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Comentario sobre Dante Alighieri

Santiago Arellano

2. TEXTOS PARA COMENTAR

INFIERNO

CANTO I

A mitad del camino de la vida,
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado.

¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento!

Es tan amarga casi cual la muerte;
mas por tratar del bien que allí encontré,
de otras cosas diré que me ocurrieron.

Yo no sé repetir cómo entré en ella
pues tan dormido me hallaba en el punto
que abandoné la senda verdadera.

Mas cuando hube llegado al pie de un monte,
allí donde aquel valle terminaba
que el corazón habíame aterrado,

hacia lo alto miré, y vi que su cima
ya vestían los rayos del planeta
que lleva recto por cualquier camino.

Entonces se calmó aquel miedo un poco,
que en el lago del alma había entrado
la noche que pasé con tanta angustia.

Y como quien con aliento anhelante,
ya salido del piélago a la orilla,
se vuelve y mira al agua peligrosa,

tal mi ánimo, huyendo todavía,
se volvió por mirar de nuevo el sitio
que a los que viven traspasar no deja.

Repuesto un poco el cuerpo fatigado,
seguí el camino por la yerma loma,
siempre afirmando el pie de más abajo.

Y vi, casi al principio de la cuesta,
una onza ligera y muy veloz,
que de una piel con pintas se cubría;

y de delante no se me apartaba,
mas de tal modo me cortaba el paso,
que muchas veces quise dar la vuelta.

Entonces comenzaba un nuevo día,
y el sol se alzaba al par que las estrellas
que junto a él el gran amor divino

sus bellezas movió por vez primera;
así es que no auguraba nada malo
de aquella fiera de la piel manchada

la hora del día y la dulce estación;
mas no tal que terror no produjese
la imagen de un león que luego vi.

Me pareció que contra mí venía,
con la cabeza erguida y hambre fiera,
y hasta temerle parecía el aire.

Y una loba que todo el apetito
parecía cargar en su flaqueza,
que ha hecho vivir a muchos en desgracia.

Tantos pesares ésta me produjo,
con el pavor que verla me causaba
que perdí la esperanza de la cumbre.

Y como aquel que alegre se hace rico
y llega luego un tiempo en que se arruina,
y en todo pensamiento sufre y llora:

tal la bestia me hacía sin dar tregua,
pues, viniendo hacia mí muy lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol calla.

Mientras que yo bajaba por la cuesta,
se me mostró delante de los ojos
alguien que, en su silencio, creí mudo.

Cuando vi a aquel en ese gran desierto
«Apiádate de mi -yo le grité-,
seas quien seas, sombra u hombre vivo.»

Me dijo: «Hombre no soy, mas hombre fui,
y a mis padres dio cuna Lombardía
pues Mantua fue la patria de los dos.

Nací sub julio César, aunque tarde,
y viví en Roma bajo el buen Augusto:
tiempos de falsos dioses mentirosos.

Poeta fui, y canté de aquel justo
hijo de Anquises que vino de Troya,
cuando Ilión la soberbia fue abrasada.

¿Por qué retornas a tan grande pena,
y no subes al monte deleitoso
que es principio y razón de toda dicha?»

«¿Eres Virgilio, pues, y aquella fuente
de quien mana tal río de elocuencia?
-respondí yo con frente avergonzada-.

Oh luz y honor de todos los poetas,
válgame el gran amor y el gran trabajo
que me han hecho estudiar tu gran volumen.

Eres tú mi modelo y mi maestro;
el único eres tú de quien tomé
el bello estilo que me ha dado honra.

Mira la bestia por la cual me he vuelto:
sabio famoso, de ella ponme a salvo,
pues hace que me tiemblen pulso y venas.»

«Es menester que sigas otra ruta
-me repuso después que vio mi llanto-,
si quieres irte del lugar salvaje;

pues esta bestia, que gritar te hace,
no deja a nadie andar por su camino,
mas tanto se lo impide que los mata;

y es su instinto tan cruel y tan malvado,
que nunca sacia su ansia codiciosa
y después de comer más hambre aún tiene.

Con muchos animales se amanceba,
y serán muchos más hasta que venga
el Lebrel que la hará morir con duelo.

