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La ONU: ¿Quién anda por ahí detrás…?

La organización internacional más importante del mundo es la principal promotora de las ideas e iniciativas de diferentes grupos de poder encaminadas a configurar un “Nuevo Orden Mundial”. ¿Qué ideas y qué intenciones se esconden bajo el paraguas de la Organización que surgió después de la II Guerra Mundial para garantizar la cooperación entre los pueblos, la dignidad de las personas y la causa de la paz?

La Organización de las Naciones Unidas, ONU, fue fundada oficialmente el 24 de octubre de 1945 en San Francisco (California), finalizada la Segunda Guerra Mundial. La primera Asamblea General se celebró el 10 de enero de 1946 en Londres y su sede actual se encuentra en Nueva York.

Actualmente la ONU tiene representación de 194 Estados Miembros. El Vaticano figura como observador permanente, con voz pero sin voto, y con el propósito de mantenerse neutral en los problemas estrictamente políticos.

La precursora de las Naciones Unidas fue la Sociedad de Naciones, organización concebida en similares circunstancias tras la primera guerra mundial, en 1919, de conformidad con el Tratado de Versalles, "para promover la cooperación internacional y conseguir la paz y la seguridad".

La ONU y la DUDH

Además de la Carta fundacional de la ONU, el texto base de referencia de la Organización es la Declaración universal de los derechos humanos (DUDH), promulgada el 10 de diciembre de 1948 en París.

Esta Declaración reconoce (y no establece) que todos los hombres tienen derecho a la vida; que nacen libres e iguales en dignidad; que son libres de asociarse, de elegir el régimen político que los gobierne, de organizarse, de fundar una familia, de adherirse a una religión, etc. Todos tienen el derecho de participar en la vida política y en la vida económica porque todos tienen algo único para aportar a los demás.

Tras el proceso de Nuremberg contra los crímenes nazis, se quería ofrecer un instrumento  que permitiera a los ciudadanos defenderse y persuadiese a los Estados de no violar la vida y la dignidad. No es vinculante por sí misma en el plano legal pero señala los grandes principios que deben seguir los Estados al legislar y al gobernar.

En el momento de votar la declaración en 1948 se abstuvieron ocho Estados: Arabia Saudí, Unión Sudafricana, Unión Soviética, Yugoslavia, Checoslovaquia, Bielorruisia, Ucrania y Polonia. China comunista no pertenecía aún a la ONU. Esto ya anunciaba la actitud poco respetuosa con los derechos humanos desarrollada por los países comunistas y musulmanes.

Pío XII eludió reafirmarla de forma plena por no existir una mención explícita a  Dios como fundamento último de la dignidad y de los derechos fundamentales del ser humano. El beato Juan XXIII se alegraba en la encíclica Pacem in Terris por la Declaración, como “un primer paso para el establecimiento de una constitución jurídica y política de todos los pueblos”. Sin embargo, incluyó una más completa y luminosa relación de derechos y deberes naturales como base de la paz entre los pueblos. Juan Pablo II, gran defensor también de los derechos humanos, advertirá de los peligros de someterlos a las legislaciones y a la voluntad de los más fuertes.

Fundamentación débil de la DUDH

Uno de los puntos débiles de la Declaración es ciertamente la omisión de su fundamento. Como afirmaba uno de sus redactores, “estamos de acuerdo en lo relativo a estos derechos, pero que no se nos pregunte el porqué”. Pero el fundamento es esencial: si no existe acuerdo sobre éste, tampoco lo puede haber al final sobre el contenido. No pueden entender igual el derecho a la vida, por ejemplo,  quienes la conciben como un don de Dios que quienes la consideran como una mera decisión política.

La DUDH reconoce que los seres humanos tienen la misma dignidad y los mismos derechos básicos, y reclama instrumentos jurídicos que les den forma concreta, exigible, en la legislación de los Estados. Pero los años han mostrado que los mismos derechos pueden dar lugar a codificaciones distintas de acuerdo con las diversas tradiciones jurídicas de los países. Así, se pueden amparar en una concepción realista, como una ley moral natural objetiva.

