Los chicos del coro
Un gran músico fracasado, un maestro de verdad
Dirección: Christophe Barratier.
Países: Francia y Suiza. Año: 2004.
Duración: 95 min.
Género: Drama.
Interpretación: Gérard Jugnot (Clément Mathieu), François Berléand (Rachin), Kad Merad (Chabert), Jean-Paul Bonnaire (Padre Maxence), Marie Bunel (Violette Morhange), Paul Chariéras (Regente), Carole Weiss (Condesa), Philippe Du Janerand (Señor Langlois), Erick Desmarestz (Doctor Dervaux), Jean-Baptiste Maunier (Pierre).
Guión: Christophe Barratier y Philippe Lopes-Curval; basado en la película "La cage aux rossignols" (1945) de Jean Dréville.
Producción: Jacques Perrin, Arthur Cohn y Nicolas Mauvernay.
Música: Bruno Coulais .
Fotografía: Carlo Varini y Dominique Gentil.
Montaje: Yves Deschamps.
Diseño de producción: François Chauvaud.
Vestuario: Françoise Guégan.
Estreno en Francia: 17 Marzo 2004. Estreno en España: 3 Diciembre 2004.
Decir que el espectador que vea la opera prima de Cristophe Barratier disfrutará como nunca y quedará contagiado por su positiva y esperanzada visión de la vida... es algo que no implica riesgo. Está realizada desde la verdad y sinceridad de un corazón el del director que contempla así la vida, y eso siempre se transmite al público. Según sus declaraciones, para la película se basó en su propia infancia y en su formación musical, inspirándose a su vez en las emociones suscitadas por la película "La jaula de los ruiseñores" que vio en la televisión cuando era pequeño. Es una película que homenajea a los maestros, a quienes son capaces de poner lo mejor de sí mismo al servicio de la mejora de los otros.
En 1949, Clément Mathieu (Gérard Jugnot), un profesor de música fracasado, es contratado como vigilante en un internado de reeducación de menores. El centro está regido por estrictas y represivas reglas educativas, y su director, Rachin (François Berléand), se esfuerza por aplicar sin éxito el principio de acción/reacción para castigar a esos difíciles niños. Disconforme con esos métodos y compadecido con unos niños que sólo tienen el problema de la falta de afecto, Clément ideará la creación de un coro como manera para acercarse a ellos y ayudarles a encauzar su fuerza y rebeldía hacia unas actividades que transformarán sus vidas para siempre. Pero la tarea no será fácil, y precisará una dosis de paciencia y fortaleza, e incluso renunciar a lo más personal.
Comienza la película con una especie de prólogo en el que dos personajes se reencuentran después de más de cincuenta años. Son dos de aquellos niños díscolos a los que un buen hombre un día les dio una oportunidad que cambiaría sus vidas: son Pierre Morhange ahora prestigioso director de orquesta y Pépinot. En un largo flash-back recordarán aquellos tiempos del internado, con una mirada llena de cariño a su maestro el vigilante Mathieu, cuyo diario contemplan.
A partir de entonces, sólo queda disfrutar de un viaje a los años 40. En este punto, la producción artística recrea un ambiente verosímil y permite al espectador transportarse a otra época con una sonrisa en los labios por la sencillez de esas escuelas de posguerra. Barratier prefiere quedarse con el alma y la mirada de los niños, meterse en su cabeza y en su corazón, para extraer momentos de gran emoción. No se trata de un sentimiento sostenido por unas notas musicales hábilmente colocadas aunque las canciones populares y su interpretación por el coro de Saint-Marc son dignas de elogio, sino que poco a poco ha ido perfilando unos personajes con su rebeldía, orgullo, inocencia, sufrimiento, soledad, sencillez... allí donde un músico fracasado no una persona fracasada encuentra personas que necesitan cariño y no reprimendas. Es cierto que se caricaturiza la figura del director Rachin, que juega la baza del contraste para potenciar la diferente manera de educar y ensalzar la tarea del profesor comprensivo y cariñoso, pero se trata de licencias del director para dibujar unas imágenes amables y tiernas del niño por formar..., y del hombre y sus posibilidades.
Quizá uno de los mayores aciertos de la película esté en el casting. El rostro de Mathieu refleja una bondad natural y una compasión que hacen que su tarea no resulte postiza; al pensar en una cara de ángel como le define cínicamente un profesor enseguida pensaríamos en Morhange y su voz angelical, y para un pequeño que todos los sábados espera inútilmente a su papá... quién mejor que Pépinot.
Habrá quien la califique de sentimental y dulzona. Como ya se ha dicho, está realizada desde el interior un interior positivo y esperanzado, nada agrio pero también es claro que ofrece una visión humanista y que confía en las posibilidades del corazón humano, y para muchos esto es sinónimo de complacencia y superficialidad: por eso abunda tanto el cine amargo, nihilista y escéptico.
El director realiza una película honesta con la intención de descubrir al maestro que todos llevamos dentro, aunque como músico uno pueda haber sido un fracasado. Y si no, que se lo pregunten a Mathieu, a Pépinot, a Morhange... Nuestra sociedad necesitaría muchos Mathieu. Seguro.