Caminos auténticos e inauténticos para la alegría
INFIRMACIÓN COMO CAMINO DE INFELICIDAD
Xosé Manuel Domínguez Prieto
¿No conocemos todos a algún señor o una señora X? El caso es más que común: Con cierta frecuencia, cuando una persona que juzga sufrir alguna alteración psicológica asiste a un psiquiatra, ocurre a veces que el grueso de la actividad del profesional, tras una más o menos prolongada anámnesis, se limita a colocarle la etiqueta de 'trastorno de ansiedad generalizada', 'trastorno obsesivo compulsivo', ‘episodio depresivo', 'distimia', 'trastorno bipolar', 'anorexia' o 'paranoia', para, a continuación, recetar diazepam, clonazepam, lorazepam, clomipramina, un neuroléptico o un ansiolítico, según convenga, en determinadas dosis.
Lo que ha tenido lugar, en realidad, ha sido una cosificación tanto de la persona como de la propia enfermedad. En estos casos, cada vez más frecuentes, la persona queda reducida a ser un organismo portador de un trastorno funcional que ha de ser eliminado mediante tratamiento farmacológico.
Con este tipo de tratamiento, quedan al margen la persona y su vida, la etiología profunda de su mal, el por qué y, sobre todo, el para qué de su alteración. Se tiende a eliminar síntomas para permitir el 'bienestar' entendido cada vez más como equilibrio homeostático y no como autenticidad.
No mucho más allá suelen ir algunos psicólogos clínicos de ciertas escuelas, que limitan su intervención a lograr un cambio de comportamiento o un cambio cognitivo mediante técnicas, sin duda eficaces, de modificación de conducta. Se evaluará al paciente muy académicamente, mediante entrevistas, cuestionarios y test, se le aplicarán técnicas diversas (como si la persona fuese mecanismo susceptible de arreglo), se le expondrá al estímulo, se le propondrá una reestructuración cognitiva, una re-programación de sus actividades y tareas, se le enseñarán técnicas de relajación, de control de estímulos, de reestructuración cognitiva... pero, al cabo, quedará al margen de todo ello la persona y su vida, su sentido existencial, la etiología profunda del mal, el por qué y el para qué de su alteración. Se procurará, con máxima eficacia, eliminar el síntoma para restablecer el bienestar meramente sensible, dejando en el olvido la persona y su crecimiento (Cfr. Domínguez Prieto, X. M.: Eres luz. La alegría de ser persona. Ed. San Pablo, Madrid, 2005.).
En ambos casos, se ha operado una enorme reducción. Se ha tomado a la persona como no siendo más que organismo estropeado, lo cual supone una reducción biologicista, o se ha tomado a la persona como un sistema comportamental disfuncional, lo que supone un reduccionismo psicologicista. Además, se ha cosificado a la persona, por identificarla con la enfermedad que le aqueja y, por último, se ha cosificado la propia enfermedad dándole una identidad propia a través de su categorización substancialista. Se ha supuesto que, al ponerle un nombre, al categorizarla, dicha patología era una realidad maligna que estaba en la persona y que incluso, afectaba a la persona tiñéndola negativamente de modo global. Quizás esta sea una de las tentaciones de los manuales diagnósticos como el DSM –Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, de la American Psychiatric Association–; o el MMPI –Inventario Multifásico de Personalidad de Minesota–; o el CIE-10 –Clasificación Internacional de las Enfermedades– de la OMS. Estos sistemas nosológicos, o clasificatorios de las enfermedades, han solido operar con la convicción médica de que toda enfermedad, física o psíquica, tiene que tener su base en una lesión física.