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¿Y si de verdad estuviéramos hechos para el don…?

LA LÓGICA DEL DON Y LA ÉTICA DE LA GRATUIDAD

Andrés Jiménez

“El gran desafío que tenemos… es mostrar, tanto en el orden de las ideas como de los comportamientos, que… en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria.” (BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, 36)
¿Y si de verdad estuviéramos hechos para el don…?
La realidad no es (im)puesta por nosotros. Se manifiesta, se expresa de modo sobreabundante, se da de múltiples modos. Comprendemos algo de ella, pero no es creada por el ser humano.

Esta es la hipótesis, que deberíamos tener el valor/coraje de verificar con nuestra experiencia vital: Si estamos hechos para el don, estamos llamados a dar lo que somos, a revelar lo que llevamos dentro al mundo y a los otros. Si somos constitutivamente don, estamos llamados a ser don efectivo para los otros. El ser (de la Creación y de las personas) es la fuente de todo don y vivir conforme al ser es darse.

Somos don y estamos hechos para el don. Sólo a través de la propia experiencia puede constatarse que en este movimiento de exteriorización radica la felicidad. Es libre la persona que puede donar lo que es en sus adentros, la que puede expresar en el mundo su riqueza y creatividad interior. Es feliz la persona que da lo que es y observa que, gracias a ese don libremente donado, mejora, ostensiblemente, el mundo que le rodea.

Concebir la realidad como don significa comprenderla como algo que ha sido dado, que está ahí y que podría no estar, pero que no nos pertenece como si fuera un objeto o una cosa manipulable o explotable a nuestro antojo. La realidad no es (im)puesta por nosotros. Se manifiesta, se expresa de modo sobreabundante, se da de múltiples modos. Comprendemos algo de ella, pero no es creada por el ser humano. Frente a ella cabe una pluralidad de modos de recibir el don: contemplarlo, venerarlo… También se puede actuar positivamente sobre él: cultivarlo, transformarlo, desarrollarlo. Y no cabe duda, por otra parte, de que el don recibido también puede ser objeto de corrosión, de disolución o de explotación.

Comprender la propia existencia desde la lógica del don significa percatarse de que el fin esencial de vivir consiste en dar lo que uno es, en exteriorizarlo, pues sólo de ese modo se enriquece cualitativamente la realidad, se hace más bella, más plural, se continúa el proceso creativo del mundo. Por se da desde lo original y originario de la persona. Para ello, resulta indispensable indagar lo que uno es, cuáles son sus dones y sus capacidades. Pero la mayor sorpresa es que, en el fondo, sólo se tiene lo que se da.

Quizá estamos demasiado marcados por un razonamiento económico basado en la transacción y en el interés. El dar para recibir es clave en las relaciones sociales y económicas. Como hay cierta escasez de recursos, y uno necesita cosas de las que carece, suele conseguirlas mediante el intercambio, ya sea con su propio trabajo, ya sea negociando, ya sea simplemente comprándolas.

Pero más allá de la lógica del mercado, del individualismo radical, de la pura cultura del tener, del gozar, del poder y del aparentar…, más allá de una sociedad de átomos, de individuos cerrados en sí mismos, es necesaria y posible (y además existe, aunque a menudo queda oculta tras la selva de los intereses egoístas) una lógica del don.

Nuestra propuesta (ante el panorama de una seria crisis que va más allá de lo económico y que se revela como una verdadera crisis de sentido) radica en proponer una lógica que haga genuina la donación. El don es una forma de servicio que excluye la obligación de retorno. Puede haber en ella reciprocidad, pero ésta siempre es libre, gratuita. Uno no da para recibir nada a cambio, sino por interés sincero hacia el bien del otro a quien se ofrece el don.

Una ampliación de la razón y de la noción de progreso

¿Cómo sería la lógica que nos permita entender adecuadamente y sin sospecha el fenómeno del dar sin esperar nada a cambio? Todavía más importante: si fuéramos capaces de esbozar esta lógica del don y vivir a su luz, sabríamos qué cosas le podemos pedir a una transacción y qué cosas no le podemos pedir por quedar fuera de sus posibilidades. Verdaderamente nuestra mente -demasiado “instrumental”- se vería ampliada.

También se ampliaría y se transfiguraría el concepto de progreso, que pasa a ser entendido como mejora integral de la condición humana, de todo ser humano y de todo el ser humano. Desde la razón meramente instrumental, el progreso se entiende de manera unilateral, generalmente en términos de éxito económico y según la lógica hobessiana del “mors tua, vita mea”, del si tú ganas yo pierdo.

¿Y si de verdad estuviéramos hechos para el don…?
Ser único supone ser digno de ser apreciado por sí mismo; no por las cualidades, ni por los éxitos, ni por el dinero, ni por el poder. En definitiva, se trata de un aprecio incondicional. En realidad este tipo de aprecio no tiene precio. Por eso solo puede ser gratuito.

