La Música como Ámbito de Encuentro

Sara Tabuenca Agramonte
Todas estas preguntas pueden surgir ante el misterio de la experiencia musical. Los grandes músicos y pensadores han dado algunas respuestas a lo largo de la historia y nos han enseñado que la música no es solo entretenimiento o arte decorativo, sino una escuela profunda de humanidad. A través de ella aprendemos que existir es relacionarse, que la belleza surge del encuentro, y que escuchar auténticamente es ya una forma de amar.

Del Silencio al Encuentro: La Música Nace de la Relación
Todo comienza con una paradoja: un sonido aislado no es música. Como nos enseña Alfonso López Quintás, un sonido, a solas, no tiene valor musical. Lo adquiere al abrirse a otro y entrar en relación con él. Esta verdad aparentemente técnica encierra una sabiduría existencial profunda: también nosotros, como esos sonidos solitarios, solo adquirimos nuestro verdadero valor cuando nos abrimos al encuentro.
El elemento primordial de la música no son las notas sino —según López Quintás— "el impulso que nos lleva de una a otra, la tensión interna o dinamismo interior que convierte la relación entre dos notas en un intervalo, y la sucesión de intervalos en una melodía." La música nos enseña que lo real no son las cosas aisladas, sino las relaciones que las vinculan. Es la primera lección de un arte que nos educa para la vida.
De Objeto a Ámbito: El Salto Ontológico
Cuando escuchamos música auténtica, no nos relacionamos con un "objeto" que podamos dominar o poseer, sino que entramos en un "ámbito" —una realidad abierta que nos ofrece posibilidades y nos invita a la colaboración creativa. Una partitura, en su simpleza de papel, se siente liviana y tangible, fácil de sostener. Pero al convertirse en expresión de una obra musical, se transforma en un manantial de posibilidades, una fuente viva que invita a conocer, a explorar y a recrear una y otra vez la esencia de la música que guarda.
Esta experiencia de inmersión en un ámbito expresivo nos prepara para relacionarnos con todas las realidades valiosas de nuestra vida. Aprendemos a tratar a las personas no como objetos que manipular, sino como ámbitos de encuentro que nos enriquecen mutuamente.
El concepto del ámbito puede resultar un poco abstracto al plasmarlo en palabras, por lo que clarificarlo a través de un ejemplo musical puede ayudar a comprenderlo o, mejor dicho, a vivirlo. Las Vísperas op. 37 de Rachmaninov crean una atmósfera contemplativa que inmediatamente traslada al oyente hacia un anhelo de la trascendencia y oración. La polifonía ortodoxa, con tono grave y uniforme, sutil en los matices, consigue, a través de la sencillez y el servicio a la palabra, abrir un espacio sonoro donde lo sagrado puede respirarse. En particular, el Ave María se despliega como un susurro coral que no busca impresionar, sino acoger. No hay protagonismo, sino presencia compartida; no hay artificio, sino profundidad. Y en esa humilde grandeza, se nos invita no a observar desde fuera, sino a habitar el misterio.
La Experiencia Estética como Integración Personal
La palabra "estética" proviene del griego aisthanomai, que significa sentir. Pero la experiencia estética auténtica trasciende la mera sensación: según López Quintás, "la sensibilidad es el lugar viviente de la presencia de la belleza", no simplemente el medio a través del cual accedemos a su conocimiento.
En el aria Erbarme dich de la Pasión según San Mateo de Bach sentimos el encanto de la melodía del violín y la expresividad profunda de las armonías, pero también captamos el dolor esperanzado de San Pedro al encontrarse con Cristo después de la traición. Esta obra encarna lo que Benedicto XVI, Introducción al Viernes Santo (1999), expresaba sobre las pasiones de Bach: “Estas pasiones no hablan de la resurrección -todas terminan con la sepultura de Jesús-, pero su dignidad llena de pureza vive de la certeza de la Pascua, de esa certeza de la esperanza, que ni siquiera en la noche de la muerte se apaga. De entonces a acá se nos ha vuelto curiosamente extraña esa serenidad de la fe llena de consuelo, a la que no es preciso hablar de la resurrección”. En un mismo acto se entrelazan la impresión sensorial, la comprensión intelectual, la emoción del corazón y la decisión espiritual. La música integra todas nuestras facultades en una experiencia de plenitud humana.
