Verdad y autoridad
Iniciación filosófica en la asignatura de Ética - ESO y 1º Bachillerato
Comentarios de Textos y actividades
Por Andrés Jiménez Abad
15.- Autoridad y libertad en la educación
B. Tierno y A. Escaja: Saber Educar.
Ed. Temas de Hoy, Madrid, 2000, págs. 73-76.
Con frecuencia las fobias y las filias se enroscan a las palabras de manera irracional contribuyendo a deformar el rico significado que pudieran ofrecemos. Tal ocurre con la palabra autoridad. Han sido tantos los abusos que en su nombre se han cometido, que pensar en ella suscita más sentimientos negativos que positivos. Alguien ha dicho que se han cometido más crímenes en nombre de la autoridad y de la obediencia que en nombre de la revolución.
Etimológicamente, la palabra autoridad deriva del verbo latino augere: aumentar, incrementar. En este sentido, la autoridad (auctoritas) es esa capacidad de crear, promover, incrementar y desarrollar el valor de las cosas. Así, por ejemplo, el autor (auctor) de una obra literaria o arte es el creador de nuevos valores. Y en este sentido la autoridad ha de referirse, de manera original y primaria, a Dios como verdadero autor y creador y, de manera secundaria, a los padres, a quienes llamamos procreadores.
La autoridad de los padres recibe toda su fuerza del servicio que prestan a sus hijos para promover al máximo sus valores y capacidades. Proviene de la paternidad, del hecho mismo por el que la naturaleza los configura como padres, confiriéndoles la superioridad sobre sus hijos y el derecho a ejercerla mientras éstos se encuentren en situación de dependencia.
Psicológicamente, la autoridad paterna se refuerza mediante el ascendiente que los padres adquieren sobre sus hijos y la obediencia que éstos les deben.
Jurídicamente, la autoridad hace referencia al derecho a mandar y gobernar que tienen unas personas y al correlativo deber de obedecerla y acatada por parte de otros. La autoridad, entendida como servicio de unas personas a otras para favorecer el provecho y bien común, es necesaria allí donde exista una relación interpersonal.
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LA RELACIÓN PEDAGÓGICA AUTORIDAD-LIBERTAD
El binomio autoridadlibertad se ha entendido muchas veces en términos antitéticos, cuando, en realidad, la verdadera autoridad mira siempre a la libertad del inmaduro, o del que ha de obedecer.
Tomás de Aquino la entendía como «el principio motor que dirige y establece en un grupo humano el orden necesario para conducido a su fin». Más que insistir en el poder que corresponde a la autoridad o en las características que deben acompañada, hace hincapié en el fin que persigue: el bien del grupo. Así debe ser también la autoridad educativa de la familia o de cualquier comunidad educativa: buscar la promoción y desarrollo de todos y cada uno de sus miembros.
Erich Fromm, por su parte, considera más bien la autoridad como «una relación interpersonal en la que una persona es considerada superior a otra y la ayuda». Pedagógicamente, esa relación interpersonal ha de entenderse como una diferencia entre el superior y el inferior que se va acortando a medida que se incrementan los valores del inferior. La autoridad del educador (padre o profesional) no busca marcar las diferencias, sino que aspira a que el inmaduro le iguale o incluso le supere en madurez y responsabilidad. La actitud de los educadores no trata de mantener al inmaduro en permanente dependencia, ya que han de admitir el progreso del educando y aceptar que, conforme éste avanza, la autoridad disminuye.
El ejercicio de la autoridad de padres y educadores es fundamental para el desarrollo moral del inmaduro. La autoridad facilita la internalización de las normas de conducta por parte de los hijos, los cuales, gracias a la obediencia (otra palabra devaluada), las asumen jerarquizando una serie de valores que, a la larga, van a constituir la guía moral de su comportamiento.
Si, por el contrario, el mecanismo autoridad-obediencia falla, es probable que falle la libertad, puesto que el niño crecerá sin capacidad de control interno, falto de escrúpulos, que lo dejarán a merced de su capricho oportunista.
Al «miedo a la libertad» denunciado por E. Fromm hay que añadirle hoy el «miedo a la autoridad», miedo a ejercerla, a exigir al muchacho el cumplimiento de su deber. Las consecuencias son graves.
No hemos de confundir la amabilidad y la dulzura en el trato con la permisividad. Un talante sereno es compatible con una exigencia razonable. «Fortiter in re, suaviter in modo», decían los latinos. Es decir, «con firmeza en lo fundamental y con buenas maneras» es como hemos de exigir a nuestros hijos y educandos cuanto sea razonable y justo.