Éste no comerá tierra ni peltre,
sino virtud, amor, sabiduría,
y su cuna estará entre Fieltro y Fieltro.

Ha de salvar a aquella humilde Italia
por quien murió Camila, la doncella,
Turno, Euríalo y Niso con heridas.

Éste la arrojará de pueblo en pueblo,
hasta que dé con ella en el abismo,
del que la hizo salir el Envidioso.

Por lo que, por tu bien, pienso y decido
que vengas tras de mí, y seré tu guía,
y he de llevarte por lugar eterno,

donde oirás el aullar desesperado,
verás, dolientes, las antiguas sombras,
gritando todas la segunda muerte;

y podrás ver a aquellas que contenta
el fuego, pues confían en llegar
a bienaventuras cualquier día;

y si ascender deseas junto a éstas,
más digna que la mía allí hay un alma:
te dejaré con ella cuando marche;

que aquel Emperador que arriba reina,
puesto que yo a sus leyes fui rebelde,
no quiere que por mí a su reino subas.

En toda parte impera y allí rige;
allí está su ciudad y su alto trono.
iCuán feliz es quien él allí destina!»

Yo contesté: «Poeta, te requiero
por aquel Dios que tú no conociste,
para huir de éste o de otro mal más grande,

que me lleves allí donde me has dicho,
y pueda ver la puerta de San Pedro
y aquellos infelices de que me hablas.»
Entonces se echó a andar, y yo tras él.

 

CANTO V
AMORES DE FRANCESCO Y PAOLA

Y después de escuchar a mi maestro
nombrar a antiguas damas y caudillos,
les tuve pena, y casi me desmayo.

Yo comencé: «Poeta, muy gustoso
hablaría a esos dos que vienen juntos
y parecen al viento tan ligeros.»

Y él a mí: «Los verás cuando ya estén
más cerca de nosotros; si les ruegas
en nombre de su amor, ellos vendrán.»

Tan pronto como el viento allí los trajo
alcé la voz: «Oh almas afanadas,
hablad, si no os lo impiden, con nosotros.»

Tal palomas llamadas del deseo,
al dulce nido con el ala alzada,
van por el viento del querer llevadas,

ambos dejaron el grupo de Dido
y en el aire malsano se acercaron,
tan fuerte fue mi grito afectuoso:

«Oh criatura graciosa y compasiva
que nos visitas por el aire perso
a nosotras que el mundo ensangrentamos;

si el Rey del Mundo fuese nuestro amigo
rogaríamos de él tu salvación,
ya que te apiada nuestro mal perverso.

De lo que oír o lo que hablar os guste,
nosotros oiremos y hablaremos
mientras que el viento, como ahora, calle.

La tierra en que nací está situada
en la Marina donde el Po desciende
y con sus afluentes se reúne.

Amor, que al noble corazón se agarra,
a éste prendió de la bella persona
que me quitaron; aún me ofende el modo.

Amor, que a todo amado a amar le obliga,
prendió por éste en mí pasión tan fuerte
que, como ves, aún no me abandona.

El Amor nos condujo a morir juntos,
y a aquel que nos mató Caína espera.»
Estas palabras ellos nos dijeron.

Cuando escuché a las almas doloridas
bajé el rostro y tan bajo lo tenía,
que el poeta me dijo al fin: «¿Qué piensas?»

Al responderle comencé: «Qué pena,
cuánto dulce pensar, cuánto deseo,
a éstos condujo a paso tan dañoso.»

Después me volví a ellos y les dije,
y comencé: «Francesca, tus pesares
llorar me hacen triste y compasivo;

dime, en la edad de los dulces suspiros
¿cómo o por qué el Amor os concedió
que conocieses tan turbios deseos?»

Y repuso: «Ningún dolor más grande
que el de acordarse del tiempo dichoso
en la desgracia; y tu guía lo sabe.

Mas si saber la primera raíz
de nuestro amor deseas de tal modo,
hablaré como aquel que llora y habla:

Leíamos un día por deleite,
cómo hería el amor a Lanzarote;
solos los dos y sin recelo alguno.

Muchas veces los ojos suspendieron
la lectura, y el rostro emblanquecía,
pero tan sólo nos venció un pasaje.