La Música como Pedagogía del Encuentro
En la música antigua, la belleza no era solo un deleite para los sentidos, sino también un camino hacia la bondad. En ella vivía el ideal de kalokagathia, donde lo bello y lo noble caminaban de la mano. Los antiguos sabían que la belleza auténtica no solo nos agrada, sino que nos despierta: nos abre al asombro, no por lo extraño o lo inusual, sino por aquello que, en su excelencia, revela un valor inmenso, silencioso y profundo. En palabras del gran director Sergiu Celibidache: "La música no sólo es bella. La música es verdadera." La belleza auténtica no nos evade del mundo, sino que nos adentra más profundamente en él.
Una obra polifónica encarna este espíritu. En ella, cada voz es libre, autónoma, con su propio curso y carácter. Pero esa libertad no es solitaria: cada línea melódica se escucha a sí misma y escucha a las demás, modulando su fuerza, su ritmo, su presencia. Así, entrelazadas sin imponerse, las voces conviven. La música se convierte en un acto de generosa armonía, donde lo individual se pone al servicio de algo mayor, y donde la convivencia se vuelve un arte: el arte de ser uno mismo sin dejar de ser parte.
El que adopta una actitud verdaderamente creativa no intenta dominar sino servir a la belleza compartida. Ya Platón lo expresaba con claridad meridiana: "Es preciso que la música encuentre su fin en el amor a la belleza." La riqueza del encuentro es proporcional a la calidad personal de quienes se unen en esa búsqueda común.
La música de cámara representa este ideal del encuentro, en el que cada intérprete conserva su libertad y la potencia precisamente en el encuentro con el otro. Los diferentes instrumentos se entrelazan sin imponerse. El cuarteto de cuerdas suele ser considerado el género por excelencia. Un claro ejemplo lo podemos encontrar en el Cuarteto La Muerte y la Doncella de Franz Schubert.
En su segundo movimiento, una sencilla melodía fúnebre se transforma, con variaciones sutiles y conmovedoras, en un canto profundo a la fragilidad y dignidad de la vida. Cada instrumento toma la voz con respeto y claridad, como si juntos velaran —en silencio y canto— un destino común.
El Testimonio de Beethoven: La Música como Razón para Vivir
En octubre de 1802, Ludwig van Beethoven escribió desde Heiligenstadt una carta que habría de convertirse en uno de los documentos más conmovedores de la historia del arte. Enfrentando la pérdida progresiva de su oído - el sentido que "debería ser en mí más perfecto que en los demás" -, el compositor se encontraba al borde de la desesperación:
Oh vosotros, hombres que me miráis y me juzgáis huraño, loco o misántropo, ¡cuán injustos habéis sido conmigo! ¡Ignoráis la oculta razón de que os aparezca así! Mi corazón y mi espíritu se mostraron inclinados desde la infancia al dulce sentimiento de la bondad, y a realizar grandes acciones he estado siempre dispuesto; pero pensad tan solo cuál es mi espantosa situación desde hace seis años, agravada por médicos sin juicio, engañado de año en año con la esperanza de un mejoramiento, y al fin abandonado a la perspectiva de un mal durable...
Mi desdicha es doblemente dolorosa, puesto que le debo también ser mal conocido. Me está prohibido encontrar un descanso en la sociedad de los hombres, en las conversaciones delicadas, en los mutuos esparcimientos. Sólo, siempre solo... La experiencia de estas cosas me puso pronto al borde de la desesperación, y poco faltó para que yo mismo hubiese puesto fin a mi vida.