Lo que los niños rechazan no es la exigencia propiamente, sino la incoherencia y la falta de sentido. Cuando el niño descubre amor en los mandatos de sus padres y educadores, es capaz de darlo todo.
El conflicto no es ineludible si sabemos ejercer la autoridad con equilibrio, libre de extremos:
- Ni exceso de autoridad, que degenera en autoritarismo, reprime la iniciativa y sofoca la libertad, haciendo del educando un conformista movido únicamente por los criterios de los demás.
- Ni dejación de autoridad, que conduce a la permisividad, dejando al muchacho a merced de su propio capricho y convirtiéndolo en un oportunista capaz de emplear cualquier medio para salirse siempre con la suya.
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LA AUTORIDAD DE LOS PADRES
Suele a veces recurrirse al estereotipo de una autoridad diferencial, según el cual al padre le correspondería la hegemonía en el hogar y los hijos le respetarían como al centro del que dimanan todas las normas y las orientaciones familiares. (Situación incómoda, por otra parte, por la cual muchos padres dejan tal responsabilidad en manos de la madre.)
- A la madre, en cambio, se le atribuye un papel secundario respecto del padre. A ella le correspondería adoptar actitudes conciliatorias, protectoras, suaves..., y esperar a que el padre llegue para imponer las sanciones.
En definitiva, el padre sería el representante de la firmeza y la autoridad; la madre, del corazón y la ternura en la familia.
Son visiones un tanto románticas que deben superarse con una actitud más racional que nos haga entender la autoridad de los cónyuges como una autoridad compartida con la que el estilo y la forma de la autoridad del padre asegure la estabilidad despojándose de posibles asperezas, y la autoridad de la madre abandone estériles sentimentalismos y se instale en la solidez de una educación reflexiva.
A los dos conjuntamente les corresponde el ejercicio de una autoridad que alimente la seguridad, la confianza y el optimismo en los hijos.
Por su parte, los educadores han de proceder en el ejercicio profesional del arte educativo, conscientes de que la firmeza de su autoridad no les resta aprecio para el futuro, sino que les añade estima, comprensión y agradecimiento, porque, sin ella, la persona crecería moralmente invertebrada.
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16.- LA INFLUENCIA DEL MAESTRO
VÍCTOR GARCÍA HOZ, Cuestiones de filosofía individual y social de la educación
Rialp. Madrid, 1962, págs 44-5.
Parece que el maestro educa, y si nos refiriéramos más escuetamente a la actividad docente, el maestro enseña. Sin embargo, no podemos admitir, sin más, que el maestro sea causa eficiente de la educación o del aprendizaje. Ya Santo Tomás se planteó el problema de la enseñanza en la cuestión 117 de la primera parte de la Suma, preguntándose si es posible que un hombre enseñe a otro hombre. Y nos encontramos allá con que, en definitiva, el maestro opera sobre el alumno no al modo de una causa eficiente perfecta y total, sino subordinándose a la propia virtualidad que el alumno tiene, operando como agente externo que pone en movimiento las potencias del alumno. El maestro, por tanto, más que causa eficiente, obra cómo agente externo que pone en movimiento las facultades del alumno y facilita su perfeccionamiento, ordenando los medios exteriores de educación y eliminando los obstáculos que se oponen a la marcha perfectiva del discípulo. De suerte que no se puede decir, sin más, que el maestro sea causa eficiente, puesto que su acción no basta para producir la educación. En último término, pudiéramos decir que, teniendo una cierta causalidad eficiente, es una causa coadyuvante, o, si se quiere, una causa eficiente, pero de valor secundario, ya que no es causa eficiente perfectiva, por no ser capaz por sí misma de producir la educación. La educación se realiza en virtud del ejercicio, del movimiento de las facultades del propio sujeto; y la acción del maestro, si no pudiera poner en movimiento estas facultades, sería absolutamente estéril. He aquí, pues, que la causalidad del maestro es, en última instancia, subordinada.
17.- AUTORIDAD, RESPETO Y EDUCACIÓN
JORGE YARCE: Valor para vivir los valores.
Belacqua, Barcelona 2004, págs. 90-93
EL RESPETO
Es tener conciencia del valor del propio ser y del ser y la dignidad de los demás, para poder comprenderlos y aceptados, dejándolos actuar, siendo tolerante con ellos, de acuerdo con su condición y con la relación que han establecido con nosotros.