Pero para una concepción positivista, hoy muy extendida, sólo se admiten las leyes establecidas por los Estados, y las determinaciones jurídicas son las únicas que merecen respeto. Así, las disposiciones contenidas en las leyes civiles pueden cambiar según el parecer de quien ostenta en cada caso el poder político o económico, de quien consigue imponer su visión acerca de lo que es o no justo.

Se argumenta que no somos capaces de alcanzar la verdad respecto de la persona, e incluso que dicha verdad no existe. Los derechos humanos se presentan entonces como el resultado de procedimientos consensuados. ‘Nuevos derechos humanos’ surgirán a partir de procedimientos consensuales que pueden ser reactivados indefinidamente.

Esta ideología, que rechaza el respaldo de un orden moral objetivo, se considera facultada, como ha dicho el filósofo judío Emmanuel Lévinas, para gobernar todo y a todos, y los derechos humanos así entendidos se convierten en una especie de “religión laica” incuestionable, que se justifica a sí misma y que podemos denominar humanitarismo, cuyas divinidades paganas son poder, eficacia, riqueza, bienestar y saber. Los ricos, sabios y poderosos demuestran, gracias a su triunfo sobre los débiles, que están justificados para ejercer un papel mesiánico de liderazgo moral universal.

Michel Schooyans, que ejerció como diplomático vaticano en la ONU, apunta con agudeza: “Esta ideología mesiánica y herméticamente laica, así como la moral del amo que le es inherente, exige que sus autores reprogramen a los demás hombres física y psicológicamente, su producción y su educación; para ello, habrá que utilizar el hedonismo latente. Habrá que alienar a las parejas, quitándoles toda responsabilidad en su comportamiento sexual. En suma, los tecnócratas médicos, piezas maestras de las fuerzas imperialistas, deberán ejercer un control total sobre la calidad y la cantidad de seres humanos.”

Tres son los frentes a través de los cuales la nueva religión de la humanidad -muy cercana e incluso coincidente con la espiritualidad de la New Age- se va abriendo frente en la cultura y en la política: el ecologismo panteísta, el feminismo radical y el neomatusianismo antinatalista. En todos ellos se niega que exista una naturaleza humana, recibida y no construida por el hombre, depositaria y plasmación de un orden moral objetivo previo a la voluntad humana y que está por encima de ella. También niegan que toda persona humana sea depositaria de una dignidad innata sólo por el hecho de ser persona, superior moralmente a toda ley de hechura humana.

La argumentación "ecológica" desarrollada en la Carta de la Tierra es en realidad un artificio ideológico para camuflar una revolución cultural. En efecto, la ONU está instaurando una nueva concepción del derecho, de la religión y de la ética, de corte anglosajón, relativista y positivista.

La Carta de la Tierra, el ecologismo panteísta

La ONU está en proceso de difundir un documento muy importante sistematizando una interpretación ‘holística’ de la globalización. Se trata de la Carta de la Tierra, que ha sido elaborada a partir de la Cumbre de la Tierra de 1992 celebrada en Río de Janeiro. Dicho documento sería invocado, según algunos, para reemplazar a los Diez Mandamientos. En él se anuncia la idea expresada por Kofi Anan, a la sazón secretario general de la ONU, al celebrar los cinco años de la Conferencia Mundial sobre la Mujer (Pekín, 1995): “Nosotros no somos huéspedes de este planeta. Nosotros le pertenecemos”. El hombre, siendo sólo el producto de una evolución material, debe someterse a los imperativos del mundo que lo rodea, de la Naturaleza.

Veamos como ejemplo algún fragmento de la Carta: "Nos encontramos en un momento crítico de la historia de la Tierra, el momento de escoger su destino... Debemos unirnos para fundar una sociedad global durable, fundada en el respeto a la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y la cultura de la paz... La humanidad es parte de un vasto universo evolutivo... El medio ambiente global, con sus recursos finitos, es una preocupación común a todos los pueblos. La protección de la vitalidad, de la diversidad y de la belleza de la Tierra es un deber sagrado...

Un aumento sin precedentes de la población humana sobrecargó los sistemas económicos y sociales... En consecuencia, nuestra opción es formar una sociedad global para cuidar de la Tierra y cuidarnos los unos a los otros, o exponernos al riesgo de destruirnos a nosotros mismos y destruir la diversidad de vida... Precisamos con urgencia una visión compartida respecto de los valores básicos que ofrezcan un fundamento ético a la comunidad mundial emergente..."