No es lo mismo ‘valor’ que ‘precio’

Hay un pasaje de El Principito que nos podría ayudar en este punto. Cuando el principito llega a la tierra, una de las primeras cosas que descubre es un campo de rosas. Al verlo, se siente muy desgraciado: él pensaba que en todo el universo sólo existía la rosa que había cultivado en su planeta, y ahora se encontraba con más de cinco mil rosas muy similares. Su rosa, pensaba él, no era más que una rosa ordinaria. De algún modo, el principito cree que su rosa es “intercambiable”, “sustituible”, una más entre otra muchas semejantes.

Esta misma percepción se encuentra en el fondo de toda relación de carácter meramente transaccional: mantenemos la relación con el otro en la medida en que sirve al propio interés, de tal forma que el otro aparece como un medio, que bien pudiera ser “sustituido” por otro que fuera más eficaz.

Sigamos con el principito. Al poco de dejar el campo de rosas, se cruza con el zorro. El principito se encuentra triste y abatido. El zorro inicia la conversación y le pide que le “domestique”. El principito no sabe qué es eso. El zorro le dice: “Domesticar es crear lazos”. Le explica que, ahora que no está domesticado, él es semejante a otros cien mil zorros para el principito. Sin embargo, le dice el zorro: “si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo”...

En una hermosa página, Erich Fromm afirma: el amor inmaduro dice: “te quiero porque te necesito”, mientras que el amor maduro dice: “te necesito porque te quiero.”

Ser único para alguien implica no ser intercambiable a sus ojos. Ser único supone ser digno de ser apreciado por sí mismo; no por las cualidades, ni por los éxitos, ni por el dinero, ni por el poder. En definitiva, se trata de un aprecio incondicional. En realidad este tipo de aprecio no tiene precio. Por eso solo puede ser gratuito. No es posible dar nada a cambio de semejante don. Decía Machado que el necio confunde el valor con el precio. ¡¡Y resulta que, precisamente lo más importante, lo más valioso, es gratuito!!

Cuando uno capta este mensaje, al verse beneficiado por un don incondicional, siente que se le está diciendo: “Es bueno que tú existas”. El don incondicional nos hace únicos para el otro, y nos asegura que no somos intercambiables. De ahí que la donación no engendre temor por la deuda acumulada sino gratitud por el don inmerecido.

Todo esto se refleja perfectamente en las palabras que se intercambian después de dar algo gratuitamente. El que recibe suele responder diciendo “Gracias”, y a veces “Muchas gracias”. De ese modo manifiesta gratitud hacia el otro por haber recibido una gracia, un don, algo no exigido ni exigible sino gratuito. Y el que ha dado suele replicar “De nada”. Con estas palabras, quien da libera al que recibe de la obligación de dar después, porque recalca que lo ha hecho libremente, por “nada”, sin esperar otra cosa a cambio.

Al situarnos en este tipo de relación y de valoración, descubrimos que existen cierto tipo de bienes o valores que no se ven ni se miden, que no son susceptibles de cálculo, pero que hacen que esta vida valga la pena ser vivida: El amor personal, la amistad, el perdón, incluso la experiencia de la belleza, la persona misma…, que no pueden ser comprados ni vendidos, ni producidos con una finalidad posesiva.

Se dice también en El Principito: “Sólo se conocen las cosas que se domestican. Los hombres no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres tener un amigo, ¡domestícame! (…) En tu planeta los hombres cultivan cinco mil rosas en un mismo jardín, y no encuentran lo que buscan…, pero lo que buscan podrían encontrarlo en una sola rosa o en un poco de agua… “ (Caps. 21 y 25)

En estas sutiles apreciaciones se esconde un certera crítica y desmentido a la mentalidad moderna basada en el hacer y en el tener como fuentes del máximo valor para las cosas, las acciones y las personas. Y este es precisamente el mayor engaño de la mentalidad pragmática que alienta en la Modernidad: pensar que en el fondo somos lo que tenemos, que somos los que hacemos. Pero la verdad es otra: la persona es siempre más que lo que hace. Y sólo un amor incondicional adecuadamente dirigido a la persona es capaz de sacarla del “anonimato” de considerarse sólo una más entre otras muchas, y de hacerla reconocerse valiosa por el mero hecho de ser, de ser ella misma.

No se niega el valor relativo del tener y del hacer, sino que se subordinan relativamente al valor de la persona, del ‘ser mejor’ del otro.

Lógica contractual y lógica del don

La lógica de la donación nos lleva a ver la vida no como una competición sino como un regalo, algo inmerecido −que no podemos exigir− y que suscita nuestro asombro, nuestro estupor. Este nuevo modo de mirar empieza por la percepción misma de cada día: de hecho, el hoy se llama también presente porque tiene sentido de regalo. Mis talentos y mis condiciones personales, mejores o peores −da igual−, son todos recibidos. Podíamos no tenerlo, y, sin embargo, lo tenemos sin mérito alguno por nuestra parte. Nuestra existencia es un don, y también lo es nuestra esencia, nuestro modo constitutivo de ser, que nos encontramos ya al despertar nuestra consciencia.