]ulián es un hombre recto, pero algo prepotente. Es un apersona intelectualmente bien formada y tiene criterios sólidos acerca de la vida. Así se educó y así actúa con su esposa Lucía y con sus hijos, que estudian en la universidad. Vive sobre todo para su trabajo de analista financiero en una multinacional. Los ve a la carrera los fines de semana, cuando no está de viaje. En el fondo les quiere, pero no dialoga con ellos y no tiene en cuenta sus opiniones. Se limita a tratar de imponerles su modo de ver las cosas, sin oír lo que piensan. Es exigente y duro con sus hijos a la hora de pedirles resultados en sus estudios y los trata como menores de edad. Ellos se han ido distanciando de su padre y ven cómo la madre aguanta la frialdad afectiva y el aire de superioridad de su padre, que llega a menospreciarla en ocasiones. Para no complicarle la vida a su madre, cuentan sus problemas íntimos a sus mejores amigos. Cada vez tienen menos ganas de estar en casa, sobre todo a las horas en que está presente su padre. Sin embargo, él piensa que de esta forma adquiere el respeto de su familia.
El respeto es, ante todo, el valor que nos permite convivir con las demás personas (es posible, por supuesto, extender este respeto a la naturaleza, a los objetos entre los que vivimos, pero no es su significado esencial). Y se trata de un valor que está en crisis dentro y fuera de la familia. Una de las posibles causas de esto es la idea equívoca, difundida por los medios de comunicación, de que es necesaria la igualdad para no provocar traumas en los hijos, de que es un error exigir disciplina y obediencia, lo que inevitablemente conduce a la falta de respeto y a la desatención a las jerarquías.
El respeto se refiere directamente a la manera como valoramos a las personas y está fundamentado en el reconocimiento de la dignidad de cada uno de nosotros, a pesar de las diferencias y particularidades. No es el temor reverencial ni el servilismo. Implica más bien la observación de los derechos que tienen todas las personas a ser reconocidas en su valor. «Siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas» (Rousseau).
Pero la dignidad de la otra persona implica de algún modo la dignidad propia. El respeto hacia los demás únicamente es posible si yo me respeto a mí mismo: respetar mi cuerpo, valorar mi propia vida, tener autoestima. El respeto a sí mismo fortalece el respeto a los demás y éste, a su vez, nutre aquél.
De nuevo, el afianzamiento de este valor se inculca a través del ejemplo, es un objeto de aprendizaje: si los hijos ven que sus padres se respetan entre sí, entenderán más fácilmente el respeto que deben tener hacia sí mismos y hacia las demás personas con las que se relacionan. Por esto, una de las relaciones fundamentales, si no la principal, en la que resulta necesaria la formación de este valor es la relación que une a los padres con los hijos.
El respeto, que es algo que todos merecemos, se incrementa por el ejercicio de comportamientos concretos. Esto significa tomar una actitud activa, no pasiva. Hacer y no esperar a que nos hagan. Las personas que se respetan de verdad entran en interacción, no se quedan al margen de los hechos, en todas sus distintas relaciones: familiares, sociales y laborales.
No obstante, el respeto no implica una tolerancia ilimitada; no se trata de permitir que una persona diga todo lo que quiera (sea verdad o mentira) de cualquier modo. Hay que buscar un equilibrio entre lo que se dice y las circunstancias en que se expresa. Por eso es importante la valoración de las circunstancias. El respeto a los padres se ejerce en un ámbito y circunstancias diferentes del que se ejerce frente a un profesor o ante un amigo. En este último caso puede haber supuestos de familiaridad y confianza que no necesariamente se dan con el profesor.
A medida que pasa el tiempo, que pasamos de la infancia y la adolescencia a la edad adulta, nos damos cuenta de que una parte de ese respeto es el respeto a la intimidad. Y a este respecto se debe dirigir la educación de este valor. David Isaacs propone aspectos que se deben tener en cuenta con los hijos más pequeños con miras a educados en el respeto, como enseñarles que cada persona es diferente, reconocer en cada persona sus particularidades, no «rotuladas», no discriminadas, no criticadas; en otras palabras, enseñarles a actuar positivamente a favor de los demás, a tenerlos en consideración. Por supuesto, estas orientaciones son igualmente válidas para el joven y el adulto, que también se encuentran en medio de un constante aprendizaje.
Específicamente, en las relaciones entre los padres y los hijos, estos últimos les deben siempre respeto y consideración a los primeros. De manera recíproca, los padres no deben dejar de respetar a los hijos porque cometen determinados errores y tampoco deben censurar el camino que los hijos deciden tomar en algún momento de su vida, si es honesto, por ser distinto del que los padres proyectaron para ellos. Es preciso calibrar el equilibrio que exige una relación de mutuo respeto, equilibrio que debe estar basado en el amor y la justicia.
