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Fascinada por la belleza del amor, "el Dios que llevo dentro"

ERNESTINA DE CHAMPOURCIN

LA NOSTALGIA DE DIOS

Ernestina de Champourcin es sin duda una de las grandes poetas de la poesía española del siglo XX. Por edad (nació en Vitoria en 1905) pertenece por derecho propio a la denominada Generación del 27; por su larga vida (muere en Madrid en 1999) es testigo de toda la poesía del siglo XX y voz nítida de esperanza entre tanta desolación y desencanto ante promesas utópicas fracasadas.

Fascinada por la belleza del amor, Ernestina de Champourcin
1948 es momento crucial para la vida y la obra de nuestra poeta. La lectura de “La montaña de los siete círculos” de Thomas Merton le impulsó a volver a la Iglesia católica con total entrega como si se tratara de una segunda conversión. Encuentra a Dios como un ser personal que nos ama y nos invita al amor

Siempre fue una mujer creyente aún en medio de los sorprendentes avatares de su vida. Su sobrino Jaime Lamo de Espinosa - según recuerda Beatriz Comella en su antología sobre nuestra autora- considera que “Ernestina vivió, en cierto sentido, siempre en el exilio: fue republicana en una familia monárquica que se opuso a su matrimonio; mirada con recelo por algunos republicanos, por su origen aristocrático y adinerado; transterrada de su país por motivos políticos; relegada por su compromiso cristiano, no aceptable para ciertos sectores laicistas; poco adaptada –tras su regreso a España- al Madrid de vida acelerada, -tan distinto del que abandonó en 1939-; con escaso reconocimiento de la progresía intelectual”.

Ernestina es una poeta católica. Como aclara ella misma, su religiosidad “es más bien misticismo” “cierto fondo de exaltación que aplico de un modo especial a todas las cosas”. De la misma manera que confiesa a sus amigas que su poema por excelencia es El Cantar de los Cantares, proclamará “Solo creo en Dios y en la Belleza”.

Formalmente Ernestina es discípula fiel del Juan Ramón de la poesía intelectual y pura exigente hasta la perfección. Jaime Siles, en su libro “Poesía esencial” lo afirma con precisión “Ernestina tiene dos ejes: la poesía pura como forma Y Dios como objetivación de la Belleza y ni de uno ni de otro se apartará.”

Un único tema recorre su obra: el amor. Distinguen sus estudiosos tres etapas: el amor humano, el amor divino y el amor en la evocación y en el deseo. Iremos viéndolo a lo largo de estos artículos. Hay sin embargo una nota que me parece preside el proceso madurativo de ese amor: en todo amor aún en el que nos puede parecer más sensual o por qué no decir más carnal aparece una mirada espiritual. En la carta que le dirige a Carmen Conde el 18 del 8 de 1928, desde la Granja donde veraneaba le confiesa: “Y veo la carne a través del espíritu, por eso no sé encontrarla bella”. Comenta estas consideraciones Jaime Siles como si concibiera la existencia del amor como un sensualismo místico o un misticismo sensual.

Aspecto que puede ser visto como un refinamiento exquisito de la propia sensualidad, en línea con los refinamientos aristocráticos de los modernistas. Sin embargo creo que tiene otra clave de interpretación que explica toda la trayectoria vital y poética de Ernestina. El ser humano como espíritu encarnado siente los impulsos del deseo de la carne; pero entrecruzados con el ansia de infinito que le despierta el espíritu. No es una contradicción. Tiene que ver con la exclamación de Blas de Otero en su conocido soneto “Luego” “por qué Señor, por qué esto no basta”. Y creo que es una constante en la poesía humana de Ernestina.