Al leer que la risa deseada
era besada por tan gran amante,
éste, que de mí nunca ha de apartarse,

la boca me besó, todo él temblando.
Galeotto fue el libro y quien lo hizo;
no seguimos leyendo ya ese día.»

Y mientras un espíritu así hablaba,
lloraba el otro, tal que de piedad
desfallecí como si me muriese;
y caí como un cuerpo muerto cae.

 

PARAÍSO

CANTO XV

La buena voluntad donde se licúa
siempre el amor que inspira lo que es recto,
como en la inicua la pasión insana,

silencio impuso a aquella dulce lira,
aquietando las cuerdas que la diestra
del cielo pulsa y luego las acalla.

¿Cómo estarán a justas preces sordas
esas sustancias que, por darme aliento
para que hablase, a una se callaron?

Bien está que sin término se duela
quien, por amor de cosas que no duran,
de ese amor se despoja eternamente.

Cual por los cielos puros y tranquilos
de cuando en cuando cruza un raudo fuego,
y atrae la vista que está distraída,

y es como un astro que de sitio mude,
sino que en el lugar donde se enciende
no se pierde ninguno, y dura poco:

tal desde el brazo que a diestra se extiende
hasta el pie de la cruz, corrió una estrella
de la constelación que allí relumbra;

no se apartó la gema de su cinta,
mas pasó por la línea radial
cual fuego por detrás del alabastro.

Fue tan piadosa la sombra de Anquises,
si a la más alta musa damos fe,
reconociendo a su hijo en el Elíseo.

«O sanguis meus, o superinfusa
gratia Dei, sicut tibi cui
bis unquam celi ianüa reclusa?»

Dijo esa luz llamando mi atención;
luego volví la vista a mi señora,
y una y otra dejáronme asombrado;

pues ardía en sus ojos tal sonrisa,
que pensé que los míos tocarían
el fondo de n-ú gloria y paraíso.

Luego gozoso en vista y en palabras,
el espíritu dijo aún otras cosas
que no las entendí, de tan profundas;

Y no es que por su gusto lo escondiera,
mas por necesidad, pues su concepto
al ingenio mortal se superpone.

Y cuando el arco del afecto ardiente
se calmó, y se abajaron sus palabras
a la diana de nuestro intelecto,

la cosa que escuché primeramente
«¡Bendito seas -fue tú, el uno y trino,
que tan cortés has sido con mi estirpe!»

Y siguió: «Un grato y lejano deseo,
tomado de leer el gran volumen
del cual el blanco y negro no se mudan,

has satisfecho, hijo, en esa luz
desde la cual te hablo, gracias a ésa
que alas te dio para tan alto vuelo.

Tú crees que a mí llegó tu pensamiento
de aquel que es el primero, como sale
del uno, al conocerlo, el seis y el cinco;

y por ello quién soy, y por qué causa
más alegre me ves, no me preguntas,
que algunos otros de este alegre grupo.

Crees bien; pues los menores y mayores
de esta vida se miran al espejo
que muestra el pensamiento antes que pienses;

mas por que el sacro amor en que yo veo
con perpetua vista, y que me llena
de un dulce desear, mejor se calme,

¡segura ya tu voz, alegre y firme
suene tu voluntad, suene tu anhelo,
al que ya decretada es mi respuesta!»

Me volví hacia Beatriz, que antes que hablara
me escuchó, y sonrió con un semblante
que hizo crecer las alas del deseo.

Dije después: «El juicio y el afecto,
pues que gozáis de la unidad primera,
en vosotros operan de igual modo,

porque el sol que os prendió y en el que ardisteis,
en su calor y luz es tan igual,
que otro símil sería inoportuno.

Mas querer y razón, en los mortales,
por causas de vosotros conocidas,
tienen las alas de diversas plumas;

y yo, que soy mortal, me siento en esta
desigualdad, y por ello agradezco
sólo de corazón esta acogida.

Te imploro con fervor, vivo topacio,
precioso engaste de esta joya pura,
que me quede saciado de tu nombre.»

«¡Oh fronda mía, que eras mi delicia
aguardándote, yo fui tu raíz!»:
comenzó de este modo a responderme.

