Del Islam a la Yihad
UNA REFLEXIÓN GEOPOLITICA SOBRE EL MUNDO ISLÁMICO A COMIENZOS DEL SIGLO XXI
Bienvenido Gazapo.
Profesor Titular de Geopolítica. UEM
SI EL ISLAM TUVIESE UN PAPA…
«Ojalá los musulmanes tuviésemos un Papa!». Esta exclamación, lanzada como un suspiro de dolor por el escritor egipcio Fahmi Hueidi, fue retomada ampliamente por los medios de comunicación árabes e incluso por Internet, donde todavía sigue suscitando apasionados debates.
Todos los que participan en esta discusión reconocen sentirse fascinados por la imagen del hombre de las manos temblorosas, que recorre el mundo sin tregua ni descanso, reuniendo en todas partes multitudes enfervorizadas y que marca los acontecimientos de nuestro tiempo. En efecto, tras haber contribuido de manera decisiva a la caída del comunismo, Juan Pablo II se permite criticar duramente el capitalismo y desafiar, en Cuba, a la gran potencia americana. Nadie goza de un papel similar entre los musulmanes, que se sienten huérfanos. Algunos lamentan que el califato de Estambul fuese abolido en 1924 y que el jeque de Al-Azhar, decano de la Universidad islámica de El Cairo y considerado, a veces, como la figura religiosa más eminente, no tenga la autoridad moral necesaria. Mientras otros se atienen a la posición tradicional del Islam suní. A saber, que no debe haber ni clero ni Iglesia ni obispo ni tiaras ni casullas de oro y que ningún fiel debe prevalecer sobre los demás, a no ser por su saber y por su piedad.
Esta doctrina ha permitido evitar las malsanas relaciones entre el dinero y la religión, que durante mucho tiempo fueron la plaga del papado. Pero en otros ámbitos, como el de la democracia, esta concepción, a pesar de estar inspirada en la igualdad, no tuvo el efecto deseado, hasta el punto de que nos podemos preguntar razonablemente si la situación actual del mundo musulmán no sería mejor de haber existido, en el cuero de la Historia, una institución similar a la de la Iglesia católica. No es que los papas se hayan pronunciado siempre a favor de las libertades civiles. Incluso mantuvieron durante tiempo la naturaleza divina de la monarquía. Pero al servir sistemáticamente de contrapeso a la omnipotencia de reyes y emperadores, permitieron limitar su libre arbitrio, dejando así a la sociedad civil un espacio de libertad, en el que ésta ha podido desarrollarse plenamente.
Y que trajo enormes consecuencias. Este espacio de libertad no ha dejado de ir ampliándose a lo largo de los siglos y ha promovido la más formidable revolución intelectual, científica y material de la Historia humana, permitiendo a la civilización occidental asumir una posición dominante respecto a todas las demás, que hoy se ven obligadas a imitarla o a resistir su empuje. Probablemente, el papado no ha previsto ni auspiciado tal desarrollo, sobre todo por lo que se refiere a la expansión de la libertad en todas las direcciones. Pero de hecho, contribuyó decisivamente a dicha evolución.
En los países del islam, en cambio, el despotismo de los soberanos fue la regla general, y eso dificultó el surgimiento de una sociedad civil portadora de modernidad. No estoy diciendo que ésta sea la única razón por la que Occidente se desarrolló y el mundo árabe se quedó atrasado. Creo, sin embargo, que esto jugó un papel nada desdeñable. No se puede construir nada duradero en el reino de la arbitrariedad. Y es legítimo lamentar que en ciertos momentos cruciales, cuando la sociedad musulmana parecía a punto de realizarse, no haya tenido una institución estable capaz de oponerse a la tiranía de los príncipes.
