Bioética y acción social
Cómo afrontar los conflictos éticos en la intervención social
José Carlos Bermejo
2. Algunas claves de la ética en el marco de la solidaridad
Podemos decir con F. Alarcos que “la ética es un hacerse, es un quehacer, que necesita saber para llevarse a cabo con éxito. Es una tarea de los individuos, de los pueblos y de las organizaciones, que pretenden con él alcanzar su plenitud o, lo que es idéntico, su felicidad”.(Nota 3)
Hablar de ética y felicidad no es nuevo en la filosofía. Como dice J. L. Aranguren: “…Es menester reconocer que, en el proyecto vital de la mayor parte de los hombres, los imperativos éticos, cuando se aceptan en sí mismos, ocupan un lugar subordinado o al menos puesto al servicio de la felicidad...” (Nota 4)
En el contexto actual, existe una desvalorización del deber, una pérdida del deber como mecanismo por el cual nos movemos. En el proyecto vital de los seres humanos, la felicidad ocupa un lugar principal, explícita o implícitamente. Nuestra pregunta es la siguiente: ¿es alcanzable la felicidad desde los presupuestos éticos del ser humano?; o también: ¿se puede vincular el proyecto de felicidad personal con el compromiso ético comunitario?
No imaginamos una vida sin valores, sin valores compartidos, aunque como veremos, no solo los valores sino también los fines racionales nos empujan a vivir éticamente. Igualmente no imaginamos una vida sin una apuesta por la felicidad. Pero, ¿de qué felicidad hablamos?
Diego Gracia postula que la felicidad del hombre es su único deber absoluto, de forma que el bien moral consiste en la apropiación de posibilidades en orden a la autorrealización personal, a la perfección y a la felicidad (Nota 5). Gracia formula así este deber formal: “Obra de tal manera que te apropies de las posibilidades mejores, en orden al logro de tu felicidad y perfección.”(Nota 6)
Se puede decir que hay diversas formas de entender la felicidad; y que de ser entendida como un ideal solo alcanzable por los filósofos contemplativos, hemos pasado en nuestros días a trivializarla, y a considerarla al alcance de todas las fortunas espirituales (Nota 7).
Si admitimos que la felicidad, independientemente de cómo cada hombre o mujer la llene de significado, tiene que ver con la plenitud del ser más que con la ocasionalidad de las circunstancias, la felicidad y la ética no son caminos contrapuestos, más bien al contrario: la realización del ser humano en plenitud es ser feliz, y la formulación en clave ética del propio proyecto vital puede ser el camino para alcanzar la plenitud.
Este presupuesto alumbra la dimensión social de la ética, en el que nos basamos para relacionar ética y acción social, ya que el proyecto de felicidad humana atraviesa la felicidad individual y da un paso más en la construcción de la felicidad como proyecto comunitario. De esta forma, hablar de ética es hablar de bien común, de felicidad para todos los hombres y mujeres, y por tanto, es hablar de compromiso, y de construcción de comunidad. Es en este marco comunitario donde situamos la acción social.
Esta visión ética, y la conexión entre ética y acción social, son indispensables en este tiempo en el que el futuro del planeta y de las generaciones venideras soportan la amenaza de desaparecer. En la Declaración del Parlamento de las Religiones del Mundo en 1993, los declarantes se sentían convencidos de la unidad de la familia humana, partiendo de la premisa de un orden mundial imposible de sostener. En la Declaración inicial se decía que: “Nuestro mundo atraviesa una crisis de alcance radical, una crisis de la economía mundial, de la política mundial. Por doquier se lamenta la ausencia de una visión global, una alarmante acumulación de problemas sin resolver, una parálisis política, la mediocridad de los dirigentes políticos, tancarentes de perspicaciacomo de visión de futuro y, en general, faltos de interés por el bien común. Demasiadas respuestas anticuadas para nuevos retos. Cientos de millones de personas, cada vez más, padecen en nuestro planeta el desempleo, la destrucción de las familias, la pobreza y el hambre. Nuestro planeta sigue siendo saqueado sin miramientos. Nos amenaza la quiebra de los ecosistemas” (Nota 8).
Hoy es crucial, más que en otros momentos de la historia, dar impulso a la dimensión global de la ética; o más bien, promover una ética global, una ética mundial, que pueda erigirse como sistema de coordenadas éticas, (Nota 9)que tenga en cuenta al ser humano como ser responsable que no puede eludir la responsabilidad en relación a otros.
Siguiendo a Hans Jonas decimos que “el prototipo de responsabilidad es la responsabilidad del hombre por el hombre” (Nota 10). Este autor nos propone como primer mandamiento o imperativo: “que vivan los hombres” (Nota 11). Ambas ideas fortalecen la necesidad de abrir el camino de la construcción comunitaria, desde una bioética global en la que lo social, en cuanto a preocupación por el desarrollo integral de todos y todas los miembros de la comunidad humana, adquiera una relevancia fundamental.
