El arte y la belleza
La “Estética” y el arte moderno y contemporáneo.
En el pensamiento metafísico helénico y medieval se consideraba que la belleza del ámbito natural conducía de modo más inmediato que el artificio humano a la riqueza del ser y a su misterio. La realidad misma, se pensaba, había sido medida por un Logos divino y llevaba consigo la huella de la armonía y la fecundidad creadora de Dios.
La percepción de la belleza, en este marco, involucraba también la del bien y la verdad, al captar la perfección propia de la realidad contemplada en su propio orden. La intensidad de la belleza de todas las cosas era fruto de su intensidad ontológica, de su perfección. Los griegos habían percibido esto, señalando el ideal de la kalokagathía, de la unidad de fondo de lo bello y de lo bueno como facetas de una misma realidad.
El nacimiento de la Estética como ciencia o disciplina autónoma se produce en el ámbito alemán a través de Kant (1724-1804), deudor del pensamiento estético del siglo XVII y especialmente de Baumgarten (1714-1762), quien en el año 1750 publicó una obra cuyo título era precisamente Aesthetica, con la intención de dotar a este particular tipo de conocimiento del rigor de la ciencia.
Después de Kant la verdad de las cosas ya no será medida por la inteligencia y el amor divinos, sino por la razón humana. En la estética kantiana, el placer que la belleza suscita no es entendido como un eco del misterio y de la grandeza de lo real, y huella en último término de la Belleza que es el Creador mismo, sino como el eco de la grandeza y de la libertad del sujeto humano, que se vuelven paradigmáticas en la subjetividad del genio. La belleza será una creación del genio humano, del genio del artista.

La Modernidad surgió con la idea suprema de autonomía en todos los órdenes de lo humano, lo cual también se aprecia en el arte, que paulatinamente se irá alejando de la realidad como referente para convertirse sobre todo en libre expresión del artista. Hallamos así un nuevo modo de mirar la realidad que la refleja, no como se considera que “es”, sino como el artista la percibe. La preocupación del arte no estribará en ser la voz de aquello que rezuman las cosas, que configura su naturaleza y que a la vez las trasciende, sino en ser la voz y la obra creadora del artista, del hombre “superior”, tocado por el genio.
El objeto de la Estética ya no será en sentido estricto la belleza, sino su percepción: puesto que no existe un fundamento de la belleza en el ser de las cosas, en la realidad, se desconectará de la verdad que la inteligencia descubre y del bien que orienta nuestra voluntad. La percepción de lo bello obedece a otra instancia, ajena a la objetividad de lo verdadero y de lo bueno. ¿Existe, así pues, alguna facultad peculiar que nos permita juzgar acerca de lo bello?
El alejamiento de la belleza natural respecto del ámbito estético es consecuencia de la consideración del mundo físico como un simple hecho, carente como tal de todo bien y belleza, de una razón de ser, y que por ello el hombre está llamado a controlar y perfeccionar con su acción, libremente y sin referencias, improvisando incluso. Su valor dependerá de la estimación humana. La naturaleza es entendida en contraposición a la libertad del espíritu humano, como si las creaciones del espíritu y, en consecuencia, la belleza artística, fueran posibles sin ninguna referencia a la belleza natural del ser creado. La belleza se reduce exclusivamente al ámbito subjetivo.
En la Modernidad, por consiguiente, el arte dejará de ser el reflejo de una belleza y de una verdad creadas y medidas por el Logos divino. No queda espacio para ninguna otra belleza que la artística, pues no hay otro ser que el que acaece a través del conocer y del actuar humanos.
Ya a fínales del s. XIX los expresionistas defenderán un arte más personal e intuitivo, donde predomine la visión interior del artista —la «expresión»— frente a la plasmación de la realidad —la «impresión»—.
En el siglo XX, adoptando un acento subversivo, la libertad creativa se hará reivindicación y ruptura hacia toda norma. Así, la historia reciente del arte se podría interpretar sin demasiada dificultad como una evolución del “artista imitador” al “artista dios” que, liberado de la mímesis, se convierte en creador absoluto. La libertad subjetiva del creador artista decide lo que es arte. “Todo lo que escupe un artista es arte.” (Kurt Schwitters)
Ante la impresión de que el arte se había fosilizado, y ante la aparición de la Fotografía para dar cuenta fiel de una realidad que es tal cual es, pero nada más…, se tratará de provocar la crisis de las certezas de los espectadores, eliminando y superando toda distinción entre arte y no arte, arte y vida, artista y espectador, bello y no bello… Veamos con algo más de detenimiento el ejemplo de tres pintores representativos.
Jackson Pollock (1912-1956) fue un artista estadounidense considerado como la figura por excelencia del Expresionismo abstracto, alcanzó reconocimiento por su estilo de chorrear pintura (dripping). Dejó la representación figurativa y desafió la tradición occidental de utilizar caballete y pinceles. Pintaba sobre el suelo, en cualquier dirección y sin propósito previo.
“Cuando estoy “dentro” de mi pintura, afirma Pollock, no soy consciente de lo que estoy haciendo. Tan solo después de un periodo de “aclimatación” me doy cuenta de lo que ha pasado. No tengo miedo a hacer cambios, destruir la imagen, etc., porque la pintura tiene vida propia. Intento dejarla salir… Miren pasivamente y traten de recibir lo que la pintura les ofrece y no traigan temas ni ideas preconcebidas de lo que deberían estar buscando." Se trata de ver la pintura por lo que es, pintura pura, sin significado ni mensaje simbolizado o representado. El objetivo de sus pinturas es evocar al espectador a la reflexión… además de servir como canal de terapia para el propio artista.
