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La mujer en la modernidad

Andrés Jiménez

El panorama moderno

Así las cosas, a principios del siglo XIX las mujeres no podían votar, presentarse a elecciones u ocupar cargos públicos. No podían tener propiedades, tenían que transferir al cabeza de familia, el varón, los bienes heredados, no podían dedicarse al comercio, tener negocios propios, ejercer determinadas profesiones –la mayoría-, obtener créditos o abrir una cuenta en un banco. No es exagerado afirmar que la llegada de la industrialización y una clase media burguesa hegemónica hicieron crecer una forma contundente de poder masculino, por el cual la mujer pasó a ser de algún modo posesión del marido (Cfr. Beard, M.R., 1972).

Este fue para muchas mujeres el cauce más importante de promoción profesional y humana, y ha supuesto uno de los movimientos sociales de mayor envergadura cultural de todos los tiempos. “Las Congregaciones, para desarrollarse, debían llamar a mujeres de acción. Les ofrecen puestos de responsabilidad, donde pueden dar pruebas de iniciativa y de espíritu de empresa, dirigiendo a cientos y miles de personas.

Esto no quiere decir que las mujeres no influyeran, y mucho, en la vida cotidiana del siglo XIX y del siglo XX desde el ámbito familiar (Cfr. Marías, J. 1990, 24-72). Ellas venían a ser las depositarias de la “vida privada” y, a través de su influencia en la vida y la acción de los varones, inspiraban y colaboraban en la cultura literaria, artística y humanística. Ellas eran las que guardaban y transmitían los valores religiosos y éticos; educaba a los hijos y desarrollaban numerosos servicios sociales y asistenciales. Su papel más importante quizás haya sido la creación y conservación de una vida familiar fuerte y estable, y la educación de los hijos (Cfr. Solé, G., 1995, 9-23). El mundo doméstico, en el que la mujer venía a ser el centro y referente de todos los miembros de la familia, era el ámbito de acogida y maduración en el que se enseñaban los valores fundamentales a las personas, en un ambiente de solidaridad y apoyo, de aceptación, atención, comprensión y valoración personal. Sin embargo, el “triunfo” en la vida consistía, para la mentalidad dominante en el éxito público.

Algo que a menudo se silencia es el papel destacadísimo de las Congregaciones católicas femeninas en el siglo XIX, especialmente en Francia, España e Italia. Sólo en Francia, por ejemplo, entre 1800 y 1880 se crearon 400 congregaciones, y 200.000 mujeres entraron en noviciados. Posteriormente, esas congregaciones se extendieron por todo el mundo. Las fundadoras, procedentes de todos los estratos sociales, demostraron por lo general insólitas dotes para las tareas de gobierno y organización. Muchas mujeres realizaban, al amparo de estos movimientos religiosos y sociales, trabajos de enseñanza, gestión y servicios, con responsabilidad profesional en escuelas, hospitales y asilos. (Solé, G., 1995, 28) Este fue para muchas mujeres el cauce más importante de promoción profesional y humana, y ha supuesto uno de los movimientos sociales de mayor envergadura cultural de todos los tiempos. “Las Congregaciones, para desarrollarse, debían llamar a mujeres de acción. Les ofrecen puestos de responsabilidad, donde pueden dar pruebas de iniciativa y de espíritu de empresa, dirigiendo a cientos y miles de personas. También eran necesarios “cuadros medios”, profesoras y otras profesionales, para todas las tareas. Eran las únicas que ofrecían unos trabajos femeninos tan variados... y, de ahí, en parte, su éxito.” (Langlois, C., 1984, 643-644)


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