1948 es momento crucial para la vida y la obra de nuestra poeta. La lectura de “La montaña de los siete círculos” de Thomas Merton le impulsó a volver a la Iglesia católica con total entrega como si se tratara de una segunda conversión. Encuentra a Dios como un ser personal que nos ama y nos invita al amor. Y el Amor de Dios centra su inspiración poética a lo largo de su vida y de su obra. Si Juan Ramón Jiménez buscaba a Dios en la Belleza, en la Eternidad, de todo lo creado, con dejes de panteísmo, su discípula canta la Belleza y la Eternidad pero en un Dios personal cercano, amigo, asequible.

Elijo para iniciar la serie este poema en alejandrinos blancos de su libro Cartas cerradas de 1968. No pretende Ernestina entrar en polémica con las diversas corrientes poéticas que se dieron en España a partir de los años 50. No hace caricatura de ellas, sino que aprovecha lugares comunes para que le sirvan de contraste y clarifiquen mejor su concepto de poesía. Para ella, no todo sirve. La literatura cuando se pone al servicio de lo urgente y de las propuestas políticas que demanda la realidad es muy fácil convertirlas en propaganda, cuando no en libelos, que el tiempo se encarga, aún entre los poetas y poemas más brillantes, en reducirlos a documentos sociológicos del pasado. A Ernestina no le van las modas. No le atrae ni la protesta ni el compromiso, por serio que sea el mensaje. La misión de la poesía ha de acercarse al misterio, ha de tratar de desvelar el hondón oscuro que se esconde en cada ser humano, alentarle hacia la esperanza. Para ella la poesía es búsqueda y encuentro personal con Dios. Y desde Dios toda la creación se transfigura. El poema es un diálogo. Y la actitud de quien lo ha encontrado será: “llevándoles Tu amor que lo resuelve todo.” Desde esta clave el poeta es un miembro del encuentro en que el agente real será Dios mismo: “La vida del poeta es dialogar contigo. Y que después Tú solo lo expliques al que lee…”. El humanismo alejó el cielo de la tierra. El hallazgo de un Dios cordial y amigo, vuelve cada cosa a su sitio. Y Dios entra en la palabra humana de esta extraordinaria mujer. Su poesía es salmo, su poesía es oración.


No sé hablar de esas cosas que se han puesto de moda:
basura en las esquinas y vómitos de perro,
hedores adheridos al quicio de las puertas;
esa puerta en bostezo de hotelucho o cantina…


La poesía "social" no se me da tampoco…
-¿Poesía sin misterio es acaso poesía?
y prefiero callarme y acercarme al problema
llevándoles Tu amor que lo resuelve todo.


Por eso te dedico estas cartas cerradas
que Tú has leído ya infinidad de veces.
Si Tú quieres que otros alcancen a leerlas
haz que el sobre cerrado se transparente un día.


Poesía de "protesta"; poesía con "mensaje":
que cada uno tome en ella lo que quiera.
La vida del poeta es dialogar contigo.
Y que después Tú solo lo expliques al que lee...


EN LA CONTIENDA DE DOS MODOS HUMANOS
DE ENTENDER EL AMOR

Fascinada por la belleza del amor, Ernestina de Champourcin
Ha conocido a Juan José Domechina poeta del 27 y crítico literario, miembro activo de Izquierda republicana y secretario personal de Azaña. Se han hecho novios como dice ella dentro del paradigma de lo moderno. Ella expresamente no ha abandonado su fe católica, pero en este ambiente de liberalismo racionalista y relativismo moral no hace cuestión de las normas de moralidad cristiana.

Cuatro son los libros que constituyen la primera etapa creadora de Ernestina: Silencio (1926), Ahora (1928), La voz del viento (1931) y Cántico inútil (1936). Don Ángel Ascunce, el afinado conocedor de la obra poética de Ernestina, en el encomiable prólogo de su publicación de la obra casi completa Poesía a través del tiempo (1991) –no incluye los tres últimos libros asombrosamente escritos y publicados cuando la autora apenas podía leer y escasamente oír– divide esta primera época en dos periodos: uno primero que llama de aprendizaje y que abarca en el tiempo hasta 1928; y uno segundo constituido por los dos últimos títulos y que van de 1931 a 1936, -en plena eclosión del surrealismo y de la madurez de los escritores del 27, al que pertenece Ernestina por derecho propio-. A este periodo denomina Ascunce “Poesía del amor humano”. Así es, en claro contraste con la época poética siguiente, que denomina el autor “Poesía del amor divino”.

