Nuestros orígenes
José Ramón Ayllón
10. El origen del hombre
La debatida cuestión del origen del hombre engloba, en realidad, tres enfoques muy diferentes: el cronológico, el morfológico y el individual (el cuándo, el cómo y el quién).
- Respecto al origen cronológico, bastaría con señalar que hay seres humanos cuando encontramos:
• Industria lítica (bifaces, raederas, puntas de flecha...)
• Enterramientos rituales
• Utensilios domésticos (cuencos, vasijas)
• Objetos de adorno (pulseras, brazaletes, anillos, diademas)
• Pinturas rupestres
Estas características las encontramos por primera vez en el Homo sapiens sapiens, que desde el África tropical se extendió por todo el mundo hace 100.000 años, según podemos apreciar en el mapa. Sin embargo, es muy posible que el Homo sea inteligente cuando solo produce cantos tallados. La primera industria lítica que conocemos fue encontrada en la Garganta de Olduvai (llanura de Serengueti, Tanzania). El Olduvayense agrupa una decena de yacimientos africanos, y ha podido ser asociado al Homo habilis, con una antigüedad de 2.6 Ma.
- En lo que atañe a la composición morfológica del ser humano, las cosas se complican mucho más. Por “morfología” entendemos lo que da forma esencial, lo que conforma íntimamente. Pero el hombre es un animal de conformación realmente misteriosa. Los griegos ya observaron que “en el mundo hay muchas cosas misteriosas, pero ninguna tan misteriosa como el hombre”. Siglos más tarde, Pascal dirá que “apenas sabemos lo que es un cuerpo; mucho menos lo que es un espíritu; y no tenemos idea de cómo un cuerpo puede estar unido a un espíritu, aunque eso somos cada uno de nosotros”.
- Sobre el comienzo de cada vida humana individual, la ciencia no duda. Jèrôme Lejeune, padre de la genética clínica, catedrático en La Sorbona, explicaba a sus alumnos que “la primera célula que se divide activamente y va a alojarse en la pared uterina, es un ser humano distinto de su madre”, con una individualidad genética perfectamente establecida. Seis o siete días más tarde, ese pequeño embrión, minúsculo como una cabeza de alfiler, ya dirige su propio destino y da órdenes a su madre: por un mensaje químico, estimula el funcionamiento del cuerpo amarillo del ovario y suspende el ciclo menstrual. Al cabo de un mes, será como un grano de arroz, pero su corazón ya late desde hace una semana, y sus brazos, sus piernas, su cerebro y su cabeza están esbozados.
Para cerrar este capítulo, puede ser oportuno recordar que un nivel básico en el conocimiento del hombre es el físico, pues somos seres corporales. Si subimos un escalón, nos encontramos con la interpretación biológica, pues somos seres vivos. Otros escalones nos llevarían a la psicología, la ética, la teología... Sin embargo, en cualquier nivel, o con la perspectiva integrada de todos ellos, la ignorancia de Pascal sigue siendo nuestra ignorancia.
A lo largo de los diez capítulos restantes, quizá no logremos superarla, pero al menos nos asombraremos ante las manifestaciones de nuestro misterioso espíritu encarnado, que no es poco. Manifestaciones identificadas en el mismo título de los capítulos, y que hacen de cada uno de nosotros un animal racional, sentimental, social, ético, político, económico, cultural y religioso.