Empiezan a difundirse cada vez con más fuerza mensajes del tenor siguiente: “la Tierra se aproxima a un colapso inminente e irreversible. En cuestión de décadas, si no se toman las medidas adecuadas -algo para lo que aún estamos a tiempo-, la humanidad se enfrentará sin remedio a un nuevo régimen para el que no estamos preparados. El panorama desolador incluye carencia de alimentos y de agua potable, enormes sequías, extinción de especies y migraciones masivas de gente en busca de su propia supervivencia como nunca hemos visto en la historia. Las causas serían el brutal crecimiento de la población, la destrucción de los ecosistemas naturales en todo el mundo y el cambio climático.”

La argumentación "ecológica" desarrollada en la Carta de la Tierra es en realidad un artificio ideológico para camuflar una revolución cultural. En efecto, la ONU está instaurando una nueva concepción del derecho, de la religión y de la ética, de corte anglosajón, relativista y positivista. Las verdades fundadoras de la ONU y de la DUDH, referidas a la centralidad de la dignidad humana, son desactivadas poco a poco. Según esta concepción, ninguna verdad sobre el hombre se impone a todos. Y por encima de las múltiples opiniones se eleva el criterio de los responsables de un nuevo gobierno global, planificador del bienestar general e incontestable.

Los derechos humanos, aquí, son objeto de decisiones consensuadas. Se negocia y al término de un procedimiento pragmático, se decide, por ejemplo, que el respeto a la vida se impone en ciertos casos pero no en otros, que cierta manipulación  genética justifica el sacrificio de embriones, que la eutanasia debe ser legalizada, que las uniones homosexuales tienen los mismos derechos que la familia, etc. De aquí surgen los llamados "nuevos derechos humanos", siempre renegociables en beneficio de los intereses de aquellos que pueden hacer prevalecer su voluntad.

Para instaurar dichos "nuevos derechos" se hace preciso obtener el mayor consenso posible en las asambleas y cumbres internacionales promovidas por la ONU, aunque sea recurriendo si es necesario a la agitación, al chantaje o a la amenaza (esto es de dominio público). Una vez logrado el “consenso”, se intenta reflejar en convenciones cuidadosamente preparadas y negociadas, y en las declaraciones que se votan al acabar las Conferencias internacionales. Así pasó en la de El Cairo, sobre la población, y en la de Pekín sobre la mujer. Este tipo de “globalización”, sostenida por una concepción puramente positivista del derecho, justifica las estrategias de diferentes lobbies y ONGs, que influyen sobre los Estados a la hora de proponer y aceptar textos y enmiendas.

Los “consensos” (reales, inducidos o ficticios) de El Cairo y Pekín, concretamente, no son jurídicamente vinculantes, pero de hecho sus agendas han pasado a formar parte (reinterpretadas y manipuladas, por la presión ejercida sobre muchos gobiernos por “comités de vigilancia”, lobbies y activistas de la revolución sexual autoconstituidos como “expertos”) del discurso de los derechos humanos, como si formaran parte del Derecho Internacional.

La ONU: ¿Quién anda por ahí detrás…?

El feminismo radical y las agencias de la ONU

En la ONU y en sus agencias se ha producido una exitosa infiltración institucional que ha conducido a la expansión de la ideología de género, en la cual se han dado la mano las estrategias políticas para la igualdad y libertad sexual de las mujeres con las de control de la natalidad. Es el caso de UNFPA (Fondo de las Naciones Unidas para la Población), trampolín de los llamados “derechos reproductivos” y de la “salud reproductiva”.

El Fondo, controlado por multinacionales antivida (destaca sobre todas ellas IPPF: Federación internacional para la Planificación Familiar), coordina una estrategia en la que están implicados gobiernos de occidente, empresas multinacionales, ONGs y lobbies con el fin de suministrar contraceptivos y preservativos, intervenciones de esterilización y aborto “seguro” a los países en vías de desarrollo (en 2007, el Fondo recibió más de 500 millones de dólares de diversos gobiernos, casi todos occidentales).

