La literatura

APRENDER A MIRAR PARA APRENDER A VIVIR

I. DÓNDE ESTÁ LA BELLEZA

La literatura
La belleza, el bien y la verdad se encuentran en tu casa, en la calle, en el ajetreo del autobús, en las alamedas y hasta en medio de los chirridos y vértigos de la vida moderna. No te digo nada entre las personas, hijos, amigos, extraños. Hay que fijarse para ver. Son delicadas primicias del cielo que esperamos.

Cada día nos ofrece mil ocasiones para poder «gozar», sensible y espiritualmente, en medio de los afanes de cada día. La belleza, el bien y la verdad se encuentran en tu casa, en la calle, en el ajetreo del autobús, en las alamedas y hasta en medio de los chirridos y vértigos de la vida moderna. No te digo nada entre las personas, hijos, amigos, extraños. Hay que fijarse para ver. Son delicadas primicias del cielo que esperamos.

Saber no es erudición, sino encuentro espontáneo y gozoso con la vida. El arte siempre es una escuela que me enseña a vivir. No es un chispazo efímero, como si dijéramos «si te he visto no me acuerdo», «me lo pasé muy bien, pero ya lo he olvidado». El arte verdadero nos educa, nos abre a la vida. Sirve para enriquecer nuestra vida y la de quienes nos rodean. Es una escuela abierta, como un ventanal, a la vida. Vemos desde una atalaya, a través de un espejo.

¿Sabéis qué significa aprender? Aprender significa coger, atrapar. A esta escuela hay que venir con espuertas, no con cuadernos. Comprender es coger, abarcar en su totalidad la idea de algo pero no para ser un engreído, sino una persona agradecida. (Estoy jugando con las palabras. No olvidéis que las palabras son la encarnación del alma o, como enseña Don Quijote, «la pluma es lengua del alma».)

Volvamos al objetivo: aprender a mirar es descubrir en las realidades temporales, valiosas y fecundas en sí, nada menos que primicias de las realidades eternas. Siempre en opción de libertad y siempre «Quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur» (Tomás de Aquino).

Poemas sin nombre

Mi buena amiga, la escritora Dulce María Loynaz, en un librito que se titula Poemas sin nombre (1955), escribió en prosa:

“El Señor me ha hospedado en este mundo hecho por sus propias manos.

Ha puesto un fino aire transparente para que yo pueda respirarlo y ver al mismo tiempo a través de él los hermosos paisajes, los rostros amados, el cielo azul.

El Señor ha puesto el sol que alumbra mis pasos en el día, y la luz mitigada de las estrellas que vela mi sueño por las noches.

Ha sujetado el mar a mis pies con una cinta de arena y la montaña con una raíz de flor.

El Señor ha soltado, en cambio, los ríos y los pájaros que refrescan y alegran el mundo que me ha dado, y ha hecho crecer también la blanda hierba, los flexibles arbustos, los buenos árboles, prendiéndoles collares de rocío, racimos de frutas, manojos de flores, para regalo de mis labios y mis ojos.

Todo esto ha hecho el Señor.

Y, sin embargo, yo, como huésped rústico, me muevo con torpeza y con desgana, sigo extrañando vagamente otras cosas… No sé qué intimidad, qué vieja casa mía...”

Todo el poema, prosa poética, está impregnado de la mirada cándida del «Himno de las criaturas» de San Francisco de Asís. El sol, la luz de las estrellas. Uno guía mis pasos, las otras velan mis sueños.

La erudición, asombrosa y admirable, me interesa como profesional. He considerado como un deber moral la obligación de formarme con el máximo rigor. Pero, como profesor, no ha sido mi objetivo armar la inteligencia de mis alumnos con un arsenal de citas, por luminosas que sean. Me pareció siempre muy peligroso que, en vez de contemplar la obra, nos quedásemos en el andamiaje que nos ayuda a restaurarla o incluso a comprenderla.

Dos imágenes oníricas muy bellas le permiten presentarnos en pincelada rápida la belleza del mar y de las montañas. ¿No pertenece a la mejor escuela del arte expresar con hermosura una realidad común y cotidiana? Al mar siempre bravío e indómito ¿cómo dominarlo para ponerlo a los pies de los humanos sino con una cinta de arena, como si fuera un regalo? Ni armas, ni cadenas para aherrojar al mar. Una hermosa cinta es suficiente para ponerlo a nuestros pies. ¿Verdad que las montañas son hermosas y a veces inalcanzables? La poetisa nos desvela la razón oculta de su esplendor y de su cercanía. Las montañas son tan esplendorosas porque su raíz es una flor, germen de belleza y de humildad. Aunque nos cueste creerlo, es tan verdadero como las sabias explicaciones de los geólogos.