Entre los antivalores que se deben combatir con vistas a un actitud de respeto están la intolerancia, el individualismo, la injusticia, el dogmatismo al hablar y actuar y la desconsideración con los demás. En cualquiera de estos casos, se maltrata a la persona, o se logran los objetivos en la vida a costa de la integridad de los demás.
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18.- LOS PADRES Y LA AUTORIDAD EN LA EDUCACIÓN. AUTORIDAD Y LIBERTAD
ABILIO DE GREGORIO: Atreverse a ejercer de padres.
Arambel Editores. Cádiz, 2006.
El término "autoridad" deriva de autor. Tiene autoridad sobre algo quien es autor de ese algo. Ejerce autoridad quien está ejerciendo de autor de algo. Pero el ejercicio de la autoridad es un ejercicio dinámico cuando se refiere a la autoría de la persona. Ser, de alguna manera, autor de una persona en el sentido más profundo, no es ser la causa de su hechura física o biológica solamente. Es ser la causa de su singularidad, de su originalidad, de su autonomía que son las notas que lo constituyen como persona. Es, en cierto modo, ser el autor de su libertad en acto. Por ello, podríamos afirmar que, solamente en la medida en que los padres ejercen su acción de influencia para conseguir que los hijos sean libres, están ejerciendo verdaderamente la autoridad. En caso contrario, por exceso o por defecto, ejercen un dominio arbitrario, un autoritarismo en cuanto deformación de la autoridad. Tener autoridad no es solamente tener poder o tener mando. La autoridad precisa de poder o de mando para ser efectiva, de igual manera que los encargados de defender la libertad de los ciudadanos precisan de fuerzas de orden público o de agentes de la autoridad. Pero esas fuerzas o agentes no son la autoridad. Si perdieran su referente de la autoridad y su carácter de medios para constituirse en fines, entonces diríamos que ejercen una opresión. Ejercer la autoridad quiere decir conducir (educere, origen de la palabra educación) y dirigir hacia la libertad. Y dirigir supone marcar objetivos, planificar los medios, evaluar resultados y conducir a alguien, en este caso, hacia la plena autonomía humana.
Cuidar al hijo, función primaria de los padres, es adelantarse a las necesidades que irán apareciendo a lo largo de su vida, prever los obstáculos que tendrán que sortear para personalizarse -para ser auténticamente libres- y armarIo para estar en disposición de hacer el trayecto de su hominización o humanización plena. ¿Cómo desarrolla un niño una personalidad responsable? Aunque parezca paradójico, realizando elecciones inducidas por los adultos de las que no tiene todavía capacidad de responsabilizarse. O como dice F. Savater, "aprende a mandarse a sí mismo obedeciendo a otros". Hanna Arendt, tan poco sospechosa de complacencia con las dictaduras y el autoritarismo, ha reflexionado acerca de la crisis actual de la educación y ha escrito: "Los niños no pueden rechazar la autoridad de los educadores como si se encontrasen oprimidos por una mayoría compuesta de adultos, aunque los métodos modernos de educación han intentado efectivamente poner en práctica el absurdo que consiste en tratar a los niños como una minoría oprimida que tiene necesidad de liberarse. La autoridad ha sido abolida por los adultos y ello sólo puede significar una cosa: que los adultos rehúsan asumir la responsabilidad del mundo en el que han puesto a los niños".
La libertad responsable de los hijos, por lo tanto, se convierte en referente evaluador del cómo y del cuánto del ejercicio de la autoridad de los padres. Se obliga a que los hijos estudien porque los padres tienen la obligación de prever que los conocimientos y la adquisición de una profesión son condiciones más liberadoras que la ignorancia o la no capacitación profesional. Se obliga a la adquisición de unos determinados hábitos o virtudes porque se prevé que tales adquisiciones harán más fluida su libertad. Se exigen unas determinadas conductas y se impiden otras porque se prevé que han de ser necesarias o son inconvenientes para una libertad compartida. En términos generales, podríamos afirmar que la autoridad de los padres se puede considerar bien ejercida cuando los hijos, a medida que van creciendo, van descubriendo que las cosas no son buenas o malas porque las mandan o las prohíben sus padres, sino que las mandan y las prohíben porque son buenas o son malas en relación con una libertad madura.
ANÁLISIS DE UN CASO “BASTANTE TÍPICO”
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