La ausencia de tal institución ha tenido también otra consecuencia, que hoy se demuestra calamitosa. Abandonados a sí mismos, sin apoyo alguno, los dignatarios religiosos han estado constantemente a la merced del poder establecido que, hoy como ayer, los nombra y los destituye a su antojo. Por eso, la gente les considera auxiliares del monarca. Cuando éste pierde credibilidad, también ellos la pierden y, por lo tanto, se muestran incapaces de hacer frente el relanzamiento doctrinal de los movimientos radicales.
De ahí que a la contestación política se una muchas veces la contestación religiosa, que nadie consigue controlar.
El mundo musulmán nunca tuvo una institución capaz de excomulgar a un Savonarola. Ninguna autoridad incontestable puede decir, por ejemplo, si los talibanes afganos representan una visión justa o equivocada de la fe.
Caben, pues, todas las herejías y, como consecuencia, es la imagen misma del islam la que sufre. Y sufre tanto que el resto del mundo olvida la grandeza de la civilización que construyó y la modernidad de su mensaje. Mientras la Iglesia católica, anclada siempre en el respeto a las tradiciones, constituyó, paradójicamente un baluarte contra el exclusivo apego al pasado. Es decir, cada se verifica una evolución en la mentalidad, el papado temporiza, intenta ralentizar el ritmo y propende por naturaleza hacia las tendencias más conservadoras. Pero en un momento dado, impelido por la atmósfera general, su posición evoluciona. Lentamente, muy lentamente, da un primer paso e, inmediatamente, el paso dado se convierte en algo ya irreversible. En cierto sentido, la institución, una vez que ha registrado el cambio, no consentirá ya que se dé marcha atrás. Y si en nombre de las Escrituras alguien intenta contestar el paso dado, la Iglesia asume la tarea de marginarlo y de hacerlo callar.
Los menos jóvenes de entre nosotros recordarán todavía la época en la que las mujeres, para asistir a misa, estaban obligadas a cubrirse el pelo. Las primeras que se atrevieron a entrar en la iglesia sin el velo fueron echadas o cubiertas de injurias y humilladas desde lo alto de los púlpitos. Después las cosas cambiaron y, ahora, las mujeres pueden ir a misa como los hombres, con la cabeza descubierta. El paso adelante se da una vez por todas. ¿Es conservadora la Iglesia? Sí, pero también conserva la experiencia. Desde el momento en el que todas las mujeres se quitan el velo, nadie es ya capaz de obligarlas a ponérselo, nadie podrá ya, en nombre de Dios, restablecer lo que el Papa ha abolido. Al final del siglo XX no veremos, pues reaparecer las costumbres heredadas entre el siglo XII y el XIX. La Iglesia no volverá a restablecer la Inquisición ni condenará más a la hoguera a los herejes ni a los infieles y se opondrá a que otros lo hagan.
Por todo este cúmulo de razones se puede entender mejor el por qué el Papa suscita tanto interés y tanto debate en el mundo musulmán. Evidentemente, la Historia no se rehace y son pocos los que creen todavía posible el retomo de un califa que, liberado de sus características políticas, asumiese el papel de autoridad religiosa y moral. Probablemente ya sea demasiado tarde para esto.
Pero no es demasiado tarde para ver nacer instituciones democráticas capaces de frenar los excesos del poder político, capaces de encauzar el retorno religioso, capaces de asegurar una apuesta decidida por la modernidad. En cualquier caso, si tantas personas en el mundo musulmán se sienten huérfanos, no es sólo porque no tengan un Papa o un califa, sino sobre todo porque están privados de libertad, de sus derechos más elementales, de cualquier perspectiva de futuro y porque todavía no han conseguido encontrar su puesto en este mundo, en perpetuo movimiento.
(AMIN MAALOUF, libanes de sangre árabe y fe cristiana, es escritor. En 1983, abordó la otra cara de la cristianización en el ensayo Las cruzadas vistas por los árabes. Sus novelas son el símbolo de la búsqueda de una tercera vía que pueda conciliar Oriente y Occidente. Algunos otros títulos: León el Africano, El manuscrito de Samarcanda)