No existe crisis de jóvenes, sino de educadores
LA GRAN ASIGNATURA PENDIENTE DE LA EDUCACIÓN ESPAÑOLA
Juan Antonio Gómez Trinidad
Revista Escuela. Junio 2011
Termina un curso más sin que la profunda sensación de que la educación española no está a la altura de las exigencias se haya solucionado. Esta percepción no es exclusiva ya que viene acompañada de otras muchas, como son la económica, la política y la cultural. Tenemos la impresión de que muchas de las estructuras sobre las que nos hemos instalado cómodamente no sirven y peligra nuestro bienestar pero, a la vez, no acertamos, no sabemos qué es lo que hay que hacer. Algunos niegan la crisis, otros se distraen poniendo anestésicos que no hacen más que posponer la solución sin que falten algunos que pretendan amputar en lugar de sanar.
Lo cierto es que termina el año sin que se haya resuelto ninguno de los problemas educativos pendientes, aunque brotan algunos nuevos que felizmente estaban superados como el de la educación diferenciada. ¿Responde este a un apriorismo ideológico o a un interés por desviar el tema? Que se lo pregunten al ministro y de paso nos diga dónde se diseña la política educativa del Gobierno, porque parece claro que en Alcalá 34 (la sede del MEC), no.
Sin embargo, los distintos debates y reflexiones parecen atisbar líneas de salida. Ya el problema no es el incremento incesante de gasto, sino el de saber cómo se gasta y si las políticas educativas son las correctas para alcanzar el objetivo deseado. Y junto a este, otro elemento común es la importancia que tiene el educador en el proceso.
Recuerdo que ya en los 70 se realizó una investigación en Estados Unidos que posteriormente se editó en España como Claves de Formación del profesorado. La pregunta clave que se planteaba era ¿qué método de enseñanza utilizan los buenos profesores? El estudio concluía que no existe un método bueno que identifique a los profesores, sino que son los buenos profesores los que hacen bueno al método. Esta verdad, tan evidente cuando permanece el sentido común, fue olvidada a partir de los 80 y desde un ‘pedagogismo’ sofocante –todos los ismos son asfixiantes– se intentó poner el énfasis en el método y subordinar al profesor a él, a quien se le dice lo que tiene que hacer, cómo y cuándo. El resultado es lo de menos.
Hoy la importancia del educador vuelve a ponerse de manifiesto y es la clave; en ella, evidentemente, el protagonismo corresponde a la familia, pero hoy no toca aquí hablar de ello.
Me refiero al educador, al maestro, al profesor y al director. Los distintos estudios tanto nacionales como internacionales así lo indican. Recientemente Andreas Schleicher, coordinador del Informe PISA sobre educación, en una reciente visita a España afirmaba que “en términos comparados, España no invierte poco en educación y trata bien a sus profesores. El problema es que nos les proporciona el tipo de ambiente laboral que se da en los sistemas que mejor funcionan... España debe atraer a los mejores profesores para crear las aulas más exigentes y conseguir los mejores directores para las escuelas más difíciles...”.
Tras numerosos informes, hemos asumido que calidad media de la educación no puede estar por encima de la calidad del profesorado. Otro tanto puede decirse de los directores y su equipo. En palabras de un experto educativo, tras analizar detenidamente los resultados de distintos informes, entre ellos PISA, “el modelo de centro que necesitamos no tiene unas características especiales de gestión, de titularidad, de alumnos o de padres; el centro realmente bueno es aquel que decide serlo, aquel en que su equipo humano, el director y los profesores deciden que hay que subir el nivel, independientemente de los alumnos que tengan”.
Quizá la novedad más significativa del curso que termina es que se empieza a notar un consenso en el diagnóstico y en la necesidad de cambiar la selección, formación y prestigio tanto del profesorado como de los directores. Un debate que, aunque algunos quieran rechazar o blindarse en posiciones inmovilistas, no tiene vuelta atrás.
Ahora bien, se necesita la prudencia y el buen hacer de todos. La prudencia es el punto medio entre la cobardía y la temeridad, y es bien escasa en la clase política, como en la sociedad en general. En estos momentos, el nuevo modelo de acceso a la función pública docente está abierto, el Estatuto del profesorado pendiente, el nuevo modelo de dirección tras el reciente debate en el Congreso ya se ha reiniciado. No son buenas las prisas ahora que la legislatura termina, como tampoco fueron buenas las largas pausas que nos han acompañado durante los últimos años.
En estos días los alumnos reciben sus notas. Muchos de ellos, siempre son demasiados, han fracasado, pero estoy firmemente convencido de que tras cada uno de ellos existe, al menos, uno o más adultos que han fracasado como educadores. Insisto, no hay crisis de jóvenes sino de educadores. Esta es, a mi entender, la gran asignatura pendiente de la educación española.