Luego me dijo: «Aquel de quien se toma
tu apellido, y cien años ha girado
y más el monte en la primera cornisa,

fue mi hijo, y fue tu bisabuelo:
y es conveniente que tú con tus obras
a su larga fatiga des alivio.

Florencia dentro de su antiguo muro,
donde ella toca aún a tercia y nona,
en paz estaba, sobria y pudorosa.

No tenía coronas ni pulseras,
ni faldas recamadas, ni cintillos
que gustara ver más que a las personas.

Aún no le daba miedo si nacía
la hija al padre, pues la edad y dote
ni una ni otra excedían la medida.

No había casas faltas de familia;
aún no había enseñado Sardanápalo
lo que se puede hacer en una alcoba.

Aún no estaba vencido Montemalo
por vuestro Uccelatoio, que cayendo
lo vencerá al igual que en la subida.

Vi andar ceñido a Belincione Berti
con piel de oso, y volver del espejo
a su mujer sin la cara pintada;

y vi a los Nerli alegres y a los Vechio
de vestir simples pieles, y a la rueca
atendiendo y al huso sus esposas.

¡Oh afortunadas! estaban seguras
del sepulcro, y ninguna aún se encontraba
abandonada por Francia en el lecho.

Una cuidaba atenta de la cuna,
y, por consuelo, usaba el idioma
que divierte a los padres y a las madres;

otra, tirando a la rueca del pelo,
charloteaba con sus familiares
de Fiésole, de Roma, o los troyanos.

Entonces por milagro se tendrían
una Cianghella, un Lapo Saltarello,
como ahora Cornelia o Cincinato.

A un tan hermoso, a un tan apacible
vivir de ciudadano, a una tan fiel
ciudadanía, y a un tan dulce albergue,

me dio María, a gritos invocada;
y en el antiguo bautisterio vuestro
fui cristiano a la par que Cacciaguida.

Moronto fue mi hermano y Eliseo;
desde el valle del Po vino mi esposa,
de la cual se origina tu apellido.

Luego seguí al emperador Conrado;
y él me armó caballero en su milicia,
tan de su agrado fueron mis hazañas.

Marché tras él contra la iniquidad
de aquella secta cuyo pueblo usurpa,
por culpa del pastor, vuestra justicia.

Allí fui yo por esas torpes gentes,
ya desligado del mundo falaz,
cuyo amor muchas almas envilece;
y vine hasta esta paz desde el martirio.

 

CANTO XVI

Oh pequeña nobleza de la sangre,
que de ti se gloríen aquí abajo
las gentes donde es débil nuestro afecto,3

nunca habrá de admirarme: porque donde
el apetito nuestro no se tuerce,
digo en el cielo, yo me glorié.6

Eres un manto que pronto se acorta:
tal que, si no se agranda día a día,
el tiempo va en redor con las tijeras.9

Con el «vos» que primero sufrió Roma,
y que sus descendientes no conservan,
comenzaron de nuevo mis palabras;12

por lo cual Beatriz, que estaba aparte
la que tosió, al reírse parecía,
al primer fallo escrito de Ginebra.15

Yo le dije: «Vos sois el padre mío;
vos infundís aliento a mis palabras;
vos me eleváis, y soy más que yo mismo.18

Por tantos cauces llena la alegría
mi mente, y de sí misma se recrea
pues soportarlo puede sin fatiga.21

Habladme pues, mi caro antecesor,
de los mayores vuestros y los años
que dejaron su huella en vuestra infancia;24

decidme cómo era en aquel tiempo
el redil de san Juan, y quiénes eran
los dignos de los puestos elevados.»27

Como se aviva cuando el viento sopla
el carbón encendido, así vi a aquella
luz brillar con mi hablar respetuoso;30

y haciéndose más bella ante mis ojos,
así con voz más dulce y más suave,
mas no con este lenguaje moderno,33

me dijo: «Desde el día en que fue dicho
"Ave", hasta el parto en que mi santa madre,
se vio libre de mí, que la gravaba,36

a su León quinientas y cincuenta
y treinta veces este fuego vino
a inflamarse otra vez bajo sus plantas.39

Mis mayores y yo nacimos donde
primero encuentra el último distrito
quien corre en vuestros juegos anuales.42

