Acerca de la belleza

Andrés Jiménez Abad

Acerca de la belleza
“La humanidad puede vivir sin ciencia y sin pan, pero sin la belleza no podría seguir viviendo, porque entonces no existiría razón para permanecer en este mundo.” (F. Dostoievski)

Introducción.

Cuando describíamos las dimensiones de la vida personal humana, mencionamos entre otras -como la apertura a la verdad por medio de la inteligencia, la apertura al bien a través de la voluntad…- la apertura a la belleza, la capacidad del hombre y la mujer de percibirla y de contribuir a ella. En ella se revela de un modo profundo y muy sugerente la creatividad del espíritu humano.

La vida se nos haría insoportable sin la belleza. “La humanidad puede vivir sin ciencia y sin pan, pero sin la belleza no podría seguir viviendo, porque entonces no existiría razón para permanecer en este mundo.” (F. Dostoievski)

Sostiene el filósofo contemporáneo Roger Scruton que “perder la belleza es peligroso, pues con ella perdemos el sentido de la vida. Y es que no estamos hablando de un capricho subjetivo, sino de una necesidad universal de los seres humanos. Sin ella, la vida es ciertamente un desierto espiritual… Con ella convertimos el mundo en nuestra casa, y al hacerlo ampliamos nuestras alegrías y encontramos consuelo para nuestros dolores.”

La belleza no es solo un fenómeno más o menos deslumbrador, como esas “maravillas” que en ocasiones nos fascinan: paisajes y fenómenos de la naturaleza, sinfonías colosales, las maneras asombrosas de afrontar la vida que descubrimos en algunas personas… También, como una música misteriosa que se entreteje con nuestra vida diaria, se halla presente en muchas de nuestras decisiones y experiencias cotidianas: la ropa que vestimos, la forma de decorar nuestro hogar, la música que nos gusta escuchar o bailar, el parque al que acudimos a correr o los parajes que nos gusta visitar de vez en cuando, la presencia en nuestras ciudades de rincones y detalles ornamentales o espacios ajardinados, y tantas otras. Multitud de detalles y gestos que nos hacen agradable el vivir.

En esas preferencias, en esas experiencias y en esos gustos nos reflejamos y nos encontramos en cierto modo a nosotros mismos. El ser humano se hace a sí mismo según el modo en que concibe la belleza, es decir, según el modo de percibir, sensible e intelectualmente, el bien, la perfección y la plenitud en el ámbito de lo real.

La belleza alimenta nuestra energía y provoca en nosotros un gozo profundo, nos impulsa hacia lo mejor de nosotros mismos y nos hace intuir en la realidad y en las otras personas un “algo más” ideal y sublime, atrayente. Heidegger decía que las obras de arte despiertan en nosotros el misterio de la realidad; son, afirmaba, una revelación, una “epifanía del ser”. Plotino y Tomás de Aquino definían la belleza como “el esplendor de lo real”, y Platón, por su parte la concebía como una “llamada de otro mundo” que resplandece misteriosamente en el nuestro.

Los pensadores clásicos hablan de que la realidad, el ser, se manifiesta según facetas diferentes como verdad, bien y belleza. Lo real es susceptible de ser conocido por nuestra inteligencia: es inteligible, verdadero; se ofrece también como algo valioso y bueno a nuestra voluntad. Además, al ser percibido y conocido, mediando el sentimiento, despierta en el espíritu humano una complacencia, un agrado: la belleza.

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