En 1967 la ONU publicó la Declaración sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la Mujer (CEDAW), en la que, tomando como base y pretexto la existencia de abusos y discriminaciones contra las mujeres en diversos lugares del mundo, planteó una línea de acción, capitaneada por lobbies feministas y gays, que llevó a la lucha por el reconocimiento de la homosexualidad, la eliminación del término ‘madre’ de los documentos oficiales relativos a la liberación y los derechos de las mujeres, y el libre acceso a todas las formas de contracepción y al aborto libre y gratuito. La maternidad, a juicio del feminismo radical, conduce a la mujer a la esclavitud, y la familia es concebida utilizando viejos esquemas marxistas, como una ‘estructura productiva y reproductiva’ en la que el varón sojuzga inevitablemente a la mujer.

Una personalidad destacada a este respecto fue la fundadora de IPPF, Margaret Sanger, que propugnaba una moral del placer individual que disocia el comportamiento sexual de la procreación. En la unión sexual el placer es el bien; el niño, es el riesgo. El otro es valioso en la medida que me aporta placer y/o provecho. De ahí se deriva el rechazo al matrimonio, el elogio del amor libre, del eugenismo, etc.

En Bucarest, en 1974,  se celebró la Conferencia mundial sobre población de la ONU, en la que el derecho de planificación de los nacimientos dejó de ser propio de los ‘padres’, y pasó a serlo de ‘las parejas y los individuos’. En 1975 tuvo lugar en México la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, en 1980 la Segunda, en Copenhage; en 1985, en Nairobi, la Tercera, de la que salió un importante “programa de acción mundial”. En 1995, en Pekín, se realizó la cuarta, y se intentó introducir de forma oficial la noción de ‘género’ (gender) bajo la destacada presión de feministas socialistas, integradas dentro de las representaciones de países occidentales (Europa, Canadá, USA…) y de las 2.000 ONG que participaban activamente como “observadoras”. Aunque en la declaración final no consiguieron que se incluyera el derecho al aborto (bajo el rótulo de ‘salud reproductiva’), sí apareció en la agenda y en la plataforma de acción y, aunque ya no tenía valor vinculante para los Estados, no ha dejado de presentarse como si realmente lo tuviera.

En 1982, la IPPF -muy activa desde 1968 en las oficinas de la ONU- celebró su primera reunión de trabajo sobre “derechos y planificación familiar”. A partir de entonces se adoptó la estrategia de que las reivindicaciones de la revolución sexual sean amparadas bajo la noción de “derechos humanos”, y éstos, a su vez, se entiendan no como la capacidad de reclamar algo justo, propio de la dignidad innata de todo ser humano, sino como expresiones de la ‘elección individual’, por encima de la soberanía de los Estados y completamente al margen de toda fundamentación moral, metafísica o religiosa. Nótese que en el caso de la anticoncepción o del aborto, los no nacidos carecen por completo de toda posibilidad de ‘elección individual’, con lo cual se viene a consagrar una evidente forma de “derecho de los fuertes sobre los débiles”. Estamos muy lejos ya de la afirmación de la centralidad de la dignidad de todo ser humano en la que se sustentaban la DUDH y la misma ONU.

En 1994, en la Conferencia de El Cairo sobre Población, empiezan a mencionarse los “derechos reproductivos”, dentro de los cuales se incluyen los “derechos sexuales” bajo la noción de “derechos a la salud sexual”, que a su vez son amparados bajo el paraguas de los “derechos de la mujer”.

Hoy, ONGs internacionales como Amnistía Internacional y Human Rights Watch asumen con vigor esta visión de los derechos y de la libertad sexual. La OMS (Organización Mundial de la Salud), una de las principales agencias de la ONU, se ha convertido también en portavoz de la ideología de genero a través de la ”salud reproductiva”. Otras muchas ONGs presentes en los organismos de la ONU actúan para difundir la contracepción o el aborto bajo los conocidos eufemismos de planificación familiar o promoción de la salud sexual y reproductiva. También Médicos sin Fronteras entiende que la práctica del aborto entra dentro de sus "filantrópicos" fines.