De mis mayores basta escucha-- esto:
quiénes fueran y cuál su procedencia,
más conviene callar que declararlo.45

Todos los que podían aquel tiempo
entre el Bautista y Marte llevar armas,
eran el quinto de los que hay ahora.48

Mas la ciudadanía, ahora mezclada
de Campi, de Certaldo y de Fegghine,
pura se hallaba hasta en los artesanos.51

¡Oh cuánto mejor fuera ser vecino
de esas gentes que digo, y a Galluzzo
y a Trespiano tener como confines,54

que tener dentro y aguantar la peste
de ese ruin de Aguglión, y del de Signa,
de tan aguda vista para el fraude!57

Si la gente que al mundo más corrompe58
no hubiera sido madrastra del César,
mas cual benigna madre para el hijo,60

quien es ya florentino y cambia y merca,
a Simifonte habría regresado,
donde pidiendo su abuelo vivía;63

de los Conti sería aún Montemurlo;
los Cerchi habitarían en Acona,
los Buondelmonti acaso en Valdigrieve.66

Siempre la confusión de las personas
principio fue del mal de las ciudades,
cual del vuestro el comer más de la cuenta;69

y más deprisa cae si ciega el toro
que el cordero; y mejor que cinco espadas
y más corta una sola muchas veces.72

Si piensas cómo Luni y Orbisaglia
han desaparecido, y cómo van
Sinagaglia y Chiusi tras de aquéllas,75

oír cómo se pierden las estirpes
no te parecerá nuevo ni fuerte,
ya que también se acaban las ciudades.78

Tienen su muerte todas vuestras cosas,
como vosotros; mas se oculta alguna
que dura mucho, y son cortas las vidas.81

Y cual girando el ciclo de la luna
las playas sin cesar cubre y descubre,
así hace la Fortuna con Florencia:84

por lo cual lo que diga de los grandes
florentinos no debe sorprenderte,
que ya su fama en el tiempo se esconde.87

Yo vi a los Ughi y a los Catellini,
Filippi, Creci, Orrnanni y Alberichi,
ya en decadencia, ilustres ciudadanos;90

y vi tan grandes como los antiguos,
con el de la Sanella, a aquel del Arca,
y a Soldanieri y Ardinghi y Bostichi.93

junto a la puerta, que se carga ahora
de nueva felonía tan pesada
que hará que vuestra barca se hunda pronto,96

los Ravignani estban, de los cuales
descendió el conde Guido, y los que el nombre
del alto Bellinción después tomaron.99

Los de la Pressa sabía ya cómo
gobernar, y tenía Galigaio
ya en su casa dorados pomo y funda.102

Era ya grande la columna oscura,
Sachetti, Giuochi, Fifanti y Barucci,
Galli y a quien las pesas avergüenzan.105

La cepa que dio vida a los Calfucci
era ya grande, y ya fueron llamados
los Sizzi y Arrigucci a las curules.108

¡Cuán altos vi a los que ahora están deshechos
por su soberbia! y las bolas de oro
con sus gestas Florencia florecían.111

Así hacían los padres de esos que,
cuando queda vacante vuestra iglesia,
engordan acudiendo al consistorio.114

Esa insolente estirpe que se endraga
tras los que huyen, y a quien muestra el diente
o la bolsa, se amansa cual cordero,117

iba ascendiendo, mas de humilde origen;
y a Ubertino Donati no placía
que luego el suegro con ella le uniese.120

Ya hasta el mercado había el Caponsacco
de Fiésole venido, y ciudadanos
eran ya buenos Guida e Infangato.123

Diré una cosa cierta e increíble:
daba la entrada al recinto una puerta
que de los Pera su nombre tomaba.126

Los que hoy ostentan esa bella insignia
del gran barón con cuya prez y nombre
la fiesta de Tomás se reconforta,129

de él recibieron mando y privilegio;
aunque se ponga hoy junto a la plebe
quien la rodea con franja de oro.132

Ya estaban Gualterotti e Importuni;
y aún estaría el Burgo más tranquilo,
ayuno de estas nuevas vecindades.135