Me parece imprescindible para poder valorar y gozar de la creación poética de Ernestina citar dos consideraciones que oportunamente nos ofrece don Ángel Ascunce:

1ª) "Su obra, aunque dentro de los cánones del purismo formal, presentaba un fuerte personalismo y una gran sinceridad expresiva. La mujer y la poeta cohabitaban en un mismo corazón... que clamaba y reclamaba el amor en todas sus formas y expresiones.

2ª) Y como una consecuencia de lo anterior “partir de la persona para incidir en la obra creativa de la poeta”. Es decir “se inicia en el pretexto existencial y culmina en el texto literario”.

Desde estas claves, estas dos obras, temática y formalmente muy logradas, se me presentan como el diario íntimo de una mujer joven que expresa líricamente sus esperanzas, sus anhelos, sus zozobras, sus temores, su ansias de un amor-deseo que brota de su naturaleza de mujer, pero que intuye que tiene que haber más que el mero placer sexual; que el amor debe unir dos cuerpos en una unidad que supere la mera yuxtaposición, y consiga la fusión –alma con alma- para “que sean uno”.

Ha conocido a Juan José Domechina poeta del 27 y crítico literario, miembro activo de Izquierda republicana y secretario personal de Azaña. Se han hecho novios como dice ella dentro del paradigma de lo moderno. Ella expresamente no ha abandonado su fe católica, pero en este ambiente de liberalismo racionalista y relativismo moral no hace cuestión de las normas de moralidad cristiana. Mas la insuficiencia de un amor reducido a lo genital es un testimonio universal que nace de una mirada simplemente humana y no desde la fe.

El primer poema seleccionado pertenece a uno de los últimos de La voz en el viento. Estamos formalmente en los tan bien dominados versos alejandrinos y en un exuberante lenguaje figurativo, casi barroco. ¿En qué lugar ameno podrá suceder el encuentro de los enamorados? ¡Qué menos que en las curvas del cielo donde los ojos de las estrellas como en balcones cósmicos se asomarán conmovidos? Ella se presentará desnuda con una desnudez mágica porque sólo, tras seis túnicas de luz, podrá admirar el ámbar moreno de sus hombros su enamorado. Nadie más, pues sería castigado en sus ojos con látigos de niebla.

Solo el amante podrá ceñir –lenguaje visionario- en sus pupilas no mi talle sino mi sien alucinada y en las mismas pupilas mis manos que ofrecen su cáliz no al cuerpo tangible sino a esa realidad profunda, oculta del ser de la amada que resulta inasible.

Nueva imagen: te esperaré encendida. ¿Apasionada o como las vírgenes prudentes con la antorcha que da luz y sentido a la noche sensual e impulsiva de tus labios? Sorprendente: luz que libertará tu esencia creadora. Mucho más: mi beso será como un bautismo que te descubrirá tu nombre verdadero y te fundirá en mí. ¿De qué amor nos está hablando? Hay cita, hay denudo hay miradas y caricias, hay besos. Pero todo queda transfigurado como si la carnalidad necesitara alcanzar lo más profundo de nuestro ser, hasta encontrar el nombre verdadero, la identidad más profunda. Amar es más que quedarse al nivel de los sentidos. Es experiencia celeste. Es llegar al ser. No es camino ordinario. Es muy posible que el amante no levante tanto el vuelo. Es lo que ocurre en el poema segundo de Cántico inútil. Delicioso soneto en que con lenguaje casi teresiano le dice que no la busque en su cuerpo que ella se ha metido en su alma, y hasta su hermosura no viene de ella sino que su querer le vistió de hermosura. Mi espejo eres tú, tú eres mi retrato. Pero, sin embargo, ¡ay!, sin embargo qué nos dicen los dos últimos versos del sorprendente soneto. ¿De qué brújula habla? ¿Cuál es su afán que la desconcierta y cuya ley ella no acata? Ay, Ay Ay, mucho me temo que al menos el amante poético no entienda de referencias celestes y descienda a lo suyo. Tras la sublime poesía petrarquista el lobo estepario sacó sus instintos.