En 1995, IPPF, pionera del movimiento revolucionario cultural que ha ‘convertido en derechos’ la libertad sexual, el acceso a la contracepción, el aborto y la esterilización, publicó una Carta de los Derechos Sexuales y Reproductivos, proponiendo como evidente que los tratados, convenciones y declaraciones de la ONU en materia de derechos humanos contienen de forma intrínseca la agenda de derechos sexuales y reproductivos tal y como los interpreta IPPF, ofreciendo a los activistas de la revolución sexual, especialmente a las ONGs, herramientas para apremiar a los gobiernos en su aplicación de los objetivos de El Cairo y Pekín.

En 2011 se ha creado la Agencia “ONU Mujeres”, poderoso instrumento de difusión e influencia al servicio de la ideología de género, financiado por gobiernos de ideología socialista, en la que destacan personalidades como Michelle Bachelet o Bibiana Aído.

Las parejas son "administradas" en sus decisiones más intimas y los Estados ven menguada su soberanía en nombre de la “situación global de necesidad" creada por la "explosión demográfica". La ideología maltusiana "legitima" campañas dirigidas a poblaciones sin defensa, eso sí, "por su propio bien"...

La cuestión demográfica: Malthus

La ideología inseminada por la ONU, sus agencias y ONGs, discurre a través del fenómeno de la globalización, que ya no es sólo una coyuntura económica sino un principio ético-político prevalente sobre los demás. Es una visión planificadora de las líneas de desarrollo y de la “gobernanza” mundial. Aquí se acude al marco teórico de la ideología neomaltusiana.

Según las expresiones modernas de esta ideología, la seguridad de los países ricos estaría amenazada por el crecimiento de la población de los países del tercer mundo. Una «bomba» demográfica procedente del tercer mundo estaría a punto de estallar, sumergiendo a los países ricos y amenazando su bienestar. Por tanto, sería urgente controlar eficazmente el crecimiento de la población pobre.

Fundaciones, entidades financieras y empresas multinacionales son un mecanismo esencial del sistema global de la dominación; impulsan la industrialización y la limitan según su interés. Los centros de decisión de las metrópolis amenazan con el traslado de fábricas si ven excesivas las reivindicaciones de los trabajadores locales. Organizan la competencia y al mismo tiempo la controlan. En suma, las multinacionales velan sobre sus mercados, protegen sus oligopolios, vigilan y, en ocasiones, frenan el desarrollo económico y demográfico de las naciones emergentes.

Desde los años 50, los poderes públicos han sido cada vez más influenciados por la ideología maltusiana, se han ido desarrollando conferencias organizadas por la ONU sobre la población mundial con el fin de frenar la natalidad por el miedo a al crecimiento demográfico de los países pobres, que amenazarían la prosperidad de los más ricos.Mentiras y falacias se propagaron en torno al «problema del crecimiento poblacional mundial», a partir del famoso Memorando Secreto 200/74, elaborado por Henry Kissinger.

Impregnados de esta ideología, los Estados occidentales, vigorosamente incitados por organizaciones internacionales públicas y privadas, intervienen cada vez más directamente en la planificación de las poblaciones. La India y China son los casos más conocidos, pero un intervencionismo parecido se observa en América Latina y en África. La ayuda a los países del Tercer Mundo está condicionadaa la aceptación de programas maltusianos (esterilización masiva, difusión del preservativo y de la anticoncepción generalizada, el recurso al aborto provocado...) como presuntas armas contra la pobreza.

En estas políticas de “desarrollo” tienen parte esencial organizaciones como la Rockefeller Foundation, la WEDO (Organización para el medioambiente y el desarrollo de la mujer) y la citada IPPF, todas ellas ONGs de primera importancia vinculadas a la ONU.

Las parejas son "administradas" en sus decisiones más intimas y los Estados ven menguada su soberanía en nombre de la “situación global de necesidad" creada por la  "explosión demográfica". La ideología maltusiana "legitima" campañas dirigidas a poblaciones sin defensa, eso sí, "por su propio bien"... Numerosos testimonios dan fe de que estas poblaciones no son informadas y que tampoco están en condiciones de dar un "consentimiento libre" a las medidas anti-natalistas que se les imponen para "su beneficio". Esta ideología se ha convertido en el arma más alevosa que utilizan los países ricos en la confrontación disimulada que han emprendido contra el Tercer Mundo, o la población hispana o afroamerica en USA, sin ir más lejos. Se sirve del engaño, y de la fuerza: es una mentira y una agresión física y psicológica, por ejemplo, decir a estas poblaciones que el desarrollo de la democracia pasa por la mutilación del 40% de las mujeres en edad de procrear.