La lógica contractual, de la transacción o del interés pragmático se mueve en términos de equilibrio. El equilibrio supone cálculo, sopesar para buscar la equivalencia. Esta mentalidad permite controlar y planificar. Uno sabe lo que puede recibir de los demás. En ella priman las cosas intercambiadas, y no la relación personal entre los contratantes, que son considerados con una indiferencia anónima. El marco es el individualismo.

La lógica de la donación, sustentada por la gratuidad, desafía de raíz este planteamiento. Ella funda, como ya dijimos más arriba, una relación de reconocimiento personal. En el don se expresa la persona, que se pone a sí misma en lo que da; y lo que se da persigue el bien de la persona a que se ofrece el don. Las cosas donadas adquieren también así un significado personal. El marco de esta lógica es la naturaleza relacional de la persona: las relaciones -dar y recibir, ser con, ser para, ser de…- nos sostienen, nos muestran quiénes somos, nos impulsan a crecer. Suscitan una forma de sentido trascendente, que va más allá de uno mismo y en la que se encuentra el para qué de lo que se es y de lo que se hace.

También hay un componente de riesgo, y se trata además de un riesgo sin red, sin seguro, precisamente porque su razón de ser estriba en no exigir ni obligar al otro a que corresponda. Así como en el contrato se tiende a reducir la deuda a cero, en el don se tiende a hacerla crecer infinitamenteporque se busca el bien del otro, y aquí no hay medida: se busca el mayor bien posible. La lógica del don se apoya en la confianza primordial en la persona del otro.

Heráclito describió muy bien esta diferencia: “A quien aguarda le sucede lo aguardado, a quien espera le acontece lo inesperado”. Lo aguardado equivale a lo calculado y a las expectativas, aspectos propios de la transacción. Aquí no cabe mucha sorpresa. Sin embargo, como la donación razona en términos de incondicionalidad, puede abrirse a lo inesperado, quien ha aprendido la lógica de la donación sabe cultivar la capacidad de asombrarse.

Mientras la transacción busca seguridades de contraprestación, la donación se nutre de la esperanza: Cuando damos incondicionalmente, nos abrimos a que el otro también dé incondicionalmente, esto es, libremente, con aquello que únicamente él o ella puede aportar por ser quien es.

Por eso, al dar un don estamos proporcionando las condiciones adecuadas para que el otro dé lo mejor de sí mismo. Cuando el otro corresponde al don incondicionado recibido no se cancela ninguna deuda: acontece un encuentro de gratuidades.

La gratuidad funda una relación de reconocimiento personal, que acentúa la identidad del otro, su unicidad, su valor y dignidad de persona; el protagonismo lo ostentan las personas. En cambio en una relación de mera transacción o intercambio mercantil, lo de menos es la persona del otro como persona, lo que importa es el precio, la equivalencia entre lo que es objeto de transacción; el protagonismo lo ostenta la justicia conmutativa, el precio equivalente de las cosas.

Y es que además, el ser humano, en cuanto persona, no es una máquina de calcular, sino un ser hecho para el don y que halla su felicidad en el don de si mismo. Porque este es el gran estupor: el ser humano es persona, un ser llamado a darse a sí mismo a través de su actividad, y cuanto más da más crece, es más plenamente humano. La personas es el ser que puede dase a sí mismo sin perderse, antes bien, cuando se da a sí misma en lo que hace o en lo que da, más plena y satisfecha se siente.

El amor, escribe Alain Finkielkraut, trasciende la justicia, pero no la niega; va más allá pero no la contradice. No es que haya que despreciar o suprimir los contratos, los intereses, o la dimensión instrumental de la vida. No. En absoluto. Pero se trata de medios, no de fines, de aspectos relativos a lo más valioso y digno: la persona humana y su fecundidad constitutiva. Darse no es contrario a la naturaleza humana; todo lo contrario: es su coronación.

A veces se insiste en que “los negocios son los negocios”, para no “contaminarlos” con la ética. Sin embargo, la explotación y la injusticia, la consideración de las personas como meros instrumentos o medios al servicio de intereses más altos, el objetivo exclusivo del beneficio al ultranza, sin mirar al horizonte del bien común (que incluye tratar a las personas como personas y no como objetos, mercancías o meros instrumentos de producción), corre el peligro cierto de destruir riqueza y de crear pobreza real. Más aún, se olvida que la verdadera justicia consiste, no en el mero cosa por cosa y en el ‘te doy para que me des’, sino en la consideración y el trato de toda persona precisamente como la persona que es, y esto implica, estrictamente, dirigirse a ella desde la lógica del don y de la gratuidad.

PARA SABER MÁS:

BENEDICTO XVI: Caritas in veritate. 2010.

CARLOS DÍAZ: Contra Prometeo. Una contraposición entre ética autocéntrica y ética de la gratuidad. Encuentro, Madrid, 1991.

FRANCESC TORRALBA: La lógica del don. Ed. Khaf. Madrid, 2012.

STEFANO ZAMAGNI: Por una economía del bien común. Ciudad Nueva. Madrid, 2012.


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