Bioética y acción social
Cómo afrontar los conflictos éticos en la intervención social
José Carlos Bermejo
3. Ética y acción social
Al acercarnos al término acción social nos encontramos con diversidad de conceptos próximos y de definiciones, a las que diversos autores hacen referencia en un contexto histórico, en el que se transitó de la equiparación entre la acción social y la asistencia social, a otro en el que acción social se oponía a asistencia social.
Se dice de la acción social que es “aquella intervención organizada en vistas a modificar el medio social y mejorar las condiciones de vida que resultan perjudiciales para determinados grupos humanos” (Nota 29), y que se distingue de la acción benéfica o asistencial.
La diferencia fundamental entre la acción social y la acción benéfica sería así el protagonismo del hombre o mujer destinatario de la acción. Dicho protagonismo se traduce en una postura activa en su propio proceso de cambio, de promoción, de crecimiento. La acción benéfica sería paternalista y, como tal, supone que el agente social es el que sabe y el que puede, frente al paciente que recibe la ayuda.
La acción social apuesta por la promoción de la persona, considerándola sujeto de su propio desarrollo, reconociéndola llena de posibilidades que le capacitan para salir de la situación de vulnerabilidad o exclusión en la que se encuentra. En este sentido, los agentes sociales podremos llegar a ser, como veremos, acompañantes del hombre o la mujer que sufren el empobrecimiento o la exclusión.
Por otra parte, a partir de la perspectiva comunitaria y territorial de la acción social, se introdujo el concepto de Acción de Base como “aquella actividad que se orienta hacia el conjunto de la población residente en un territorio, para tratar de dar respuesta a las necesidades individuales y colectivas de esta población suscitando los recursos internos de dicha comunidad” (Nota 30); o el término Atención Primaria, refiriéndose a esta respuesta a las necesidades, pero conectándola con la mejora de la calidad de vida y la apuesta por la modificación de las estructuras (Nota 31).
En la acción social podemos hablar de un continuum, y no caer en el dogmatismo o la dicotomía que establece brechas. Esto es, la acción social incluye, a veces, acciones que tienen que ver con la asistencia clásica, ya que responden a la necesidad de subsistencia de la persona. Desde la concepción integral de la persona, que tiene diferentes necesidades, el agente social comprende que, si no están resueltas las necesidades primarias, difícilmente se puede plantear la autorrealización. La cuestión es cuál es nuestra postura, nuestro para qué, nuestro hacia dónde, cuando estamos frente al hombre o mujer empobrecido y/o sufriente.
Siguiendo a Esperanza Linares, “uno de los objetivos fundamentales de la acción social es tratar de dar respuesta a las necesidades de los individuos y los grupos” (Nota 32). Linares hace referencia a la propuesta de CEPAUR, que afirma que las necesidades humanas, en contra de lo que suele ser creencia y lenguaje populares, son pocas, limitadas, universales y clasificables (Nota 33). En este sentido, cabe destacar el sentido deproceso, ya que se trata, más que de solucionar problemas, de acompañar itinerarios, historias de vida, en las que hombres y mujeres realizan opciones, ponen en marcha sus capacidades, y se liberan de la opresión de la exclusión.
En definitiva, asistencia y promoción dan lugar a un itinerario en el que la inserción es el siguiente escalón, y se entiende como un proceso educativo y de socialización, de tipo global e integral; un camino en el cual la persona o grupo avanza hacia la autonomía personal y logra el acceso a un nivel y calidad de vida dignos, en el ámbito de una sociedad más justa y solidaria.
La pobreza es una limitación que genera exclusión. No se trata solo de la desigualdad en el acceso a los recursos básicos, sino de una situación de expulsión al margen, de no participación social, de no inclusión social (Nota 34). La pobreza, como una realidad plural, multidimensional y compleja, no es homogénea, sino específica de cada situación, grupo o colectivo humano. De forma que acercarse a la pobreza supone hablar de ausencia o déficit en el reconocimiento de los derechos de la persona, y no sólo de carencia económica. Al igual que supone tener en cuenta que es un fenómeno social, ya que afecta a pueblos o grupos que no pueden desarrollarse plenamente.(Nota 35)
La acción social tiene ante sí el reto de realizar un verdadero desarrollo comunitario, desde la organización y participación de la comunidad en pequeños grupos y asociaciones, desde un talante educativo y por tanto generador de una conciencia crítica, y apostando por ser red, es decir, dando lugar a espacios de intercambio y de comunicación.
Este es el modo por el que el desarrollo comunitario consigue la transformación social.
En los contextos donde se habla de caridad, es necesario tener en cuenta la reflexión que ya hacía San Juan Crisóstomo: Es preciso “satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia. Cuando damos a los pobres cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia”(Nota 36).
En la intervención social, cuando trascendemos nuestro papel de agente social y nos convertimos en acompañantes, la perspectiva que subyace es educativa; es la de compañeros de viaje, más que la de salvadores de nadie. Compañeros, no pasivos, sino “escuchantes”, motivadores, propositivos, respetuosos. El acompañamiento del proceso de inserción social viene a ser nuestra principal preocupación (Nota 37).
En la acción social hemos rescatado el influjo de la psicología humanista, y proponemos la relación de ayuda como metodología del acompañante-agente social, toda vez que, “de todas las metáforas usadas para representar la relación de ayuda, una de las más elocuentes es la que dice que consiste en caminar juntos. ‘Caminar juntos’ expresa el lado arriesgado y la dimensión de confianza, de pacto, de gratuidad. El que acompaña pone al servicio de la persona acompañada los recursos de su experiencia, sin ocultar sus límites; la riqueza de su propia competencia, sin hacer de ella un absoluto. El acompañante y el acompañado escrutan juntos los signos indicadores de la buena dirección, comparten las ansias y las esperanzas”(Nota 38).
De este modo, el agente social no queda fuera del proceso de atender, asistir, intervenir, acompañar. El agente social se cuestiona sus motivaciones y profundiza en la búsqueda de la autenticidad. El agente social no permanece impasible en la acción, sino que es “sanador herido” que no se despoja de su condición humana, en la que lleva consigo carencias y posibilidades. No niega sus heridas sino que las reconoce para no “escapar de nuestros sufrimientos sino ponerlos en movimiento. Unidos a otros en la búsqueda común de la vida, esos sufrimientos se transforman, de expresiones de total desilusión y desánimo, en signos de esperanza” (Nota 39).