La casa en que naciera vuestro llanto,
por el justo rencor que os ha matado,
y puso fin a vuestra alegre vida,138

era honrada, con todos sus secuaces:
¡Oh Buondelmonti, mal de aquellas bodas
huiste, y el consuelo nos quitaste!141

Alegres muchos tristes estarían,
si al Ema Dios te hubiese concedido,
cuando llegaste allí por vez primera.144

Mas convenía que en la piedra rota
que el puente guarda, hiciera un sacrificio
Florencia al terminarse ya su paz.147

Con estas gentes, y otras con aquéllas,
vi yo a Florencia con tan gran sosiego,
que no había motivos para el llanto.150

Con esas gentes yo vi glorioso
y justo al pueblo, tanto que su lirio
nunca al revés pusieron en el asta,
ni fue hecho rojo por las disensiones.»153

 

CANTO XXXI

En forma pues de una cándida rosa
se me mostraba la milicia santa
desposada por Cristo con su sangre;3

mas la otra que volando ve y celebra
la gloria del señor que la enamora
y la bondad que tan alta la hizo,6

cual bandada de abejas que en las flores
tan pronto liban y tan pronto vuelven
donde extraen el sabor de su trabajo,9

bajaba a la gran flor que está adornada
de tantas hojas, y de aquí subía
donde su amor habita eternamente.12

Sus caras eran todas llama viva,
de oro las alas, y tan blanco el resto,
que no es por nieve alguna superado.15

Al bajar a la flor de grada en grada,
hablaban de la paz y del ardor
que agitando las alas adquirían.18

El que se interpusiera entre la altura
y la flor tanta alada muchedumbre
ni el ver nos impedía ni el fulgor:21

pues la divina luz el universo
penetra, según éste lo merece,
de tal modo que nada se lo impide.24

Este seguro y jubiloso reino,
que pueblan gentes antiguas y nuevas,
vista y amor a un punto dirigía.27

¡Oh llama trina que en sólo una estrella
brillando ante sus ojos, las alegras!
¡Mira esta gran tempestad en que estamos!30

Si viniendo los bárbaros de donde
todos los días de Hélice se cubre,
girando con su hijo, en quien se goza,33

viendo Roma y sus arduos edificios,
estupefactos se quedaban cuando
superaba Letrán toda obra humana;36

yo, que desde lo humano a lo divino,
desde el tiempo a lo eterno había llegado,
y de Florencia a un pueblo sano y justo,39

¡lleno de qué estupor no me hallaría!
En verdad que entre el gozo y el asombro
prefería no oír ni decir nada.42

Y como el peregrino que se goza
viendo ya el templo al cual un voto hiciera,
y espera referir lo que haya visto,45

yo paseaba por la luz tan viva,
llevando por las gradas mi mirada
ahora abajo, ahora arriba, ahora en redor,48

veía rostros que el amor pintaba,
con su risa y la luz de otro encendidos,50
y de decoro adornados sus gestos.

La forma general del Paraíso
abarcaba mi vista enteramente,
sin haberse fijado en parte alguna;54

y me volví con ganas redobladas
de poder preguntar a mi señora
las cosas que a mi mente sorprendían.57

Una cosa quería y otra vino:
creí ver a Beatriz y vi a un anciano
vestido cual las gentes glorïosas.60

Por su cara y sus ojos difundía
una benigna dicha, y su semblante
era como el de un padre bondadoso.63

«¿Dónde está ella?» Dije yo de pronto.
Y él: «Para que se acabe tu deseo
me ha movido Beatriz desde mi Puesto:66

y si miras el círculo tercero
del sumo grado, volverás a verla
en el trono que en suerte le ha cabido.»69

Sin responderle levanté los ojos,
y vi que ella formaba una corona
con el reflejo de la luz eterna.72

De la región aquella en que más truena
el ojo del mortal no dista tanto
en lo más hondo de la mar hundido,75

como allí de Beatriz la vista mía;
mas nada me importaba, pues su efigie
sin intermedio alguno me llegaba.78

«Oh mujer que das fuerza a mi esperanza,
y por mi salvación has soportado
tu pisada dejar en el infierno,81

de tantas cosas cuantas aquí he visto,
de tu poder y tu misericordia
la virtud y la gracia reconozco.84

La libertad me has dado siendo siervo
por todas esas vías, y esos medios
que estaba permitido que siguieras.87

