Iglesia y Masonería.
Las dos ciudades.
Poderes ocultos y el ‘nuevo orden mundial’
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