Te esperaré apoyada en la curva del cielo
y todas las estrellas abrirán para verte
sus ojos conmovidos.
Te esperaré desnuda.
Seis túnicas de luz resbalando ante ti
deshojarán el ámbar moreno de mis hombros.
Nadie podrá mirarme sin que azote sus párpados
un látigo de niebla.
Sólo tú lograrás ceñir en tus pupilas
mi sien alucinada
y mis manos que ofrecen su cáliz entreabierto
a todo lo inasible.
Te esperaré encendida.
Mi antorcha despejando la noche de tus labios
libertará por fin tu esencia creadora.
¡Ven a fundirte en mí!
El agua de mis besos, ungiéndote, dirá
tu verdadero nombre.

El retrato


Mírame en ti. Mi efigie verdadera
se esconde en tus pupilas y en la albura
de esa imágen sin cuerpo que perdura
cuando el trazo más nítido se altera.


Sólo existo en tu amor. La Primavera
que en mis labios descubre tu ternura
florece para ti y es mi hermosura
el signo luminoso de tu espera.


No busques en el agua mi reflejo.
Eres tú sólo el invisible espejo
donde oculto mi auténtico retrato.


Al quererme creaste mi belleza
y ahora tu afán sin brújula tropieza
con la mentira cuya ley no acato.


LOS ALTIBAJOS DEL AMOR

No sé por qué me parece que los títulos de los dos libros del periodo denominado “del amor humano” nos están dando alguna pista sobre el amor que recorre sus páginas y sobre la esperanza y desencanto que sobre su ensueño de amor profundo siente en el proceso Ernestina, siempre como poeta.

La voz en el viento arranca con el entusiasmo del caballero que a lomos de su corcel se encarama sobre el viento hasta soltar la rienda de sus voces. Así se titula el primer poema. Sorprendente poema por su fuerza y vigor en proclamar sus pretensiones: “derrumbaré certezas en nombre del azar sobre el lomo de todo lo inestable, llegará su voz a cumbres inholladas y al filo de los tiempos su grito colmará vacíos insondados”. Ahí es nada. Y está hablando del amor, de ese amor que asumiendo lo sensitivo y sensual pretende alcanzar el ser, la eternidad, la belleza total, como razón profunda del amor, su modo de entender el amor como poesía y como vida.

El segundo libro Cántico inútil, está relacionado con el Cántico espiritual de San Juan de La Cruz, -citas de cuyos versos, presiden varios poemas-; pero el adjetivo inútil parece adelantarnos un algo de desencanto, algo así como luchar contra molinos de viento. Ella sigue en el empeño; pero en su propia experiencia-poesía ha palpado en su actitud vivencial al menos ocasionalmente la contradicción. Algunos críticos hablan de poemas fuertemente eróticos. No lo niego. Son como el sueño derribado en el que queda contradicho su ideal.

En la serie titulada Romances del camino, encuentro los más crudos y descarnados, con un realismo sincero pero sin pudor. Me llama la atención el número 5 cuyo primer verso dice “Sobre mi cuerpo en niebla” Las manos del amado en antorcha producían quemaduras de pasión en su letargo y sus besos cuajaban estrellas vivas en sus labios extasiados. Todo se hace vértigo no éxtasis. Denuncia sorprendentemente a su amado: “¡Qué huida hacia ti mismo! El sendero obstinado giraba en torno tuyo fingiendo rumbos falsos, para dejarme, exhausta, a orillas de tu abrazo.” Tremendo. Pero seducida en esta experiencia termina pidiendo de nuevo la antorcha de tus manos. No es este el amor que inspira el poemario.