En mí conserva tu magnificencia
y así mi alma, que por ti ha sanado,
te sea grata cuando deje el cuerpo.»90

Así recé; y aquélla, tan lejana
como la vi, me sonrió mirándome;92
luego volvió hacia la fuente incesante.93

Y el santo anciano: «A fin de que concluyas
perfectamente  dijo,  tu camino,
al que un ruego y un santo amor me envían,96

vuelven tus ojos por estos jardines;
que al mirarlos tu vista se prepara
más a subir por el rayo divino.99

Y la reina del cielo, en el cual ardo
por completo de amor, dará su gracia,
pues soy Bernardo, de ella tan devoto.»102

Igual que aquel que acaso de Croacia,
viene por ver el paño de Verónica,
a quien no sacia un hambre tan antigua,105

mas va pensando mientras se la enseñan:
«Mi señor Jesucristo, Dios veraz,
¿de esta manera fue vuestro semblante?»;108

estaba yo mirando la ferviente
caridad del que aquí en el bajo mundo,
de aquella paz gustó con sus visiones.111

«Oh hijo de la gracia, el ser gozoso
-empezó  no es posible que percibas,
si no te fijas más que en lo de abajo;114

pero mira hasta el último los círculos,
hasta que veas sentada a la reina
de quien el reino es súbdito y devoto.»117

Alcé los ojos; y cual de mañana
la porción oriental del horizonte,
está más encendida que la otra,120

así, cual quien del monte al valle observa,
vi al extremo una parte que vencía
en claridad a todas las restantes.123

Y como allí donde el timón se espera
que mal guió Faetonte, más se enciende,
y allá y aquí su luz se debilita,126

así aquella pacífica oriflama
se encendía en el medio, y lo restante
de igual manera su llama extinguía;129

y en aquel centro, con abiertas alas,
la celebraban más de un millar de ángeles,
distintos arte y luz de cada uno.132

Vi con sus juegos y con sus canciones
reír a una belleza, que era el gozo
en las pupilas de los otros santos;135

y aunque si para hablar tan apto fuese
cual soy imaginando, no osaría
lo mínimo a expresar de su deleite.138

Cuando Bernardo vio mis ojos fijos
y atentos en lo ardiente de su fuego,
a ella con tanto amor volvió los suyos,141
que los míos ansiaron ver de nuevo.

 

CANTO XXXIII

«¡Oh Virgen Madre, oh Hija de tu hijo,
alta y humilde más que otra criatura,
término fijo de eterno decreto,3

Tú eres quien hizo a la humana natura
tan noble, que su autor no desdeñara
convertirse a sí mismo en su creación.6

Dentro del viento tuyo ardió el amor,
cuyo calor en esta paz eterna
hizo que germinaran estas flores.9

Aquí nos eres rostro meridiano
de caridad, y abajo, a los mortales,
de la esperanza eres fuente vivaz.12

Mujer, eres tan grande y vales tanto,
que quien desea gracia y no te ruega
quiere su desear volar sin alas.15

Mas tu benignidad no sólo ayuda
a quien lo pide, y muchas ocasiones
se adelanta al pedirlo generosa.18

En ti misericordia, en ti bondad,
en ti magnificencia, en ti se encuentra
todo cuanto hay de bueno en las criaturas.21

Ahora éste, que de la ínfima laguna
del universo, ha visto paso a paso
las formas de vivir espirituales,24

solicita, por gracia, tal virtud,
que pueda con los ojos elevarse,
más alto a la divina salvación.27

Y yo que nunca ver he deseado
más de lo que a él deseo, mis plegarias
te dirijo, y te pido que te basten,30

para que tú le quites cualquier nube
de su mortalidad con tus plegarias,
tal que el sumo placer se le descubra.33

También reina, te pido, tú que puedes
lo que deseas, que conserves sanos,
sus impulsos, después de lo que ha visto.36

Venza al impulso humano tu custodia:
ve que Beatriz con tantos elegidos
por mi plegaria te junta las manos!»39

Los ojos que venera y ama Dios,
fijos en el que hablaba, demostraron
cuánto el devoto ruego le placía;42

luego a la eterna luz se dirigieron,
en la que es impensable que penetre
tan claramente el ojo de ninguno.45