La apuesta por la responsabilidad, por el uso del poder orientado a preservar la Tierra para las siguientes generaciones y hacer de este mundo un lugar más justo y habitable, nos convoca a los seres humanos a construir nuestra felicidad como un aquello, donde lo individual es imposible desligarlo de lo colectivo; y donde la felicidad personal pasa necesariamente por el compromiso social para construir el proyecto de felicidad ciudadano y universal.
Algunas ideas de Leonardo Boff nos iluminan desde la llamada al proyecto de mantener vivo el sueño de la comunidad humana. Así proclama: “Mueren las ideologías. Pasan las filosofías. Pero los sueños permanecen. Son ellos los que mantienen el horizonte de esperanza siempre abierto, formando el humus que permite proyectar continuamente nuevas formas de convivencia social y de relación con la naturaleza” (Nota 12).
Y afirma después: “nuestro sueño es el de la inclusión de todos en la familia humana, morando juntos en la misma y única Casa Común, la Tierra.” (Nota 13)
En definitiva, al plantear este trabajo y abordar el fecundo diálogo entre la bioética y la acción social, partimos de la conexión con los hombres y mujeres que desean construir un mundo mejor, a partir de la solidaridad y la re-ligación universal (Nota 14). La inquietud que nos mueve es humanizar la bioética desdelas interconexiones, recorrerlas y profundizarlas, y nacer de nuevo en el vínculo entre felicidad y ética, ética mundial y reconstrucción de la familia humana, comunidad y acción social. Nos anima la idea de tejer un tejido nuevo, recorrido por los hilos invisibles de la esperanza, capaz de conducirnos desde la responsabilidad por lo humano, al sueño de realización plena de todos los hombres y mujeres.
Es importante tener en cuenta que la ética de la responsabilidad se contrapone a la ética de la convicción, como así refleja Diego Gracia en el prólogo de la edición española de la obra de T. Beauchamp y J. Childress “Principios de ética biomédica”. Diego Gracia explica cómo la ética de la responsabilidad es más racional, frente a la ética de la convicción, más emocional. Así, siguiendo a Weber, dice que los valores tienen un papel fundamental en nuestra vida, y en su mayor parte son emocionales, irracionales, por lo que deben ser controlados por la razón. Por eso es importante, igualmente, que la ética se oriente también y sobre todo por fines. La ética de la responsabilidad, entonces, basará su racionalidad en buscar fines racionales con medios adecuados, mientras que la ética de la convicción está dirigida por valores (Nota 15).
De esta forma, en la acción social, el sujeto moral se dota racionalmente de fines hacia los que se dirige, que tienen que ver con la transformación de la realidad, y se deja impulsar por los valores, sometiéndose a la tensión que le provoca un mundo desigual e injusto. Imanol Zubero en su artículo “¿Qué podemos hacer los ricos ante los pobres?” cita aNorbert Bilbeny, que concibe al idiota moral como aquel que no siente la contradicción. De este modo, Zubero se pregunta si “¿es el idiota moral el individuo potencialmente representativo de la forma de ser humanos del siglo XXI? ¿Cómo calificar a quienes mueren de opulencia junto a otros que mueren de miseria?; y nos provoca con la afirmación de que “el capitalismo es una formidable factoría de idiotas. Nadie es responsable, nadie es culpable” (Nota 16).
A lo largo de estos últimos veinte años, rescatamos un concepto previo a la solidaridad: el concepto de ciudadanía, para llegar a través de él, al compromiso universal, a la solidaridad. Adela Cortina dice al respecto: “La ciudadanía es un concepto mediador porque integra exigencias de la justicia y a la vez hace referencia a los que son miembros de la comunidad, une la racionalidad de la justicia con el calor del sentimiento de pertenencia” (Nota 17).
Cuando hablamos de ciudadanía, y si le añadimos el apellido universal o cosmopolita, tal como propone Adela Cortina,resulta “insostenible la teoría del individualismo posesivo con la que se inició la economía moderna, según la cual cada hombre es dueño de sus facultades y del producto de estas, sin deber nada a la sociedad” (Nota 18). De este modo, lograr la ciudadanía universal, para todos los hombres y mujeres de la Tierra, supone, necesariamente, conseguir la ciudadanía social; y por tanto, distribuir los bienes sociales a todas las personas, porque todas son dueñas de tales bienes, siendo este el más elemental principio de justicia (Nota 19).
Es cierto que el compromiso y su expresión en el terreno social al que denominamos solidaridad, han cambiado, transformándose desde el compromiso de carácter político a un compromiso en el que la sensibilidad y la compasión, el carácter humanitario y humanista se han desplegado con toda su potencia, mitigando sus orígenes de lucha política por la transformación social. A. D. Moratalla en su artículo “La reinvención del compromiso”, dice que “hoy el compromiso tiene un alcance menos utópico, menos escatológico, menos revolucionario, menos político”. (Nota 20)
Moratalla defiende que el compromiso tiene dimensiones éticas que han sustituido a sus orígenes políticos, y que esto, en vez de suponer una pérdida, también puede ser leído como un alivio, como el paso de una moral vieja basada en el deber, donde la acción surgía de la reflexión, y donde se aspiraba a un hombre y una sociedad perfectos. Hoy la vieja moral no nos sirve ya,no tenemos una idea tan utópica de la sociedad y la acción es, muchas veces, resultado de la sensibilización, no respondiendo, por tanto, al esquema racionalista que articulaba las anteriores formas de compromiso (Nota 21).
