Una sonrisa al amanecer
(Testimonio de Raúl Follereau)
"Una leprosería... Unos hombres que no hacen nada, a los que no se hace nada y que dan vueltas en su patio, en su cárcel. Unos hombres solos. Peor: abandonados. Para quienes todo es ya silencio y noche.
Uno de ellos, sin embargo, uno sólo, ha conservado los ojos claros. Sabe sonreír, y, cuando se le ofrece algo, decir gracias. Uno de ellos, uno sólo, ha permanecido un hombre. La religiosa que le cuidaba quiso conocer la causa de ese milagro. Lo que le mantenía en la vida. Y decidió observarle.
Y vio que cada día, por en cima del alto muro, aparecía un rostro. Un pequeño rostro de mujer, grueso como un puño, y que sonría. El hombre estaba allí, esperando recibir esa sonrisa, el pan de su fuerza y de su esperanza... Él sonreía a su vez y el rostro desaparecía. Entonces comenzaba su espera hasta el día siguiente.
Cuando la misionera le sorprendió: "Es mi mujer", dijo simplemente. Y después de un silencio: "Antes de que viniese aquí, ella me cuidó a escondidas con todo aquello que pudo encontrar. El curandero le había proporcionado una pomada. Ella me untaba cada día la cara excepto una pequeña parte. Lo suficiente como para poder poner allí sus labios, pero esto fue inútil. Entonces me trajeron aquí. Pero ella me ha seguido. Y cada día, cuando la veo, yo sé por ella que estoy vivo."