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El ser humano: persona masculina y persona femenina

PREDISPOSICIÓN A LA COMPLEMENTARIEDAD, AL RESPETO Y A LA AYUDA MUTUA

Andrés Jiménez Abad
(Rev. ESTAR, junio 2013, págs.15-22)

Persona masculina, persona femenina
Distinguir entre persona masculina y persona femenina sugiere que la diferencia entre varón y mujer se encuentra en lo más íntimo del ser humano, en la persona, hasta llegar a configurar el propio yo; afecta a su cuerpo y a su alma.

Uno de los signos del tiempo actual es el convencimiento, tan altamente extendido como infundado, de que ambos sexos, hombre y mujer, carecen de un fundamento natural e incluso biológico, de que sus papeles son absolutamente intercambiables y de que feminidad y masculinidad son construcciones sociales de una cultura patriarcal y machista -verdadero núcleo original del capitalismo, en esto Marx se equivocó- que es necesario destruir para lograr la verdadera igualdad social, y la satisfacción de los deseos individuales, de manera que cada cual podría elegir configurarse sexualmente como desee.

La revolución sexual que se desencadenó abiertamente en los años 60 del pasado siglo está a punto de alcanzar su punto álgido. La familia está siendo fuertemente cuestionada y diluida como institución. Se acusa al cristianismo de haber traicionado históricamente a las mujeres. Se hace necesario replantear lo que significa ser varón y ser mujer, y preguntarse por la adecuada comprensión de la relación natural entre ambos: si es una relación de complementariedad e igual dignidad, o si es una estructura dialéctica de poder generadora de “roles socialmente construidos”.

Debemos preguntarnos por el lugar de la sexualidad en la esencia humana. Si se discute que exista una naturaleza humana sexuada, también está en el aire el orden moral de la sexualidad y el fundamento de las relaciones sobre las que se sustentan la familia y la convivencia social.

Somos, también, nuestro cuerpo

Cuando contemplamos al ser humano, hombre o mujer, lo que aparece inicialmente ante nuestra mirada es su corporalidad, ciertamente. Pero la riqueza expresiva que ofrece el cuerpo humano es tal que no podemos considerarlo como una realidad puramente material o fisiológica. El ser humano tiene una dimensión esencial física y biológica, pero no se agota en ella. El cuerpo humano es también expresión de una realidad íntima -el yo, la persona-, como manifiestan de un modo evidente los ojos, el habla, las manos, e incluso el cuerpo mismo en su totalidad, como puede apreciarse a través de la danza o en multitud de gestos.

El ser y el obrar humanos no se reducen a las expectativas biológicas, a la mera satisfacción de las necesidades orgánicas o fisiológicas, sino que se desbordan mediante la apertura a la realidad, más allá de la corporalidad, pero también a través de ella, manifestando así lo específico de su naturaleza racional, de su intimidad creativa y aportadora de riqueza al mundo circundante, de su capacidad de comprender el mundo y de disponer de sí mismo por propia determinación, la libertad. El sujeto de toda esta riqueza vital es el yo, la persona.

Y aunque haya algo en nosotros que rebasa el espacio y el tiempo, nuestra vida “biográfica” y espiritual, esta dimensión profunda y abierta no puede prescindir de una concreción física y biológica, corporal, que también ofrece una peculiar apertura al mundo en la cual se manifiesta el espíritu. También somos nuestro cuerpo y éste es parte esencial de nuestra naturaleza humana. Nuestro cuerpo nos constituye y nos hacer ser lo que somos. No somos espíritus puros, naturalezas angélicas. Intentar vivir sin contar con nuestra dimensión físico-biológica es intentar romper la unidad constitutiva del ser humano. La ruptura con lo biológico no libera de ataduras, antes bien, conduce a lo patológico.

En nuestra herencia genética recibimos una información complejísima que condicionará nuestras actitudes, preferencias, emociones, etc. Muchos de estos aspectos pueden ser considerados en parte como fenómenos mecánicos, térmicos, eléctricos, etc., y las interacciones que se producen en este nivel constitutivo influyen indudablemente en los niveles más profundos de nuestra vida personal: la fatiga, la enfermedad, la presencia de ciertas sustancias químicas en la sangre, la necesidad fisiológica, etc.

Pero al mismo tiempo, al considerar numerosos gestos, acciones y dimensiones de nuestro cuerpo, percibimos y comprendemos la existencia de un ámbito interior -el espiritual, nuestro yo- del que es expresión. Quizás los ejemplos más claros pueden ser los ya mencionados: el rostro y la mirada, las manos y el lenguaje articulado, pero pueden añadirse también la risa y el llanto, el trabajo, el arte o la sexualidad, entre otros. La sexualidad humana, a este respecto, y a diferencia de la animal, es capaz de ser expresión de una intimidad y es esta dimensión la que le da su sentido más profundo.

La naturaleza del ser humano, su modo constitutivo de ser, implica la estrecha unión de alma y cuerpo; ambos en unidad constituyen la totalidad singular que es la persona humana, que es al mismo tiempo, bien hombre o bien mujer. El ser humano personal es en su totalidad de alma y cuerpo masculino o femenino. La dimensión sexuada es inherente a la naturaleza humana e inseparable de la persona.

Distinguir entre persona masculina y persona femenina sugiere que la diferencia entre varón y mujer se encuentra en lo más íntimo del ser humano, en la persona, hasta llegar a configurar el propio yo; afecta a su cuerpo y a su alma.


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