Lo original de Ernestina no es esta poetización de un amor sensual o erótico. Esa era la concepción del amor en el modernismo de Darío y en los felices años veinte. Su aportación al menos temática es la dignificación del amor carnal hasta revestirlo de visos de respuesta a las nostalgias profundas del alma inmortal. Ernestina es una mujer de ese momento. Se mueve sin desdoro entre lo más selecto de la sociedad. Es una mujer de mundo. Punto de referencia clave para comprender el prodigio de su reencuentro con Dios y el hallazgo en su experiencia mística del verdadero amor que anhelaba su alma. No es contradicción sino un camino que parte de transformar en eterno un amor inmanente y que al final lo encuentra en un Dios personal y eterno, respuesta cabal a todos sus anhelos y que, paradójicamente, desde el anonadamiento, se encontrará trascendida y en plenitud de ser.

Tiene razón Ascunce cuando afirma de estos dos libros del periodo titulado “El amor humano": “Esta búsqueda de eternidad y de belleza se concreta en un ardiente deseo de conquista de libertad, pureza, esencialidad, originalidad, desnudez, alegría de ser, etc. Todas estas razones de realización humana van creando un camino que se identifica con el amor. De esta manera, el amor es el principio-camino que hace posible la metamorfosis del ser humano en un ser de plenitud y perfección.” La mística amorosa de san Juan de la Cruz, aplicada al amor humano de un hombre y una mujer. No es un asunto moral el que en esta etapa preocupa a Ernestina, en todo caso estético y quizás antropológico, en la medida en que considera el amor como razón de existir y perfeccionamiento del ser, muy por encima del amor como impulso genital y satisfacción de un deseo. “Si me niegas tu éxtasis no me niegues tu herida” dice en el poema Espera que comentaremos en el próximo artículo.

Vigorosos son los poemas en que expresa el impulso amoroso desde una sensualidad que busca correspondencia y satisfacción. Pudo haberlos destruido. Pero no lo hizo. Son valiosos como expresión de un sentir humano y estético en el entorno social y cultural de los hombres y mujeres de la Residencia de Estudiantes, élites artísticas e intelectuales alejadas ya del referente moral cristiano.

Para situarnos, la declaración que a mí personalmente más me sorprende es la que le escribe en carta privada a Carmen Conde desde Madrid el 13 del 02 de 1931: “Coincido contigo; a mí tampoco me atrae el matrimonio ortodoxo y burgués y por hoy... ninguna otra clase de matrimonio”.

La contienda sobre el amor está declarada. Nuestra realidad fronteriza entre la carne y el espíritu se mueve en el terreno resbaladizo entre el impulso ciego del eros y la nostalgia de un amor, fundamento de la dignidad y grandeza de nuestro ser. Como Don Quijote, la poeta y su poesía, no ceja en su empeño (no me interesan las experiencias amorosas de Ernestina. Sí su poesía y su estética) y hasta –poéticamente- me parece escuchar “Y no está bien que mi flaqueza defraude la verdad.”

Al primer conjunto de poemas de Cántico inútil, lo titula “Cumbre sin cielo”. Como expresión de ese guiño al desaliento, en el conjunto de la obra, contrapunto pasajero, de cántico y de cumbre, y consonancia con inútil y sin cielo. Os ofrezco este melancólico poema:


¿Para qué?
Y si todo es inútil, ¿para qué tanta estrella
señalando caminos que en el cielo no existen?
¿Para qué la esperanza endeble y fervorosa
de tantos despenares?

Si nada lleva a nada... ¿de qué sirve este impulso
que me yergue sin fuerzas al nivel de tu cima?
¿De qué sirven mis besos si su ambición no logra
traspasarte los labios?

Quiero creer en ti. Por una vez te pido
que engañes dulcemente la sed de mi ternura.
¡Acerca a mi tristeza la mentira inefable
y sabia de tu boca!


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