Joaquín García Roca también aborda este aspecto, desde una óptica complementaria, en su obra “Solidaridad y Voluntariado”. El autor hace referencia a la necesidad de recrear la relación entre la acción movida por la gratuidad y la acción movida por el interés, ya que se ha identificado al voluntario/a con la persona altruista, desinteresada, movida fundamentalmente por un impulso de gratuidad, de amor en definitiva (Nota 22).
Moratalla inventa el término razón solidariamente sentiente, para reflejar esta nueva realidad de la que nace el compromiso hoy, y señala algunas pistas para clarificarnos en cuanto a su significado ético, en ese intento de redefinir las nuevas formas que adquiere hoy la nueva posibilidad, tenue y tenaz, que nos brinda.
Vivimos en medio de una inflación y hemorragia generalizada del concepto de solidaridad (Nota 3), de manera que se utiliza la solidaridad, tanto para cambiar el orden social vigente, como para comenzar una guerra. Este es el contexto desalentador en el que nos movemos. Por ello, con Joaquín García Roca, podemos acercarnos al fenómeno de la solidaridad desde dos puntos diferentes de la cultura: desde la cultura de la solidaridad hegemónica o desde la mirada de la contracultura de la solidaridad marginal o incipiente (Nota 24).
Si entendemos la solidaridad como contracultura, se convierte en la esperanza que nos hace buscar un nuevo pacto ético para la humanidad, situando a las personas excluidas en el centro de la práctica social, y estableciendo con ellos/as una relación de reciprocidad (Nota 25).
Si damos un paso más, la solidaridad también nos lanza a recorrer la distancia que nos separa del/de la otro/a en cuanto a diferente a nosotros y nosotras. Al hilo de las reflexiones de Diego Gracia, nos encontramos con que la base o canon de la moralidad se formula como la sacralidad de la vida humana. Por esa sacralidad, sabemos que hay que respetar a los seres humanos;todos son respetables, y esto que formalmente o a nivel teórico lo tenemos muy claro, tiene un contenido más bien complejo, histórico y problemático, ya que las posturas éticas más absolutistas han partido siempre de un único principio: la negación de la diferencia (Nota 26).
En el mundo de la vulnerabilidad y de la exclusión la dignidad, a veces, está escondida; no solo porque el sujeto parece incapaz de ejercer sus más nobles cualidades de ser humano, sino porque la sociedad, nosotros/as, somos incapaces de contemplar su ser humano, y reconocerlo como tal. Nuestra idea de ser humano tiene que ver con un comportamiento socialmente admitido; y, a veces, estas personas se salen de nuestros paradigmas. Si los consideramos humanos, dista mucho de parecerlo nuestra forma de concebir y admitir sus vidas, y como fruto de ello nuestro trato, en ocasiones, es el de aquel que castiga a quien no cumple con la “ley”.
La solidaridad supone esa “mirada” nueva con la que reconocemos la dignidad que late en todo ser humano por el hecho de serlo. Cuando se aplica la palabra dignidad a la persona, se le está considerando un fin en sí mismo. Recordamos el imperativo kantiano: “Actúa de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona del otro, no como un medio, sino siempre y al mismo tiempo como un fin”. La dignidad humana significa así, el valor interno e insustituible que le corresponde al hombre y a la mujer en razón de su ser, no por ciertos rendimientos que sea capaz de prestar, sino por ser un fin en sí misma.
Con Luis de Sebastián nos preguntamos, ¿cuánto nos obliga la solidaridad? Más allá de la solidaridad que comienza por cumplir los deberes de justicia, podemos decir que la solidaridad nos obliga desde la propia condición humana, que supone compartir este planeta Tierra y sobrevivir juntos, procurando mejorar las condiciones de vida de todos, especialmente de los más débiles. Si la condición humana está caracterizada por la fragilidad, la interdependencia y la mortalidad, parece razonable que la solidaridad sea una cualidad más que opcionable, ya que lo contrario sería un comportamiento egocéntrico y deshumanizante, contrario a la razón (Nota 27).
Como conclusión podemos decir que la solidaridad, nacida del compromiso del ser humano con el ser humano, nos remonta a la propia dignidad y a lo que es inherente a la condición humana. Con más osadía aún añadimos que la solidaridad no se alumbra sin experiencia profunda del otro. Esa experiencia transformadora, nos modela y nos recrea, nos hace compañeros/as, codo con codo, en el camino de la vida, nos devuelve la posibilidad originaria de serverdaderos hombres y mujeres. Así dice Levinás: “El rostro es una presencia viva, es expresión. El rostro habla. La manifestación del rostro es ya discurso” (Nota 28).