La literatura
APRENDER A MIRAR PARA APRENDER A VIVIR
III. NATURALEZA DE LA LITERATURA
No resulta sencillo hallar una definición de todo lo implicado en la palabra “literatura”. Proviene del vocablo latino litera, que significa «letra». Es, a su vez, un calco de la palabra griega «gramática»: grama significa letra también. Etimológicamente la palabra parece significar «el saber relacionado con el arte de escribir y leer». Pero más específicamente vino a significar el saber que se conserva o transmite por escrito.
Este era su sentido hasta el siglo XVIII. Se consideraba literatura lo mismo un tratado de astronomía que uno de matemáticas o de medicina. Se identificaba con la historia de la civilización. Heredera de esta concepción etimológica es la definición que afirma que literatura es «todo lo que está en letra de molde».
Definición evidentemente errónea, pues ni todo lo escrito, como luego veremos, es literatura, ni sólo lo escrito. Baste recordar la literatura oral de los pueblos primitivos, o de los que la han cultivado con gran calidad a la par que la literatura culta; pensemos en los romances castellanos.
La literatura como historia y como ciencia.
Por un procedimiento metonímico, la literatura ha venido a significar el estudio de las obras literarias que a lo largo de la historia han ido apareciendo en un pueblo o en toda la humanidad.
Como historia que es, pretende interpretar el pasado, sobre todo el pasado que permanece vivo. Esto exige del historiador literario los presupuestos del crítico. Fruto de esta actitud es considerar que la literatura está constituida fundamentalmente por las obras maestras. Criterio válido desde una perspectiva pedagógica. No tanto si pretendemos estudiar exhaustivamente lo que hizo posible esos monumentos artísticos, muchas veces obras secundarias o propósitos inadecuados al fruto conseguido. Recordemos que Cervantes inicialmente pretendió con El Quijote desterrar las novelas de caballería y, sin embargo, su grandeza radica, entre otras, en haber hecho posible la pervivencia de los ideales nobles en sociedades alejadas de todo ideal.
La historia literaria debe pretender el estudio de los textos literarios, incluso secundarios, su encuadramiento en una tradición literaria y en unos géneros o escuelas y las relaciones y dependencias que guarden con la historia de la cultura y de la civilización.
Deberá demostrar la autenticidad de los textos antiguos, separar lo que pertenece al autor de las corrupciones introducidas por la ignorancia de los copistas o de los editores, establecer, en definitiva un texto lo más cercano posible a lo que pretendió el autor. Tratará de fijar la fecha en que se compuso el texto, las modificaciones que pudo introducir el mismo autor. Localizará las fuentes que le inspiraron, la repercusión que la obra pudo tener tanto en las obras literarias posteriores como en la sociedad.
El mayor peligro de esta actividad investigadora erudita es supervalorarla de tal manera que lo que es medio se transforme en fin. La historia de la literatura debe estar al servicio de la obra literaria concreta, debe ser su mejor auxiliar. La erudición por la erudición misma es absurda, sobre todo si, como durante tanto tiempo ocurrió, la consideramos el objetivo fundamental. La historia debe estar al servicio de la crítica textual, de la mejor comprensión de la obra. (…)
Actualmente se admite la posibilidad de una ciencia o teoría de la literatura con la siguiente misión:
1º. Describir las estructuras genéricas de las obras literarias.
2º. Mostrar las categorías estético-literarias que condicionan la obra y permiten su comprensión.
3º. Estudiar las técnicas lingüística que dan expresividad a la obra.
4º. Presentar un conjunto de métodos que faciliten el análisis riguroso del fenómeno literario.
La literatura como arte.
La Literatura es una de las Bellas Artes. Tradicionalmente solía definirse como «la expresión de la belleza por medio de la palabra». En cuanto a qué debamos entender por expresión de belleza, nos parece demasiado genérico y abstracto como para que quede precisada la naturaleza de la obra literaria.
La definición tradicional precisaba la realidad instrumental de la palabra como material con el que elaborar la obra literaria, pero no perfilaban el tipo de belleza que especificase y le perteneciese en exclusiva a la literatura. En consecuencia, entraba dentro de la literatura todo aquello que se considerase bien escrito.
Nuestro siglo ha pretendido dar mayor rigor al concepto de literatura buscando los fundamentos que rechazasen como encuadrables en la misma realidad obras tan dispares como un tratado de filosofía o de historia, y una novela, un poema lírico o un drama.
Los modernos estudios estilísticos han servido en Europa de métodos rigurosamente científicos para definir la peculiaridad de la palabra literaria, del lenguaje literario. Y han puesto de manifiesto que hay una diferencia fundamental entre la palabra que aparece en la obra literaria y la que utilizamos en la vida ordinaria o en un tratado científico. El lenguaje literario es plurisignificativo y connotativo. Coincide, en parte, con el lenguaje familiar, en que en ambos predomina la función expresiva. Numerosos son los recursos comunes a una y otra modalidad de lengua. comunes a una y otra modalidad de lengua. Se diferencian en que, cuantitativamente, son más los recursos de la lengua literaria y se utilizan de una manera más sistematizada y deliberada para conseguir el efecto deseado.
La primera condición para que una obra sea literaria es que posea un lenguaje literario. Pero esta característica no es suficiente. Seguirán entrado numerosas obras dispares en su función y naturaleza y agrupables, con más propiedad, dentro de otras ciencias o ramas del saber. Modernamente se ha señalado una segunda condición clave de lo esencial de la literatura. La obra literaria es, ante todo, ficción, porque la palabra literaria tiene la capacidad de crearse su propio referente, su propia realidad interna. Ficción y lengua literaria son las dos condiciones que constituyen primariamente la obra literaria.
En consecuencia, pertenecen con entera propiedad a la literatura principalmente los géneros denominados por las preceptivas tradicionales poéticos: la lírica, la épica y el drama. Quedarían excluidas aquellas obras que no tengan prioritariamente una intención puramente estética: los géneros no poéticos: historia, didáctica, periodismo, etc.
Tal postura parece un tanto extremista. Reconocemos que son literarios propiamente los géneros poéticos. Pero hemos de admitir formas de transición, como el ensayo, la biografía y un gran cúmulo de literatura retórica. Numerosos aspectos claves de las obras literarias de ficción serían inexplicables si no se tuvieran presentes las obras secundarias, se nos escaparían conexiones con la cultura y con la vida. No se niega que se darán casos fronterizos, obras como La República de Platón, a las que sería difícil negar su condición literaria, al menos en los grandes mitos, donde se mezclan pasajes de invención y de ficción, aunque fundamentalmente sean obras de filosofía.
Por otra parte, reconocer la condición de ficción no presupone el reconocimiento de su calidad artística. Son aspectos muy diferentes clasificar una obra y calificarla o valorarla.
Precisando la definición tradicional de literatura, se dice hoy que es la expresión de la belleza creada por la fantasía, a través de un lenguaje que se somete a las leyes de la estilística. En ella se recogen las dos condiciones de ficción y de lenguaje literario. La definición es útil, pero no suficiente hasta poner de manifiesto la complejidad enorme que encierra el modo de ser de la obra literaria.