Mente y cerebro: preguntamos por el hombre
Jesús Luis Hurtado
El cerebro ni es el yo, ni –como algunos pretenden- hace innecesaria la existencia del alma. Cuando yo pienso en mí mismo y me reconozco, soy yo, no mi cerebro, quien tiene conciencia de sí mismo. El cerebro no se conoce a sí mismo; es el sujeto humano, el científico o el médico por ejemplo, el que va conociendo poco a poco la morfología y el funcionamiento del cerebro, sabe cómo funcionan los neurotramisores, identifica las zonas de la corteza cerebral donde se localizan determinadas funciones sensibles, etc. El sujeto humano se conoce “en primera persona”, de forma íntima y subjetiva; el cerebro es conocido por los estudiosos “en tercera persona”, como “objeto”. El yo, eso sí, se puede expresar a través de ciertas operaciones que el cerebro dinamiza: el lenguaje, gestos, movimientos, etc.
El materialismo es un prejuicio. A este respecto, autores como Eduardo Punset, entre nosotros, no ayudan precisamente a comprender qué es lo propio y específico del ser y de la naturaleza humana (Cfr. la reseña crítica de J. Arana a Punset en: http://www.unav.es/cryf/viajepunset.html). Hay una corriente de autores e investigadores que pretenden apoyarse en los datos y el método de las ciencias, pero sus conclusiones exceden a las premisas que manejan con el pertinente rigor, y se “salen de la ciencia”, acudiendo en muchos casos a explicaciones (filosóficas) deplorables. El materialismo es una filosofía torpe, porque es reduccionista. Volveremos luego sobre este punto.
Los procesos mentales no son el espíritu humano. El alma humana –vayamos poco a poco sobre este punto- es una energía o principio integrador que se sirve de los procesos bioquímicos y mentales, y a la vez es más que la suma de estos procesos.
Quizás el término ‘alma’ se puede interpretar de manera inadecuada pero, desde hace miles de años, nos referimos con él a una dimensión nuclear del ser humano, su dimensión íntima, a la vez vital y espiritual. Es una dimensión que trasciende lo biológico a la vez que lo incluye, pero que nos permite entender que el ser humano es alguien y no simplemente algo.
Es verdad que esto escapa a los métodos de la ciencia experimental, pero es coherente con sus resultados, así como con las grandes evidencias que muestran que el ser humano tiene conciencia de su propia singularidad, es capaz de tomar decisiones por sí mismo en función del bien y no sólo de sus necesidades, contrariando incluso sus tendencias biológicas y emocionales; es protagonista de una vida que incluye el lenguaje articulado y significativo, la ciencia, el arte y el ansia de belleza, la ética y la responsabilidad moral, el derecho, los conceptos universales, el perdón, la necesidad de sentido, la tecnología, la invención, la cultura en general…
Karl Popper divide la realidad en tres mundos –uno: el físico, dos: el mental, y tres: el de los productos de la mente-, y explica que estos mundos son reales y por ello actúan unos sobre otros. Por ejemplo: el mundo tres actuó sobre el uno cuando la teoría científica de la desintegración del átomo derivó en la destrucción de Hirosima. Los «objetos» del mundo tres -conceptos matemáticos, jurídicos, ideológicos- son inmateriales, pero bien reales; pertenecen a un misterioso yo personal que actúa sobre el mundo uno. Misterioso, pero real. Muchos neurobiólogos piensan que el yo es un fantasma, una superstición filosófica en la que no podemos caer. Después son ellos mismos los primeros en contradecirse cuando afirman constantemente: “yo pienso”, “yo propongo”, “yo quiero”...
Es perfectamente congruente con los datos que maneja la neurociencia y las demás disciplinas científicas la existencia en el ser humano de una energía subsistente, núcleo vital o principio que rebasa lo físico-químico-biológico, por la que nos descubrimos como sujetos protagonistas de nuestra propia vida y de sus peripecias, incluyendo también los procesos biológicos hasta el punto de poder afirmar que también “mi cuerpo soy yo”.
El sujeto humano, la persona, tiene un modo constitutivo de ser, una naturaleza corpóreo-espiritual, a la vez materia y alma humana (espíritu), en la que lo racional-espiritual es lo específicamente humano, si bien hay una dimensión biológica que nos emparenta con los demás seres vivos. Sí, también somos animales (conocemos a través de los sentidos, tenemos memoria y sentimientos) y hay en nuestra vida una dimensión vegetativa (nutrición, crecimiento, reproducción, autoorganización). Pero como ya decía el viejo Aristóteles, nuestra naturaleza se distingue de otras porque somos animales racionales.
El hombre no es ni sólo cuerpo ni sólo alma. Es todo entero y al mismo tiempo lo uno y lo otro, alma y cuerpo. Pero nuestra alma rebasa la estructuración y animación biológica corporal, como lo demuestran las operaciones espirituales (inmateriales) que realiza, las propias de la inteligencia comprensiva y de la voluntad libre, por lo que puede decirse que es una realidad “trans-biológica”, capaz de subsistir tras la muerte biológica. Subsiste, sí, pero sin el cuerpo no está completa. Más lejos no puede llegar la reflexión natural, por falta de datos concernientes al más allá… Pero precisamente aquí tiene algo que decir la fe cristiana, mediante el dogma de la resurrección de la carne.