Claves para comprender la necesidad de recuperar una mirada de misericordia
6. ALGUNAS CONSECUENCIAS
Esta actitud enemiga de la misericordia con los hombres y con Dios, como proyecto existencial y modelo de hombre tiene su punto de arranque cuando comienza a declinar la sociedad cristiano medieval. El hombre queda a sus anchas, pero solo y abandonado. Una de las escenas más conocidas de “El Lazarillo de Tormes” ejemplifica esta soledad, desconfianza y sospecha en que se ha de mover el individuo en una sociedad que ha dejado de ser comunidad. La vieja sentencia del Imperio Romano cobra dolorosa actualidad. El hombre es lobo para el hombre. La escena se nos cuenta así:
“Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo: “Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro de él.”
Yo simplemente llegue, creyendo ser ansí; y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y dióme una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome: “Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber mas que el diablo”, y rió mucho la burla.
Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba. Dije entre mí: “Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer.” [ANÓNIMO “Lazarillo de Tormes”]
Quiere el Hombre conquistarse a sí mismo y al mundo, pero sabe que se han quedado sin sentido el dolor, la muerte y la vida misma. Medrar, gozar, “atrevámonos a todo” dice Segismundo en la Vida es Sueño y cuando comienza a reflexionar al despertar sobre el escenario de la Corte de su padre Basilio, adopta la actitud de gran parte de nuestros contemporáneos:
Pero sea lo que fuere,
¿Quién me mete en discurrir?
Dejarme quiero servir,
y venga lo que viniere. [CALDERÓN DE LA BARCA, Pedro, Ato II, escena 3ª]
Un texto muy representativo de esta incitación a no contar con más apoyo que el de uno mismo y a rechazar toda ayuda para la propia perfección venga de los hombres o del mismo Dios. Fundamento del orgullo y paradigma de la autonomía y autosuficiencia del hombre con la apariencia de estar a buenas con el Creador. Me refiero al conocido texto de Pico de la Mirándola titulado “Oración sobre el hombre.”
“Decretó al fin el supremo Artesano que, ya que no podía darse nada propio, fuera común lo que en propiedad a cada cual se había otorgado. Así pues, hizo del hombre la hechura de una forma indefinida, y, colocado en el centro del mundo, le habló de esta manera: "No te dimos ningún puesto fijo, ni una faz propia, ni un oficio peculiar, ¡oh Adán!, para que el puesto, la imagen y los empleos que deseas para ti, ésos los tengas y poseas tu propia decisión y elección. Para los demás, una naturaleza contraída dentro de ciertas leyes que les hemos prescrito. Tú, no sometido a cauces algunos angostos, te la definirás según tu arbitrio al que te entregué. Te coloqué en el centro del mundo, para que volvieras más cómodamente la vista a tu alrededor y miraras todo lo que hay en ese mundo. Ni celeste, ni terrestre te hicimos, ni mortal ni inmortal, para que tú mismo, como modelador y escultor de ti mismo, más a tu gusto y honra, t e forjes la forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo inferior, con los brutos; podrás realzarte a la par de las cosas divinas, por tu misma decisión." [PICO DE LA MIRÁNDOLA Oración sobre el hombre Editora Nacional 1984]
Es admirable contemplar cómo España desde el inicio de su plenitud histórica, desde el comienzo de sus asombrosos siglos de Oro supo rechazar ese modelo antropológico, bien haciéndonos caer en la cuenta de las trágicas consecuencias que han de acarrearnos (La Celestina, El Lazarillo de Tormes, etc.) o asumiendo las formas bellas sin renunciar a la herencia bíblico-cristiana, como componente el ideal de Europa (Fray Luís de León, Góngora, Lope, Quevedo, Tirso o Calderón) o descubriendo las sendas del alma que llevan al mismo Dios: Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Los grandes tratadistas políticos de la España de los Austrias, son explícitamente antimaquiavélicos. Del Rey abajo, ninguno, está exento de la responsabilidad moral.
No se puede entender nuestro Don Quijote sino como la contienda entre el hombre cristiano y el hombre que surge de la nueva sociedad. Alonso Quijano llamado “El bueno” por sus conciudadanos al observar sus costumbres, se cree en la obligación de poner remedio a un mundo que se ha olvidado de los menesterosos, huérfanos, viudas. Comete el error de creer que la espada puede resolver tantos males. Considera que los enemigos son también caballeros. Ignora que ya no quedan caballeros. Que su espada ya no sirve para combatir a Pícaros, Celestinas ni al rico Aldudo. No olvidéis que Don Quijote muere a manos de la melancolía. Sus palabras antes de la muerte son paradigmáticas sobre el asunto que nos ocupa:
“Despertó al cabo del tiempo dicho, y, dando una gran voz, dijo:
- ¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.
Estuvo atenta la sobrina a las razones del tío, y pareciéronle más concertadas que él solía decirlas, a lo menos, en aquella enfermedad, y preguntóle:
- ¿Qué es lo que vuestra merced dice, señor? ¿Tenemos algo de nuevo? ¿Qué misericordias son éstas, o qué pecados de los hombres?
- Las misericordias -respondió don Quijote-, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala que dejase renombre de loco, que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos: el cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás, el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento.”
España entra en la nueva sociedad, no sin contienda trágica, a partir del siglo XVIII.