Sólo el arte me ha detenido. ¡Ah! Me parecía imposible abandonar este mundo antes de haber realizado todo lo que me siento obligado a realizar... Recomendad a vuestros hijos la virtud, porque sólo ella puede dar la felicidad que no da el dinero. Hablo por experiencia. Ella me ha sostenido a mí mismo en mi miseria, y a ella debo, tanto como a mi arte, no haber puesto fin a mi vida por el suicidio. ¡Adiós y amaos!
Este testimonio revela cómo la música puede convertirse en la respuesta más profunda a nuestra condición existencial. Beethoven descubrió que el arte no solo es fuente de belleza, sino —como explica López Quintás— revelador "de la multitud de posibilidades que albergan las interrelaciones." La música le mostró que, aun en el sufrimiento, seguía siendo llamado a crear nuevas formas de encuentro.
La Música como Hogar Espiritual
La pensadora Jeanne Hersch captó algo esencial sobre nuestra relación con la música: somos seres "fijamente arraigados en un lugar y en un momento de la historia, entretejidos en los hilos de una patria", pero que seguimos siendo "desterrados en busca de otra patria, distinta e inaccesible."
Por eso "a veces vamos a un concierto para escuchar una música que sabemos perfectamente que nos hará sufrir. Y pagamos la entrada para ir a sufrir. ¿Por qué? Porque es un sufrimiento del que nos liberamos en el momento en el que lo experimentamos." La música nos ofrece una "temporalidad intemporal" donde podemos habitar plenamente nuestra condición humana sin resignarnos a ella.
Las grandes obras compartidas se convierten en nuestro "hogar espiritual" común. Como decía Saint-Exupéry: "Amarse no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en una misma dirección." La música nos enseña a crear comunidad no por proximidad física, sino por comunión en la belleza.
Un ejemplo de esta comunión lo hallamos en el Agnus Dei de la Misa de Coronación de Mozart, en la célebre interpretación de Herbert von Karajan en la Basílica de San Pedro, con la presencia de san Juan Pablo II. En ese momento, la música se convierte una auténtica plegaria hecha sonido, era unidad visible en lo invisible. La música se inserta en la liturgia de manera que da gloria a Dios y ayuda a la santificación de los fieles. La voz suplicante del solista, sostenida por el coro y orquesta, no clama solo por la paz del mundo, sino por la paz del alma. Y en esa súplica compartida, resuena el anhelo universal de reconciliación, donde todos —creyentes o no— pueden sentirse llamados a mirar juntos, en silencio, hacia lo que nos trasciende.
Aprender a Escuchar para Aprender a Vivir
Según López Quintás, "para vivir una experiencia musical auténtica debemos oír las obras con atención, una y otra vez, para asumirlas como algo propio, al tiempo que reflexionamos sobre lo oído para penetrar en su trasfondo." Esta pedagogía de la escucha se convierte en modelo para toda relación auténtica.
El intérprete musical nos enseña la paradoja de la libertad creativa: configura la obra, pero lo hace en cuanto se deja configurar por ella. Como expresaba Hans Urs von Balthasar: "La belleza es la aureola de resplandor imborrable que rodea la estrella de la verdad y del bien." En esa entrega mutua entre intérprete y obra, se revela la unidad profunda de belleza, verdad y bondad.
Como recordaba Pablo VI a los artistas: "Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, es quien pone la alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración."
Cada audición auténtica nos enseña que existir es relacionarse, que la belleza surge del encuentro, y que escuchar verdaderamente es ya una forma de amar. En un mundo que tiende a fragmentar y aislar, la música nos devuelve la experiencia de la unidad - de nosotros con nosotros mismos, con los demás, y con el misterio que nos habita y nos trasciende. Podríamos concluir en consonancia con nuestro querido maestro y amigo: es fundamental aprender a escuchar para aprender a vivir.