Pero los países europeos, que han financiado ampliamente estas campañas, han quedado atrapados en su misma trampa. Al financiar y legalizar en su misma casa el rechazo a la vida, las poblaciones de estos países envejecen e incluso disminuyen, cayendo en un «invierno demográfico».

Las agencias de la ONU (UNESCO, OMS, el Banco Mundial, el PNUD -Programa de las Naciones para el Desarrollo-, UNFPA…) tienen a su servicioa demógrafos para dar pseudolegitimación científica a los programas de control de la población, y presentan su cientificismo demográfico como la panacea de todos los males que padece la sociedad humana. Existe una tecnocracia internacional de “expertos” al servicio de los intereses de las grandes potencias y de intereses en la sombra.

Según M. Schooyans, “bajo el disfraz de responsabilidad compartida, la ONU invita a los Estados a limitar su soberanía. De esta manera Naciones Unidas se presenta cada vez más como un superestado mundial. Tiende a gobernar todas las dimensiones de la vida, del pensamiento y de las actividades humanas, ejerciendo un control cada vez más centralizado de la información y del conocimiento”. Tras el prestigio de la mayor Organización internacional del planeta se esconden poderosas redes de influencia, y frente a su vocación original de servir a la dignidad de toda persona humana se aprecian estrategias de poder de alcance mundial.

La minoría dominante, añade Schooyans, está constituida por personas con recursos que se sentirán halagadas al ser admitidas en grupos "informales" más o menos conocidos (como el grupo de Bilderberg, el foro de Davos, la Trilateral o el Club de Roma) u otros menos fácilmente identificables. Esta minoría se arroga la misión de planificar y regentar el mundo y tiene bajo control a todo un cuerpo internacional de intelectuales, expertos y divulgadores.

La ONU está llamada a ser una instancia capaz de servir de foro para el diálogo y los acuerdos entre países, para avanzar en el reconocimiento de lo más genuinamente humano, de la libertad, la justicia, la igualdad de derechos y deberes, y la paz.

En ausencia de un Estado de contornos visibles, en el marco de este imperialismo de clase, nadie sabe quién decide ni quién es responsable. El lenguaje es anónimo. El productor del mensaje ideológico está oculto.

Hay también quien trabaja por el bien y la verdad...

Pero no todos callan y otorgan. Por ejemplo, la organización Familia Católica y Derechos Humanos (C-FAM), Catholic Family & Human Rights Institute 211 E 43rd St., Suite 1306 New York, NY 10017, presidida por Austen Ruse, es una agencia de noticias que defiende la vida y la dignidad humana en la misma ONU; viene informando en su boletín semanal de noticias online (fridayfaxespanol@c-fam.org) acerca de poderosos grupos de presión que imponen sus ideologías, de conferencias y organismos que ellos controlan e interpretan, de la falta de transparencia de Organismos como UNICEF o UNFAP, y de las cantidades que reciben.

La ONU está llamada a ser una instancia capaz de servir de foro para el diálogo y los acuerdos entre países, para avanzar en el reconocimiento de lo más genuinamente humano, de la libertad, la justicia, la igualdad de derechos y deberes, y la paz. Si hoy en gran medida es controlada por diferentes instancias en la sombra bajo la rúbrica del humanitarismo y la democracia, no deben faltar tampoco quienes trabajen para que llegue un día a ser lo que desde su origen está llamada a ser. A.J. (Rev. HÁGASE-ESTAR, junio 2012, pág. 16-25)

BIBLIOGRAFÍA:

  • HAALAND MATLARY, JANNE: Derechos humanos depredados. Cristiandad, Madrid.
  • PEETERS, MARGUERITTE A.: Marion-ética. Los “expertos” de la ONU imponen su ley. Rialp. Madrid.
  • ROCELLA, EUGENIA - SCARAFFIA, LUCETTA: Contra el cristianismo. La ONU y la Unión Europea como nueva ideología. Cristiandad. Madrid.
  • SCHOOYANS, MICHEL: La cara oculta de la ONU. Diana, México.

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