Como si fueran globos, Dios al crear los ríos y los pájaros los ha soltado claro que para alegrar y refrescar el mundo que nos ha dado. Insiste Dulce María en una idea clave para situarnos en este mundo. Es el Señor quien nos lo ha dado. Y selecciona dos motivos: «alegrarnos» y «refrescarnos». ¿Verdad que en esa frescura de los ríos hay mucho más que el poder zambullirnos en sus aguas? ¿Verdad que esa alegría de los pájaros resume la grandeza de toda la creación? Como en día de fiesta, el Señor suelta los ríos y los pájaros.

Dulce Mª es una mujer realista: todo se nos ha dado como un don cotidiano para poder saborear y contemplar: «ha hecho crecer también la blanda hierba, los flexibles arbustos, los buenos árboles, prendiéndoles collares de rocío, racimos de frutas, manojos de flores, para regalo de mis labios y mis ojos». Ah, ah, ah, pero son primicias de la vida eterna.

Los humanos estamos de paso. El mundo no es nuestra morada definitiva. La poetisa lo sabe. En medio de tanta grandeza su corazón echa en falta algo más profundo: «No sé qué intimidad, qué vieja casa mía…» Intimidad ¿Con quién? Con Dios sería. Primicias de la vida eterna.

Fin de la enseñanza de la Literatura

La erudición, asombrosa y admirable, me interesa como profesional. He considerado como un deber moral la obligación de formarme con el máximo rigor. Pero, como profesor, no ha sido mi objetivo armar la inteligencia de mis alumnos con un arsenal de citas, por luminosas que sean. Me pareció siempre muy peligroso que, en vez de contemplar la obra, nos quedásemos en el andamiaje que nos ayuda a restaurarla o incluso a comprenderla. Lo digo en el mismo sentido que Luis Felipe Vivanco, otro de los poetas y críticos de la denominada generación del 36 injustamente olvidados:

«Cuando uno está un poco harto de cultura y de alejamiento cultural idealista, a través de libros puede volver a tomar contacto con la realidad en la obra y sobre todo en la palabra de un auténtico poeta.»

Preside su ensayo una cita de Cesar Vallejo: «Hacedores de imágenes, devolved las palabras a los hombres».

Recuerdo el escándalo que me produjo una opositora, entonces para agregados de instituto, que supo exponer con brillantez lo mejor que sobre Don Juan Tenorio en ese momento había publicado la investigación. Se me ocurrió, en mala hora, hacerle preguntas concretas sobre la obra en sí –sentido de una acción de transición o sobre el papel que un personaje secundario aportaba a la obra–, teniendo en cuenta la totalidad del texto. Tras varias preguntas y sus correspondientes desconciertos y silencios, llegué al convencimiento de que no había leído la obra.

La obra literaria está al servicio del hombre. Tenía que enseñar a mirar, a enriquecer la vida de mis alumnos con claves para comprendernos mejor y poder vivir despiertos. Vuelvo a citar a Vivanco:

“La poesía consiste en estar más cerca siempre: más cerca de una realidad, haciéndola, a fuerza de imaginación o de palabra concreta imaginativa, más real de lo que era. Lo que pasa es que en un mundo en que todo o casi todo el mundo se esfuerza por estar lejos –o por no estar de ninguna manera– el esfuerzo excepcional por estar cerca puede parecer soñador y evasivo.”

Un palabra verdadera al servicio de cada ser humano.

Ya que estoy de anécdotas, quiero contaros una que me ocurrió en un aula, explicando a Pedro Salinas. Leí uno de los poemas de Razón de Amor. Al concluir su lectura, observé que una alumna estaba llorando. Como os podéis imaginar, en clase no le dije nada; pero al terminar, en el pasillo, le pregunté por la causa de sus lágrimas, si es que se podía contar. Me respondió: «Nunca me había sucedido que unas palabras expresaran con tanto acierto lo que me está ocurriendo en mi vida». Recuerdo que le respondí: «¿Verdad que en pocas ocasiones he puesto un diez en los exámenes? Aun los más aventajados, que hoy se saben todo para la evaluación, mañana se habrán olvidado de todo o mejor de casi todo. Tú has descubierto a Salinas. El poema no lo olvidarás nunca. Eso es un diez en Literatura».

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