Y yo que al final de todas mis ansias
me aproximaba, tal como debía,
puse fin al ardor de mi deseo.48

Bernardo me animaba, sonriendo
a que mirara abajo, mas yo estaba
ya por mí mismo como aquél quería:51

pues mi mirada, volviéndose pura,
más y más penetraba por el rayo
de la alta luz que es cierta por sí misma.54

Fue mi visión mayor en adelante
de lo que puede el habla, que a tal vista,
cede y a tanto exceso la memoria.57

Como aquel que en el sueño ha visto algo,
que tras el sueño la pasión impresa
permanece, y el resto no recuerda,60

así estoy yo, que casi se ha extinguido
mi visión, mas destila todavía
en mi pecho el dulzor que nace de ella.63

Así la nieve con el sol se funde;
así al viento en las hojas tan livianas
se perdía el saber de la Sibila.66

¡Oh suma luz que tanto sobrepasas
los conceptos mortales, a mi mente
di otro poco, de cómo apareciste,69

y haz que mi lengua sea tan potente,
que una chispa tan sólo de tu gloria
legar pueda a los hombres del futuro;72

pues, si devuelves algo a mi memoria
y resuenas un poco en estos versos,
tu victoria mejor será entendida.75

Creo, por la agudeza que sufrí
del rayo, que si hubiera retirado
la vista de él, hubiéseme perdido.78

Y esto, recuerdo, me hizo más osado
sosteniéndola, tanto que junté
con el valor infinito mi vista.81

¡Oh gracia tan copiosa, que me dio
valor para mirar la luz eterna,
tanto como la vista consentía!84

En su profundidad vi que se ahonda,
atado con amor en un volumen,
lo que en el mundo se desencuaderna:87

sustancias y accidentes casi atados
junto a sus cualidades, de tal modo
que es sólo débil luz esto que digo.90

Creo que vi la forma universal
de este nudo, pues siento, mientras hablo,
que más largo se me hace mi deleite.93

Me causa un solo instante más olvido94
que veinticinco siglos a la hazaña
que hizo a Neptuno de Argos asombrarse.96

Así mi mente, toda suspendida,
miraba fijamente, atenta, inmóvil,
y siempre de mirar sentía anhelo.99

Quien ve esa luz de tal modo se vuelve,
que por ver otra cosa es imposible
que de ella le dejara separarse;102

Pues el bien, al que va la voluntad,
en ella todo está, y fuera de ella
lo que es perfecto allí, es defectuoso.105

Han de ser mis palabras desde ahora,
más cortas, y esto sólo a mi recuerdo,
que las de un niño que aún la leche mama.108

No porque más que un solo aspecto hubiera
en la radiante luz que yo veía,
que es siempre igual que como era primero;111

mas por mi vista que se enriquecía
cuando miraba su sola apariencia,
cambiando yo, ante mí se transformaba.114

En la profunda y clara subsistencia
de la alta luz tres círculos veía
de una misma medida y tres colores;117

Y reflejo del uno el otro era,
como el iris del iris, y otro un fuego
que de éste y de ése igualmente viniera.120

¡Cuán corto es el hablar, y cuán mezquino
a mi concepto! y éste a lo que vi,
lo es tanto que no basta el decir «poco».123

¡Oh luz eterna que sola en ti existes,
sola te entiendes, y por ti entendida
y entendiente, te amas y recreas!126

El círculo que había aparecido127
en ti como una luz que se refleja,
examinado un poco por mis ojos,129

en su interior, de igual color pintada,
me pareció que estaba nuestra efigie:
y por ello mi vista en él ponía.132

Cual el geómetra todo entregado
al cuadrado del círculo, y no encuentra,
pensando, ese principio que precisa,135

estaba yo con esta visión nueva:
quería ver el modo en que se unía
al círculo la imagen y en qué sitio;138

pero mis alas no eran para ello:
si en mi mente no hubiera golpeado
un fulgor que sus ansias satisfizo.141

Faltan fuerzas a la alta fantasía;
mas ya mi voluntad y mi deseo
giraban como ruedas que impulsaba144
Aquel que mueve el sol y las estrellas.


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