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La inteligencia humana

5. ¿TIENE INSTINTOS EL SER HUMANO?

Queda finalmente una última cuestión, complementaria de la anterior. ¿Se dan en el ser humano parámetros fijos de conducta determinados por la especie humana, es decir, instintos?

Las necesidades primarias del ser humano condicionan grandemente su manera de estar y conducirse en el mundo, pero dejan abierto el campo vital humano -gracias a esa capacidad “extraordinaria” que es el conocimiento intelectual- a una conducta personal libre, responsable y creativa, abierta tanto a la mejora como a la degradación de la propia condición humana.

Es evidente que existen en todos los miembros de la especie humana ciertos impulsos naturales para la satisfacción de necesidades como las de alimentación,reproducción, huída o agresión, que serían los tres ámbitos fundamentales de la conducta instintiva animal. Pero el modo concreto en que el hombre ha asumido y "modalizado" estas necesidades y tendencias por medio de la cultura, es asombroso y extraordinariamente abierto:

- De la necesidad de alimentarse han nacido un arte, la gastronomía, y una ciencia, la dietética, por ejemplo. Numerosas industrias y procesos económicos, así como una importante gama de símbolos que la enriquecen, giran alrededor de esa necesidad primaria en el ser humano.

- Técnicas diversas se aplican también en el ámbito de la reproducción: medicina, métodos de asistencia, negocios en torno a la dimensión erótica de la sexualidad, etc. Por otro lado, desde el punto de vista cultural, la aparición de la institución familiar como ámbito originario de acogida y crecimiento en humanidad, así como de socialización y comunicación de intimidad, ponen de manifiesto, entre otros muchos ejemplos, el poder inmenso del comportamiento inteligente humano y la no-sujeción a patrones prefijados por la especie.

- Las diversas y sofisticadas técnicas de guerra y agresión (así como el ansia de paz, el perdón, el diálogo, etc.) son indicadores de la capacidad humana de comprender, de 'hacerse cargo' de las situaciones y de medirse con ellas hasta el punto de transformarlas, manejarlas, darles un sentido u otro...

Todo ello no sería posible si el ser humano estuviese sumido en un entorno ('perimundo') de meros estímulos y sin acceso a una confrontación con la realidad misma de las cosas. Tal confrontación supone una constitutiva forma de apertura –la inteligencia como capacidad de conocer lo real y de trascender estímulos- que hace posible la toma de postura personal, el libre disponer de sí ante las cosas (y ante uno mismo), el poder de anticiparse al futuro y prevenirlo.

El hombre no tiene instintos, sino tendencias e inclinaciones que no le determinan férreamente, clausurando su mundo. Está claro que las necesidades primarias del ser humano condicionan grandemente su manera de estar y conducirse en el mundo, pero dejan abierto el campo vital humano -gracias a esa capacidad “extraordinaria” que es el conocimiento intelectual- a una conducta personal libre, responsable y creativa, abierta tanto a la mejora como a la degradación de la propia condición humana. Esto no sería posible si estuviera establecido de antemano por una especificidad biológica fija, el instinto.

Por el contrario, gracias al acceso inteligente a la realidad de las cosas, surge la posibilidad de trascender lo orgánico mediante el efusivo don de sí (creatividad).

Lo específicamente humano es precisamente la aportación de novedades. Por eso hay historia humana y no animal -y los acontecimientos siguen un curso, suponen una tradición, un legado que se transmite y se recrea de generación en generación, que avanza y puede también retroceder-; por eso también hay cultura en el hombre y no en el animal. La cultura es, en suma, el cultivo de lo específicamente humano: la humanización del mundo (ciencia, técnica, derecho, arte, pensamiento, trabajo...) y del propio hombre (ética, religión, educación…).


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