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Verdad y realidad

Huid del escepticismo

Christopher Derrick
Ed. Encuentro, Madrid, págs. 87-8

La verdad, como propiedad esencial del conocimiento, se manifiesta en nuestros juicios, en lo que nuestro entendimiento atribuye –afirmativa o negativamente- a la realidad. Un juicio de nuestra inteligencia es verdadero cuando lo que enuncia se adecua a la realidad.

Decía San Agustín que hemos de buscar con denuedo la verdad hasta encontrarla, y que, una vez hallada, hemos de ponernos en camino para seguir buscando con más fuerza todavía, como quien nunca la ama lo bastante.

Pero para juzgar acerca de algo hay que tener los adecuados “elementos de juicio”, es decir, hay que estar en posesión de las nociones suficientes, precisas y adecuadas que afectan a los hechos y cosas que juzgamos.

Los prejuicios

Sin embargo, movidos por la precipitación –generalizando o particularizando indebidamente, por ejemplo-, por la voluntad que quiere imponer su deseo, o por determinados estados emocionales como el apasionamiento, la ira, la envidia u otros, juzgamos sobre las cosas sin tener los elementos de juicio adecuados, es decir, careciendo del conocimiento profundo y ajustado del contenido, la finalidad y las circunstancias que son del caso. Este es un modo de conducirse muy frecuente; son lo que llamamos los prejuicios.

Se trata de una evidente falta de sentido crítico, que sólo puede resolverse mediante una constante y rigurosa búsqueda de la verdad.

Dogmatismo-fanatismo

No es muy lejano otro tipo de actitud, el dogmatismo. Un dogma es una verdad definida como tal verdad, una verdad establecida. Aunque hoy se emplea habitualmente en el terreno de la teología y de la vida religiosa, hasta no hace mucho tiempo se hablaba también de “dogmas científicos”, para referirse a principios científicos no cuestionables. La existencia de dogmas, en sí misma, no atenta contra la verdad y su búsqueda; más bien debe orientarla. De hecho, el Diccionario de la RAE indica que el dogmatismo es la postura contraria al escepticismo, y que consiste en sostener que la razón humana puede alcanzar la verdad mediante el uso del método y el orden conveniente en sus investigaciones.

No obstante, se conoce como “dogmatismo”, de forma peyorativa, aquella actitud o postura que resta valor e importancia a las opiniones, aunque se refieran a cuestiones poco o nada evidentes, impidiendo la libertad del pensamiento para buscar la verdad. Por decirlo así, no habría que buscarla porque ya estaría hallada de forma definitiva. Se puede ser dogmático en el fondo o contenido de lo que sostiene, y en la forma, despreciando con contundencia posturas contrarias a la que se mantiene. En este sentido el “dogmatismo” sería equivalente al “fanatismo”, postura de quien, afincado en un criterio o derecho supuestamente prevalente, excluye toda posición contraria, no tanto por estar en la verdad –aunque así lo sostenga-, cuanto por ser ésta“su” verdad, es decir, por ser él quien está en ella. En definitiva, el fanático y el dogmático se atrincheran en su postura más por el hecho de que esa postura es suya que por el hecho de ser verdadera. El fanático hace violencia a la realidad y a las personas.

La verdad no ha de temer el examen racional. Muchas cuestiones son evidentes y ciertas; otras muchas son contingentes, es decir, están sometidas a circunstancias y situaciones complejas y meramente probables, y por ello resultan opinables; no pocas son dudosas. Acerca de las verdades ya seguras, se puede seguir profundizando, puesto que la realidad sobrepasa siempre al conocimiento. Decía San Agustín que hemos de buscar con denuedo la verdad hasta encontrarla, y que, una vez hallada, hemos de ponernos en camino para seguir buscando con más fuerza todavía, como quien nunca la ama lo bastante.

El criticismo –extremo contrario al dogmatismo radical- es una forma de escepticismo. Pero el verdadero sentido crítico se apoya en criterios fundados de certeza para examinar y defender la verdad tomando la realidad como único referente válido.

Sana e insana tolerancia

Conviene precisar también qué ha de entenderse por tolerancia. Se trata de permitir algo, una postura, una conducta o una afirmación, aunque sea erróneo o malo, sin aprobarlo, para evitar un mal mayor. Existen límites para la tolerancia cuando se ven amenazados o rechazados valores y verdades esenciales. No se trata de una forma de indiferencia, que no distingue entre verdad y error, sino de una forma de paciencia, la cual sufre ciertos males o inconvenientes por una causa justa y en el camino que mira hacia la verdad, como una disposición de apertura para entablar un diálogo que esclarezca las posturas y los datos.

El diálogo es la búsqueda compartida de la verdad mediante el intercambio de posturas, juicios y valoraciones que lleven a contemplar la realidad de las cosas con mayor claridad por ambas partes. En el diálogo que conduce a la verdad nunca hay vencedores frente a vencidos. El hallazgo es siempre una victoria compartida.

¿Y el relativismo?

El relativismo no puede ser nunca el fundamento de la tolerancia, aunque sea frecuente acudir a esta explicación. Sobre el relativismo sólo se sostiene la violencia: en este caso, la violencia contra la verdad, porque se considera que no hay verdades objetivas y todo se reduce a mera opinión, que cada cual puede sostener si así lo desea. Si todo es relativo, la tolerancia consistirá sólo en no dejar que nadie proponga nada como verdadero ni como universalmente válido. Pero entonces el error puede equipararse con la verdad; bastaría sólo con que alguien lo sostenga. Aquí existe ya una complicidad con el mal y un indiferentismo injusto.

El relativismo y el escepticismo se apoyan en una contradicción: Si todo es relativo y si no puede haber seguridad acerca de qué es verdadero, entonces tampoco la hay acerca de ambas posturas: el relativista tiene que aceptar que alguien “relativice” su postura, y el escéptico sostiene que su negación de la verdad es… verdadera.


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