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El ser humano: persona masculina y persona femenina

PREDISPOSICIÓN A LA COMPLEMENTARIEDAD, AL RESPETO Y A LA AYUDA MUTUA

Andrés Jiménez Abad
(Rev. ESTAR, junio 2013, págs.15-22)

La verdad sobre el ser humano y la maternidad

Pero a la luz de las reflexiones que hacíamos al principio, se advierte que el ser del varón y el de la mujer no son meros roles sociales, construidos por una cultura y por unas instancias de poder que hoy las configuran de un modo pero que mañana, tras la deconstrucción de éstas, pueden adoptar otra determinación.

Es verdad que el varón y la mujer “se hacen”, pero sólo a partir de lo que en ambos es constitutivo y que marca la referencia de la plena realización y el perfeccionamiento humano: su naturaleza. La naturaleza humana lleva en sí un orden de perfeccionamiento que se pone en manos de la libertad personal y que establece unas exigencias de índole moral, más allá de una u otra cultura concreta. Así, existe la exigencia moral de tratar siempre a las personas como personas, y nunca como cosas, e incluso de tratarse a sí mismo o a sí misma de acuerdo con la dignidad de persona (por ejemplo, yo no estoy moralmente autorizado a hacer con mi cuerpo lo que quiera). En este plano, aun cuando una cultura concreta puede condicionar la valoración e interpretación de los sexos y de lo que es propio de uno y de otro, se pone de manifiesto que toda cultura tiene más o menos valor en la medida en que hace más o menos justicia a lo que es propio del ser humano y a su dignidad.

Pero cuando una madre concibe, cría y se entrega al cuidado y la educación de su hijos, emprende una relación de por vida y sumamente profunda con otro ser humano, su hijo o hija

De modo singular, conviene pensar en la maternidad y en su valor: “He sido siempre una mujer dedicada a una actividad profesional y consideraba mi trabajo como lo primero de todo, pero sólo cuando llegué a tener hijos pude darme cuenta de que es en la maternidad donde radica la esencia de lo femenino en su más profundo sentido. La maternidad no es simplemente una función auxiliar de la paternidad sino algo diferente. Para alguien como yo, que nunca pensaba en los niños ni demostraba interés hacia ellos, fue una especie de revolución existencial” (Janne Haaland Matláry).

Para el feminismo de género, para el materialismo dialéctico o para el existencialismo sartreano -profesado por Simone de Beauvoir y sus seguidores-, la maternidad es sólo una función social, un papel, un rol construido por la sociedad y por los patrones culturales vigentes en una época o en un sistema de relaciones determinado. Pero cuando una madre concibe, cría y se entrega al cuidado y la educación de su hijos, emprende una relación de por vida y sumamente profunda con otro ser humano, su hijo o hija. Esta relación define a la mujer y está en directa vinculación con su corporalidad y sus inclinaciones más hondas, le plantea ciertas responsabilidades y afecta enteramente a su vida –y a la de su hijos y su esposo cuando menos-. No está representando el rol de madre: es una madre. La maternidad no se agota en el rol reproductivo.

La cultura y el contexto, las condiciones económicas y la tradición ciertamente influyen sobre el modo en que la mujer cumple con la responsabilidad de ser madre y sobre el modo en que la maternidad es considerada y tratada en la sociedad, pero no crean madres. Y tampoco está de más advertir que el hombre sólo aprende a ser padre a través de la maternidad de su mujer.

No hay contraposición real entre naturaleza y cultura, sino que la cultura es el cultivo de lo específicamente humano. La naturaleza humana en sentido estricto no es el estado primitivo de la especie, contra el que una sociedad evolucionada puede alzarse con sus normas arbitrarias, sino el orden de perfección que corresponde al modo constitutivo de ser del hombre y de la mujer. Lo natural, en este sentido profundo, es lo mejor de lo que el ser humano es capaz según su orden de desarrollo propio. Y el desarrollo cabal de lo humano consiste en convertirse en don, es decir, en amar, en servir al bien de alguien a quien se ama.


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