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Inteligencia y afecto

Notas para una paideia

Cardenal Paul Poupard,
Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura,
Murcia, 22 Noviembre 2001.

Atravesar el umbral de la esperanza
El hombre no es sólo razón, sino también corazón, afectividad, sentimiento. La crisis de la razón de la que hemos hablado, viene de la mano de una crisis no menor del sentimiento. Al escindirse de la razón, el sentimiento queda abandonado a la fuerza arrolladora de la pasión, al exceso del sentimentalismo inútil, al vagabundeo afectivo permanentemente en busca de relaciones que den sentido a la existencia.

CONCLUSIÓN

Este ideal de paideia que hemos expuesto sucintamente, ¿no es poco realista para una universidad del tercer milenio? ¿No deberemos plegarnos a los condicionamientos que imponen las circunstancias y renunciar a estos ideales, hermosos, sí, pero inalcanzables? Son preguntas que surgen inevitablemente.

Dejadme por ello que termine esta intervención diciendo: sí, es posible. No es este el momento de proponer nuevas ideas. El mundo está cansado de ideologías y programas. Anhela hechos concretos, plasmados en una vida concreta. Espera, aun sin saberlo, los testigos de una nueva humanidad.

El hombre de hoy, si tiene dificultades para la fe, si tiene dificultades para esperar, es porque le es difícil entregarse y comprometerse de veras; porque le es difícil responder al amor y dar un sí al amor verdadero. Creer en el amor es creer en la palabra de amor que alguien me dirige, creer en el amor que alguien me tiene. Este tipo de confianza no puede nunca demostrarse como conclusión apodíctica de un discurso de razón. ¡Ni siquiera en el orden humano! Por mucho que oigamos palabras de afecto, o veamos gestos, siempre hay que dar un paso más y creer que allí hay amor. Hay que abrirse a esa realidad que se nos manifiesta, que se nos revela, y dar un sí confiado; dar una aceptación que sepa discernir, que sepa ver la pureza de amor que hay detrás de unos determinados gestos o de unas palabras, para entregarse libremente al don del amor, en una entrega que no conozca reservas egoístas, sino que sea proporcionada a la calidad del amor ofrecido.

Ante las experiencias frustrantes del desamor cotidiano, es necesario ayudar al hombre de hoy a atravesar el umbral de la esperanza. Es necesario que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que alguien le ama infinitamente tal y como es, la certeza de que existe alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa y de que ese alguien es Amor, fuente incesante de comunión. Es necesario que el hombre contemporáneo comprenda que no es ésta una promesa vana, sino una realidad a la que se puede entregar con confianza. Podrá entonces atravesar el umbral de la esperanza; cruzarlo sin miedo, sin detenerse ante él.


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